Tsunami económico cuando el euro da un gran paso
Editorial: Cinco Días
Desde el pasado viernes, la atención del planeta está concentrada, como no puede ser de otro modo, en la tragedia humana y la catástrofe natural provocada por el fortísimo terremoto en la costa oriental de Japón. La devastación provocada por el temblor y el posterior tsunami se ha cobrado cientos de vidas humanas, ha dejado miles de desaparecidos, unas píérdidas económicas de momento incalculables y un potencial desastre nuclear. El impacto sobre la tercera economía del planeta pone en jaque la recuperación mundial, ya que crea una nueva incertidumbre sobre las previsiones de crecimiento en los países desarrollados, amenazadas ya por la inacabable crisis del sector financiero y el incremento del precio del petróleo como consecuencia (o con la excusa) de las sublevaciones populares en el mundo árabe.
Con este escalofriante escenario, los líderes de la zona euro celebraron el viernes en Bruselas una cumbre ya de por sí extraordinaria, pues en los once años de historia de la Unión Monetaria solo se habían dado cita así dos veces (en 2008, tras la caída de Lehman Brothers, y 2010, tras el descalabro de Grecia). En esta tercera no había un detonante tan claro para adoptar medidas de alcance (aparte de las renovadas tensiones en el mercado de la deuda, en especial, en el bono portuguíés). Pero los 17 líderes de la eurozona, con la canciller alemana, Angela Merkel cambiando por fin su papel de lastre por el de motor, entendieron que era el momento de pasar el Rubicón de la estabilización definitiva de la zona euro. Frente a la previsión de una cumbre de mínimos, alentada por fuentes diplomáticas quizá de manera deliberada para reducir expectativas, la cita del viernes supuso un salto cualitativo en la respuesta de la zona euro a la crisis, tanto en el ámbito político como en el financiero.
El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, que dirigió la reunión, logró el acuerdo definitivo sobre el llamado Pacto del Euro, un documento que recoge las exigencias planteadas por Berlín sobre la necesidad de acelerar el proceso de convergencia macroeconómica y mejorar la competitividad de los socios más aquejados por la crisis, entre los que figura, para quíé negarlo, España. El Pacto, redactado al dictado de Berlín, reclama una contención en los costes salariales y en el endeudamiento público, así como importantes reformas en el mercado laboral, en el modelo de negociación colectiva y en los sistemas de pensiones.
Se trata de un acuerdo intergubernamental en el que los compromisos adquiridos solo estarán sujetos a la supervisión de unos Gobiernos sobre otros. Pero aun así, puede marcar un hito importante en la ruta hacia un verdadero gobierno económico de la zona euro. En primer lugar, porque los países hacia los que apunta el Pacto no tienen más remedio que acatarlo a la vista de la desconfianza de los mercados, aunque la Comisión Europea haya quedado excluida como instrumento de presión. Josíé Luis Rodríguez Zapatero ya anunció, nada más acabar la cumbre, que este mismo mes presentará nuevas reformas para acomodarse al contenido del documento. Mencionó, en concreto, un endurecimiento de la Ley Estabilidad Presupuestaria para aherrojar, previsiblemente, a las administraciones autonómicas y locales.
Pero, en segundo lugar, el Pacto tambiíén arranca importantes concesiones a Alemania, el país supuestamente virtuoso de la Unión y que hasta hace poco impedía profundizar en la coordinación económica.
Berlín ha aceptado que los socios de la zona euro necesitan avanzar más deprisa en la integración que el resto de la UE y disponer de instrumentos de solidaridad suficientes para evitar la quiebra de un socio. Merkel se rindió, por fin, a esa evidencia. Y suscribió tanto la ampliación del actual fondo de rescate (para elevar su capacidad efectiva de príéstamo hasta los 500.000 millones anunciados en mayo de 2010) como su definitiva flexibilización, para permitirle la compra de bonos en el mercado primario. Dos cambios que, como mínimo, pueden salvar a Portugal de un rescate que parecía inevitable, pero que hoy deberán interpretar los inversores al mismo tiempo que el impacto del tsunami de Japón sobre el crecimiento mundial.