Por... Beatriz de Majo C.
"Demasiado simplista y demasiado controlista" fue la fría respuesta que obtuvieron las autoridades financieras y económicas de Estados Unidos por parte de los representantes de China cuando estos se opusieron en Seúl a la propuesta americana del establecimiento de un límite reconvenido para regular los desbalances comerciales que se han vuelto la regla en las relaciones entre los grandes del mundo.
Muchas sonrisitas provocó la cínica pero cortíés reacción del negociador chino Cui Tiankai, en la ronda cimera del G20, la semana pasada.
Ante la solución adelantada por la delegación americana de acordar entre los grandes países limitar sus superávits en cuenta corriente a un techo de 4% del PIB, el portavoz de la economía con más controles en materia de comercio exterior en todo el globo planetario aseveró, con evidente desparpajo, que tal propuesta hacía retroceder a la comunidad internacional a los "viejos días de las economías planificadas". ¡No faltaba más!
No se le había olvidado al representante de Pekín que la grosera manipulación gubernamental cambiaria del yuan mantiene hoy de rodillas a Estados Unidos y al mundo occidental en su conjunto. Ni tampoco se le escapaba el descontento global por la indisposición del partido comunista chino a considerar los llamados a la racionalidad monetaria que vienen ocurriendo de parte de sus aliados comerciales del resto del mundo en los últimos meses.
Lo que ocurre es que los chinos tienen, por su lado, su buena dosis de reclamos que hacer a las autoridades financieras americanas y la ocasión se la pintaron calva.
Todo lo que hizo la delegación china fue sumarse a la ola de descontento provocada por Estados Unidos en la antesala de la reunión del G20 cuando la Reserva Federal anunció la inyección de 600.000 millones de dólares a los mercados financieros. La comunidad internacional en su conjunto ha percibido esta medida americana, este "facilitamiento cualitativo", como lo califica la FED, como un instrumento que empeoraría sensiblemente los desbalances preexistentes, debidos en buena parte a la sobrevaluación del yuan.
Y así fue como la diplomacia china decidió sumarse a Alemania, Sudáfrica y Brasil, quienes lideraban la oposición en la reunión del G20 y mandó a paseo la única posible salida honrosa encontrada por los americanos, la de una limitación voluntaria de los desbalances comerciales. Con este desencuentro entre los dos grandes del comercio mundial, se volvieron a esfumar las posibilidades de llegar a un convencimiento entre los poderosos del planeta para poner orden en los mercados mundiales que tenderán a volverse más y más proteccionistas. En el fondo, las posiciones de los dos titanes no deberían ser irreductibles.
Los chinos siguen sosteniendo que es por la vía de las exportaciones crecientes que van a darle crecimiento y estabilidad a su economía y ello justifica su posición en torno al valor del yuan, mientras en Estados Unidos inventan medidas heroicas para alentar el consumo interno en una economía que no logra crear empleos. El drama es que el mundo sigue a la espera de un plan global para encarar las secuelas que la crisis de 2008 aún provoca en su estabilidad y crecimiento, y el destino planetario parece estar perdido en un punto ignoto entre Beijing y Washington.
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