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Autor Tema: ¿Es la empatí­a la emoción universal?  (Leído 842 veces)

Scientia

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¿Es la empatí­a la emoción universal?
« en: Mayo 15, 2012, 09:11:47 pm »
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¿Es la empatí­a la emoción universal? ¿Podemos sentir lo que siente el otro porque en realidad somos íél?

mayo 10, 2012 por djxhemary

Ratas muestran a cientí­ficos que la empatí­a podrí­a ser una emoción universal que conduce la evolución. ¿Podemos sentir lo que siente el otro porque en realidad somos íél?



Hay una cierta justica poíética, que evoca los mundos decadentes pero eminentemente empáticos de Phillip K. Dick, en que los cientí­ficos de nuestra íépoca hayan descubierto que la empatí­a es una emoción universal estudiando a las ratas –puesto que, aunque sea un claro prejuicio, asociamos lo ruin de la existencia con estos roedores. Y la empatí­a es quizás la emoción más sublime que conocemos (una forma cuantificable y estrictamente biológica de lo que llamamos amor, que no necesita de categorí­as metafí­sicas) –pero no por ello algo fuera de lo común, algo que trascienda a las ratas.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Chicago colocó a parejas de ratas en una jaula de cristal. Una de las ratas podí­a  andar libremente mietras que la otra estaba restringida a un estrecho tubo de plástico que sólo podí­a abrirse desde fuera. Reiteradamente, sin recibir una recompensa, la rata afuera del tubo de plástico liberó a su compañera encerrada.

“Las ratas se ayudan entre sí­ cuando están sufriendo. Esto significa que es una herencia biológica”, dijo la neurobióloga Peggy Mason. “Este es el programa biológico que tenemos”. El estudio sugiere que es al menos plausible que las ratas, así­ como la mayorí­a de los animales, tengan “un comportamiento pro-social motivado por la empatí­a”.

El experimento fue la continuación de uno anterior realizado por Jeff Mogil de la Universidad McGill en el que se demostró que los ratones tení­an la capacidad de un”contagio emocional” –algo que describe la tendencia entre los ratones a mostrar su molestia cuando uno de sus compañeros de celda padecí­a dolor.

El etiólogo Frans de Waal en esa ocasión justificó usar el tíérmino empatí­a –el cual debemos llamar no sólo la capacidad de ponerse en los zápatos de los demás, sino tambiíén en las “patas” de los demás. Tal vez la empatí­a no es, como se creí­a, un proceso cognitivo de alta sofisticación evolutiva, sino un fenómeno simple y universal, “tan viejo al menos como los mamí­feros y corre profundamente dentro de nosotros”.

Ampliando esta posibilidad, al mismo tiemnpo el neurobiólogo Inbal Ben-Ami Bartal estaba haciendo una investigación con cáncer en Israel, cuando notó que las ratas en su laboratorio manifestaban una inconformidad cuando se estaba realizando cirugí­a a otras ratas. A esto se le añade el hecho de que algunas ratas llevan comida a otra rata cuando íésta está atrapada.

El estudio mencionado de la Universidad de Chicago contempló numerosas variables. Cuando se utilizaron ratas falsas en el tubo de plástico las ratas no las liberaron; para descubirir si las ratas no estaban respondiendo a una recompensa social –su versión de un abrazo de gratitud– las ratas fueron liberadas pero en una jaula separada: de todas formas las ratas siguieron liberándose. Cuando se les permitió comer chocolate antes, las ratas tendieron a liberar a sus compañeros antes y luego y comer y compartir el chocolate. “La empatí­a es una motivación poderosa, a la par con el deseo de chocolate”, dice de Waal. Valdrí­a la pena ver si lo mismo ocurre con los humanos, ¡conozco algunos que pierden la cabeza con el chocolate!



Es interesante regresar a Phillip K. Dick y explicar por quíé consideró significativo incluir a este escritor de ciencia ficción estadounidense en este artí­uclo sobre la empatí­a y las ratas. Por un lado Dick consideraba que la divinidad o aquellos principios y diseños eternos de nuestro universo se revelaban en los rescoldos más inesperados y desperrcibidos, en la basura y en el arrabal, ahí­, quien tuviera ojos para ver, podí­a percibir la inmanencia divina del universo. Ciertamente hay una gran distancia entre la empatí­a de las ratas y la prueba de la existencia de la divinidad, sin embargo, que exista esta solidaridad y esta capacidad de ponerse en el lugar del otro, casi nos habla de un sacrificio programado en el código, una especie de sacralidad profunda o “un ángel en la biologí­a”. Y esto es altamente esperanzador –justamente como aquellas muestras de empatí­a en el hombre promedio sacudido por la distopia y la decadencia cósmica que aparecen en las novelas de Dick como una luz en los ojos al enfrentar un agujero negro.

