No voy a descubrir America si les digo que la Unión Europea se encuentra en una gran encrucijada. Por supuesto, no es la primera vez que esto pasa y creo que puedo afirmar que no será la última, pero esta vez la situación es un tanto compleja, verán. La gran mayoría, por no decir todas las situaciones críticas anteriores, se han caracterizado por ser problemas internos de los países miembros y en consecuencia las soluciones estaban en manos de los mismos países, digamos que eran desencuentros tácticos envueltos en intereses enfrentados. Les refresco la memoria, discusiones sobre política agrícola, los debates sobre repartos presupuestarios o los puntos de vista tan distintos que había en cuanto a las condiciones del Pacto de Estabilidad.
Esta vez es muy diferente, ahora las restricciones que se proponen, proceden del exterior, proceden de la exigencia de otros países, que ahora mismo se encuentran en mejor situación, proceden de los mercados financieros que lamentable o afortunadamente, no conocen fronteras ni respetan a nadie. Los capitales, hoy en día, circulan con casi total libertad por toda la Unión Europea mientras que la fiscalidad y las regulaciones son nacionales y en consecuencia responden a criterios y necesidades nacionales. En el momento en el que se estableció la unión monetaria que introdujo el euro, los esfuerzos se centraron en la asunción de una política monetaria única, esta situación requirió un Banco Central y unos tipos de interíés únicos. Esto se hizo bien, todo hay que decirlo.
Pero esto que podía haber sido el inicio de una transformación en toda regla se quedo como casi siempre en “agua de borrajas†la armonización, se quedó a medio camino ya que la reforma diseñada no dotó de contenido la política fiscal, tan necesaria para la transformación. Si, debemos reconocer que se incorporaron objetivos de díéficit, pero la realidad nos ha demostrado que nadie cumplió estos objetivos y que el incumplimiento no ha tenido ningún tipo de sanción. Esta es una de las razones fundamentales para entender el porquíé de los estragos que estamos viendo en los mercados, mercados muy temerosos que optan por soluciones alternativas, novedosas y cómo no muchísimo más seguras.
En esta situación la UE debe elegir. O se logra el consenso suficiente para regular e intervenir en las cuentas nacionales o se corre el riesgo evidente e inminente de explosión y caos. De momento no creo que se detecta ni el ánimo necesario ni la autoridad suficiente para imponer a los estados miembros la conducta fiscal adecuada que defina las prioridades del gasto y las vías de ingreso. Creo que no se trata de eso. Pero coincidirán conmigo en que. El díéficit o el superávit conseguido por una nación tiene relevancia general y que debería ser acotada a escala común, dotándola de poder decisorio en un principio y sancionador a continuación, para poder regular el proceso.
El inicio del problema se ha dado en países ( Grecia, Irlanda )que tienen volúmenes aceptables y asumibles. Pero si a continuación el problema pervive en Portugal, se traslada a España, Italia o Bíélgica la situación va a ser inmanejable.
El caldo de cultivo para que la política fiscal común sea aceptada y asumida por los europeos, requiere de impulso estratíégico y cómo no, decisión política. Yo desde luego no me atrevería a decir que estas cosas existan hoy en día en Europa, pero en vista de lo que nos espera, confió en que los egoísmos nacionales que nos han llevado a esta situación sean el motor de cambio que necesita nuestro viejo continente y nuestra antigua economía para poder salir airosos, que no tocados, de la situación que nos ha tocado vivir.
Tendríamos que preguntarnos muy seriamente sobre quíé es lo que falla en nuestro sistema socio-político para que cueste tanto producir medidas de envergadura cuando los problemas son tan acuciantes y sobre quiíénes son los culpables de esta tardanza. De momento mi postura personal es creo, bastante realista y muy pesimista.
Buen fin de semana :023: