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Autor Tema: Abel Barriola - Oinatz Bengoetxea  (Leído 1042 veces)

sapakondi

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Abel Barriola - Oinatz Bengoetxea
« en: Junio 15, 2008, 12:21:38 pm »
15.06.08 - TINO REY| VITORIA
. Este es el complejo cóctel que lleva en sus entresijos la final del Manomanista que disputan esta tarde (17.00, ETB I) Abel Barriola y Oinatz Bengoetxea en el frontón Atano III de San Sebastián. La cátedra ya se ha pronunciado: ¡1000 a 400, 'colorao'! Color de la camisola que lucirá el zaguero de la promotora de los Vidarte.
En el frontón las apuestas son parte consustancial de un partido de pelota. No se concibe entrar en un recinto sin oir los cánticos de los corredores de apuestas. Es la banda sonora de las canchas. Según caen los tantos para uno u otro pelotari, inclinan sus posturas bursátiles. Y si el partido muestra su cara más cruel para sus interesíés, con constantes iguladas en el marcador, el sanedrí­n de apostantes se altera de una forma estrepitosa. El colmo de la desventura llega con el empate a 21 tantos.
Los corredores de apuestas son los que desempeñan el papel de intermediarios entre los puntos. Con una bola de tenis, cortada por la mitad, mandan las papeletas a los clientes que han demando sus preferencias, bien azul o 'colorao'. La papeleta es considerada por todas las partes como un documento de obligado cumplimento. Al finalizar el partido, el que ha perdido pagará religiosamente su apuesta y al ganador, tras cobrarle el consiguiente corretaje, verá incrementado su bolsillo. Es la ley de los frontones. Aunque ocasionalmente, el listillo de turno, decide marcharse sin saldar sus deudas, la mayorí­a de ocasiones se da con su paradero.
Para esta tarde la cátedra ya ha tomado su decisión. Y lo ha hecho de forma abrumadora a favor de Abel Barriola. Habrá momios de salida, 100 a 40 euros, a favor del colorao. Para muchos aficionados «hay una desmesurada confianza por el zaguero de Aspe que puedan pagar a muy alto precio. En una final puede pasar cualquier cosa», dice Julián Bueno, apostador habitual.
¿Por quíé existe tanta suficiencia por el zaguero de Leitza? La respuesta la tiene Juan Luis Arrarte, corredor. «En las finales, desde que yo tengo uso de razón, si gusta el partido por un determinado pelotari, se tira el dinero obsesivamente por su color».
«Me gusta la final a rabiar por Abel, como a casi todos que andamos metidos en este complejo mundo de las apuestas, porque tiene más condiciones para el mano a mano que su paisano», sostiene Bueno. Arrarte comparte opinión. «En las distancias cortas y largas es superior en casi todo el pelotari adscrito a la empresa Aspe».
Sin embargo, el corredor de apuestas vizcaí­no deja entrever un hecho que ha sido la constante en la edición del Manomanista de 2008. «Ciertas eliminatorias las ha cargado el diablo y se ha llevado el gato al agua el que arrancó de salida como ví­ctima. Ahí­ están los casos de las derrotas de Xala, Olaizola II y Martí­nez de Irujo».
Fiesta en Leitza
«Una final tiene una importante carga de emociones, por su gran repercusión, que puede erosionar el estado aní­mico de cuaquiera y hay que saber digerirlas», mantiene Arrarte. «Estoy convencido de que el chaval -Bengoetxea VI-, que es un pelotari muy competitivo, dará todo lo que lleva dentro». De lo que no cabe duda es de que el desarrollo del partido se vivirá de una forma muy intensa en Leitza, lugar donde residen ambos pelotaris. Gane quien gane habrá fiesta. Se les recibirá con cohetes y txistularis.



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Re: Abel Barriola - Oinatz Bengoetxea
« Respuesta #1 en: Junio 16, 2008, 02:08:26 pm »
Barriola 11-22 Bengoetxea VI
donostia. En la cena de Nochevieja, con las uvas tamborileando aún en la garganta, Oinatz lanzó un deseo para el nuevo año al oí­do de Asier Garcí­a, su primo, en la reunión familiar. En torno a la mesa de los anhelos. "Tengo buenas vibraciones para este año. Creo que puedo hacer algo grande". Asier, más diestro que Oinatz con las uvas, le contestó. A botepronto: "A ver si cae alguna final, o alguna txapela". Acabaron riendo. Cómplices. Unidos en una burbuja de champán. Efervescente. Dorada. Fresca. Brillante. Medio año despuíés, en la mitad de junio, aquella risa es pura felicidad. í‰xtasis. Descomunal por inesperado. Extraordinario. Inopinado. Las campanas de la iglesia de San Miguel, el templo de piedra que acuna Leitza, sonaban con fuerza aquella noche de diciembre. En el despertar de enero. Banda sonora. Anunciación en el Atano III de Donostia, otro templo, acaso más pagano. El lugar donde tronó el bautismo de Bengoetxea VI. Campeón del Manomanista. Profíético.

El estado de ánimo, la psicologí­a, la intrahistoria de la final, su tripas, dejaron tieso a Abel Barriola, incapaz de sobreponerse a su ansiedad. Al víértigo que le produce una situación que exige más personalidad que juego. El zaguero de Leitza no alcanzó su nivel. Le sucede en las finales, que le devoran irremediablemente. Van seis. Una lástima. No puede con ellas. Se quedó cortí­simo en su puesta en escena y el partido se quedó cojo desde el amanecer. Mutilado. Irreconocible Abel. Descabezado de tanto pensar. Obsesionado en querer demostrar lo que es evidente. Que se trata de un gran campeón. El entusiasmo, el arrojo y la calidad de Oinatz le vaciaron. Poco a poco. Con paciencia. Hasta barrerle. Del todo. Barriola deshabitado. Hueco. Se pasó la final buscando al pelotari que es. Ni estuvo ni se le esperaba porque Bengoetxea VI le laminó el ánimo desde el primer pelotazo. Abel emitió malas señales desde el calentamiento. Ensimismado, con el cuello rí­gido, comprobó la adherencia de sus zapatillas. Recuerdo de la final del pasado año cuando no conseguí­a fijar los pies en el suelo. Hielo. Oinatz caminaba por la otro orilla. Seguro de sí­ mismo. Agigantado en su primera final. En zapatillas de casa. A gusto.

gran inicio de oinatz El arranque trazó las lí­neas maestras del duelo. Abel, obcecado en inutilizar el juego de aire de Oinatz se estrelló con los lí­mites del frontis. En los primeros tantos, Barriola duplicó los errores cometidos en su aproximación a la final. Mal asunto. Oinatz, mientras tanto, silbaba. Habí­a colocado la pugna en su terreno. Guerra de guerrillas. Presión y más presión. Colgado de su archiconocido y eficientí­simo sotamano, el joven leitzarra fundió a Barriola, atrapado en un amasijo de nervios, y carente de respuestas. Bengoetxea VI alcanzó su primera ventaja. Un aviso: 5-1. Abel abandonó su estado catatónico y se enganchó a la pelea con una gran dejada, un voleón y un pelotazo. Sucedió que para entonces Oinatz moví­a los hilos de la final y arrastró a Barriola a sus dominios hasta que el zaguero encontró nuevamente el colchón de un sotamano. Bengoetxea VI tiró del hilo y deshilachó a su oponente con un parcial de 11-1, que cosí­a la final en el bolsillo de Oinatz. En el trayecto apareció su juego elíéctrico, unas piernas inacabables, una destreza imponente con el estoque y un tratado de defensa. Oinatz estaba en todos lados. Omnipresente. Por si todo esto fuera poco tambiíén dominó en la ruleta de la fortuna. Oinatz se catapultó al cielo desde la trinchera. Con su eterna defensa. Irreductible. El corazón, el alma y la agoní­a en cada pelotazo. A la italiana. Obligando continuamente a un esfuerzo extra a Abel. Exigiendo un pelotazo más a su rival. Abel estaba en proceso de derribo. Camino del desagí¼e. En picado. Sin solución. Contrariado. Abrumado. Aplastado por lo inesperado. Su último esfuerzo le alcanzó para cinco tantos más. Falló Abel hasta con el dos paredes, entre otras cosas porque le faltaba una tonelada de confianza, justo la que le sobraba a Oinatz exquisitamente dirigido por Asier Garcí­a, otro de los descubrimientos del campeonato. La final estaba en tiempo de descuento. Oinatz viajaba hacia el futuro. Hacia la txapela. Hacia la felicidad. Para cumplir con la profecí­a. La de la última noche de diciembre entre uvas, champán y risas.