Los accidentes nucleares en Japón nos plantean una pregunta inicial: ¿tenemos derecho a poner en peligro el futuro, el porvenir de nuestros descendientes, desarrollando una tecnología potencialmente tan peligrosa y de forma permanente?
Es cierto que el ejercicio de las libertades comporta riesgos y que se han de asumir. No obstante, nos tenemos que preguntar dónde está situado este límite. Entendemos que la frontera la debemos poner en el punto dónde las decisiones tienen consecuencias irreversibles y que por lo tanto afectarán sí o sí a las generaciones venideras. La acción de los humanos sobre el medio ambiente – cambio climático de origen antrópico – es uno de los límites que estamos a punto de traspasar y dónde en caso de hacerlo, la marcha atrás por ahora se desconoce. La deuda ecológica que la economía basada en el consumo dejará para los que vendrán, seria otro. Los residuos nucleares fruto de la explotación de la energía atómica y sobre todo las huellas nucleares irreversibles dejadas por los accidentes, serían un ejemplo evidente del abuso ecológico que la economía basada en el consumo practica contra los habitantes del planeta.
¿Quíé ha pasado en Japón?
El escenario predecible era un terremoto de mayor magnitud que los experimentados en la zona hasta el momento, de grado 7,9 en la escala de Richter. Pero aunque la central estuviera diseñada para soportar un terremoto de esta magnitud, no se preparó de manera adecuada para soportar un tsunami provocado por el terremoto. De hecho, fue la fuerza del tsunami la que inutilizó los 13 generadores diesel de emergencia que debían suministrar electricidad a la central en caso de fallo elíéctrico.
Por lo tanto, se puede concluir que la seguridad de la central, teniendo en cuenta los antecedentes conocidos y esperables, pese a su “baja probabilidadâ€, era insuficiente.
Algo semejante sucedió con los efectos del huracán de categoría 5 Katrina en Nueva Orleans, los diques de contención que protegían la ciudad sólo estaban preparados para soportar un huracán de categoría 4.
Se deduce, por lo tanto, que no suele ser rentable adecuar la seguridad para que resista las consecuencias de sucesos que se consideran de baja probabilidad. Ahora, un terremoto de 9 grados en la escala de Richter en Japón o un huracán de categoría 5 en el Golfo de Míéxico no son acontecimientos de baja probabilidad. Son historia.
Encontramos poco consuelo en las comparaciones favorables que se hacen respeto a los graves accidentes de Three Mile Island y Txernobil. Por el momento, el accidente en Fukushima se ha clasificado como de nivel 4, pero es muy posible que acabe siendo considerado más grave. El edificio exterior de dos reactores ha explotado a causa de una acumulación de hidrógeno, y se sospecha que tres de los reactores pueden haber iniciado un proceso de fusión, que aunque no es explosivo, requerirá un costoso y peligroso proceso de descontaminación.
Los accidentes ha sucedido en un momento de relativa importancia para la industria nuclear mundial. En las últimas díécadas la industria nuclear se ha visto superada por el crecimiento de la demanda y su contribución al suministro elíéctrico ha disminuido, especialmente en aquellos países con mercados elíéctricos liberalizados. Sólo allí donde el estado dicta la política energíética se están construyendo nuevos reactores (con la excepción de Finlandia y la problemática construcción de su reactor en la isla de Olkiluoto).
Hasta ahora, los principales problemas para la expansión de la energía nuclear eran económicos, pero la crisis nuclear japonesa volverá a poner de manifiesto que la seguridad de las centrales no es tanta como quieren hacernos creer.
Adecuar las centrales existentes, especialmente tras la oleada de extensiones de su vida útil que se está produciendo en todo el mundo como primera defensa ante su píérdida de peso específico, para que sean seguras incluso en eventos de baja probabilidad, redundará en su coste, haciíéndola todavía menos competitiva económicamente.
Pero más allá de los análisis de gestión de riesgo, es el momento de preguntarnos, de nuevo, si realmente vale la pena seguir con una tecnología que, en su estado actual, no es capaz de asegurar su viabilidad económica, la seguridad de sus trabajadores y del resto de los ciudadanos, y el futuro de los residuos que crea, además del grave problema político de la proliferación nuclear. La prudencia aconsejaría un cierre paulatino de las centrales más viejas y un aumento de la seguridad en las centrales en construcción, y sobre todo una mayor transparencia en su funcionamiento y en el de los organismos de control, que sufren de una preocupante falta de independencia.
El precio que pagaremos por el resto de nuestras vidas y el que pagarán nuestros descendentes, por una electricidad que ni siquiera es barata, es demasiado alto como para permitir que los riesgos aumenten con el mantenimiento de un parque nuclear envejecido y con la construcción de nuevas centrales, el diseño de las cuales no soluciona los problemas de siempre.
El de Japón ha sido un nuevo y grave aviso y debemos sacar las conclusiones pertinentes.
¿Tenemos derecho a obligar los que vendrán a pagar una enorme factura económica, ecológica y moral, en vigilar, mantener, y asegurar unos cementerios mortales llenos de escoria procedente del pasado? ¿Quíé diríamos si nos lo hubieran hecho a nosotros?
Daniel Gómez Cañete, presidente de AEREN, Asociación para el Estudio de los Recursos Energíéticos. Josep Cabayol Virallonga, presidente de SICOM, Solidaridad y Comunicación
(Editado Crisis Energíética)