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Autor Tema: El Zorro y el Leprechauns  (Leído 3878 veces)

Zorro

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El Zorro y el Leprechauns
« en: Diciembre 04, 2007, 08:51:55 pm »
El Zorro y el Leprechauns

 El Otoño apuraba sus últimos dí­as en el Bosque, las hojas alfombraban los caminos a millones, dificultando el andar a los habitantes, y el rastreo a los cazadores, que como el Zorro, dependí­an de su fino olfato para seguir a las presas. Aquel dí­a no lloví­a, y pese a las dificultades naturales de la estación, el Zorro salió de caza. No llevaba una hora de rastreo, cuando un gritolo alertó:
- ¡Ay!.

 El cánido se puso en guardia y trató de localizar el quejido, sabí­a que el autor era el mayor depredador que puede pisar un Bosque: El Hombre. El Zorro, se fue acercando con gran sigilo a la fuente del sonido, levantó la cabeza para mirar, pero no veí­a nada. Se acercó un poco más, consciente del riesgo, y nada.

- Me habríé equivocado, pensó.

Bajó la guardia, y se levantó un tanto inseguro.

- ¡Pero....!, ¿quíé es aquello?.

Una pequeñí­sima figura le llamó la atención en la distancia, su curiosidad pudo más que su miedo y se acercó. Lo que vio lo dejó bastante perplejo: Un ser de tamaño diminuto, con unas extrañas vestiduras y una larga, larga, barba, estaba atrapado en una trampa. El cánido lo estuvo observando un buen rato, lo olió, y al ver que no tenia mucho que comer, decidió pasar del tema y seguir con su cacerí­a. Ya se iba, cuando la voz sonó otra vez:

- ¡Ay!, ¡ay!, ¡socorro!. ¿Es que no vas ayudarme Zorro?.

Asombrado, nuestro híéroe giró y volvió a acercarse.

- Hablas como los Humanos, ¿quíé eres?, preguntó el Zorro. ¿Acaso una crí­a?.
- No, no, soy un  Leprechauns, dijo la diminuta criatura.
- ¿Un quíé...?, contestó el Zorro.
- Un Gnomo, un Duende del Bosque. He caí­do en esta trampa para animales, por favor ayúdame. 

La mente del Zorro se puso a funcionar a mil por hora, el cánido conocí­a viejas historias sobre estos hombrecillos, a los que algunos atribuí­an poderes mágicos, y otros, aseguraban que guardaban una olla con monedas de oro. El Zorro sonrió por su suerte, y decidió negociar:

- Bien Leprechauns, Duende, o lo que seas, ¿Quíé gano yo a cambio de ayudarte?.
- ¿Cómo me dices esto Zorro?, soy un habitante del Bosque en peligro, ¡ayúdame por favor!.
- Nada, nada, Duende, si no gano algo, me voy. ¡Adios!, ahí­ te quedas.
- ¡Espera Zorro!, espera, dijo a la desesperada el Gnomo, ¡tú ganas!.¿Quíé quieres?.
- ¿Quíé ofreces?, le respondió el cánido.

El Leprechauns le ofreció cien monedas de oro.

El Zorro rechazó la oferta, y le pidió toda la olla. El hombrecillo, estuvo un rato dudando, y ofertó de forma irresistible:

- Está bien Zorro, la olla me gustarí­a conservarla ya que es un recuerdo de familia que pasa de generación en generación, pero te daríé algo igual de valioso.
- ¿Y quíé es ello, Duende?.
- Te concederíé un deseo, ¡el que tú quieras!.
- ¿Solo uno?.
- Si, pero podrás ser muy rico Zorro, o simplemente ser muy feliz. “Eres tú el que debe escoger.

El Zorro estuvo pensando durante unos cinco minutos, y decidió aceptar el trato:

- Vale Duende, te suelto y tú me concedes el deseo que yo quiera.
- Si, palabra de Leprechauns.

El cánido lo soltó, el hombrecillo agradeció la “generosa acción”, hizo un gesto de alivio, y preguntó cual era el deseo. El afortunado, no tení­a claro que pedir.

- Era sólo un deseo, y despuíés nada, pensaba el Zorro. Si pido Oro, el Oro se gasta y luego no me quedará nada. Si pido subir la Bolsa, pueda que no sea feliz, o no tendríé salud para disfrutar de las plusvalí­as. Si pido Felicidad, y no tengo Oro, no la podríé disfrutar por todo lo alto. Si pido Trabajo, tendríé tanto, que no podríé disfrutar de la Vida. Si pido Paz, se acabaran las guerras, pero yo no tendríé Oro, y nadie me garantiza la Felicidad. No síé, no síé...

Al ver que el Zorro tardaba tanto, el Duende le dijo:

- Date prisa Zorro, es verdad que has cumplido tu parte del trato, ahora díéjame cumplir la mí­a.
- Bien Duende, te lo diríé mañana, aquí­ a la misma hora.

