Por... HUMBERTO MONTERO
Se escuchan burradas a kilos.
En estos tiempos en los que cualquiera pontifica alegremente en los medios sin tener idea de lo que habla, las barbaridades fluyen por las ondas y chorrean tinta en los diarios. Desde compañeros de profesión cuya formación es similar a la de una babosa hasta pseudoexpertos de cátedra atornillados en su despacho antes del Gíénesis.
Estos mercachifles de la opinión, incapaces de callar nunca la boca, opinan a discreción de cuanto se les pone por delante. "Para eso cobro y antes de que otro se lo lleve crudo me lo trinco yo", deben pensar. Sus comentarios van casi siempre a favor de corriente -del poder, para que nos entendamos-, jamás revelan nada y sólo sirven para apuntalar las doctrinas de los que mandan, los que les llenan los bolsillos.
Desconfíen de todos ellos, desconfíen incluso de estas líneas pues, al igual que ellos, yo tambiíén como y no precisamente cualquier cosa. Sin embargo, a diferencia de estos charlatanes, a veces la cautela me ilumina. Pocas, he de admitirlo. Así, en alguna ocasión me he visto obligado por la prudencia a declinar dar mi opinión sobre asuntos enrevesados como la evolución del mercado del cacao o las purgas en el Partido Comunista Chino.
"Lo siento, no puedo aportar gran cosa", me he escuchado decir para mi perplejidad y la de mis contertulios. "Tengo una opinión, claro, pero es intrascendente porque jamás visitíé una plantación de cacao ni compartí una cerveza con Hu Jintao", añado, para que no me tomen por un marciano.
Ahora que se acercan los Juegos Olímpicos es frecuente escuchar conversaciones de bar en las que un par de tipos que nunca hicieron más deporte que levantar jarras platican horas sobre piragí¼ismo, halterofilia o waterpolo.
"Stankovic, el boya de Montenegro, es muy peligroso al contraataque", comenta uno, a lo que el otro le espeta "¡pues anda que Tomasevic!". Durante 15 días, todo el mundo es experto en algún deporte de esos que practican no más de 200 personas en el globo. Y quíé decir de los gurús de la Fórmula 1, que no aciertan a cambiar el aceite de su coche, pero se saben todas las "evoluciones" del Ferrari.
Todo esto viene a cuento de la sandez más extraordinaria que he escuchado últimamente. En la tertulia matinal más seguida de la radio española, cuando se abordaba la incertidumbre en la que viven miles de paisanos, cuyos ahorros de toda la vida se encuentran en bancos en quiebra tíécnica, uno de los "expertos" soltó la siguiente barbaridad: "Basta de hipocresías. La gente es responsable de dónde coloca su dinero. Hay que informarse de lo que van a hacer con nuestros ahorros. Todos sabemos que los bancos juegan con ellos y eso tiene riesgos".
Este imbíécil con carrera no hizo más que rebuznar la opinión de un sector ultraliberal incapaz de culpar del agujero de entre 37.000 y 100.000 millones de euros a los verdaderos ejecutores del fraude: los banqueros.
Al parecer, esa especie no sólo está por encima del bien y del mal, tanto como para que los pobres mortales tengamos que pagarles sus desmanes en Irlanda, Portugal, Grecia, Reino Unido, Alemania, EE. UU. y ahora España, sino que encima se permite pagar sicarios para culparnos a nosotros.
Habría que recordarles que si llevamos nuestro dinero al banco es para que nos lo cuiden, con su vida si fuera menester, en lugar de apostarlo a la ruleta. Es evidente que ese memo no tiene sus ahorros en ningún banco quebrado. Tambiíén que este verano pasará un fin de semana en el yate de uno de esos rateros de guante blanco. Ya que no van a pisar la cárcel, eso es seguro, podrían tener la decencia de dejarnos tranquilos pagando con nuestra sangre sus delitos. Mientras, ellos descorcharán champán en alguna isla griega.