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Autor Tema: Es el trabajo asalariado, estíºpido!...  (Leído 218 veces)

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Es el trabajo asalariado, estíºpido!...
« en: Julio 18, 2011, 11:25:46 am »
Por...  Alberto Rabilotta

Una recaí­da en la recesión económica está en marcha en el mundo industrializado. Los niveles reales de desempleo en Estados Unidos están por las nubes. No se trata ya de cesantí­a a corto o mediano plazo, sino del aumento de un desempleo crónico, que supera los dos años y alcanza hasta los cuatro años y que rememora los niveles de desempleo durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo 20, y quizás por eso la Oficina de Estadí­sticas Laborales de Washington ha decidido reincorporar en sus estadí­sticas a los cesantes que están más de dos años sin empleo (1). En junio pasado la tasa oficial de desempleo en Estados Unidos fue de 9.2 por ciento. La tasa ampliada, llamada U6, estaba por encima del 17 por ciento, y si se utiliza la antigua definición de desempleo del Departamento del Trabajo estadounidense (SGS-Alternate, abandonada en 1994 pero utilizada aún por economistas para calcular la cesantí­a a corto, mediano y largo plazo) es de 22.8 por ciento de la fuerza laboral del paí­s (2).  Y dejaremos de lado el subempleo o empleo a tiempo parcial, que afecta a una creciente proporción de trabajadores y en las estadí­sticas oficiales es considerado como “empleo” a tiempo completo.
 
La situación es similar en paí­ses europeos no afectados directamente por la “crisis de la deuda”, como Francia o Gran Bretaña, donde las estadí­sticas oficiales tampoco computan el desempleo a largo plazo, la exclusión definitiva del mercado laboral y el subempleo. Pero la situación laboral es y será mucho peor en los paí­ses afectados por la crisis de la deuda y que están siendo obligados a aplicar severos programas de austeridad, como Grecia (16 por ciento de cesantí­a sin computar el desempleo a largo plazo y la imposibilidad para los jóvenes de incorporarse al mercado laboral) o España (21 por ciento de desempleo oficial), para citar dos casos.
 
Y el crecimiento aníémico de la economí­a real apunta a que lejos de disminuir la cesantí­a aumentará en los meses venideros.
 
Más desempleo, mayores ganancias
 
El 5 de julio pasado el diario The Wall Street afirmaba que mientras la economí­a estadounidense está pasando por una de “sus más lentas recuperaciones desde la Gran Recesión”, las grandes empresas están listas para reportar “sólidos ingresos para el segundo trimestre, exponiendo una dicotomí­a entre el comportamiento de las corporaciones y la salud general de la economí­a”.
 
Dicho de otra manera, mientras que los salarios y beneficios laborales constituyen actualmente el 57.5 por ciento de la economí­a –en baja respecto al 64 por ciento que esta parte representaba hasta mediados de la díécada pasada, según la agencia AP-, y el desempleo se mantiene o es superior a los niveles de la Gran Recesión del 2008-2009, las grandes empresas están ya en la fase de auge que en la salida de recesiones anteriores manifestaban una fuerte recuperación económica.
 
A esta presentación de aumentos en las ganancias trimestrales se añade el hecho de que en Estados Unidos las empresas están ‘sentadas” en más de un billón y medio (1 500 000 000 000) de dólares porque –según el economista y Nóbel Paul Krugman (3)- no “ven” una demanda de parte de los consumidores. Mientras tanto los bancos disponen de reservas excedentes por otro 1.5 billón que no están prestando.
 
El analista Stephen King escribe en The Independent (4) sobre la falta de creación de empleos y el aníémico crecimiento (2.0 por ciento) de la economí­a estadounidense que persiste desde la presidencia de George W. Bush en Estados Unidos, y señala que las empresas que están “sentadas” en ese billón y medio de dólares prefieren ahorrar ese capital en lugar de invertirlo, destacando que cuando deciden invertir prefieren hacerlo en China y Brasil en lugar de su propio paí­s.
 
