Barriola 11-22 Bengoetxea VI
donostia. En la cena de Nochevieja, con las uvas tamborileando aún en la garganta, Oinatz lanzó un deseo para el nuevo año al oído de Asier García, su primo, en la reunión familiar. En torno a la mesa de los anhelos. "Tengo buenas vibraciones para este año. Creo que puedo hacer algo grande". Asier, más diestro que Oinatz con las uvas, le contestó. A botepronto: "A ver si cae alguna final, o alguna txapela". Acabaron riendo. Cómplices. Unidos en una burbuja de champán. Efervescente. Dorada. Fresca. Brillante. Medio año despuíés, en la mitad de junio, aquella risa es pura felicidad. í‰xtasis. Descomunal por inesperado. Extraordinario. Inopinado. Las campanas de la iglesia de San Miguel, el templo de piedra que acuna Leitza, sonaban con fuerza aquella noche de diciembre. En el despertar de enero. Banda sonora. Anunciación en el Atano III de Donostia, otro templo, acaso más pagano. El lugar donde tronó el bautismo de Bengoetxea VI. Campeón del Manomanista. Profíético.
El estado de ánimo, la psicología, la intrahistoria de la final, su tripas, dejaron tieso a Abel Barriola, incapaz de sobreponerse a su ansiedad. Al víértigo que le produce una situación que exige más personalidad que juego. El zaguero de Leitza no alcanzó su nivel. Le sucede en las finales, que le devoran irremediablemente. Van seis. Una lástima. No puede con ellas. Se quedó cortísimo en su puesta en escena y el partido se quedó cojo desde el amanecer. Mutilado. Irreconocible Abel. Descabezado de tanto pensar. Obsesionado en querer demostrar lo que es evidente. Que se trata de un gran campeón. El entusiasmo, el arrojo y la calidad de Oinatz le vaciaron. Poco a poco. Con paciencia. Hasta barrerle. Del todo. Barriola deshabitado. Hueco. Se pasó la final buscando al pelotari que es. Ni estuvo ni se le esperaba porque Bengoetxea VI le laminó el ánimo desde el primer pelotazo. Abel emitió malas señales desde el calentamiento. Ensimismado, con el cuello rígido, comprobó la adherencia de sus zapatillas. Recuerdo de la final del pasado año cuando no conseguía fijar los pies en el suelo. Hielo. Oinatz caminaba por la otro orilla. Seguro de sí mismo. Agigantado en su primera final. En zapatillas de casa. A gusto.
gran inicio de oinatz El arranque trazó las líneas maestras del duelo. Abel, obcecado en inutilizar el juego de aire de Oinatz se estrelló con los límites del frontis. En los primeros tantos, Barriola duplicó los errores cometidos en su aproximación a la final. Mal asunto. Oinatz, mientras tanto, silbaba. Había colocado la pugna en su terreno. Guerra de guerrillas. Presión y más presión. Colgado de su archiconocido y eficientísimo sotamano, el joven leitzarra fundió a Barriola, atrapado en un amasijo de nervios, y carente de respuestas. Bengoetxea VI alcanzó su primera ventaja. Un aviso: 5-1. Abel abandonó su estado catatónico y se enganchó a la pelea con una gran dejada, un voleón y un pelotazo. Sucedió que para entonces Oinatz movía los hilos de la final y arrastró a Barriola a sus dominios hasta que el zaguero encontró nuevamente el colchón de un sotamano. Bengoetxea VI tiró del hilo y deshilachó a su oponente con un parcial de 11-1, que cosía la final en el bolsillo de Oinatz. En el trayecto apareció su juego elíéctrico, unas piernas inacabables, una destreza imponente con el estoque y un tratado de defensa. Oinatz estaba en todos lados. Omnipresente. Por si todo esto fuera poco tambiíén dominó en la ruleta de la fortuna. Oinatz se catapultó al cielo desde la trinchera. Con su eterna defensa. Irreductible. El corazón, el alma y la agonía en cada pelotazo. A la italiana. Obligando continuamente a un esfuerzo extra a Abel. Exigiendo un pelotazo más a su rival. Abel estaba en proceso de derribo. Camino del desagí¼e. En picado. Sin solución. Contrariado. Abrumado. Aplastado por lo inesperado. Su último esfuerzo le alcanzó para cinco tantos más. Falló Abel hasta con el dos paredes, entre otras cosas porque le faltaba una tonelada de confianza, justo la que le sobraba a Oinatz exquisitamente dirigido por Asier García, otro de los descubrimientos del campeonato. La final estaba en tiempo de descuento. Oinatz viajaba hacia el futuro. Hacia la txapela. Hacia la felicidad. Para cumplir con la profecía. La de la última noche de diciembre entre uvas, champán y risas.