Lo de hoy va a ser cortito: ¿para quíé más?.
Me preguntaron el pasado Viernes: ‘Esta reforma de la Constitución, ¿es la solución a la crisis?’. Respondí, ‘¿Te refieres a que si es LA solución a la crisis?’. ‘Bueno, me dijo mi interlocutora, si haber puesto eso en la Constitución va a ser útil para salir de la crisis’.
Escribir en una Constitución que las cuentas públicas han de estar equilibradas o, incluso, escribir un porcentaje máximo de díéficit al que esas cuentas públicas pueden llegar, ni es LA solución, ni es una solución; es, pienso, parte de la dinámica de esta transición de modelo en el que nos hallamos. ¿Quíé quiere decir esto?, pues que dentro de unos muy pocos años lo absolutamente normal será que las cuentas se hallen en equilibrio de tal modo que sea inimaginable que no lo estíén, y, ¿por quíé?, pues porque, pienso, lo habitual en los próximo años, muchos, muchísimos, va a ser la escasez.
En los años 90 podía buscarse el equilibrio presupuestario por pureza y castidad, es decir, por una cuestión de virtud: ‘No debemos gastar más de lo que ingresamos’, podía ser el mensaje.
Hoy se busca, mañana se buscará, el díéficit cero por inevitabilidad: ‘No podemos gastar más de lo que tenemos, ni tendremos’.
Ayer se esperaba que el mañana fuese mejor que el hoy, pero en ningún momento tenía que gastarse más de lo que se tenía porque no era elegante ser manirroto, aunque mañana pudiera pagarse, sí. Hoy se sabe que hay lo que hay y que mañana, si lo hay, habrá muy poco más, es decir, se sabe que hoy no hay abundancia y que mañana habrá escasez.
Y se dice por el planteamiento. Hoy, mañana, se limitan gastos a fin de adaptarlos a unos ingresos públicos que se sabe van a ser decrecientes debido a que la actividad económica lo será, y ello al margen de que suban cuatro contribuciones fiscales; es decir, como no se puede sacar de donde no hay, se limita, se recorta, aquello que depende de nosotros: el gasto. Si alguna duda quedaba de que vamos a peor, a mucho peor, está ese llamamiento (hecho por tres veces) en el sentido de que los países incorporen a sus Constituciones esa limitación. Insisto: no hay ni va a haber, por eso se poda lo que queda.
Y, ¿por quíé ha de escribirse eso en la Constitución?, pues por el carácter mítico que una Constitución aún tiene (los británicos, como siempre, en eso tienen ventaja). Por una Constitución se ha muerto y se ha matado, y se ha cortado el cuello a algún rey. En los cerebros de la ciudadanía -que lo íés por una Constitución-, aún permanece ese halo romántico que lo constitucional tiene, luego, ¿quíé mejor lugar para anotar algo tan fundamental como el equilibrio presupuestario?. Claro que tras anotar eso cualquier cosa puede ser anotada ya que a partir de ahora una Constitución ha pasado a ser un cuaderno de uso para utilizar como agenda, es decir, se ha producido la desmitificación de la Constitución, lo que ya corresponde a la íépoca: la decadencia de lo político y el comienzo del declive del Estado. (¿Quíé lo escrito no será operativo hasta el 2020?; bueno, si conviene el 2020 puede empezar mañana).
Y cuando las constituciones estíén totalmente arrinconadas, ¿dónde se anotarán las cosas importantes como esta?, pues, tal vez, en pantallas gigantescas que sobrevuelen las ciudades al modo de aquellas que anunciaban los eventos en Blade Runner.
Santiago Niño-Becerra. Catedrático de Estructura Económica. IQS School of Management. Universidad Ramon Llull
Lacartadelabols