Una economía camino de la crisis del 93
Por Bernardo Díaz para Cinco Días
Hace sólo diez meses, el vicepresidente económico del Gobierno, Pedro Solbes, presentaba a las Cortes unos Presupuestos del Estado para este año elaborados bajo el paraguas de un escenario macroeconómico sólido, caracterizado por un crecimiento del producto interior bruto del 3,3%, el mantenimiento de un amplio superávit fiscal en las cuentas de las administraciones públicas y la generación de 420.000 empleos netos.
Ni los organismos internacionales más pesimistas por entonces, entre ellos la OCDE y el FMI, ni incluso el primer partido de la oposición (PP), en plena precampaña electoral, atinaban a dibujar para España un deterioro económico tan profundo como ha ocurrido en la actualidad (un crecimiento intertrimestral de sólo el 0,3% hasta marzo).
El estallido de la crisis inmobiliaria a nivel nacional, la burbuja especulativa petrolera que sufre todo el Planeta y la fuerte restricción del críédito como consecuencia de la crisis financiera internacional han empujado a la economía española a un cambio de ciclo económico no visto desde hace 15 años. Cambio de ciclo, por otra parte, anunciado por la mayoría de servicios de estudios (Funcas, Caja Madrid, BBVA, CEOE, etc.) desde hace varios ejercicios. Lo sorprendente para todos ellos ha sido la rapidez con que se ha producido. En los últimos dos trimestres el deterioro ha sido de tal calibre que se puede decir sin temor a equivocarse que España se encuentra, hoy por hoy, a niveles muy cercanos a la última recesión económica sufrida en 1993.
El consumo, clave
Al igual que en 1993, la economía española se encuentra en una etapa de fuerte desaceleración del gasto privado, que está llevando a caídas de dos dígitos en los principales indicadores del consumo a corto plazo como las matriculaciones de vehículos, la producción de cemento o las ventas del comercio minorista (pequeño comercio, súper e hipermercados). Al igual que hace 15 años, los ingresos tributarios se están desinflando, afectados por los menores beneficios empresariales (impuesto de sociedades) y por la falta de confianza de los consumidores en el repunte de la economía (afecta a la recaudación del IVA).
Una falta de confianza muy influida por las expectativas al alza de los tipos de interíés en la zona euro, de las que casi todos los días hace mención dirigentes del Banco Central Europeo, entre ellos su presidente Jean-Claude Trichet. De hecho, los analistas tienen previsto que el BCE suba el precio del dinero, del 4% al 4,25%.
La actividad industrial, que se veía como antídoto al cambio de ciclo o, al menos, sustituto parcial del dinamismo constructor, lleva varios meses con caídas en la producción, aunque bien es cierto que aún no son del orden del 4% de media registradas a comienzos de los 90.
Por su parte, el sector inmobiliario, tras años de pujanza, se hunde ahora con descensos en la compraventa de viviendas (30%) que se extienden tambiíén a los precios de los inmuebles (bajada media del 1,2% en el primer semestre de 2008, según Sociedad de Tasación), por encima, incluso, de los registrados hace 15 años. La caída de valor de las casas está provocando, a su vez, un retraimiento en las decisiones de gasto corriente de los consumidores (compras semanales, vacaciones, etc.) que ven cómo su riqueza patrimonial está viíéndose afectada, según ha reconocido ya el Banco de España.
En positivo
Sin embargo, este paralelismo con la situación de 1993 implica tambiíén resaltar que en algunos aspectos la situación es mejor. En primer lugar, el cambio de ciclo pilla al Estado con las arcas en números negros (superávit), frente al díéficit fiscal sempiterno de díécadas anteriores, algo que permitiría tirar, si fuera necesario, del recurso de la emisión de deuda sin que se resientan en demasía las cuentas públicas. En segundo lugar, la situación financiera de las empresas y la banca es tambiíén mucho mejor, con ratios de morosidad y solvencia mejores a los de la media europea.
Incluso el nivel de tipos de interíés actual, con ser preocupante para los millones de consumidores con hipotecas, no se puede comparar a las tasas del 12% que se registraban a comienzos de la pasada díécada.
Manos atadas
Tales aspectos positivos no deben, sin embargo, ocultar que el Gobierno tiene ahora menos margen en su política económica. Ni puede bajar los tipos de interíés para reactivar la economía (esta decisión corresponde al BCE) ni devaluar la moneda para mejorar la competitividad de las exportaciones como hizo el último Gobierno presidido por Felipe González con la extinta peseta. Además, se suma la presión añadida de un colectivo de inmigrantes centrado laboralmente en la construcción y con la Espada de Damocles de los despidos masivos en este sector. Queda, eso sí, como posición de fuerza para la economía un elevado número de afiliados a la Seguridad Social, cercano a los 20 millones, y una tasa de paro que, aunque creciente, queda lejos del 22% de la población activa a la que llegó en 1993. Ante esta situación tanto sindicatos como patronal reclaman al Gobierno un gran acuerdo político para sacar adelante la economía. Una vez más, el recurso al consenso será clave para reducir al mínimo la sangría de parados que se espera