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El Zorro y Carole del Nasdaq

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Zorro:
El Zorro y Carole del Nasdaq
                                                             

Sábado, diez de la mañana, hora de New york, el Zorro tenia prisa, salió del hotel, cogió un taxi, y despuíés de 10 dólares estaba en Canal Street. La calle, dominada por el comercio, es la puerta de China Town y lugar de peregrinaje de miles de turistas, tanto del mismo USA, como sudamericanos, italianos, japoneses, ... y españoles!. Aquí­ el Zorro buscarí­a dos encargos muy especiales: bolsos de Louis Vuitton –LV- que en determinados sitios se pueden encontrar a 40 dólares la unidad.

El cánido buscó en el número 230, y le preguntó a un tal Tommy, este le dijo que íél sólo se dedicaba a los relojes, y efectivamente así­ era, pero que mirara en el 233. En dicho número, el Zorro preguntó por “bags” y mostró las fotos de los bolsos, los chinos, supercomerciantes ellos y avispados como nadie, enseguida comprendieron lo que querí­a, y una mujer de unos 65 años, lo llevó unos diez números más abajo. El lugar era un  minúsculo centro comercial, con la mayorí­a de los departamentos cerrados. La china subió las escaleras y llamó en uno de ellos. Un hombre entreabrió la puerta y miró, hablaron algo en chino, supongo, y el Zorro entró dando las gracias a la mujer, que chapurreaba algunas frases en español. El departamento no tení­a nada de especial, unas cuantas estanterí­as metálicas llenas de cajas y más cajas, un chino atendiendo, y unas ocho o diez personas en su interior regateando. El regateo es algo ritual y obligado, y en ocasiones muy divertido. El Zorro preguntó por los “bags” y sacó las fotos que le habí­an dado en España bajadas de internet. El chino bajó una caja, y ...“voala!”, allí­ estaba uno de los encargos: un precioso bolso de mujer de LV en blanco, una novedad ya en los garitos de Canal Street. Sólo faltaba  la bolsa de viaje, esa marrón con las LV en oro que se les ve a los famosos. El chino bajó otra caja, y nada, bajó una tercera, y tampoco, el Zorro ya se estaba dando por vencido, pero el chino querí­a seguir vendiendo. Bajo una cuarta, y tampoco, entonces cogió el telíéfono y llamó a alguna parte. A los cinco minutos, no más, llegó una joven china con el bolso de viaje, y era aquel, tal cual la foto!. El Zorro dio por concluida la búsqueda e inicio la subasta. Pero hasta para pagar habí­a que guardar turno.

El chino muy serio íél, estaba atendiendo a una chica americana de gran atractivo fí­sico, con la que discutí­a y discutí­a. El Zorro observaba divertido el regateo. Al final hubo acuerdo, la chica pagó y se dio la vuelta. Los ojos de la rubia se cruzaron con los del Zorro, y este sintió algo especial, pero no le concedió mucha importancia. Llegó su turno, y regateó todo lo que pudo. Comenzaron en 120 dólares por los dos bolsos, y acabaron en 80. Eso mismo en la calle 57, costaba 2000 dólares. Ambos quedaron satisfechos y se despidieron, no sin antes advertirle el chino de que no abriera la bolsa negra en el que iba metido el botí­n. El calor abrasaba, y íél Zorro buscó en la distancia algún lugar para refrescarse, y justamente al otro lado de la calle estaba un Starbucks.
Entró todo decidido y se puso a la cola para pedir, pagó, y  miró donde sentarse,  pero no habí­a sitio libre, una persona le hizo una seña para que se acercara, era la rubia de los bolsos!, tambiíén ella necesitaba refrescarse. El Zorro agradeció la invitación y se sentó a la mesa. Los dos sonrieron, y miraron las compras del otro. A la rubia le encantó el bolso blanco, último modelo, y más tarde decidió ir por uno igual. Se presentaron, Carole, que así­ se llamaba la neyorkina, trabajaba en el Nasdaq, lo cual interesó mucho al Zorro. Carole no trabajaba en la central del Nasdaq, ella desarrollaba su trabajo en una oficina que tenia la entidad en Broadway, semiesquina con la 48. Se dedicaba a labores más bien administrativas, pero sabí­a bastante de Bolsa. El Zorro por su parte tambiíén estuvo a la altura de las  circunstancias.

