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Autor Tema: NUEVO ARTICULO EN PORTADA  (Leído 443 veces)

Oberon

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NUEVO ARTICULO EN PORTADA
« en: Octubre 15, 2010, 05:03:27 pm »
Muy buenas. Rompo esta vez con mi tónica habitual y subo un artí­culo publicado en www.libertaddigital.com y firmado por Fernando Diaz Villanueva. Me parece un magnifico artí­culo que no deberí­a ser machacado con ningún corte ni interpretación por mi parte. Es claro y muy acertado, en mi humilde opinión. Ahí­ les va:
"FERNANDO DíAZ VILLANUEVA
Ya no es un misterio para casi nadie –excepción hecha del Gobierno español– que estamos lejos de salir de la crisis. Es más, casi todos los analistas coinciden en que, tras una aparente mejorí­a a mediados de este año, más pronto que tarde la economí­a mundial volverá a hundirse de nuevo en una segunda fase depresiva pero aún peor que la primera. Es lo que se conoce como crisis en W por la forma gráfica que adoptarí­an todos los principales í­ndices.

El gran enigma es saber si el segundo acto será deflacionario –como el primero– o inflacionario, a imagen y semejanza de las dos crisis que padeció occidente durante los años 70 (crisis del petróleo). La Reserva Federal de EEUU (FED) espera y se dedica con ahí­nco a ello, a que de la crisis se salga mediante un periodo inflacionario que "limpie la habitación" cancelando deudas a mansalva.

La ecuación es sencilla. Si debemos 1 millón de euros, pero la moneda en la que se contrató el príéstamo se devalúa un 50%, al final en realidad tan sólo acabaremos pagando medio millón. De esta forma se produce una destrucción de riqueza que, aparentemente, beneficia a los deudores pero que, en la práctica, termina devastando la economí­a.[/i]La voluntad polí­tica de cancelar deudas mediante inflación es lo que está llevando a todos los analistas a decantarse por un ya inevitable brote inflacionario de imprevisibles consecuencias. El último en predecir el estallido inflacionario que se avecina es el prestigioso Doug Casey, que acaba de publicar un informe en el que da por seguro el brote inflacionario en un momento muy cercano. Entre seis y veinticuatro meses desde el momento presente asistiremos a una revolución de los precios hacia arriba, que es la consecuencia más apreciable (y más ruinosa) de la inflación.

Aunque parezca mentira íésa es la polí­tica económica de emergencia que han terminado por adoptar las autoridades monetarias, dependientes, no hay que olvidarlo, de los gobiernos. La guerra de divisas no es más que el trasfondo de una inmensa operación de destrucción masiva de las monedas, especialmente del dólar, que vale menos que nunca.

El presidente de la FED, Ben Bernanke, cual aprendiz de brujo, espera que una vez se haya reducido la deuda la economí­a se reactive, pero podrí­a encontrarse ante algo inesperado, la más temida de las crisis económicas, el peor de los escenarios: la estanflación, un tipo de crisis en el que al nulo crecimiento económico y la atoní­a inversora se le unen altas tasas de desempleo y una inflación galopante. Estados Unidos y el mundo desarrollado ya probaron el veneno estanflacionario en los 70 con desastrosas consecuencias.

Esta vez podrí­a incluso ser peor, ya que entonces quedaban ciertos referentes que hoy se han perdido. Las distorsiones que el Estado ha creado en la economí­a durante los últimos treinta años son de tal calibre que difí­cilmente terminarán saliendo gratis. En 1973, por ejemplo, año en que estalló la primera crisis del petróleo, hací­a sólo dos años que se habí­a cerrado la ventanilla del oro. El dólar se cambiaba entonces a unos 40 dólares la onza y, aunque no hací­a más que depreciarse, la boya seguí­a a la vista porque estaba muy cercana en el tiempo.

Por aquel entonces los Estados Unidos disfrutaban de un generoso superávit comercial, es decir, no importaban todo de todas partes a cambio de billetes verdes como vienen haciendo desde hace un par de díécadas. Los mercados financieros no estaban tan sobrerregulados como hoy en dí­a y mostraban mucho más acertadamente la situación real de la economí­a. Por último, lejos de mantener sine die los tipos de interíés artificialmente bajos, se dejaron subir, encareciendo con ellos no sólo el acceso al críédito, sino el pago de la deuda soberana, por lo que los gobernantes se lo pensaron mucho más a la hora de contraer nuevas cargas en forma de gasto público.

