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El Zorro en Hollywood

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Zorro:
El Zorro en Hollywood                                            
                                         
Aquel dí­a, todo era movimiento en la vida del Zorro. Una freníética actividad, digna del mayor de los hormigueros, actuaba sobre íél. ¿Quíé estaba pasando?. Pues que el Zorro estaba decidido a triunfar en el cine. Las series de Bug Bunny de la Warner Brothers, y la de Warren Buffett de dibujos animados, habí­an triunfado. Y el Zorro, competitivo donde los haya, decidió que era su turno.

- Si un conejo llegó a lo más alto, ¿por quíé no puede llegar un Zorro?, decí­a.

El raposo estaba escribiendo un guión para enviarlo a los grandes de Hollywood.

- Mezclaríé la vida del Bosque y la Bolsa, y será un íéxito seguro, pensaba.
mientras golpeaba las teclas dándole forma a la historia de su propia vida, dramatizada y adornada, para que el gran público la consumiera con avidez.

Pasaron unas cuantas semanas, y por fin!, estaba acabado el guión. Fue a correos, y lo envió a los estudios de la Warner, en Hollywood.

El Bosque comenzaba a trasformarse con la primavera, y la vida parecí­a de nuevo latir en cada rincón. El cánido volvió a su rutina, y a sus asuntos bursátiles. Repasaba su cartera por si era necesario algún cambio, y poco más. Rutina, y más rutina. A los cuarenta dí­as, el cartero del Bosque trajo algo para el Zorro. Un gran sobre blanco, el cánido firmó, y el cartero le entregó el envio. Ya dentro de su madriguera, estuvo observando el sobre durante un buen rato, temí­a, por su formato y  peso, que los de la Warner le devolvieran el guión. Se armó de valor, y lo abrió. Cual fue su sorpresa cuando pudo leer que estaban interesados en comprar el proyecto, con la carta le enviaban un cheque por valor de 5000 dólares para gastos de viaje, y el contrato para que lo estudiara con los abogados, y lo firmara. Si ese dí­a existí­a un habitante feliz en el Bosque, ese, era el Zorro. En unos dí­as preparó su viaje a Los íngeles. Y como habí­a quedado encantado de su viaje a New York, decidió hacer escala en la gran manzana, y pasar un fin de semana para ver a alguna de sus amigas y respirar el ambiente neyorkino. Total lo pagan los de la  Warner, pensaba el astuto raposo.

Viernes 31 de Marzo a las 18´50, hora de New York, el Zorro ya se habí­a inscrito e instalado en el Hotel Intercontinental The Barclay, de la calle 48, el del viaje anterior.Y salí­a como un rayo hacia la casa de Carole. No habí­a avisado de su llegada, serí­a una sorpresa. Cogió un taxi, dio la señas, y todo fue silencio. El raposo sólo oí­a el latido de su corazón durante el trayecto. Volví­a a sentir aquella emoción juvenil de meses atrás. Su mente era un hervidero de sentimientos y  recuerdos intensos.

- ¿Cómo estará?, pensaba.

El conductor no le dio tiempo a más, a los doce minutos ya estaba en su destino. Bajó, pagó 10 dólares, y se despidió del taxista. Subió las escaleras hasta el segundo piso, y respiró profundamente. El timbre sonó de forma un poco estridente. Y íél, notó que alguien se acercaba a abrir. ¡Pero no fue Carole quiíén le abrió!. ¡Era un enorme negro!, que le informó que acababa de comprar el apartamento. Y que no sabí­a a donde se habí­a mudado la propietaria anterior. El Zorro le pidió disculpas, y se despidió dándole las gracias. Una gran tristeza inundó su corazón, no encontrar a Carole no estaba entre sus planes. Por primera vez el Zorro se sentí­a sólo en New York, bajó lentamente las escaleras, y tomó un taxi para volver al Hotel. La bella canción de “The Only Living Boy in New York”  -“El único muchacho que vive en Nueva York”- de los inolvidables  Simon & Garfunkel, sonaba oportunamente en la radio del coche amarillo. Como una triste nostalgia, como un recuerdo, como una pincelada del presente, en el escenario de su pasada etapa americana. El taxi llegó pronto, quizá demasiado para los deseos del Zorro, íél estaba a gusto, escondido en el coche con aquella música y sus recuerdos. Pagó y subió a su habitación. Mañana serí­a otro dí­a.

Sábado,10 de la mañana, hora de New York, ya más animado, el Zorro, dejó pronto el Hotel. Tení­a que comprar algunas cosas en Canal Street: bolsos, perfumes, relojes.... Encargos, y más encargos de la familia y amigos. Y como no, algunos chocolates en Godiva. El taxi bajó rápido por Broadway, y con poco más de 9 dólares ya estaba pisando la calle.

- Los sábados esto está más lleno, pensaba.

Compró los bolsos; los relojes a Tommy, en el 230 de Canal Street . Algún perfume, y poco más. Tomó algo en el Starbucks, donde volvió a recordar a Carole. Y decidió emprender el regreso al Hotel, dando un largo paseo por Broadway arriba. No habí­a llegado a la esquina cuando se fijó en una chica con una gorra azul que iba delante de íél. Su corazón se puso a latir a mil por hora. ¿Serí­a ella?. El Zorro bajó la vista, y comprobó lo bien que le sentaban los jeans a la rubia, y no tuvo la menor duda!. ¡Era ella!!

