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Autor Tema: Identidad global y la íºltima lingua franca...  (Leído 505 veces)

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Identidad global y la íºltima lingua franca...
« en: Abril 03, 2011, 12:41:07 pm »
Por...  Marí­a Cristina Rosas
 

En 1987, el historiador británico Paul Kennedy dio a conocer su libro Auge y caí­da de las grandes potencias, donde argumentaba que Estados Unidos estaba llamado a cumplir un ciclo de ascenso y descenso como superpotencia, de manera análoga a lo ocurrido con grandes poderes que le antecedieron. Kennedy sostení­a que el declive de Estados Unidos no era inmediato y que podí­a rehacer su hegemoní­a en la medida en que recordara que el sustento de su poder residí­a en una base económica floreciente. A continuación, una plíéyade de intelectuales, en su mayorí­a estadounidenses, se dieron a la tarea de refutar el planteamiento de Kennedy. Los argumentos iban desde los que sostení­an que no se vislumbraba en el horizonte un paí­s o conjunto de paí­ses –a propósito de las Comunidades Europeas– que estuvieran en condiciones de tomar el lugar de Estados Unidos. Otros, como Joseph Nye, decí­an que el mundo habí­a cambiado y que el poder es relativo, por lo que no era cierto que Estados Unidos estuviera perdiendo influencia en el mundo, sino que otros paí­ses se habí­an vuelto más pujantes y que ello generaba una sensación de “efecto declive”, aunque, a pesar de ello, Washington seguí­a siendo la única superpotencia capaz de influir decisivamente en el curso de los acontecimientos globales. Claro, unos cuantos años despuíés de que Kennedy publicara su libro, la Unión Soviíética se colapsó, hecho que numerosos estudiosos de la polí­tica mundial refirieron como la prueba fehaciente de que el historiador británico estaba equivocado. Un poco en son de burla, Francis Fukuyama hablaba del “fin de la historia”, para referirse a un mundo en el que, tras la desaparición de la URSS, Estados Unidos era el vencedor indiscutible, y quedaba como una superpotencia solitaria. Este sentir influyó fuertemente en la clase polí­tica estadounidense, como quedó de manifiesto en la administración Clinton, cuando el mandatario demócrata afirmó que Estados Unidos era “la única nación indispensable”.
 
Sin embargo, a 24 años de la publicación de Auge y caí­da de las grandes potencias, cuesta trabajo negar que Kennedy tení­a razón y que Estados Unidos efectivamente muestra evidencias de sus limitaciones para manejar todos “los hilos” del mundo. En los inicios del siglo XXI, el vecino paí­s del norte, humillado por su incapacidad para evitar ataques terroristas en su propio territorio, se muestra frágil y errático. ¿Cómo podrí­a EEUU ser el policí­a mundial, si ni siquiera podí­a cuidarse a sí­ mismo? A continuación se echó a cuestas dos guerras, una en Afganistán y otra en Irak, con resultados desastrosos en el primer caso, y muy cuestionables en el segundo. A ello hay que sumar la imposibilidad de estabilizar la economí­a mundial, la que da tumbos sin que Washington pueda liderar la recuperación tan anhelada por la comunidad de naciones. Así­, Estados Unidos tiende a convertirse en un paí­s ordinario, claro, con mucho poder, pero ese poder no le alcanza para establecer un orden mundial “a modo.” Ahora Estados Unidos debe negociar más y concertar con paí­ses con los que mantiene importantes rivalidades estratíégicas, como la República Popular China y, por si fuera poco, tiene que aceptar que naciones con niveles de desarrollo más bajos tienen influencia –como algunos de los que participan en el Grupo de los 20(1)– y que debe incluirlos en la gestión de los grandes problemas globales.
 
