Por... Fernando Del Corro
La crisis había sido claramente previsible desde tiempo atrás para diferentes economistas aunque no para los calificadores de riesgos que proseguían en su idílico mundo monetario roto por la realidad unos meses atrás, no corregible con un golpe de lábaro, y que hace tres años tuvo un descomunal estallido cuando el 15 de septiembre de 2008 el banco de inversiones Lehman Brothers se declaró en bancarrota.
Apelando a las normativas imperantes en los Estados Unidos de Amíérica pidió la protección legal frente a sus acreedores debido a la imposibilidad de cumplir con los mismos habida cuenta de que en su cartera de príéstamos lo más trascendente estaba conformado por críéditos hipotecarios incobrables que totalizaban unos 60.000 millones de dólares estadounidenses, el doble del Producto Interno Bruto (PIB) del Paraguay.
Los mercados mundiales sufrieron un colapso y no solamente por los papeles del Lehman Brothers sino por un tembladeral generalizado del sistema financiero que hizo, por ejemplo, que el Bank of America, aquíél famoso de los italianos de California, tuviese que salir, asumiendo importantes riesgos, a poner u$s 44.000 millones para correr al salvataje de otro gigante como el Merril Lynch mientras la Reserva Federal (FED) empapelaba el sistema repartiendo otros u$s 700.000 millones entre diferentes entidades financieras.
El Lehman Brothers había estado a punto de ser salvado por el londinense Banco Barclays pero la entidad británica pretendía hacerlo en coparticipación con la FED la que, en un comienzo, estuvo por prestarse a ello, hasta que en la noche del domingo 14, el entonces secretario del Tesoro del presidente George Walker Bush, Henry Merritt “Hank†Paulson, viejo funcionario de la banca Goldman Sachs, bajó el pulgar a la operación, y al estilo de un viejo emperador romano, decretó la muerte de aquíél y la píérdida de sus dineros para millones de ahorristas.
La decisión de Paulson fue sorpresiva porque la FED venía de haber destinado u$s 200.000 millones para salvar la financiera Freddie Mac y otros u$s 100.000 millones para hacer lo propio con la Fannie Mae las cuales, en conjunto, manejaban u$s 1,6 billones de personas que les habían confiado sus dineros, con el agregado de que, poco antes, la misma FED, tuvo que ayudar al banco JP Morgan para evitar la caída del Bear Sterms.
Entre los golpeados por la quiebra de Lehman Brothers, que no quiso evitar Paulson, estuvo el Citigroup que tenía acreencia sobre la financiera caída por u$s 138.000 millones, adicionando que la noticia de su cierre arrastró a la entonces mayor aseguradora mundial, la American Internacional Group Inc (AIG), la que debió ser estatizada dos días despuíés, el 17, para evitar el quebranto de la misma, mediante la adquisición del 79,9 por ciento de sus activos.
El monumento del toro existente en Wall Street dejó de ser un símbolo de la fortaleza financiera para convertirse en ese marco en aquello que los antiguos griegos llamaban hecatombe (cien toros); el sacrificio de animales en homenaje a sus dioses, en estos casos, seguramente, Hermes (convertido en Mercurio por los romanos), el protector de los ladrones y los comerciantes. Habían pasado 18 años de aquel 1990 cuando quebró aquel otro gran banco de inversión que fuera el Drexler Burnham Lambert, al que sus gerentes, que siempre se van con centenares de millones en sus bolsillos, habían convertido en el gran receptáculo de los bonos basura que circulaban por el mundo, en especial los de Amíérica Latina. Claro que las cosas en dos díécadas se habían agravado substancialmente desde ese mismo 1990 cuando el presidente argentino Carlos Saúl Menem fue invitado a disertar ante la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Y habían pasado 232 años desde que ese gran economista escocíés que fuera Adam Smith, en su “Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones†alertara con los manejos gerenciales en las sociedades anónimas señalando los graves riesgos que los mismos implicaban. Algo sobre lo que escribiese, ya en 1941, el estadounidense James Burnham en “La revolución de los directoresâ€, al pronosticar que los gerentes se iban a convertir en el estrato socialmente dominante, aunque con una óptica diferente. Quiíén retomó más claramente las ideas de Smith fue el estadounidense John Kenneth Galbraith allá por los años 1960 y no hay que descartar, más recientemente, en 2003, a la noruego-francesa Eva Joly en su magistral libro “Impunidad†donde muestra las irregularidades que llevaron a la quiebra a grandes empresas como la petrolera Elf.
La historia del capitalismo nos habla de tres grandes crisis. La primera de ellas, desatada en Viena en 1873, concluyó con la hegemonía de los Estados Unidos de Amíérica como potencia económica a partir de 1896 al desplazar al Reino Unido y cambió cuestiones estructurales claves como la predominancia del petróleo sobre el carbón en la energía y la emergencia del automóvil a expensas del ferrocarril. La segunda fue la de 1929, con arranque en Nueva York, solo frenada por la Segunda Guerra Mundial y de cuyos efectos apenas se mantuvieron al margen China con su persistencia en el patrón plata y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviíéticas (URSS) que el año anterior había lanzado su Plan Quinquenal diseñado por el ministro Nikolái Dmitriíévich Kondratiev, cuya teoría de los ciclos económicos se estudia hoy en las universidades de todo el mundo.
La crisis de 1929, medida en valores contemporáneos, estuvo cerca de u$s 1,0 billón. La actual ha superado largamente esa cifra y todo indica que se prolongará en el tiempo más allá de la ligera visión optimista de muchos y no solamente en países relativamente pequeños como Grecia con un PIB de u$s 300.000 millones o, más aún, de Irlanda, de u$s 72.000 millones, sino de enormes economías como la de California (u$s 1,8 billones), la mayor de los EUA, casi igual a la del Brasil. El debate hoy pasa por ver cual será el nuevo mundo que emerja de la misma.