Los presupuestos para este año pueden ser criticados por delante y por detrás; por arriba y por abajo. Algunos ejemplos ¿Por quíé el cine sigue recibiendo subvenciones? ¿Por quíé no se ha recortado más el presupuesto de Defensa? ¿O de la Casa Real? ¿Por quíé siempre paga el pato I+D+i?¿Era necesario sacar el hacha al desarrollo de nuevas infraestructuras? ¿No hay demasiado optimismo en las previsiones de ingresos vía impuestos de sociedades? ¿Es moralmente reprobable la amnistía fiscal? ¿Por quíé no se han congelado las pensiones, aunque nos duela? ¿O bajado los subsidios de desempleo? Descifrar los presupuestos permite crearse millones de opiniones distintas. Los presentados por el primer gobierno Rajoy, amplifican el eco por su trascendencia. Un país que dedica trece de cada cien euros a pagar intereses de la deuda y cuya cifra de parados puede alcanzar los seis millones de personas, no puede ser pusilánime.
Es la gran virtud de estos presupuestos. El gobierno mete el agua en la cabeza, sin importarle que la temperatura no suba de los diez grados. Gustarán más o menos el alcance de algunas partidas, pero España debía dar un mensaje de que ya se ha perdido demasiado el tiempo en coser retales y poner coderas. Solo falta, como ha anunciado el Gobierno, emprender en los próximos meses reformas que permitan manejarse en una España -administraciones, personas y empresas- endeudada hasta las cejas y con la fe de muchos de sus ciudadanos por los suelos. Ahí es donde este Gobierno tiene una oportunidad: contar quíé representan estos presupuestos más allá de los números y las reacciones de los mercados, que no se animarán hasta que aparezcan los primeros datos económicos y empresariales positivos.
El mensaje es claro: estos presupuestos redefinen la manera de entender el papel del todopoderoso leviatán en la sociedad. Gracias -sí, gracias- a lo que ha ocurrido en España, vamos a tener que pensar más en cómo nosotros, como sociedad, podemos resolver los problemas, sin que papá Estado, región y ayuntamiento nos subvencionen la vida. Se acabó la dependencia del "papá y mamá, dadme más", del descontrol financiero, del gastar sin pensar y, lo que es peor, de que las administraciones hayan de sustituir a la iniciativa privada ¡hasta para alquilar bicicletas en las ciudades! Por no hablar de los cien mil cursos que ofrecen. El dinero empezará a tener valor económico. Es la única forma de que sea rentable socialmente.
La travesía del desierto no durará solamente este año. En 2012, salvo cataclismo, será un año de sustos, alguna oleada de pánico y de vivir sobre el abismo. Tambiíén será un año en que, en medio de autopistas llenas de baches, surgiránnuevos negocios que verán oportunidades allá donde la presencia de lo público impedía la iniciativa privada: desde el ocio hasta negocios asistenciales y educativos.Prefiero que sean nuestros ricos quienes inviertan en sus ciudadanos, no solo creando empleo, sino enseñándoles a pescar. Bienvenido sea el dinero negro amnistiado si sirve para crear proyectos laborales y sociales. Ahora bien, hay que dar las herramientas correctas para que este dinero trabaje en serio.
Si salvamos 2012 con la cabeza sobre el agua, en 2013 empezaremos a nadar, aunque sea sufriendo fuertes agujetas y calambres. Deseemos que, gracias al trabajo bien hecho, un aumento de los ingresos no signifique una nueva espiral de gasto. España no podrá permitirse más festivales de despilfarro como los vividos en el primer decenio. Entonces, cuando mejore todo, llegará el momento de devolver al ciudadano y a las empresas el dinero prestado.