Por... BEATRIZ NAVARRO
Que lejanos parecen los momentos en que la celebración del Día de Europa era eso, una celebración (nunca popular, cierto, sino oficial) y no una sucesión de caras largas y de números rojos en las bolsas y las cuentas bancarias de un número creciente de europeos desencantados. Se cumplieron 62 años de la declaración de Robert Schuman , ministro de Asuntos Exteriores francíés, que puso la primera piedra del proyecto de integración europea llamando a la creación de una unión económica bajo una autoridad común y un mercado único con libre circulación de personas y mercancías.
Era un mensaje revolucionario en una Europa que acababa de salir destrozada de su eníésima contienda, la Segunda Guerra Mundial. No se llevaría a cabo de una vez, advirtió ya entonces con realismo Robert Schuman . La construcción europea, dijo, "no se hará de una vez ni de acuerdo con un único plan", sino a travíés de sucesivos "logros concretos" que sienten las bases para "una solidaridad real" entre sus países.
La obra europea ha llegado más lejos de lo que los padres fundadores llegaron a soñar, pero la solidaridad flaquea y la casa común se tambalea peligrosamente por su pilar fundamental: el euro, la divisa de 17 países, contagiado de su crisis de deuda.
La falta de una integración política real entre los países de la eurozona es, a juicio de analistas e inversores, su talón de Aquiles. La zona euro ha constatado dolorosamente los límites de la mera coordinación económica y obligado a sus socios a ceder gran parte de su soberanía presupuestaria a la UE. Pero el peso de la historia hace pensar que el sueño de los federalistas europeos están todavía lejos de cumplirse, de acuerdo con Herman van Rompuy.
"La UE jamás se convertirá en los Estados Unidos de Europa", señaló el presidente del Consejo Europeo en una entrevista en Euronews.
En medio de un ambiente de pesimismo generalizado y negros presagios sobre el futuro de la UE y el euro (la salida de Grecia del euro se aguarda en Bruselas con cierto fatalismo desde hace meses), Josíé Manuel Durao Barroso , presidente de la Comisión Europea, hizo en Bruselas un llamamiento a la militancia pro-europea, consciente de que sin apoyo popular la inacabada obra europea no avanzará. "Es fácil ser pro-europeo cuando todo va bien, ahora es cuando es difícil serlo. Ahora vamos a ver quiíénes tienen el coraje de defender la visión y los valores europeos", afirmó Barroso, sutilmente crítico con la deriva ultraderechista de Nicolás Sarkozy . "Necesitamos europeos para todas las estaciones, no sólo para el buen tiempo", dijo.
Cada vez más europeos, sin embargo, dan la espalda a las instituciones de la UE y sus logros, como constata año tras año el Eurobarómetro.
En España, sólo un 24 por ciento de la población desconfiaba de la UE en 2001. Diez años despuíés, este porcentaje se ha duplicado y refleja ya el sentir del 49 por ciento de los españoles.
Con este desencanto de fondo, los europeístas tienen difícil transmitir la vigencia del llamamiento a la integración política.
Pero los retos de la globalización y el auge de nuevas potencias como China o Brasil la hacen más necesaria que nunca, advirtió por su parte Martin Schulz , presidente del Parlamento Europeo.
"Si queremos sobrevivir, en Europa tenemos que aprender a actuar de la mano -subrayó-. Los intereses de los europeos ya no se pueden desligar los unos de los otros".
Hay más nubarrones en el horizonte, como el avance de la extrema derecha en Francia (Frente Nacional), Holanda (Geert Wilders) y Grecia (Aurora Dorada). El fenómeno no ha pasado desapercibido en Bruselas, aunque rechaza que se deba a los duros recortes aplicados en los últimos dos años, a instancias de la UE, en numerosos países.
"Los ciudadanos tienen miedo. Y cada vez que se da esa ansiedad, aparecen oportunistas, populistas que manipulan ese temor mediante valores negativos como el ultranacionalismo o la xenofobia", comentó Barroso al respecto.
Animados por el cambio político en Francia, los discursos hacían íénfasis en el crecimiento y no tanto en la necesaria austeridad para sanear las cuentas, como se hacía antes. "La austeridad no puede ser una fatalidad", proclamó Francois Hollande tras ser elegido presidente, abriendo una brecha en el dogma de la austeridad presupuestaria dictado por Alemania. El futuro de Europa pasa, una vez más, por el entendimiento entre París y Berlín.