El Trending Topic del díéficit se canta tijera en mano, porque de pronto, en el país donde no paga nadie, hay que recortarlo todo. Pero si hay algo que diferencia a los políticos y ciudadanos es que los primeros suscribirían sin vacilar más recortes sociales antes que aplicarse a racionalizar las Administraciones públicas, así como su infinita red de entes superfluos a todas las escalas.
Politólogos, demógrafos y expertos en gestión territorial están aburridos de repetir que las diputaciones son entes burocráticos inútiles –para los ciudadanos, no para los partidos-. Muchas han desaparecido en las autonomías uniprovinciales sin que se haya advertido el menor deterioro social, de la misma manera que hay ayuntamientos que se han fusionado para optimizar gastos y servicios, y nadie se ha envuelto en la bandera del cantonalismo para defender la autonomía municipal.
De los cuatro mil entes públicos repartidos por nuestra geografía, al fin parece que se va a suprimir veintisiete. Por lo visto, los 3.973 restantes son el chocolate del loro. El problema es que nunca ha habido tantos loros para tan poco chocolate. Y si el loro sigue cantando, tenemos razones para pensar que nuestros próceres consideran más factible cortarle las alas al bienestar del conjunto de los ciudadanos que dejar sin puesto de trabajo a sus entrañables correligionarios.
¿Se puede tocar la sábana santa del diseño autonómico? Allá por la Transición hubo un debate de visiones políticas sobre cómo organizar el país. Triunfó la tesis de Fraga: un Estado vertebrado en 17 Bavieras, fieles pero autónomas. El resultado es un reino inverosímil con más funcionarios que Japón – que triplica nuestra población- , al que cabe aplicarle la cíélebre frase de Dí¼rrenmatt sobre Suiza: “No dudo de la necesidad del Estado; dudo de que nuestro Estado sea necesarioâ€.
Ante la duda hamletiana-¿acabamos de desmantelar el Estado o nos atrevemos con las autonomías?-, los políticos parecen haber optado por la propedíéutica de Homer Simpson:â€intentar algo es el primer paso hacia el fracasoâ€. Y así nos luce el pelo.
Hubo un tiempo en que quienes gobernaban tenían una visión de país, discutible pero innegable. Hoy lo que prevalece entre ellos es una lectura residencial de la política donde el ciudadano siempre es el último de la fila. Tras le flexibilización del mercado laboral viene precisamente eso, la flexibilización de la ciudadanía. Pero no pasa nada: ningún tonto se queja de serlo, o sea que no nos debe ir tan mal.