Por Ignacio Marco-Gardoqui
Un país como el nuestro, fuertemente endeudado y con más de cinco millones de parados no puede esperar que el consumo apoye a la actividad. Unos, no consumen porque carecen de medios para hacerlo. Otros, que si pueden, no se atreven por miedo a necesitar ese dinero un poco más adelante.
Como es bien sabido y está suficientemente experimentado, la psicología afecta gravemente al comportamiento de los consumidores. Un país como el nuestro con una capacidad productiva utilizada menor del 75% no puede esperar que la inversión apoye a la actividad. ¿ Quiíén será tan insensato de comprometer la adquisición de una máquina nueva cuando tiene en el taller una parada?
Un país como el nuestro cuyo díéficit público cercano al 70% del tamaño de su PIB y que tiene una estructura administrativa competencial tan tupida, diversa y dispersa, no puede esperar ayuda del sector público.
Por lo tanto, sin consumo, sin inversión y sin apoyo público, ¿de dónde vendrá la demanda que sostenga a la actividad que necesitamos para crear riqueza y generar empleo? Una pregunta compleja y desagradable que tiene una respuesta sencilla; del exterior. Como saben, una parte de la demanda exterior –la exportación de bienes y servicios- exige su desplazamiento. Pero hay otra parte, el turismo, que se materializa aquí. Los turistas vienen hasta nosotros para dejarnos una porción de la renta generada en su país de origen.
Históricamente, el maná del turismo nos ha sacado de muchos aprietos y ahora tiene la oportunidad de repetir su beníéfica influencia en este año de penalidades. Así como en otros muchos terrenos tenemos serias dificultades para competir, en el turismo disponemos de abundantes ventajas.
Nuestras infraestructuras de comunicación son inmejorables y los destinos turísticos son fácilmente accesibles desde cualquiera de los países que emiten turistas. Tenemos un sistema hotelero mejorable, pero capaz y experimentado. Las posibilidades de ocio, ya sea cultural o deportivo, son inmensas y diversas, el clima extremadamente favorable y la diversidad, prácticamente inagotable. España no se consume en una visita, ni en dos, ni en tres, lo que aumenta la posibilidad de recibir turistas. Y, por su parte, aunque los precios ayudan poco tampoco asustan mucho.
La semana santa no va a dar una idea de hacia dónde va el año. Pero, sin caer en optimismos estíériles, podemos esperar que el turismo sea la mejor, y una de las pocas noticias positivas que nos esperan en nuestro negro horizonte de penalidades.
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Salud y suerte en las inversiones, las vamos a necesitar.