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Autor Tema: Por quíé aíºn necesitamos guríºs  (Leído 1002 veces)

Scientia

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Por quíé aíºn necesitamos guríºs
« en: Mayo 18, 2011, 06:01:21 pm »
http://pijamasurf.com/2011/05/por-que-aun-necesitamos-gurus/

Por quíé aún necesitamos gurús
La primera colaboración del filósofo esotíérico Jason Kephas para PS, una reflexión que va más allá del New Age sobre el gurú como una figura paternal necesaria en el proceso de maduración de la psique colectiva



“Let there be no difference made among you between any one thing & any other thing; for thereby there cometh hurt.”
—The Book of the Law
Desde una perspectiva estrictamente biológica, la naturaleza está en competencia consigo misma. La supervivencia del más apto es una competencia, una lucha por la dominación, y si los organismos se niegan a competir, no sobrevivirán. Probablemente el sector más obvio de competencia entre humanos y otros animales es la arena sexual (mientras que el otro campo de batalla obvio incluye al territorio y a la comida). Los machos compiten entre ellos por la dominación sexual y el resultante acceso a la hembras (y si esto aplica en menor grado para las mujeres, el competir por el premio de un hombre, es porque para muchas mujeres es más “natural” compartir un hombre que viceversa). Si un niño tiene hermanos varones, la rivalidad comienza a temprana edad, pues compiten por el amor de su madre. E incluso si no tiene hermanos, existe una cierta lucha edí­pica con el propio padre por este mismo amor, y aparentemente esta temprana tensión se encargará de preparar al organismo para la futura lucha existencial que le aguarda. La paradoja de esta dinámica es que tanto el padre como el hijo, o inclusive el hijo y sus hermanos, no sostienen una competencia en un sentido real (basado en la supervivencia), ya que son parte de la misma tribu o sistema en el que hay recursos suficientes para todos. En realidad la lucha ocurre en un plano psicológico y emocional. Mientras que el padre y el hijo no sean percibidos como iguales –no obstante que ambos experimenten al otro como una amenaza-  no hay una necesidad que justifique el conflicto entre ellos. Cuando el hijo se acerca a la etapa adulta, la rivalidad comienza a adquirir dinamismo e incluso se transforma en un ingrediente fundamental para el rito de iniciación del niño. La deificación de la autoridad paternal es un rito evolutivo que,  al menos en algún grado, es experimentado por la mayorí­a de los jóvenes varones (a pesar de que en muchas ocasiones, si la figura del padre biológico está ausente, esta es reemplazada por una figura sustituta).

Basado en mi último roce con una mentalidad de culto y el tributar a un gurú, la función y atracción (y tambiíén la trampa) de los gurús es que nos ayudan a recrear este modelo primario. Como un niño con su padre, aquel que sigue a un gurú se auto-percibe como alguien fundamentalmente inferior a su maestro, al menos en la medida que lo consideren como un ser iluminado, una persona de conocimiento, un  avatar de la divinidad, alguien que encarna vivamente la verdad, etc. Y para aceptar a otro ser humano como tu propio gurú, debes creer que ha alcanzado niveles superiores del ser en comparación con los tuyos –en otras palabras, que son superiores de cualquier manera concebible. Y precisamente así­ es como un hijo experimenta a sus padres –y a los adultos en general-, como pertenecientes a una especie diferente, a un gíénero distinto. El hijo entonces aspira, por un lado, a complacer a sus padres y a merecer su favor a travíés del buen comportamiento; por otro lado, mientras va madurando, intenta sintonizarse con el comportamiento de sus padres, igualarlo, con el fin de convertirse en un adulto por su propio derecho.El hijo crece entonces por medio de una combinación de obediencia e imitación, que es más o menos idíéntico a cómo los seguidores se relacionan con su gurú. Esto, al menos, es el recubrimiento social. A un nivel más primario,  el crecimiento de un hijo es biológicamente inevitable, y dado que cualquier niño que crece sustituirá a sus padres en la cadena evolutiva, no crece simplemente para igualar sino para sobrepasar (ser superior a) sus padres. Y aquí­ es donde el paralelismo entre gurús y seguidores comienza a derrumbarse, porque es casi inaudito que los seguidores sobrepasen en estatura a su gurú.  En cambio, lo que tiende a suceder, es que en un cierto punto determinado la naturaleza humana del gurú es expuesta, lo cual provoca la perdida total o parcial de su seguidores.