Este debate es relevante porque tiene connotaciones en ámbitos que van más allá de la economí­a y la polí­tica, por ejemplo, el cultural. Históricamente, las grandes potencias imponen su lengua a los demás. El inglíés, por ejemplo, goza del estatus de lingua franca en el planeta, gracias a que las dos grandes potencias más recientes han sido angloparlantes. Por lo tanto, desde el punto de vista de la primací­a del idioma inglíés tras el declive de la Gran Bretaña como potencia mundial, no hubo mayor problema toda vez que su sucesor, Estados Unidos, es tambiíén angloparlante. La propagación de un idioma, constituye, para los paí­ses, un instrumento de poder, e inclusive de estatus. El paí­s que domina, impone a los demás su lengua para efectos de comunicación, negociaciones, comercio, turismo, etcíétera. Por eso resulta tan interesante la estrategia de la República Popular China con sus Institutos Confucio, dado que, a propósito del nacionalismo, los chinos se resisten a aprender lenguas extranjeras –entre ellas, por supuesto, el inglíés–, de manera que quienes quieran tener tratos con el paí­s más poblado del mundo –hoy y a futuro–, deberán hablar su idioma. Hoy hay unos 100 millones de personas en todo el planeta aprendiendo mandarí­n, con todo lo que eso implica. Esto coincide con el auge espectacular de la economí­a china y su creciente influencia en el planeta. Por lo tanto, si Estados Unidos se encuentra en problemas y presencia un escenario donde su poder se encuentra crecientemente acotado: ¿contribuye esta situación a la píérdida de influencia global del inglíés, su lengua nativa? Y, de manera análoga, los paí­ses con economí­as pujantes que ganan más y más influencia en el mundo ¿están en condiciones de dotar de vigor a su idioma, como ocurre con la República Popular China y el mandarí­n? Lo que es más: ¿el mandarí­n está en condiciones de convertirse en la lingua franca en el mundo, en sustitución del inglíés?
 
El inglíés, lingua franca (al menos por ahora)
 
El inglíés es, por lo pronto, una lingua franca, a pesar de figurar en tercer lugar, detrás del mandarí­n y el español, por el número de personas que la hablan como lengua materna (el mandarí­n es el idioma que usan más de 800 millones de seres humanos, en tanto el español es empleado por 329 millones y el inglíés por 328 millones). Por lo tanto, el inglíés es una lengua minoritaria, puesto que los angloparlantes nativos representan apenas el 5% de la población mundial. Estos datos apoyan la idea que una lingua franca es, sobre todo, una lengua de íélites. Nicholas Ostler, autor de uno de los estudios más completos sobre la historia lingí¼í­stica del mundo, explica que el estatus del inglíés como lingua franca no es un fenómeno iníédito ni contemporáneo. En otros momentos, el griego y el latí­n gozaron de un dominio incuestionable, impulsados por los imperios del momento, las rutas comerciales globales y/o el proselitismo religioso. Hoy, sin embargo, el griego no es hablado más allá de Grecia y su pequeña diáspora, en tanto el latí­n es considerado lengua muerta. Ante esto Ostler considera que el inglíés correrá la misma suerte, es decir, que su uso declinará con el tiempo. Empero, la propuesta más atrevida de Ostler es que el inglíés constituye la última lingua franca, dado que en el mundo “las tecnologí­as electrónicas modernas están cambiando la necesidad de una sola lingua franca. Los discursos y los textos impresos muy pronto se convertirán en medios virtuales, accesibles en cualquier idioma que el escucha o el lector prefiera y/o necesite. En ese mundo, el inglíés podrí­a no tener –ni necesitar– un sucesor como la única lengua de un mundo conectado masivamente”.(2)
 