í‰l le contaba sus aventuras bursátiles y la preciosa chica lo miraba con sus azules e hipnóticos ojos, una autentica mirada de fuego. El Zorro se sentí­a en otro lugar, plenamente dichoso con una guapa mujer escuchándole sus batallitas. Que poco se necesita a veces para ser feliz!. Carole le dijo que esperaba subidas para el Nasdaq en el 2006, y el Zorro, que tambiíén las esperaba para el IBEX. “¿Cuanto?”, preguntó ella, y el Zorro le contestó que con más seguridad se lo dirí­a en Febrero, aunque esperaba un 2006 alcista y especulativo. Carole invertí­a en valores como Apple, Marvell Tech., y Teva Pharma, consiguiendo buenos resultados en los últimos doce meses. El Zorro le contó que tenia 10.000 de Natraceutical, y 10.000 de Ercros, pero no le dijo a como cotizaban, esperaba que la cantidad la impresionara, como así­ ocurrió. La tertulia se prolongaba, y el Zorro invitó a otra ronda. Se dirigió a la barra a pedir, y vio algo que comprarí­a para regalárselo a la chica: Un disco de Carole King, nueva grabación de sus íéxitos en directo. A Carole le encantó el regalo, no conocí­a a la cantante, pero le prometió oí­rla con interíés. Serí­a la una  de la tarde cuando decidieron levantarse, el Zorro la acompañó para que comprara el bolso, y juntos caminaron Broadway arriba.

Al llegar a la altura de Bleecker Street,  Carole le indicó al Zorro que tení­a que girar a la izquierda para llegar a su casa, este le ofreció la mano para despedirse, y la neyorkina lo invitó a acompañarla a casa. Lo invitaba a cenar en su apartamento de Greenwich  Village!, el barrio bohemio de New York, que a finales de los sesenta y durante los setenta, vio como por sus bares pululaban mil y un artistas de la canción tratando de saltar a la fama..

Carole viví­a en Christopher Street  a su cruce con West Street, un lugar privilegiado con maravillosas vistas al rí­o Hudson y a New Jersey.  El apartamento era pequeño pero muy coqueto, unos 60 metros cuadrados muy bien aprovechados. La chica depositó las compras en una mesa de la salita, le indicó al Zorro que se sentara, y puso en el lector el CD de Carole King. La música sonó a medio volumen en lectura perfecta. Ella, se metió en la habitación para cambiarse, y el Zorro mientras tanto, escuchaba a la otra Carole contemplando las preciosas vistas. A los quince minutos apareció la rubia con una preciosa bata roja de seda natural comprada por la mañana en Canal Street  –20 dólares-, el Zorro quedó fascinado, pocas veces habí­a visto algo tan bello, la estuvo mirando durante un buen rato, hasta que la chica le pidió su opinión. El Zorro exclamó: “you are wonderful”, y  Carole agradeció el halago sonriendo. La jornada transcurrí­a, por senderos no programados en el plano del Zorro, pero se deslizaba dulcemente, placidamente, un sueño en una bella noche de verano. El Zorro trataba de entender lo que le estaba pasando en Nueva York, pero la mirada de la bella mujer lo anulaba, lo dejaba sin argumentos. Se olvidada de las Inbesós, se olvidaba de los Bosques de España, se olvidaba de todo. Lo interesante estaba allí­!, solo allí­. Serí­an las 2 de la madrugada cuando el Zorro consideró pertinente marcharse. Se lo dijo a la chica, y esta le dijo que se quedara, el Zorro mostró su discrepancia argumentando los cientos de cosas que tendrí­a que hacer al otro dí­a. Llamaron a un taxi, y a los 10 minutos llegó, se despidieron con un beso, y íél entró en el coche dando las señas al taxista, un colombiano. En la radio sonaba la canción “Spanish is the loving tongue” –“El español es el idioma del amor”- cantada por Judy Collins, y el Zorro sintió algo especial, que quizás nunca más volverí­a a sentir: New York lo habí­a hechizado!. Me habí­an dicho que era la tierra de las oportunidades, pero nunca pude imaginar que habrí­a tantas, pensaba, mientras el coche amarillo recorrí­a las calles desiertas de la gran manzana camino del hotel.
 
 El taxi  habí­a llegado al hotel, y el Zorro, ensimismado, no bajaba ni pagaba. El conductor lo miró, pero el español no reaccionaba. De pronto!, volvió en si y con gran energí­a le dijo al taxista que lo volviese a llevar donde Carole. í‰lla lo estaba esperando con una sonrisa, lo cogió de la mano y entraron en el apartamento.

En ocasiones, las historias acaban como nosotros queremos, y esta es una de las tantas que ocurrieron  el pasado verano en el Greenwich Village, el barrio bohemio de Nueva York.

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