El Gnomo, al comprobar que aún no se deshací­a del Zorro, protestó:

- Yo quiero cumplir con mi parte del trato, eres tú el que no me deja.
- No, no es cierto Duende, tú no me dijiste que te lo tení­a que decir en una hora. Como es un único deseo, merece la pena meditarlo durante un dí­a. Mañana te lo diríé y quedarás libre de tu compromiso.
- Vale, Zorro, vale, respondió a regañadientes el Gnomo. Mañana pues a la misma hora.
- Hasta entonces Duende.
- Hasta mañana Zorro”.
                       
El cánido continuó durante un buen rato en el mismo lugar. Parecí­a ausente, pero en realidad le estaba dando mil y una vueltas a todo lo acontecido. No acababa de creerse su suerte, pero decidió reaccionar:

- Iríé a ver al viejo Búho, íél me ayudará con sus sabios consejos a elegir el mejor deseo, pensaba.

Mientras, sus pasos lo llevaban inconscientemente, al gran árbol en el centro del Bosque, hogar de su amigo. En una hora el Zorro se plantó a pie de árbol:

- Búho, Búho, ¿estás en casa?. Búho, Búho, te necesito!. Búho, sal, por favor!.
- Bufff!, Zorro, menudo coñazo eres!, ¿acaso no sabes que duermo por el dí­a?. ¿Quíé importante tema te trae por aquí­?.
- Perdona amigo, pero la ocasión lo merece. Nunca me he encontrado con semejante dilema, y espero que me ayudes a tomar una decisión.
- Bueno, ya que me has despertado, cuíéntame todo.
- Veras Búho, he encontrado un pequeño Duende en el Bosque, y por salvarlo de una trampa, me concede un deseo, el que yo quiera. Pero solo uno. Debo escoger, y mañana decí­rselo.
- Eres afortunado Zorro, como mucho, a un habitante de cada generación le ocurre algo así­.
- Gracias Búho, ¿podrás ayudarme?. Lo intentaríé Zorro, pero la última palabra la tendrás tú?.

Los dos amigos se pusieron a analizar todas las posibilidades: Riqueza, Paz, Felicidad, Amor, Poder, la Bolsa... ¡Incluso se barajó la Vida Eterna!. Todas tení­an sus pros y sus contras. Ninguna reuní­a varios elementos satisfactorios a la vez. El viejo Búho, ya cansado, le llegó a decir que pidiera que el Bosque existiera siempre. Pero al Zorro, le pareció muy romántico, aunque poco práctico, el deseo. Ya faltaba muy poco para el amanecer, cuando al Zorro se le iluminó la sesera:

- Ya esta Búho, ya está, ya está....Yupiiii!. Lo encontríé Búho!, lo encontríé!. Se que pedirle al Duende. Ja, ja, ja, ja, Búho, lo encontríé!.

El Búho vió tan emocionado al Zorro, que tambiíén se puso a celebrarlo:

- Hurra Zorro!, hurra!, somos los más grandes!. ¡Ohe!, ¡ohe!, ¡ohe!, ¡ohe!.

El ave pronto se dio cuenta de que no sabí­a que estaban celebrando, y preguntó:

- Bueno Zorro, ¿quíé celebramos?. ¿Cuál va a ser el deseo?.
- ¡Es fácil Búho!, no se como no habí­amos caí­do, le pediríé el Poder para conseguir todos los deseos.
- ¿Eso se puede pedir Zorro?.¿No es hacer trampa?.
- No Búho, no. El Duende me dijo que podrí­a pedir un deseo, sólo uno. Y eso es lo que precisamente voy hacer.
- Bueno Zorro, lo podrí­amos discutir durante dí­as, a ver si cuela.
- ¿Por quíé no va a colar Búho?. Simplemente he utilizado mi mente para descubrir el mejor deseo que se pueda pedir.

Los dos amigos se despidieron, el Búho volvió a la cama, y el Zorro corrió al encuentro del Duende del  Bosque. Ambos, llegaron puntuales a la cita.

- Y bien Zorro, ¿ya sabes lo que me vas a pedir?.
- Si, Duende.
- Ya sabes que sólo es un deseo, y que no podrás volverte atrás?.
- Si, lo síé, contestó el cánido todo nervioso.
- ¿Cuál es tu deseo, Zorro?.
- Que me concedas el Poder de conseguir todos los deseos!.
- ¡Como!, eso nadie me lo ha pedido nunca!. No se si te lo podríé dar Zorro.
- ¡Como que no!, Duende. ¡Cumple tu palabra!. Yo sólo te pido un deseo.
- Si, es cierto Zorro, pero este los encierra todos.
- Tú no me pusiste limite, ni condiciones, Gnomo, cumple, cumple con tu promesa.
- Está bien Zorro, cumpliríé.

El Duende del Bosque le concedió al Zorro tal Poder. El Zorro comprobó que funcionaba, dio su aprobación, y se despidió del Gnomo dándole las gracias. Despuíés, cada uno se fue por su lado. El Leprechauns con una enigmática sonrisa, y buscando donde habí­a estado su fallo, ya que nadie, hasta entonces, le habí­a sacado tanto. Y el Zorro, todo feliz, pensaba:

- A veces, con un poco de imaginación, ¡cuanto se gana!.

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