El escenario hoy es el inverso. Los 31 gramos de oro puro necesarios para fundir una onza valen casi 1.400 dólares, el Gobierno de Barack Obama cuenta con el dudoso privilegio de tener la mayor deuda pública de la historia del paí­s, y los tipos son tan bajos que el dinero no cuesta nada.

De la crisis de los 70 se salió desrregulando la economí­a y bajando impuestos, pero la serpiente ya habí­a puesto el huevo y empezaba a incubarlo. Conforme la Unión Soviíética, el bloque del este y sus experimentos sociales se iban al garete, los gobiernos occidentales, animados por la bonanza, empezaron a gastar más y a hacer crecer el tamaño del Estado hasta los desmesurados lí­mites actuales.

Todo este gasto fue posible gracias a las mejoras de productividad que permitió la revolución tecnológica y, sobre todo, a grandes cantidades de dinero de nueva creación. El manejo a discreción por parte de la banca central de los tipos de interíés llevó a la creación de grandes cantidades de dinero ví­a críédito barato. La consecuencia es que llevamos veinte años viviendo por encima de nuestras posibilidades, es decir, gastando mucho más de lo que producimos. Y esto es insostenible en el tiempo.

Los últimos años, los de la burbuja inmobiliaria, corresponden al periodo barroco de esta era dorada del dinero fiduciario y la expansión crediticia sin lí­mite. Al final el modelo colapsó en 2008 como un castillo de naipes. Por una razón la mar de simple: es imposible mantener nuestro creciente nivel de vida con nuestro decreciente aporte productivo. No es casualidad, por ejemplo, que las empresas tecnológicas deslocalicen sus departamentos de ingenierí­a a la India. No es que los indios sean más listos, es que hacen el mismo trabajo por menos dinero.

Por esa razón nos hemos endeudado todos. La deuda no es otra cosa que traerse riqueza del futuro, riqueza aún no creada que, presumiblemente, en algún momento futuro tendrá que generarse para amortizar lo prestado. Desde que estalló la crisis los factores están volviendo a ajustarse de un modo natural. Los salarios están bajando y las jornadas de trabajo aumentando. Eso siempre y cuando ciertos privilegios laborales no lo impidan, ya que en ese caso el empleo se ajusta destruyíéndose, que es lo que, en última instancia, está pasando en mercados laborales rí­gidos como el español.

Por esta razón, para facilitar la autorregulación del sistema, los gobernantes deberí­an abstenerse de intervenir, pero están haciendo exactamente lo contrario, manteniendo con respiración asistida a sectores quebrados, subiendo impuestos y encorsetando aún más la economí­a.

Todo ese dinero lo obtienen los gobiernos de pedirlo prestado en el extranjero, es decir, financian gasto presente con ahorros de fuera, de nuevos y más duros impuestos o, directamente, monetizando deuda con el concurso entusiasta de, una vez más, los bancos centrales. El hecho es que al final no se ajusta nada, pero la deuda crece, al menos la soberana. La otra deuda, la privada, no lo hace porque nuestro poder de compra está basado en el críédito. Quienes lo conceden son reacios a seguir haciíéndolo alegremente y, como es lógico, a estas alturas las expectativas de un futuro brillante en el que podrán afrontarse todas las cargas se han diluido.

En resumen, los individuos y las empresas están devolviendo lo que deben y eso provoca deflación, esto es, se valora menos la unidad monetaria y como consecuencia los precios bajan. En una economí­a tan apalancada como la actual es difí­cil que los agentes económicos vuelvan a pedir prestado, al menos en cantidades significativas. Este escenario, tan parecido al que Japón lleva padeciendo veinte años, es el que ha presidido la crisis desde hace algo más de dos años.

Pero como los estados se han negado en redondo a ajustarse e insisten –con Obama y Zapatero a la cabeza– en supercherí­as keynesianas de estí­mulo de la demanda, cabe la posibilidad (cada vez más plausible) de que llegue el momento de que los gobiernos encadenen suspensiones de pagos. En ese momento la única salida para evitar las quiebras soberanas serí­a devaluar la moneda ví­a inflación y zanjar el problema pagando menos de lo que se pidió. Este es, probablemente, el camino que tome la economí­a en los próximos dos años, según el citado estudio.