- ¡ Carole!, Carole!, llamaba el Zorro.

 La chica se volvió, y no pudo creer lo que estaba viendo:

- ¡Oh, my God!, ¡Zorro!.

Se abrazaron durante un buen rato, se besaron, y entraron en un bar para hablar más tranquilamente. Carole habí­a heredado 3´5 millones de dólares de su abuela, y se habí­a cambiado a la 23 Street, a su cruce con West Street un apartamento más amplio y moderno con vistas estupendas al rio Hudson, y a New Yersey, y con un  pequeño parque delante, el Thomas E. Smith Park. El anterior apartamento se lo vendió a un jugador de baloncesto a travíés de una inmobiliaria. Y con medio millón más se compro el nuevo. Despuíés  hablan de los precios de la vivienda en España, pensaba el Zorro, tendrí­an que ver los de Manhattan. La guapa chica le contó que dejó su trabajo en el Nasdaq, y que se dedicaba a administrar su incipiente fortuna. La pareja se puso al dí­a, y el Zorro le contó que al dí­a siguiente se iba a Los íngeles, ha firmar el contrato con la Warner. La rubia se alegró mucho de sus íéxitos y lo invitó a conocer su nuevo hogar. Los dos fueron caminando por West Street arriba, mientras, un cierto olor salino los acompañaba, y la cercana New Yersey era testigo, desde la otra orilla, de que la chipa entre ellos, seguí­a intacta. El nuevo hogar de Carole era precioso, muy espacioso, con mucha luz, y vistas extraordinarias. El Zorro comprobó que encima del lector de CD, estaba el disco de Carole King, le dio al on, y buscó la canción  “Take me to California”, -“Llíévame a California”-. En ese preciso instante, la rubia apareció con una bata de seda lila, ¡estaba esplíéndida!.
- Esta no te la conocí­a, le dijo el Zorro, pero estas igualmente maravillosa.

í‰l, no pudo decir nada más, los brazos de Carole lo rodearon, y sus labios lo silenciaron dulcemente. Los dos amantes intentaron recuperar el tiempo, tanta pasión contenida, tanto tiempo sin contacto, provocaron un explosivo encuentro, una amistosa fusión, enormemente reconfortante para los dos.

Despuíés, ya en la cena, el Zorro la convenció para que lo acompañara a Los íngeles. La rubia aceptó encantada. Llamaron al aeropuerto, y reservaron un billete. Al otro dí­a, un taxi los llevo al JFK, y tomaron un avión hacia Los íngeles. Despuíés de cinco horas de viaje: Los íngeles, una ciudad mí­tica donde las haya, y a la que siempre quiso viajar el Zorro. En el Hotel, la música ambiente de  Eagles puso al Zorro en situación, “Lyin´ Eyes”, una de sus favoritas, y la inolvidable “Hotel California”, aumentaron su entusiasmo, su energí­a, sus ganas de vivir. Con Carole a su lado, la Bolsa de España subiendo a chorro, y el contrato de la Warner, el Zorro era consciente que no podí­a pedir mucho más, y daba las gracias al Dios del Bosque.

A la mañana siguiente era su cita con la Warner. Carole lo acompañó, y lo asesoró durante la negociación. Finalmente firmaron un contrato muy ventajoso para el Zorro. La pareja decidió celebrarlo por todo lo alto, se fueron de compras a Rodeo Drive, y el Zorro, como si de Richard Gere se tratará, le compró a su Pretty Woman, Carole, todo tipo de caprichos supercaros. Retornaron al Hotel todos contentos, y mientras Carole se probaba la ropa reciíén comprada, el Zorro repasaba sus inversiones en la Bolsa. A las dos horas salieron a cenar a Domino´s, un caro restaurante de Hollywood Boulevard. Ya de vuelta al Hotel, el Zorro notó cierta tristeza en el rostro de la rubia. La chica estaba preocupada por si el Zorro, despuíés de haber firmado, el contrato decidí­a regresar a España de inmediato. Pero íél, tení­a otros planes. Y así­ se lo hizo saber, el raposo pretendí­a alquilar un coche y viajar a Las Vegas, Chicago.... retornando a New York sin prisas. Los planes no pudieron hacerla más feliz. Carole aceptó de inmediato y despuíés de una semana en Los íngeles, alquilaron un Jeep para viajar por los USA.

A la mañana siguiente, el Jeep cogió la carretera de Nevada rumbo a Las Vegas, en su interior: Carole, el Zorro, el equipaje de ambos, y el ordenador portátil. El Zorro no se separaba ni un momento del ordenador, y como el Presidente de los Estados Unidos en plena guerra frí­a, estaba preparado en todo momento para apretar el botón, en este caso de venta. La rubia introdujo un CD de Jackson Browne en el reproductor del Jeep, y la preciosa canción de  “Stay”, -“Quedate”- sonó por los altavoces del todo terreno. El Zorro, miró a Carole por un instante y le dijo:

- A quiíén le pueden importar las Uralitas, y las Inbesós, cuando tiene el mundo en sus manos.
 
Una ardiente mirada de Carole, y un apasionado beso, confirmaron al Zorro que el mundo se habí­a quedado pequeño, ¡y que ya estaba en el cielo!.


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