Al lado de la disponibilidad de nuevas tecnologí­as para facilitar la traducción a las lenguas autóctonas, hay otro factor a ponderar de cara a la globalización: el nacionalismo. Contrario a lo que algunos suponen, la globalización creadora de estándares, sea para el comercio, la diplomacia, el turismo, buena parte de la ciencia y la tecnologí­a, el tráfico aíéreo, las formas de esparcimiento, la manera de vestir y otros patrones de consumo, exacerba el nacionalismo y el reforzamiento de la identidad. Se estima que mil millones de personas en todo el mundo hablan inglíés, pero, como se advertí­a lí­neas arriba, menos de la tercera parte de ellas son nativas. Lo que es más: la adopción del inglíés como segunda lengua en el mundo, tiene serios tropiezos y ya no está creciendo, amíén de que ningún paí­s harí­a que una lengua extranjera se convirtiera en idioma oficial. Ahí­ está el caso de Paí­ses Bajos, donde se desarrolló un acalorado debate en 1990 a propósito de la propuesta de instituir el inglíés como la lengua que se utilizarí­a en las universidades holandesas (algo que de facto ocurre desde hace mucho tiempo). La iniciativa fue rechazada por consideraciones nacionalistas, si bien en localidades tan internacionalescomo ímsterdam, se mantiene el debate.(3) Aunado a la anterior figura el rechazo al inglíés en territorios que lo habí­an adoptado como resultado del dominio colonial británico. Es el caso, por ejemplo, de Sri Lanka y Tanzania, donde el inglíés inducido por la Gran Bretaña, cedió ante los embates del sinhala y el swahili, respectivamente. Inclusive en ex colonias británicas como India y Paquistán, el inglíés debe compartir el escaño de “lengua oficial” con el hindi y el urdu, respectivamente. Así­, el nacionalismo hace su parte, en el mundo globalizado, para sellar el destino del inglíés: todo parece indicar que Babel ocupará su lugar.
 
¿Por quíé existen tantos idiomas?
 
La explicación bí­blica, que se encuentra en el libro del Gíénesis, capí­tulo 11, es que, tras el diluvio, los hombres llegaron a Shinar donde decidieron asentarse y desafiaron a dios construyendo una ciudad y una torre cuya cúspide llegarí­a hasta el cielo, para residir ahí­, mantener su nombre y no esparcirse sobre la Tierra. En ese momento, “toda la Tierra continuaba siendo de un solo lenguaje y de un solo conjunto de palabras”.(4) Entonces, dios bajó para ver la construcción y se dio cuenta, por lo ambicioso del proyecto, de que si los hombres concluí­an la obra, ya no habrí­a nada que estos no pudieran lograr. Ante semejante desafí­o a su autoridad, dios decidió esparcir a todos ellos sobre la faz de la Tierra y confundió su lenguaje, de manera que ya no se pudieran entender entre ellos. “Por eso se le dio el nombre de Babel, porque allí­ habí­a confundido Jehová el lenguaje de toda la Tierra y de allí­ los habí­a esparcido Jehová sobre toda la superficie de la Tierra”.(5) Con todo, el nombre torre de Babel no aparece en el Gíénesis. En distintas culturas hay relatos similares para explicar la diversidad lingí¼í­stica imperante en el planeta. Sin ir más lejos, en Míéxico existe la leyenda que gira en torno a la gran pirámide de Cholula o Tlachihualtíépetl. Xelhua, uno de los siete gigantes en la mitologí­a azteca, escapó al diluvio subiendo a la montaña de Tláloc y más tarde construyó la gran pirámide. Los dioses, molestos, al constatar que la edificación pretendí­a llegar al cielo, incendiaron la construcción y confundieron la lengua de los lugareños. Al final, el proyecto de la edificación fue abandonado y en su lugar el monumento fue dedicado a Quetzalcóatl.
 
