Diez años despuíés de su adhesión a la zona euro, Grecia está arruinada y sufre la competencia directa de los Balcanes y de Turquía, pero para la mayoría de los griegos, el regreso al dracma es sinónimo de apocalipsis.
Los dirigentes políticos avisan, los sondeos lo confirman: los griegos quieren quedarse en la Eurozona. "Nuestra posición en Europa no es negociable", afirmó hace poco el primer ministro Lucas Papademos.
"Grecia es y seguirá siendo una parte de la Europa unida y del euro", añadió el que fue gobernador del Banco de Grecia cuando se adoptó el euro y más tarde vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE).
El apoyo a la divisa europea -hasta un 80% según las encuestas- no ha descendido pese a los sacrificios impuestos desde hace dos años por los acreedores de la zona euro, que han hundido el país en una profunda recesión y han hecho estallar el paro (que casi alcanza a uno de cada dos jóvenes).
La hipótesis de la salida de la zona euro ya no es un tema tabú. El semanario británico The Economist, que hace tiempo estima que Grecia quebrará, organizó hace poco una conferencia sobre este cuestión en Atenas.
Pero el ex presidente francíés Valíéry Giscard D'Estaing, muy querido en el país heleno al que ayudó a adherir a la Comunidad Europea, calificó de "grave error" la decisión de introducir a Grecia en la moneda única y criticó con dureza la "gestión demagógica" de los gobiernos griegos.
"En el inicio de la deuda está el hecho de que los dirigentes griegos siempre han confundido la noción de críédito con la de ingreso", asegura el historiador Nicolas Bludanis. Pertenecer a la moneda única ha permitido al país pedir prestado dinero a bajo coste y a la clase política reforzar su base electoral contratando muchos funcionarios, denuncia.
Además, Grecia no ha utilizado los fondos europeos que se le han concedido de los años 1980 para "desarrollar su sistema productivo y mejorar la productividad de su industria", subraya Savvas Robolis, profesor de Economía de la Universidad Panteion de Atenas.
"La viabilidad de un millón de empresas no puede depender de 3,7 millones de hogares griegos: ¡tienen que exportar", exclama este docente cercano a los sindicatos, que teme que un retorno al dracma lleve al país al "subdesarrollo".
Pero la tendencia actual lleva a la deslocalización hacia países ajenos a la Eurozona, como Bulgaria, cuyo sistema fiscal ofrece más ventajas y los costes de producción son más bajos.
Uno de los pocos en pedir la salida del euro, incluido en la extrema izquierda, es Costas Lapavitsas, profesor de Economía en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres, quien estima que el euro es una "problemática" que ha permitido a los "países del centro", como Alemania, enriquecerse a costa de la "periferia".
Para Lapavitsas, Grecia no tiene otra opción que quebrar y salir del euro, imponiendo un control sobre los capitales. Y a los que predicen el apocalipsis, alentando una caída del sistema financiero, una desvalorización del patrimonio de los ahorros, una hiperinflación y una huida masiva de capital, les recuerda el "terrible" coste que le ha supuesto a la sociedad griega aplicar las medidas de austeridad.
El economista Yannis Varufakis, tambiíén hombre de izquierdas, de la Universidad de Atenas, piensa, al contrario, que salir del euro es peor que quedarse, porque la inevitable depreciación del dracma conduciría a la píérdida "masiva del poder" de los más pobres, cuyos ingresos y ahorros no valdrán nada, hacia los más ricos, que pondrán sus euros a salvo.