Parte del proceso de transformación hacia la adultez que experimenta todo niño implica el concebir a sus padres como individuos imperfectos, y por ende rechazar aquellos elementos de condicionamiento filial que no se sostienen bajo escrutinio, los cuales en lugar de facilitar su proceso le impiden convertirse en un individuo. La conciencia evoluciona a travíés de una combinación entre obstáculos y retos con apoyo y soporte. Si todo en la vida fuesen obstáculos sin apoyo, ninguno sobrevivirí­a; pero si todo fuera apoyo y nada de retos, jamás nos fortalecerí­amos lo suficiente para dejar el nido y emprender nuestro propio camino. El impulso sexual eventualmente empuja a todo niño a salir del nido.  ¿Tal vez por ello es que este impulso genera fricción incluso desde temprano –si es que Freud estaba en lo correcto sobre la dinámica edí­pica- cuando el niño desea reemplazar (asesinar) al padre con el fin de “tener” a la madre para si solo? Simbólicamente esto es lo que debe de ocurrir para garantizar la continuidad de las generaciones. En sus primeros años un niño debe sublimar sus deseos para adaptarse a la realidad de que no está en igualdad con su padre y que no puede “tener” a su madre de la misma forma que su padre la tiene. Con la adolescencia el niño de hecho iguala al padre, habiendo madurado (idealmente, a pesar de que frecuentemente en nuestra cultura no ocurre) su deseo infantil por la madre. Entonces es cuando está listo para comenzar una familia propia y continuar el linaje ancestral. El punto de ruptura de este ciclo de crecimiento natural generacional es la ausencia de una sólida figura paternal, activamente comprometida en ser un ejemplo para el hijo, y a la vez proveyendo los retos para que se geste la lucha masculina y la rivalidad, a travíés de la cual el niño entrará a la adultez.

En nuestra cultura –y creo que esto es ya un fenómeno global- la ausencia de una presencia paternal sólida (un tema suficiente por si solo para otro artí­culo) ha creado generaciones de varones maternalizados y “desmasculinizados” que no son aptos (psicológica y emocionalmente no preparados) para ser padres ya que no son aptos para convertirse en hombres. Mientras que la fuerza procreativa es presumiblemente acrecentada, los cimientos de la autoridad, la integridad, y la “rectitud” necesarios para canalizar responsablemente esa energí­a sexual (en contraposición a simplemente estar esclavizado a ella) brillan por su ausencia. Así­ que mientras los promotores del New Age podrán, optimistamente, declarar que la era de los gurús ha llegado a su fin, el vací­o psicológico y emocional instalado entre nosotros –tanto hombres como mujeres- que busca un brillante y divinizado padre, y a un lí­der estilo Obama/Hitler a quien seguir –y que nos provea con esperanza, sentido, y propósito- permanece inalterado. Y esto no puede satisfacerse a travíés de recursos filosóficos, puesto que no es suficiente simplemente afirmar que estamos llegando a nuestra mayorí­a de edad como una conciencia, cuando aún no ha ocurrido el rito de iniciación que comprueba nuestra maduración.

Y precisamente en este punto entra el gurú. En la historia reciente, los gurús han sido frecuentemente expuestos como abusadores del poder que ejercen sobre sus seguidores al explotarlos sexualmente; pero, paradójicamente, es común entre los seguidores de maestros espirituales someter voluntariamente su sexualidad y convertirse en cíélibes.  (Como en la relación padre-hijo aparentemente hay ciertas experiencias consideradas como “fuera de lí­mite” para todos menos para los adultos- en este caso el gurú). Para los discí­pulos varones, volverse cíélibes es una manera de recrear patrones infantiles de deseos pre-sexuales, y en el proceso, abdican de convertirse en una amenaza sexual para el padre-gurú; esto previene el surgimiento de una rivalidad o competencia entre el gurú y sus seguidores masculinos, lo cual está esencialmente orientado a mantener la armoní­a entre la comunidad o “familia”. Y como en consecuencia las seguidoras no están siendo sexualmente satisfechas por sus nuevos hombres “desmasculinzados”, tienden a aceptar la gratificación sexual de su gurú bajo el cobijo de la “iluminación”. Entones el gurú obtiene “el control del gallinero”.

Todo esto constituirí­a una parte necesaria en la reconstrucción ritual de la maduración inconsciente, no obstante, ya que para encarnar el papel del padre substituto, el gurú debe finalmente ser reconocido no sólo como imperfecto sino como un falso modelo de autoridad. Sólo entonces puede ser rechazado con el mismo fervor con el que antes fue adorado y emulado. No es suficiente decir que no necesitamos gurús; primero la parte de nosotros que sí­ necesita gurús debe de ser identificada y expurgada. Sólo entonces seremos dueños de nuestro sentido de verdad individual en vez de ver hacia fuera, hacia alguien o algo más. Esto podrí­a ser una impronta de la idea mí­tico/histórica de los falsos profetas y del Anticristo, papeles desempeñados en el siglo pasado por Stalin, Hitler, Charles Manson, Jim Jones y otros más. Nuestra añoranza de que un gurú, salvador, avatar o mesí­as intervenga en nuestras vidas para rescatarnos del caos, la locura, la adicción, la enfermedad, el vací­o espiritual y la desesperación de nuestra existencia es suficientemente real, porque se origina, al menos parcialmente, en esas experiencias formativas en las que adolecimos de exactamente eso –una fuerte figura paternal que nos preparara para la adultez. Si sólo podemos deshacer los patrones primero recreándolos, entonces esa misma añoranza por el Mesí­as debe de eventualmente provocar una imagen negativa de lo mismo. Será una imagen en la cual al principio creeremos irresistiblemente, con toda nuestra mente y todo nuestro corazón, exactamente como cuando de niños creí­mos en la infalibilidad de nuestros padres y madres. Sólo entonces podrá intervenir la realidad, y rectificarnos.

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Blog de Jason Kephas