Los peligros de esta ví­a de escape inflacionaria son evidentes, pero van cada vez quedando menos alternativas. Los tipos de interíés, por ejemplo, siguen bajos, pero sólo para que los gobiernos puedan devolver lo prestado a un tipo anormalmente bajo.

Estarán en ese nivel hasta que los polí­ticos empiecen a utilizarlos como medida para frenar los espasmos inflacionarios. Es muy posible que entonces ya se les haya ido de las manos y nos encontremos ante un panorama espantoso de precios altos, divisas destruidas, desempleo y nulo crecimiento. Podrí­a ser el último gran experimento y el verdaderamente necesario para acometer las reformas imprescindibles para que el sistema capitalista, y la libertad económica que lo acompaña, perviva."

Esto es lo que hay, y para íésto hemos de prepararnos.

Hasta dentro de quince dias.

Vale.

Oberon.



lupostrike

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Re: NUEVO ARTICULO EN PORTADA
« Respuesta #1 en: Octubre 15, 2010, 11:36:08 pm »
Si es por articulos, a mi este me parece mas creible.

Entre otras cosas porque no permite que ningun tufillo politico se entrometa en su opinion personal sobre la coyuntura economica.


Las intermitencias de lo inestable, de Juan Ignacio Crespo en El Paí­s


Un nuevo brote de aversión al riesgo se apoderó ayer de los mercados. La inquietud se habí­a dejado sentir ya hace unos dí­as con la subida de los precios de las materias primas agrí­colas y la decisión del Gobierno ruso de suspender las exportaciones de trigo; y es que cualquier “choque” de oferta de una materia prima, como el del trigo en este caso, trae a la memoria situaciones difí­ciles para la economí­a y para las Bolsas.

De repente, todo parecí­a volver a la situación de hace un par de meses: el dólar recuperando fortaleza frente al conjunto de las principales monedas y en particular frente al euro (contra el que pasaba a cotizar de muy pocas jornadas de 1,33 a 1,29 dólares por euro) y, junto con la deuda pública norteamericana y alemana, era de nuevo el refugio frente a la incertidumbre acentuada por las últimas informaciones procedentes de China o de la Reserva Federal (Fed) de EE UU (ambas acentuando el pesimismo sobre sus respectivas economí­as). Y es que si los últimos datos de situación de la economí­a china apuntan a una desaceleración del crecimiento (importaciones a la baja o menor producción manufacturera) las opiniones emitidas anteayer por la Fed eran decepcionantes en dos sentidos diferentes. Por una parte, mostraban un pesimismo renovado sobre el inmediato futuro de la economí­a norteamericana y, por otra, contrariaban la expectativa de que la Fed ampliase el alcance de su polí­tica monetaria cuantitativa y procediese a comprar más deuda pública, poniendo de esa forma más dinero en circulación (aunque en cierto sentido eso es lo que decidió hacer el banco central de Estados Unidos, solo que con el dinero procedente del vencimiento de los tí­tulos hipotecarios que compró en los últimos dos años y que ya están en el activo de su balance, con lo que el efecto será neutral).

Sin embargo, la reacción negativa de los mercados, que se ha hecho extensiva tambiíén al precio de las materias primas (petróleo y cobre han caí­do fuertemente en precio) parece un poco sobreactuada y fruto, en parte, de la facilidad con la que se pueden mover los precios en los periodos vacacionales como el actual (cuando el volumen negociado suele reducirse drásticamente) aunque tambiíén atribuible a la falta de perspectiva que suele tenerse sobre lo que significa un proceso de recuperación tras una recesión del calibre de la que acaba de atravesar la economí­a norteamericana y mundial. Y en esto, tampoco parece que las autoridades de la Fed hayan estado especialmente finas con sus comentarios esta vez.

Los procesos de recuperación económica (igual que los de entrada en recesión) son esencialmente irregulares, con avances y retrocesos permanentes, en forma tal que suelen poner en duda las convicciones más firmes y los análisis mejor asentados. O, por decirlo de manera concreta: la economí­a de EE UU está pasando por una fase de modulación a la baja del crecimiento, que en su caso resulta bastante tí­pica tras 12 meses de expansión. Por ejemplo, en las recuperaciones económicas que siguieron a las dos recesiones estadounidenses que precedieron a esta última (la de 1990-1991 y la de 2001) la situación fue incluso peor pues hubieron de pasar casi dos años para que en ambos casos se tuviera la seguridad de que habí­a un proceso expansivo en marcha.

