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Autor Tema: Dolor sin sentido...  (Leído 309 veces)

OCIN

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Dolor sin sentido...
« en: Marzo 07, 2011, 09:25:12 am »
Por...   J. Bradford DeLong

BERKELEY – Tres veces en mi vida (hasta ahora) lleguíé a la conclusión de que mi entendimiento del mundo era sustancialmente erróneo. La primera vez fue despuíés de la sanción en 1994 del Tratado de Libre Comercio de Amíérica del Norte (TLC), cuando el flujo de finanzas a Míéxico para construir fábricas para exportar al mayor mercado de consumo del mundo se vio arrollado por el flujo de capital dirigido a Estados Unidos en busca de un clima de inversión más amistoso. El resultado fue la crisis del peso mexicano más avanzado ese año (que, como subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, tuve que ayudar a contener).

Mi segunda epifaní­a llegó en el otoño e invierno de 2008, cuando se tornó evidente que los bancos grandes no tení­an control ni sobre su apalancamiento ni sobre sus libros de derivados, y que los bancos centrales del mundo no tení­an ni el poder ni la voluntad de mantener una demanda agregada frente a la enorme crisis financiera.

El tercer momento es ahora. Hoy enfrentamos un díéficit de demanda nominal del 8% en relación a la tendencia previa a la recesión, ningún indicio de controlar la inflación y tasas de desempleo en la región del Atlántico Norte que son al menos tres puntos porcentuales más altas que cualquier estimación creí­ble de la tasa sostenible. Y aún así­, aunque los polí­ticos que no logran salvaguardar el crecimiento económico y un nivel de empleo alto tienden a perder la próxima elección, los lí­deres en Europa y Estados Unidos están clamando para implementar polí­ticas que reducirí­an la producción y el empleo en el corto plazo.

¿Me estoy perdiendo algo?

Yo habí­a pensado que las cuestiones fundamentales en el terreno de la macroeconomí­a se habí­an resuelto en 1829. En aquel entonces, ni siquiera Jean-Baptiste Say creí­a en la Ley de Say de frecuencias de los ciclos comerciales. í‰l sabí­a muy bien que un pánico financiero y una demanda excesiva de activos financieros podí­an producir una demanda deficiente de las materias primas producidas en ese momento y de mano de obra, y que si bien semejante disrupción de corto plazo de la Ley de Say podí­a ser temporaria, de todas maneras era altamente destructiva.

Conociendo esta información, la enfermedad del ciclo comercial deberí­a encararse en una o más de las siguientes tres maneras.

1. No llegar a eso en primer lugar. Evitar todo aquello que cree una escasez o una demanda excesiva de activos financieros –ya sea un drenaje externo bajo el patrón oro o un colapso de la riqueza a largo plazo como sucedió con el colapso de la burbuja puntocom o una huí­da aterrorizada a la seguridad en 2007-2008.

2. Si no se logra evitar el problema, entonces hay que hacer que el gobierno intervenga e invierta en bienes y servicios producidos actualmente para mantener el empleo en sus niveles normales a fin de compensar los recortes de gastos del sector privado.

3. Si no se logra evitar el problema, entonces hay que hacer que el gobierno cree y ofrezca los activos financieros que el sector privado quiere tener para que el sector privado reanude su gasto en bienes y servicios producidos actualmente.

Existen muchas sutilezas en cuanto a cómo un gobierno deberí­a intentar aplicar cada una de estas opciones en materia de polí­ticas. Los intentos por llevar a cabo una de las tres puede excluir o interferir con los intentos por llevar a cabo las demás. Y, si las expectativas inflacionarias se convierten en una parte engranada de una economí­a, tal vez resulte imposible que alguna de las tres curas funcione. Pero íésa no es nuestra situación hoy.

De la misma manera, si la capacidad crediticia percibida del gobierno se ve sacudida, entonces la intervención de algún prestador externo de último recurso podrí­a ser esencial para que funcione la segunda o la tercera cura. Pero íésta tampoco es la situación hoy en las economí­as centrales del Atlántico Norte.

Sin embargo, de alguna manera, estas tres curas hoy están fuera de discusión. No existe ninguna probabilidad de reformas en Wall Street o Canary Wharf destinadas a disminuir la posibilidad y gravedad de algún pánico financiero futuro, y ninguna posibilidad de una intervención gubernamental para restablecer el flujo normal de finanzas riesgosas a travíés del sistema bancario. Tampoco existe ninguna presión polí­tica para expandir o incluso extender las aníémicas medidas de estí­mulo gubernamental que se han llevado adelante.

Mientras tanto, el Banco Central Europeo está buscando activamente maneras de achicar la oferta de activos financieros que le proporciona al sector privado, y la Reserva Federal de Estados Unidos está bajo presión para hacer lo mismo. En ambos casos, se sostiene que nuevas polí­ticas expansionarias de provisión de activos amenazan con avivar la inflación.

Pero no se detecta ninguna probabilidad de inflación cuando se rastrean los í­ndices de precios o las lecturas del mercado financiero de las expectativas pronosticadas. Y no se ve ninguna crisis de deuda gubernamental en las economí­as centrales cuando se rastrean las tasas de interíés gubernamentales.

De todos modos, cuando se escuchan los discursos de los responsables de las polí­ticas a ambos lados del Atlántico, se oye a presidentes y primeros ministros decir cosas como: “De la misma manera que las familias y las empresas tuvieron que ser cautelosas a la hora de gastar, el gobierno tambiíén debe ajustarse el cinturón”.

Y aquí­ llegamos a los lí­mites de mis horizontes mentales como neoliberal, tecnócrata y economista neoclásico tradicionalista. Ahora, la economí­a global está sufriendo un ataque convulsivo de menor demanda y alto desempleo. Conocemos las curas. Sin embargo, parecemos decididos a infligir mayor sufrimiento al paciente.

J. Bradford DeLong, ex subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, es profesor de Economí­a en la Universidad de California en Berkeley y socio de Investigación en la Oficina Nacional para la Investigación Económica.


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