En un plano más terrenal, sustentado en investigaciones arqueológicas, paleontológicas, de biologí­a molecular y de reconstrucción anatómica, es posible afirmar que los primeros seres humanos en hablar una lengua como se le conoce hoy dí­a, vivieron en ífrica oriental hace unos 150 mil años.(6) Esa primera lengua por razones geográficas, sociológicas e históricas es la base de los 6 mil idiomas que existen en la actualidad. Con todo, las lenguas son dinámicas, por lo que además de evolucionar, corren el riesgo de desaparecer. Según McWhorter, “en el pasado las lenguas se extinguieron cuando un grupo conquistó a otro o cuando un grupo optó por una lengua a la que percibió como capaz de dotarlo de un mayor acceso a los recursos que asumió como necesarios para sobrevivir. A menudo, una generación de hablantes de cierto idioma se tornan bilingí¼es [aprendiendo] otro que era el que hablaba el grupo polí­ticamente dominante (…) Este bilingí¼ismo puede subsistir a lo largo de varias generaciones (…) Con el tiempo las nuevas generaciones asocian el idioma foráneo con cierto estatus y el ascenso social, en tanto a la lengua nativa la relacionan con el “retroceso.” Este es sobre todo el caso de una lengua dominante procedente del primer mundo (…) y que se asocia al dinero, la riqueza y que florece en los medios, en tanto la lengua autóctona es un idioma oscuro hablado sólo por aldeanos”.(7)
 
Hoy dí­a muy pocas personas negarí­an el hecho de que el idioma inglíés es hegemónico a nivel mundial en ámbitos como el polí­tico y sobre todo el económico. Las tecnologí­as de la información lo emplean cada vez con mayor frecuencia: gran parte de las páginas disponibles en la red, por ejemplo, se encuentran en la lengua de Shakespeare y las redes sociales así­ como los flujos de noticias preferentemente circulan en ese idioma. Además del papel desempeñado por la Gran Bretaña y Estados Unidos como difusores de ese idioma, la globalización y la interdependencia han incidido en el uso del inglíés, dado que las grandes corporaciones del planeta (a quienes muchos consideran “agentes” de la transnacionalización) lo emplean en todo momento, sea a la hora de hacer negocios, en sus campañas publicitarias, etcíétera.
 
Inglíés, identidad y la brecha lingí¼í­stica (y digital)
 
De cara a la globalización cabe preguntar si el inglíés es un idioma que posibilita una identidad global. A juzgar por los hábitos de consumo imperantes en el planeta, fuertemente influenciados por el American way of life, podrí­a pensarse que efectivamente esa lengua es el eje de un proceso que algunos denominarí­an de estandarización en los patrones de consumo, por ejemplo. Sin embargo, no todo el mundo se encuentra globalizado, ni todas las personas del orbe tienen acceso a la red y ese es un aspecto no analizado por Nicholas Ostler. Tener acceso a la red global de Internet supone, de entrada, la existencia de cierta infraestructura para posibilitar el establecimiento de lí­neas telefónicas y fibras ópticas. Requiere, además, la posesión de computadoras, servidores y de mano de obra calificada para operarlos de manera apropiada, así­ como de personas con ciertos niveles educativos que efectivamente puedan encender la computadora, usar el teclado y conectarse a la red utilizando diversos paquetes de software. Esto que para muchos resulta cotidiano, para otros es desconocido y/o ajeno a su realidad. Muchos de los lectores no se imaginan cómo podrí­an sobrevivir sin la telefoní­a celular, Internet y/o el acceso a las redes sociales. Una encuesta realizada ví­a telefónica por la empresa Intel en diciembre de 2008 a 2 mil mujeres, reveló que el 46% de ellas preferí­an la abstinencia sexual durante dos semanas a permanecer sin acceso a Internet por el mismo perí­odo (la cifra para los hombres fue solamente del 30%).(8) Con todo, la llamada brecha digital subsiste y lo que es más, la vida para una buena parte de la población mundial transcurre en el mundo real, no en el virtual.
 