El ciclo expansivo actual tiene, en cambio, un gran parecido con el que se inició en 1975. Entonces, como ahora, tras 12 meses de crecimiento (que, todo hay que decirlo, fue bastante más vigoroso que el actual) la economí­a norteamericana dio claras muestras de agotamiento y apenas creció durante dos trimestres seguidos. Eso, naturalmente, alteró a analistas, gestores y Bolsas, sin que, sin embargo, se produjera el temido double dip o doble recesión de la primera economí­a mundial.

Es más, del actual proceso de salida de la recesión norteamericana ni siquiera puede decirse, como han dicho algunos, que sea una recuperación sin empleo (tíérmino acuñado para las dos anteriores recuperaciones de 1991 y 2002) ya que, por ahora, la tasa máxima de desempleo se alcanzó en el otoño pasado, apenas cuatro meses despuíés de que la economí­a empezara a crecer, y no como en las dos ocasiones anteriores en que la tasa de desempleo máxima se dio cuando ya habí­an discurrido casi dos años de crecimiento acumulado.

Y es que la probabilidad de que la economí­a norteamericana entre en recesión antes de que transcurran uno o dos años es muy baja. De momento, no se da ninguna de las condiciones que han precedido desde 1950 a todas las recesiones en EE UU: ni la Reserva Federal ha iniciado la subida de los tipos de interíés; ni la curva de tipos de interíés está invertida (es decir, los tipos de largo plazo no son más bajos que los de corto plazo); ni el precio del petróleo ha subido sustancialmente (se ha mantenido durante más de un año oscilando en una banda de 20 dólares de amplitud); ni se ha producido una caí­da de los beneficios unitarios que, tambiíén, precede siempre a las recesiones. Por otra parte, las dobles recesiones son muy infrecuentes, apenas tres en 160 años.

En fases como la actual, de inseguridad sobre el crecimiento, las apuestas sobre quíé harán los mercados están sujetas a la misma dinámica alternante de optimismo-pesimismo que las previsiones económicas. Por eso no es raro que desde que comenzara el año los í­ndices de Bolsa se hayan movido entre convulsiones: hace dos meses el Ibex 35 estaba 2.000 puntos por debajo de donde estaba el viernes pasado, y ayer cerró casi 2.000 puntos por debajo de donde estaba a principios de año.

Lo más probable es que sigan así­, oscilando, hasta que desaparezca la aprensión sobre una nueva recesión económica en EE UU. Cuando llegue, como parece probable, ese momento, se producirá seguramente una fuerte subida de los í­ndices, fruto del sentimiento de alivio, antes de caer de nuevo al comprobarse que, si bien la situación no era tan mala como les parecí­a ayer mismo a los operadores de Bolsa, tampoco es tan buena como para concluir que los problemas están resueltos.

El dólar, que seguirá haciendo de refugio en situaciones como la vivida ayer, tendrá por lo tanto algún recorrido adicional contra el euro, aunque terminará por debilitarse frente a todas las divisas. Las materias primas, siguiendo el mismo son, emitirán señales alternativas y contradictorias, con la escasez de cereales contribuyendo a incrementar fuertemente la confusión.

Juan Ignacio Crespo es director en Thomson Reuters.

Written by Reggio's
Agosto 12th, 2010 at 8:19 am
Posted in Economí­a
 with Juan Ignacio Crespo

lupostrike

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Re: NUEVO ARTICULO EN PORTADA
« Respuesta #2 en: Octubre 15, 2010, 11:39:24 pm »
Este me gusta mas aun.


ANíLISIS: Economí­a global
El origen de las crisis y su perpetuación
JUAN IGNACIO CRESPO 05/09/2010
       
 
Desde comienzos del siglo XVII, y coincidiendo con la Guerra de los Treinta Años, el mundo fue consciente de que habí­a entrado en una grave crisis económica. Los excesos de los años anteriores, facilitados por la enorme liquidez en oro proveniente del Nuevo Mundo, empezaron a pasar factura por la ví­a de una caí­da de los salarios reales y la sensación de que todo estaba por derrumbarse. Esa sensación no dejaba de amplificarla la guerra entre el norte protestante y el sur católico que en el continente europeo libraban la batalla por la hegemoní­a polí­tica, económica y religiosa.