En el caso de las “economí­as avanzadas”, exceptuando el especifico caso alemán, no se trata de una “recuperación económica sin creación de empleos”, como avizoraban algunos economistas para la “salida” de la Gran Recesión del 2008 y 2009, sino de una vigorosa “recuperación de beneficios” de la clase capitalista en medio de un evidente estancamiento económico que amenaza convertirse en una nueva recesión global por la aplicación generalizada de polí­ticas fiscales de austeridad, por el creciente desempleo y subempleo, y la consiguiente baja del consumo.
 
¿Por quíé las economí­as capitalistas no crean empleos?
 
Ya no se puede dudar de los efectos que sobre el empleo produjo la revolución informática y la automatización de la producción, que en las últimas cuatro o cinco díécadas permitieron aumentos inimaginables en la “productividad” –la producción de bienes o servicios respecto a la cantidad de mano de obra empleada en ella- y aseguraron la rentabilidad de las empresas transnacionalizadas en sectores cada vez más concentrados y sometidos a una competencia extrema.
 
La contraparte de esta revolución en el modo de producir fueron los despidos masivos en los centros industriales del capitalismo y, con la liberalización del comercio y las inversiones desde hace poco más de una díécada, la mudanza tambiíén masiva de la producción industrial de artí­culos de consumo hacia paí­ses de Asia, en particular China.
 
Este proceso para reducir los costos de mano de obra, que al comienzo afectó a la producción industrial de bienes de consumo directo, se ha ido propagando a ramas de la producción de bienes de capital, como las maquinarias y componentes de los mecanismos destinados a la producción.
 
En los paí­ses avanzados, como puede observarse desde hace más de tres díécadas en Japón, Alemania, Estados Unidos, Canadá y Francia, entre otros más, la carrera de las empresas por reducir costos laborales para obtener la máxima rentabilidad posible llevó inexorablemente a reemplazar donde fuera posible los trabajadores y los empleados de servicios por la maquinaria e informática de todo tipo imaginable: las sofisticadas excavadoras, grúas, topadoras, los camiones gigantes y demás maquinarias sustituyeron a millones de trabajadores de la construcción, la minerí­a y la explotación forestal, para citar tres casos.
 
Esto podrí­a extenderse a prácticamente todas las ramas del sector primario, de la minerí­a a la pesca y la agricultura, que tuvieron que adaptarse a la aplicación de míétodos industriales generados por esta revolución cientí­fico-tíécnica, lo que explica que para crear un empleo real en esas ramas se requiere de una millonaria inversión en maquinaria y equipos. Y lo mismo sucedió con el sector secundario, las industrias productoras de bienes.
 
El sector terciario, los servicios, se suponí­a iba a ser la panacea del empleo que reemplazarí­a con salarios decentes y empleos estables a los desaparecidos empleos industriales. En efecto, durante las últimas díécadas el crecimiento de ese sector fue reemplazando en tíérminos de creación de empleos a los declinantes sectores, como la agricultura, minerí­a y la industria.
 
Pero en realidad la informática se infiltró en todas las esferas de los servicios -con las computadoras, impresoras, copiadoras y sofisticados sistemas de telecomunicación que multiplicaron la capacidad de trabajo en las oficinas de todo tipo; en los bancos con la recepción y el retiro de dinero a travíés de “cajeros automáticos” y no de las cajeras o cajeros de carne y hueso; lectura óptica de precios que redujo el número de cajeras en los centros de comercio, por ejemplo- con el consiguiente efecto de reducir el número de puestos y el nivel de los salarios. Y el alto desempleo unido al empobrecimiento de la clase trabajadora hizo que se multiplicaran en la última díécada los empleos muy mal pagados en los McDonald y Wal-Mart de este mundo.
 