Esta reflexión vale igualmente a propósito del idioma inglíés, que, como se explicaba lí­neas arriba, es la lengua empleada solamente por una parte de la población mundial. La República Popular China, que en 2010 se convirtió en la segunda economí­a del planeta, desplazando a Japón, es la fábrica en la que el mundo elabora prácticamente cualquier producto, pese a lo cual, el inglíés no es la lengua materna de sus poco más de mil 300 millones de habitantes. Por lo que, el interíés por el aprendizaje del mandarí­n en diversas latitudes, no es un hecho fortuito. El aprendizaje de una lengua extranjera –o segunda lengua– obedece a diversos factores que pueden incluir necesidades profesionales, familiares y afectivas e inclusive, la admiración por cierta cultura. La República Popular China posee una cultura milenaria y sus autoridades han buscado difundirla ampliamente, no sólo como una manera de atraer turistas y de fomentar las inversiones, sino tambiíén como parte de una estrategia encaminada a erradicar la imagen de “amenaza” que subsiste en diversos cí­rculos occidentales. Empero, y a pesar de los 100 millones de personas que en estos momentos aprenden mandarí­n, serí­a difí­cil afirmar que este idioma será la próxima lingua franca. En las circunstancias actuales, el mandarí­n podrí­a aspirar a ser un idioma importante, pero coexistiendo con los demás. Evidentemente la pobreza y las desigualdades imperantes en el mundo son el mayor impedimento para que se configure una identidad global, dado que el concepto mismo de identidad supone la existencia de intereses comunes que en las condiciones actuales no existen. Lo que es más: la globalización exacerba esas diferencias. Hay una inmensa mayorí­a de personas viviendo en situación de pobreza y marginación, y una minorí­a que tiene la posibilidad de acceder a una calidad de vida que le permite educarse, tecnologizarse, o bien internetizarse y aprender otros idiomas.
 
¿Significa lo anterior que los habitantes del planeta llegarán a un punto en que no podrán entenderse en un mundo globalizado, donde, por un lado hay tendencias que buscan estandarizarlo todo –en particular por razones de mercado–, y por el otro hay un fuerte rechazo a la unificación, que se traduce en la reivindicación de la diversidad –tan notable en el tema de los 6 mil idiomas existentes–? No necesariamente. Pasará algún tiempo antes de que el inglíés pierda el estatus de lingua franca mientras Babel regresa por sus fueros. Pero para que eso ocurra, primeramente será necesario resolver problemas de supervivencia más elementales de millones de personas, antes de que puedan acceder a los medios de comunicación y a las tecnologí­as de la información que les permitan reivindicar su cultura y lenguas.
 
Notas
1 El Grupo de los 20 o G20 se integra por Míéxico, Canadá, Sudáfrica, Estados Unidos, Argentina, Brasil, la República Popular China, Japón, Corea del Sur, India, Indonesia, Saudi Arabia, Rusia, Turquí­a, la Unión Europea, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Australia.
2 Nicholas Ostler (2010), The Last Lingua Franca. English Until the Return of Babel, New York, Walker & Company, p. xix.
3 Dutch News (8 August 2008), “Make English Second Official Language”, disponible en http://www.dutchnews.nl/news/archives/2008/08/make_english_second_official_l.php
4 Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras, New York, Watchtower Bible and Track Society of New York, Inc., 1987, p.18. Esa afirmación se encuentra en el versí­culo 1.
5 La mención especí­fica a Babel se encuentra en el versí­culo 9.
6 John McWhorter (2003), The power of Babel, New York, Times Books, pp. 4-5.
7 John McWhorter (2003), Op. cit., p. 253.
8 En la encuesta se hizo una distinción por grupos a partir de las edades, de manera que el porcentaje de mujeres “abstinentes” es mayor entre quienes tienen de 35 a 44 años (52%), que en el grupo de 18 a 34 años (49%). Víéase Nicholas Carlsson (12 December 2008), 46% of Women prefer internet to sex, says Intel survey, disponible en http://www.businessinsider.com/2008/12/46-of-women-prefer-internet-tosex-says-intel-survey#comment-df7a6c793fa24349c0b20600
 
- Marí­a Cristina Rosas esProfesora e investigadora en laFacultad de Ciencias Polí­ticas y Sociales de laUniversidad Nacional Autónoma de Míéxico


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...