No hay recesión si no hay una caí­da previa de los beneficios empresariales

La descripción que hací­a el historiador Fernand Braudel de esa etapa suena extrañamente familiar y podrí­a aplicarse casi punto por punto a los últimos años de la economí­a española y tambiíén de la mundial (la comparación podrí­a extremarse, simbólicamente, y aplicarse a la lucha entre sistemas financieros). Tambiíén hay una convergencia del lenguaje empleado a la hora de transmitir el dramatismo de la crisis: "Hay un peligro real de que se derrumbe nuestra fábrica social", se lamenta el portavoz de las empresas que contratan con los Ayuntamientos de California entre los que alguno (Maywood, en el sur del Estado) ha tenido que reducir sus gastos tan drásticamente que ha despedido a todos sus funcionarios, policí­as y bomberos incluidos. En fin, que tanto las crisis como las palabras utilizadas para describirlas tienen un parecido extremo, lo que no deberí­a sorprender cuando se aprecia lo similar que tambiíén resultan en su origen. Y, sin embargo, el velo que lo recubre resulta ser tan tupido que lo que hay detrás de íél parece inescrutable.

- Empresas menos rentables

Lo habitual es pensar que las empresas pierden rentabilidad cuando ha empezado una recesión económica. Sin embargo, esa píérdida de rentabilidad resulta haber comenzado de manera previa a la crisis. Podrí­a decirse, estilizando al máximo la argumentación, que es la caí­da en la rentabilidad de las empresas lo que provoca las crisis económicas, así­ como tambiíén es la posterior recuperación de esa rentabilidad lo que permite que las crisis se terminen.

Todo eso antes de que las empresas que han conseguido sobrevivir a la crisis empiecen a recuperar su rentabilidad, las expectativas generales mejoren y se reinicie el cí­rculo virtuoso de la recuperación del consumo, la producción y el empleo.

Frente a una explicación tan abstracta y concentrada, suelen circular las explicaciones variopintas y concretas, asignando la causa de las crisis unas veces a la subida de los precios del petróleo (1973-1974); o a esa subida de precios junto con el incremento en los tipos de interíés (1980-1982); por no decir a la especulación financiera e inmobiliaria (Japón en 1990) o ambas a la vez junto con la crediticia (que llevó a la situación actual). Incluso los accidentes geopolí­ticos a veces contribuyen a incrementar las dudas sobre las causas de las recesiones: un ejemplo de ellos fue la invasión de Kuwait por las tropas de Irak en agosto del año 1990, el atentado contra las Torres Gemelas o la propia Guerra del Yom Kipur.

Sin embargo, aunque todos esos elementos tienen importancia en el desarrollo y agudización de las recesiones, el origen de estas hay que buscarlo siempre en otra causa remota: la caí­da de la rentabilidad media de las empresas que, a veces, puede haberse iniciado incluso tres años antes de que los efectos más severos de la crisis empiecen a hacerse sentir.

Tal es el caso de la economí­a estadounidense cuando se observa la evolución de los beneficios unitarios del conjunto de las empresas no financieras, cuyo producto equivale aproximadamente a la mitad del PIB de Estados Unidos (no se incluyen aquí­ ni los bancos, ni otro tipo de empresas financieras, ni las compañí­as de seguros, ni el sector público).

Pues bien -ver gráfico- desde mediados de los años cincuenta no ha habido recesión de la economí­a estadounidense que no haya ido precedida de una caí­da previa del beneficio unitario de las empresas no financieras. Lo que convierte la caí­da de este indicador en condición necesaria para que se produzca una recesión (no es, en cambio, condición suficiente el que caiga para que una recesión se produzca, ya que, a veces, emite falsas alarmas que no terminan en recesión).

