Por... David E. Santos Gómez
Inspirados por la Primavera írabe, un grupo de jóvenes despertó el Otoño Estadounidense. Desesperados y decepcionados por un capitalismo en crisis han creado una protesta y la han nombrado Occupy Wall Street (Ocupen Wall Street). Se tomaron primero los alrededores de ese símbolo del capitalismo mundial en Nueva York y luego, con la espontaneidad que confieren estos gritos masivos, el movimiento se ha ido desplegando por ciudades como Chicago, Boston o Washington.
A decir verdad, todo el proceso casi imita al movimiento de los indignados que aún remueve el corazón político de España. En medio de una profunda crisis de la economía, los jóvenes capacitados pero desempleados no entienden el errático actuar de los gobiernos y mucho menos la desparpajada actitud de despilfarro de los empresarios y banqueros.
Convocados masivamente por las redes sociales de Twitter y Facebook (no podía ser de otra forma) los jóvenes poco a poco se han movido de su apatía porque reconocen que Estados Unidos va en carrera acelerada al abismo. Cifras recogidas por el New York Times cuentan que solo el pasado viernes se produjeron en promedio entre 10 y 15 mil trinos en Twitter por hora acerca del movimiento y aunque la presencia física no ha pasado de unos miles, la actividad electrónica hace prever que el movimiento está moldeando la opinión pública de forma contundente.
Occupy Wall Street es, hoy por hoy, el mejor reflejo del descontento de Estados Unidos. Los ciudadanos de a pie sienten que ni Barack Obama desde la Casa Blanca y mucho menos los legisladores desde el Capitolio están actuando correctamente para evitar la debacle de la primera potencia del mundo. La venerada vida del consumismo ha tocado fondo.
Su principal eslogan es "Nosotros somos el 99 por ciento", en referencia a que el restante 1 por ciento acapara la riqueza del país dejando a la gran mayoría ahorcada tras príéstamos impagables y con difíciles condiciones de vida.
Aunque el movimiento parece no tener un fin muy claro y está construido más con base en críticas que de propuestas, el solo hecho de levantar la voz contra la pasividad de la sociedad hace sudar a más de un empresario y a no pocos legisladores. Muchos los acusan de no saber para dónde van, pero ellos ven en esto más que un problema, la definición de una generación que va encontrando su destino a medida que camina.
Lo que sí está claro es que Occupy Wall Street tiene más afinidades con Obama y sus intentos de redireccionar la economía que con los republicanos o las negativas del Congreso a nuevos recortes. Fue el mismo Obama el que la semana pasada aseguró que el movimiento era una muestra tangible del descontento general y de alguna manera validó las protestas.
Simbólicamente los jóvenes marchantes se dicen asqueados de la avaricia de los ricos y su falta de compromiso con la recuperación económica. Frente a esto, los republicanos que piden no aumentar los impuestos a los más acaudalados quedan inmediatamente inscritos en el bando opositor.
En plena carrera presidencial el movimiento parece estar creciendo de forma acelerada y ha encontrado apoyo tanto en personas famosas de Hollywood como en periodistas de opinión de izquierda. En un país acostumbrado al espectáculo y al show, solo falta obtener la chispa de 15 minutos de fama para que estos indignados se conviertan en un acontecimiento realmente transformador.
El 2011 es, de la historia reciente, el año más llamativo y ejemplarizante sobre lo que una sociedad inconforme puede hacer. Desde Túnez a Egipto o de España a Estados Unidos, los jóvenes encontraron primero un aliado en las redes sociales para despuíés pasar a la acción contra sus gobiernos. Es una nueva forma de lucha en la que la mejor forma de acción es justamente protestar a travíés de la inacción.
A diferencia de las otras revueltas lo que llama la atención en Estados Unidos es que esta masa protestante no va contra el gobierno establecido de Barack Obama, ni espera tumbarlo. Por el contrario, podría terminar de servirle de gran ayuda.