Por Beatriz De Majo C.
Las empresas públicas en China no son distintas a las de otros lugares del planeta. En ellas igualmente la ineficiencia es la regla, la burocracia entorpece los procesos y la corrupción aliena a su gerencia. Sus trabajadores tampoco se sienten satisfechos en comparación con las condiciones de trabajo que pueden encontrar en las compañías de carácter privado.
Al igual que otros regímenes totalitarios, a China le cuesta soltar las amarras que lo atan al centralismo y al control absoluto aunque el mundo entero cree que su apertura a una forma moderna de capitalismo está allí para quedarse. Esa hubiera podido ser la tendencia general si el país asiático no hubiera tenido que enfrentarse, al igual que el resto del planeta, con la ciclópea crisis financiera que trastocó su ritmo de expansión y la obligó a destinar inmensos recursos económicos y de inteligencia estratíégicas para minimizar el daño, retomar la senda de crecimiento y manejar el malestar social que de allí se derivó.
Pero es que en los estamentos gubernamentales y en el seno del Partido Comunista ha tomado cuerpo la creencia de que en la medida en que más se centraliza la producción y los servicios en manos del gobierno, se controlan mejor las debacles que se originan en las economías abiertas y en el mundo capitalista. Esta percepción arraigada de que sin la mano ordenadora del Estado metida en la economía domíéstica hasta el codo, no es posible organizar un futuro promisorio para la sociedad, es posiblemente lo que va a impedir que China se vuelva la primera economía mundial.
Estos son los argumentos que esgrime Bloomberg en la actualidad para sostener la tesis de que el principal obstáculo que tiene enfrente China para convertirse en un futuro cercano en la primera potencia mundial, es la propia China. Se refiere Bloomberg a la persistente inclinación de mantener una incisiva presencia desde Beijing en todos los aspectos de la dinámica nacional, asfixiando la iniciativa y negándole espacio a la innovación creadora.
Lo que el Partido Comunista debería evaluar sin sesgos doctrinarios, es cuál ha sido la causa eficiente de la fenomenal expansión de la economía en los últimos 30 años a raíz de una apertura ideológica hacia la economía de mercado. No es necesario hurgar demasiado en la historia económica reciente para encontrar que es gracias al arrojo empresarial de las últimas díécadas en suelo chino que la gran nación asiática consiguió propulsar niveles de crecimiento que promedian 10% interanual. Paradójicamente e infortunadamente en el momento actual estamos asistiendo a una revisión del modelo que lleva a una penetración cada vez más pronunciada del Estado chino en actividades que, por diseño, deberían estar reservadas al capital privado.
De igual manera, la manipulación de la convertibilidad de la moneda, la fijación de las tasas de interíés, la imposición compulsiva de niveles de reservas a la banca, la fijación de precios a los productos agrícolas son todas muestras de un retroceso controlista que realmente puede terminar costándole a China la añorada primacía mundial.
Suerte en su vida y en sus inversiones…