En una palabra: no hay recesión si no hay caí­da previa de beneficios empresariales. Pero ¿quíé es lo que provoca la caí­da de los beneficios? Aunque podrí­an correr rí­os de tinta para contestar esta pregunta, la respuesta más plausible es esta: en primer lugar la competencia empresarial que a lo largo del ciclo expansivo de la economí­a va agudizándose; esa competencia se intensifica cuando aparecen nuevos actores en la escena internacional, tal es el caso de Alemania y Japón en los años sesenta o de China más recientemente. A veces coincide tambiíén con la subida del precio de las materias primas (así­ ocurrió en los años setenta: las materias primas empezaron a subir de precio en 1972, casi dos años antes de que lo hiciera con fuerza el precio del petróleo) y con el incremento de los costes salariales.

La fase aguda de la crisis se produce por causa de la huida hacia delante que inician las empresas al comprobar que cae su beneficio unitario (intentando compensar con cantidades mayores producidas la caí­da de la rentabilidad unitaria). Lo que con frecuencia lleva al exceso de capacidad instalada que termina por no utilizarse o a la sobreproducción sin más. Para acometer las inversiones que terminarán siendo un exceso se recurre a incrementar el apalancamiento o endeudamiento, acentuándose así­ las dificultades financieras de las empresas al estallar la crisis y transmitiendo el problema a sus acreedores bancarios.

La crisis actual se vio anunciada por la caí­da del beneficio unitario de las empresas estadounidenses en el verano de 2006. Es decir, 15 meses antes de que la recesión comenzara y dos años antes de la caí­da de Lehman Brothers.

- La obsesión por la W

El hecho de que la crisis económica y financiera haya sido de proporciones enormes ha dado pie a dos oleadas distintas de malos augurios. En la primera, acadíémicos de gran prestigio se empeñaron en ver una gran depresión de la que se tardarí­a en salir. Cuando la recesión en Estados Unidos se reveló como grave a la par que estándar, con una duración de 18 meses, y tras el desconcierto inicial, los malos augurios se transformaron en profetizar la W (caí­da de nuevo en la recesión o double dip). Sin embargo, la economí­a de EE UU lleva ya 12 meses de crecimiento sin que haya signos de que otra recesión estíé a menos de uno o dos años vista. Y es que, por una parte, las recesiones emparejadas son extremadamente infrecuentes y, por otra, no se dan por ahora ninguna de las condiciones necesarias que suelen provocar una recesión: subida de tipos de interíés; inversión de la curva de tipos (que los de corto sean más elevados que los de largo plazo); incremento del precio de las materias primas y nueva caí­da de la rentabilidad empresarial. Cuando los detalles de la contabilidad nacional en Estados Unidos para el segundo trimestre se den a conocer, será el momento de juzgar cómo de sólida está siendo allí­ esta recuperación. Para entonces ya estará descartada probablemente la W, aunque el exceso de capacidad instalada todaví­a sin utilizar y la necesidad de que los bancos se recapitalicen hará que quizá no estíé tan lejana la siguiente recaí­da. Eso sí­, fuera ya de la definición razonable que pueda hacerse de la W.

Juan Ignacio Crespo es director europeo de Thomson Reuters.

lupostrike

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Re: NUEVO ARTICULO EN PORTADA
« Respuesta #3 en: Octubre 15, 2010, 11:43:19 pm »
... Si incorporamos tufillo politico podria salir esto:



La desesperante polí­tica económica

PAUL KRUGMAN 24/03/2009

 
A lo largo del fin de semana, The New York Times y otros periódicos publicaban detalles filtrados sobre el plan para rescatar a los bancos del Gobierno de Obama. Tim Geithner, secretario del Tesoro, ha convencido al presidente Obama para que recicle la polí­tica del Gobierno de Bush, y más concretamente, la propuesta "Dinero a cambio de basura" que presentó hace seis meses el entonces secretario del Tesoro Henry Paulson y que despuíés se abandonó.

El verdadero problema de este plan es que no va a funcionar

Esto es más que decepcionante. De hecho, me llena de desesperación. Despuíés de todo, acabamos de pasar por una tormenta de fuego con las primas de AIG, durante la cual los miembros del Gobierno afirmaban que no sabí­an nada, que no podí­an hacer nada, y que de todos modos era culpa de otros. Por otra parte, la Administración no ha resuelto las dudas de los ciudadanos acerca de quíé hacen los bancos con el dinero público. Y ahora, por lo visto, Obama se ha decidido por un plan financiero que, en esencia, da por sentado que los bancos están básicamente saneados y que los banqueros saben lo que hacen.

