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Autor Tema: ¿Hay que ser optimista o pesimista?...  (Leído 358 veces)

OCIN

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¿Hay que ser optimista o pesimista?...
« en: Febrero 23, 2011, 12:29:25 pm »
Por...   Alberto Benegas Lynch

Frente a justificadas crí­ticas por mucho de lo que ocurre en nuestro mundo, hay quienes reprochan a los crí­ticos manteniendo que hay que ser optimista y ver el lado bueno de las cosas. Continúan diciendo que el color con que se mira la vida depende de cómo se percibe la realidad, lo cual ilustran con el vapuleado ejemplo del vaso con lí­quido hasta la mitad: unos lo verán medio vací­o y otros medio lleno. Esto último dicen es lo que le da salsa a la vida, lo contrario es puro derrotismo inconducente.

Ahora bien, este tema del optimismo y el pesimismo requiere análisis más cuidadoso. El apresuramiento nunca conduce a buen puerto. Partamos de la premisa que la crí­tica es lo que empuja las cosas a mejorar, mientras que el aplauso a rajatabla conduce al estancamiento. Como la perfección no está al alcance de los mortales, todo es susceptible de criticarse lo cual revela estados de inconformidad y pretensión de alcanzar metas más elevadas.

Un paso más en esta indagación, actividad detectivesca o arqueologí­a interior nos muestra que quien es pesimista respecto al presente es porque piensa que se pueden lograr objetivos mejores, situación que en verdad lo convierte en un optimista respecto del futuro. En cambio, el optimista respecto al presente de hecho estima que no pueden obtenerse marcas mejores, apreciación que lo convierte en un pesimista respecto del futuro. En otros tíérminos el conformista se oculta tras una pantalla de optimismo pero es pesimista por naturaleza, mientras que el crí­tico del presente tiene esperanzas en lograr un horizonte más promisorio.

Y este no es un mero juego de palabras, encierra una profunda visión filosófica de la vida. Junto con muchos otros he insistido que quien se siente completo en su vida tiene una mirada liliputense de si mismo. La verdadera visión optimista (que comparte la raí­z de óptimo) apunta más allá de lo logrado, es crí­tico y autocrí­tico. Ve la vida como una aventura y un desafí­o para mejorar. No se estanca y se “sienta sobre sus (supuestos) laureles”. Esto trasmite entusiasmo y alegrí­a al contrario del optimista a ultranza que en realidad tiene una visión lúgubre de la vida por más que dibuje una perpetua sonrisa en su rostro y se ria como la hiena.

El pesimista del presente pretende más de la vida, tiene expectativas más altas y por eso es un optimista del futuro. En cambio, el optimista de cuanto ocurre en el presente al renunciar al espí­ritu crí­tico está renunciando a la condición humana. Solo es posible progresar si se está disconforme con el presente. En otra oportunidad, en este contexto, lo he citado a Miguel de Unamuno quien escribe que permanentemente lo llaman “pesimista, cosa que, por otra parte, no me tiene en gran cuidado. Síé todo lo que en el mundo del espí­ritu se ha hecho por eso que los simples y los sencillos llaman pesimismo”. Es por eso que Antonio Machado ha sentenciado que “de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa”.

Los que no son capaces de ver un futuro mejor y se acomodan a lo que ocurre con optimismo se quedaron sin proyectos, están anquilosados y padecen un espí­ritu de ancianos, aquíél estado que Andríé Maurois definí­a como “la sensación de que es demasiado tarde”.

Este es el sentido por el que Octavio Paz insistí­a que “Si los intelectuales latinoamericanos desean realmente contribuir a la transformación polí­tica y social de nuestros pueblos, deberí­an ejercer la crí­tica”. Este es el sentido por el que los autores de todas las grandes obras imprimen un sello crí­tico al statu quo, es porque llevan en el alma la ambición irrefrenable del mejoramiento y con sus contribuciones corren el eje del debate hacia posiciones más elevadas, como lo destacan con especial vehemencia Longfellow, Andre Gide, Jonathan Swift, Erik von Kuehnelt-Leddihin, Albert Camus y tantos otros escritores de gran calado. Esto ocurre en todas las manifestaciones del arte; acabo de ver la formidable producción cinematográfica El niño con el traje a rayas, relato que me conmovió profundamente. Ese pequeño —hijo de uno de los criminales nazis del ejíército de Hitler— ofrece un magní­fico ejemplo de cordura al acercarse a otro compinche de su edad encerrado en uno de los campos de concentración y luego clandestinamente al trasponer los feroces alambrados para encontrarse con su amiguito con el que muere en una de las tantas cámaras de gas (resulta impresionante la toma de  un primer plano de las  manos entrelazadas de los dos chiquitos en camino a la muerte). En aquellos momentos trágicos para la humanidad, el revivir escenas escabrosas como las mencionadas, con todo el dolor y el espanto del caso, nos trasmiten una visión optimista en el sentido de que condenas sin reservas de esas montruosidades vividas constituyen un signo alentador y hacen que las ví­ctimas no hayan sido exterminadas inútilmente, precisamente debido a la profunda crí­tica que la pelí­cula genera en toda mente con un mí­nimo de razonabilidad. Y el ríégimen nazi terminó merced al pesimismo que mostraron opositores respecto al presente de aquellos momentos.

Es que no vamos a ninguna parte con los tilingos que todo les parece bien y son siempre optimistas de lo que ocurre, y si vamos a alguna parte es al cadalso. Son los que dicen que “no hay que juzgar” sin percibir que eso es tambiíén un juicio como lo es todo lo que hacemos o decimos cotidianamente. Los que ejercen el espí­ritu crí­tico y luchan diariamente por mayores dosis de libertad y respeto recí­proco en última instancia son, por naturaleza, optimistas respecto a las potencialidades del hombre. En cambio, los optimistas de cuanto tiene lugar, operan con una muy escasa y estrecha expectativa de lo que puede y debe hacer el hombre, cuentan con un plafón que no supera la altura de sus cuerpos, son incapaces de mirar al cielo, deambulan por los zócalos de la vida, si fuera por ellos aún rugirí­amos en las cavernas


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...