“Lo que nos hace humanos es nuestra habilidad para sentir empatí­a por otras criaturas vivas”, escribió con máxima honestidad Phillip K. Dick. Constantemente preguntándose cuál es la naturaleza de la realidad, y para ello diseñando mundos alternativos verosí­miles en los cuales poder plasmar esta interrogante hasta su última consecuencia, Dick, extendiendo al ser humano a situaciones de otredad cósmica y de desintegración de su estructura fundamental, siempre mantuvo una esencia definitiva de lo humano en su peripecia: la empatí­a. Afrontando invasiones extraterrestres, dictadores holográficos, vampiros interplanetarios, drogas psicoactivas que modifican la sustancia de lo real y androides y robots que nos ponen en entredicho ontológicamente: la empatí­a era la única cualidad que nos podí­a salvar en esta vorágine implacable (y alucinatoria en niveles de algunos niveles de conciencia) que es la evolución del universo/la relación feroz entre especies que buscan perpetuarse.

La empatí­a como salvaguarda biológica tiene un claro sentido evolutivo dentro de una especie. “Mamí­feros que necesitan cuidado y nutrición cuando nacen requieren algún tipo de conexión empática entre madre y crí­as, dice Bartal. Los cientí­ficos creen que la empatí­a podrí­a estar localizada en el sistema lí­mbico y en varias hormonas y neurotransmisores comunes a todos los mamí­feros (aunque es posible que la empatí­a incluya a otros animales e incluso a las plantas).

El año pasado publicamos en Pijama Surf un ensayo en 10 partes en el que Aeolus Kephas explora la relación entre la empatí­a, la individuación, la telepatí­a y la literatura. Kephas esboza una interesante teorí­a para explicar la telepatí­a como una forma de empatí­a a travíés de la neuronas espejo. Existen en el neurocórtex neuronas que se activan de manera imitativa cuando observamos a otro ser vivo realizar una actividad –así­ el ejemplo seminal de un mono que, al ver a un hombre comer un cacahuate, activa en su cerebro neuronas como si íél mismo estuviera comiíéndose ese cacahuate. Ponernos en el lugar de otro parece ser una de las capacidades fundamentales del cerebro animal, para aprender y  para proteger.

Aquellos ratones que se contagiaban emocionalmente del sufrimiento de otros ratones, o aquellas ratas que se perturbaban cuando otra rata era operada quizás apunten a la existencia a una red sensorial transpersonal entre todos los seres vivos. Curiosamente en el hombre aquello que lo hace más humano yace en la profundidad animal y más primitiva de su neurobiologí­a –si bien ahora tiene la capacidad de hacerlo consciente.  En este sentido quizás la evolución humana necesite de un retorno a una esencia biológica prí­stina –aprender más del perro y de la rata que de la computadora y el bot. Y esto explica porque en medio de las distopias tecnológicas, en la obra de Phillip K. Dick, como en la actualidad mundial que experimentamos, hay una añoranza por regresar a la naturaleza –quizás no tanto a los bosques y jardines que vemos desplazadas sino a las áreas verdes de nuestra propia psique que se van tambiíén desplazando hacia profundidades neurales dormidas e inertes.

Aislados del mundo, desde siempre al construir la ilusión liminal de nuestro ego, pero ahora tambiíén por redes de interconexión tecnológica que en ocasiones desarticulan la conexión humana inmediata, quizás sólo desarrollar nuestra empatí­a pueda conectarnos verdaderamente con el mundo y con nosotros mismos –en ese espejo sin fronteras. Escribe Kephas:

…la empatí­a nos remite constantemente al momento, de regreso a un estado de “empatí­a”, un estado de “empatí­a”, receptividad y claridad en el que respondemos no solo a lo que la persona dice sino a lo que es. La empatí­a es la forma más alta de respeto, ya que permite al otro ser un otro y tambiíén nos permite experimentar el estado cerebral (sufrimiento, confusión, etc.) como algo igualmente real y valido, como nuestro. La empatí­a no solo significa tomar en serio los sentimientos de los demás (eso esta más cerca de la simpatí­a y puede en ocasiones hacer más mal que bien al reforzar esos sentimientos). La empatí­a significa acceder a una base de datos más grande que la de los sentimientos, que son volubles y altamente subjetivos. La empatí­a es transpersonal. Se extiende más allá de lo meramente personal y al mismo tiempo incluye lo personal. Tener verdadera empatí­a por otra persona significa sintonizar no solo a esa persona sino a todas las personas que hemos visto en un estado similar o circunstancia en el pasado.

He ahí­ una teorí­a no sólo de la empatí­a como emoción universal, sino como emoción que nos permite acceder a lo universal. La empatí­a podrí­a ser tal vez una especie de puente cognitivo que, al colocarnos en el lugar del otro, nos muestra que somos intercambiables, que somos y participamos en los otros, que existe un cordón invisible que nos une con toda la existencia a travíés de la percepción sensorial. Y aquel que empatiza con alguien empatiza con todos, siente el sufrimiento, la alegrí­a, la angustia de todos los eones –y esa rata que liberó a otra rata en el labortaorio, nos liberó tambiíén a nosotros.