No hay tíérmino medio: diez años entre la euforia y el pánico bursátil
Por Pedro Calvo
Myron Scholes y Robert Merton se las prometían muy felices en los primeros meses de 1998. Un año antes habían obtenido, junto con Fisher Black, el Premio Nobel de Economía por sus estudios para evaluar el precio de las opciones financieras. En última instancia, sus investigaciones se acercaban a algo así como la piedra filosofal de las finanzas. Es decir, eliminar por completo el riesgo en una inversión.
Convencidos de sus logros, Scholes y Merton no sólo habían reducido su trabajo a las probetas universitarias, sino que a mediados de los 90 se involucraron en un proyecto real. Debían diseñar el producto perfecto.
í‰ste consistió en un fondo de inversión libre -hedge fund- llamado Long Term Capital Management (LTCM). Constituido en 1994, en sus primeros años de andadura consiguió unos rendimientos anuales próximos al 40%.
La maquinaria inversora confeccionada por ambos acadíémicos funcionaba sin fisuras... hasta que el sistema financiero ruso se colapsó en agosto de 1998. Este episodio, heredero de la crisis asiática abierta el verano anterior, provocó que el LTCM perdiera casi todo su capital en un puñado de semanas. Cinco mil millones de dólares se evaporaron, y sólo el rescate bancario coordinado por la Reserva Federal (Fed) evitó la propagación de sus píérdidas por el sistema financiero norteamericano.
¿Y la gestión del riesgo?
El ejemplo de Scholes, Merton y el LTCM ilustra a la perfección la realidad en la que se han desenvuelto los inversores en la última díécada. Ni siquiera ellos, pese a sus vastos conocimientos, se han escapado de las garras de los profundos vaivenes vividos en este periodo. Desde 1998, el tíérmino medio ha desaparecido de los parquíés. Cuando las cotizaciones han subido, lo han hecho a ritmos de dos dígitos; y cuando han caído, tambiíén. La euforia y el pánico se han sucedido freníéticamente, alimentando tanto algunas de las burbujas financieras más importantes de la historia, como varios de los pinchazos más sonados de todos los tiempos.
Con todo, lo más llamativo es que estos hechos han ocurrido en una íépoca en la que daba la sensación de que todo iba a ser más estable y eficiente en los mercados bursátiles. Este mantra se apoyaba en dos baluartes: primero, la sofisticación de los instrumentos y los mercados financieros gracias a las nuevas tecnologías; y segundo, los adelantos científicos en la gestión del riesgo, materia que en las últimas díécadas ha permitido la obtención del Premio Nobel no sólo a Scholes, Merton y Black, sino tambiíén a otros como Harry Makowitz, Merton Miller y William Sharpe (1990) o Robert Engle y Clive Granger (2003).
"Los avances recientes de la teoría financiera, la tecnología de la información y la ciencia de la psicología nos permiten diseñar inventos nuevos para gestionar los riesgos tecnológicos y económicos inherentes al capitalismo: inventos que los pensadores del pasado no podrían haber imaginado", apuntaba en 2003 el economista Robert Shiller en su obra El nuevo orden financiero internacional.
Sin embargo, el optimismo de Shiller no se ha visto refrendado con los hechos. Por el momento, los logros de dichos adelantos se aprecian en que aceleran la secuencia que conduce de la euforia al pánico y viceversa. Así ocurrió antes de 2003 y así ha seguido pasando despuíés, dando la razón a lo que ya indicó en su momento el economista John Kenneth Galbraith: "Una cosa sí es cierta: habrá otro de esos episodios [de euforia] y más despuíés".
Vaivenes constantes
De hecho, la triunfal marcha inicial del LTCM coincidió con el optimismo generado por la irrupción de Internet. Fueron tiempos tan alegres que el expresidente de la Fed, Alan Greenspan, advirtió sobre "la exuberancia irracional" que podrían estar viviendo las bolsas. Su objetivo era abortar la fiesta bursátil. Pero íésta siguió abierta. Hasta que Rusia y el LTCM se encargaron de apagar la música.
En apenas dos meses, los principales índices mundiales sufrieron desplomes comprendidos entre el 20 y el 50%. En el caso del Ibex 35, el índice más importante de España, cayó un 35%.
Fueron ocho semanas de pánico. Pero la exuberancia regresó. El Ibex y sus colegas internacionales reanudaron en octubre de 1998 una marcha alcista que se prolongó hasta marzo de 2000. En España, el mejor exponente de la fiebre tecnológica de finales de los 90 fue Terra. En poco más de tres meses en el parquíé, el precio de las acciones se multiplicó por 12, hasta rozar los 160 euros. Al cuarto mes comenzó su calvario, que no fue sino el testimonio más claro de la sacudida bajista que padecieron los parquíés desde la primavera de 2000.
El pánico había vuelto
La tierra prometida abonada por Internet y la denominada Nueva Economía se había hinchado demasiado. Y la burbuja puntocom estalló. El Ibex, que soñó con alcanzar los 13.000 puntos en marzo de 2000, se hundió hasta los 5.350 puntos dos años y medio despuíés. ¿Y Terra? Sus acciones cayeron por debajo de los 2 euros en 2002 y ahí siguieron hasta que dejaron de cotizar en 2005.
La desmoralización de los inversores se prolongó hasta marzo de 2003. Fue entonces cuando las cotizaciones comenzaron a recuperar el pulso. Al principio, lentamente. Luego, a un ritmo mucho mayor. Esta vez el combustible comprador no lo propiciaba Internet ni cualquier otro instrumento novedoso. La gasolina procedía de unos tipos de interíés históricamente bajos en las principales economías del mundo.
Estas expansivas políticas monetarias incentivaron el endeudamiento de las familias y las empresas. Las primeras lo aprovecharon sobre todo para adquirir casas; las segundas, para comprar otras empresas. En definitiva, ambas se beneficiaron de que los bancos centrales habían puesto en circulación más dinero que nunca.
De nuevo la euforia
La euforia había regresado otra vez, en esta ocasión a los lomos de la abundante liquidez existente. Y las bolsas recibieron su correspondiente cuota. Los parquíés encadenaron cinco años alcistas consecutivos entre 2003 y 2007. Los máximos históricos fueron continuos, con un Ibex que llegó a aproximarse a los 16.000 puntos.
De nuevo se generó la sensación de que esta vez sí; de que todo estaba bajo control. Los riesgos habían desaparecido del mapa. Con tanto dinero, parecía imposible que la bolsa, la vivienda, las materias primas... detuvieran su escalada. Craso error.
La complacencia no es buena compañera de viaje para los inversores. La fiesta de la liquidez se pagó con cargo a unos excesos que acabaron destapándose el pasado verano y que comenzaron a pasar una dura factura a los parquíés a finales de año. El pánico emergía de nuevo. "El miedo es un motor, de hecho es el que está mandando ahora, y es más potente que la euforia", afirmaba Greenspan a finales del pasado año para describir el cambio de sentimiento sufrido en los mercados financieros.
En las últimas semanas, esos temores se han atemperado de forma casi milagrosa. Tanto, que sólo caben dos opciones: o los expertos habían exagerado al comparar esta crisis con la de 1929; o lo peor aún está por venir. Es decir, o la euforia retorna... o el pánico sólo se ha tomado un respiro.