Es como si el presidente estuviera decidido a confirmar la impresión cada vez más extendida de que íél y su equipo económico han perdido el contacto con la realidad, y de que su visión económica está nublada por unos lazos excesivamente estrechos con Wall Street. Y es posible que para cuando Obama comprenda que necesita cambiar de rumbo, ya haya perdido su capital polí­tico.

Centríémonos por un momento en el análisis económico de la situación. Ahora mismo, nuestra economí­a se ve lastrada por un sistema financiero disfuncional, paralizado por las enormes píérdidas provocadas por los activos hipotecarios y otros activos.

Como bien pueden explicar los historiadores económicos, íésta es una vieja historia, no muy distinta de docenas de crisis similares a lo largo de los siglos. Y hay un procedimiento probado para lidiar con las repercusiones de la quiebra financiera generalizada, que es el siguiente: el Gobierno se asegura la confianza en el sistema garantizando muchas deudas bancarias (aunque no necesariamente todas). Al tiempo, asume el control provisional de los bancos verdaderamente insolventes, para limpiar sus balances. Es lo que Suecia hizo a principios de la díécada de 1990. Es tambiíén lo que hizo EE UU tras la catástrofe de las cajas de ahorro en los años de Reagan. Y no hay razón para que ahora no podamos hacer lo mismo.

Pero al parecer, el Gobierno de Obama, al igual que el de Bush, quiere una salida más fácil. El elemento común entre el plan de Paulson y el de Geithner es la insistencia en que los activos incobrables de los libros contables valen en realidad mucho, mucho más de lo que cualquiera está dispuesto a pagar por ellos en la actualidad. De hecho, su verdadero valor es tan alto que si se les adjudicara el precio que les corresponde, los bancos no tendrí­an problemas.

Y por ello el plan es usar fondos públicos para impulsar al alza el precio de los activos incobrables hasta que alcancen niveles "justos". Paulson proponí­a que el Gobierno comprase directamente los activos. Geithner, por el contrario, plantea un complejo plan según el cual el Gobierno presta dinero a inversores privados, que lo usan para comprar esos activos. La idea, explica el principal asesor económico de Obama, es usar "la experiencia del mercado" para establecer el valor de los activos tóxicos.

Pero el plan de Geithner propone una apuesta cuyo resultado ya se sabe de antemano: si el valor de los activos sube, los inversores se benefician, pero si baja, los inversores pueden escaquearse de su deuda. Por lo tanto, en realidad no se trata de permitir que los mercados funcionen. Es sólo una forma indirecta y encubierta de subvencionar la compra de activos incobrables.

Dejando a un lado el probable coste para los contribuyentes, hay algo extraño en todo esto. Según mis cuentas, íésta es la tercera vez que el Gobierno de Obama presenta un plan que es esencialmente un refrito del plan de Paulson, y cada vez ha añadido un nuevo conjunto de extras y afirmado que está haciendo algo completamente distinto. Empieza a parecer obsesivo.

Pero el verdadero problema de este plan es que no va a funcionar. Sí­, es posible que los activos problemáticos estíén algo infravalorados. Pero el hecho es que los ejecutivos financieros apostaron literalmente sus bancos basándose en la creencia de que no habí­a una burbuja de la vivienda, y en la creencia relacionada de que los insólitos niveles de endeudamiento de las familias no eran un problema. Perdieron esa apuesta. Y ningún abracadabra financiero -porque en el fondo eso es lo que es el plan de Geithner- va a cambiar ese hecho.

A lo mejor se preguntan por quíé no probar el plan y ver quíé pasa. Una respuesta es que el tiempo se está agotando: cada mes que no atacamos la crisis, desaparecen otros 600.000 puestos de trabajo.

Sin embargo, lo más importante es la forma en que Obama está malgastando su credibilidad. Si este plan fracasa -como sucederá casi con toda seguridad- es improbable que consiga persuadir al Congreso de que apruebe más fondos para hacer lo que deberí­a haber hecho desde el principio.

No todo está perdido: los ciudadanos quieren que Obama tenga íéxito, lo cual significa que todaví­a puede rescatar su plan para rescatar a los bancos. Pero se nos acaba el tiempo.


Paul Krugman es profesor de Economí­a en Princeton y premio Nobel de Economí­a de 2008. Âé 2009 New York Times News Service. Traducción de News Clips.