La retroalimentación de los efectos coyunturales y estructurales
 
En suma, en los paí­ses capitalistas avanzados donde las grandes empresas privadas están “sentadas” en billones de dólares no hay demanda  de los consumidores que permita la reactivación de la economí­a real porque no es posible ni rentable, en tíérminos capitalistas, generar una masa crí­tica de nuevos empleos con salarios decentes, o aumentar los salarios en tíérminos generales, para elevar el consumo de bienes.
 
Y como no hay falta de capitales para inversiones en el sector privado se puede dudar de la coherencia de querer aplicar, como proponen muchos respetados economistas, las recetas keynesianas, de que las inversiones públicas sustituyan la ausencia de inversiones de capital del sector privado.
 
Más aun, las inversiones públicas para la construcción y reparación de las infraestructuras no tienen efecto multiplicador en materia de empleos porque esa rama de la construcción, que hace tiempo ha pasado a manos del sector privado en todo el mundo capitalista, ha hecho todo lo posible para aumentar al máximo el empleo de maquinaria y reducir al mí­nimo el número de trabajadores empleados. Y a menos que el sector público se involucre en le reactivación de otras ramas y sectores dominados por la inversión privada, asumiendo un papel gestor de la economí­a como se está viendo el paí­ses de Sudamíérica, la creación de empleos seguirá siendo un objetivo ilusorio.
 
A los problemas estructurales del capitalismo avanzado se unen los problemas coyunturales, la deuda pública producto de la socialización de las píérdidas del sector financiero y de los planes de reactivación de la economí­a durante la pasada Gran Recesión, y el papel dominante que está jugando el capital financiero para apropiarse de una renta en todas las situaciones posibles.
 
En suma, el capitalismo y el trabajo asalariado son inseparables. El trabajo asalariado permite al capitalista crear la plusvalí­a y los salarios constituyen el único medio por el cual, a travíés del consumo, los capitalistas pueden realizar esa plusvalí­a. No hay capitalismo sin trabajo asalariado, y menos aun puede pensarse en un capitalismo pujante con tasas de desempleo crónico, con un empobrecimiento creciente de todas las clases trabajadoras y los jubilados, y perspectivas nulas de trabajo para los jóvenes como las actuales.
 
Si los partidos polí­ticos tradicionales “no quieren ver” esta situación, porque están aliados con la oligarquí­a financiera y los monopolios de los grandes medios de comunicación, como dice el analista Max Keiser (5), los jóvenes y menos jóvenes indignados y por indignarse están empezando a verla muy claramente, como lo expresan sus frases en las recientes manifestaciones en España: "Tu 'Botí­n', mi crisis"; "Democracia ¿dónde estás?"; "Esta crisis no la pagamos"; "Zapatero, lacayo de los banqueros";"Contra la privatización de los servicios públicos"; "Tejiendo barrios, cambiando el presente"; "Manos arriba esto es un contrato"; "La patronal nos quiere esclavizar"; "¿Izquierda o derecha? Este paí­s está envejecido. Busquemos una alternativa"; "Un banquero se balanceaba sobre la burbuja inmobiliaria..."; "Se vende: Estado del Bienestar": "Pienso, luego me indigno"; "Me gustas cuando votas, porque estás como ausente", "Sin vivienda no hay viviendo", "Se alquila esclavo económico", "Rebeldes sin casa", "Sin miedo habrá futuro", "Más educación, menos corrupción".
 
La Ví¨rdiere, Francia
 
- Alberto Rabilotta es periodista argentino.
 
Notas:
1.- http://www.usatoday.com/news/nation/2010-12-28-1Ajobless28_ST_N.htm
2.- http://www.shadowstats.com/alternate_data/unemployment-charts
3.- http://krugman.blogs.nytimes.com/2011/07/02/cash-is-not-the-problem/
4.- http://www.independent.co.uk/news/business/comment/stephen-king/stephen-king-unemployment-picture-shows-that-the-us-economy-has-lost-its-vigour-2311791.html?service=Print
5.- http://maxkeiser.com/tag/keiser-report/


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