¿Quíé pueden realmente hacer por nosotros nuestros países acreedores? ¿Quíé es políticamente posible? Hace un par de horas que he terminado una barbacoa con amigos en Utrecht y me gustaría contárosla, porque creo que tenemos que hacer un esfuerzo de empatía si queremos resolver esta crisis.
Varias veces ha girado la conversación hacia España. ¿Quíé está pasando, preguntan? ¿Pero tiene esto solución?
Yo les respondo, les explico que hubo una política monetaria excesivamente laxa para España, tipos de interíés negativos, excesivo endeudamiento, bajo crecimiento de la productividad… y que estamos de deuda hasta arriba sobre todo los bancos. (O sea, versión oficial, sanitizada, tipo Macro-Krugman, nada de corrupción, nada de instituciones, nada de concejales de urbanismo, nada del triángulo de las bermudas Cajas- autonomías- promotores donde el dinero, los ahorros del vecino, se convierten en humo.)
Y preguntan ¿Quíé se puede hacer?
Me gustaría que todos los que vociferan contra Alemania hubieran estado en mi piel. ¿Cómo les dices a unos holandeses (o alemanes) que tienen sus preocupaciones por el futuro, que tienen sus hijos, sus ahorros, que la solución para que no se vaya todo al garete es que nos den a nosotros esos ahorros o mejor, que los “compartan†con nosotros? ¿Cómo les explicas que deben rescatar a nuestros imprudentes bancos y cajas con su dinero o si no se quedarán de todos modos sin sus ahorros y pensiones? ¿Que deben usar su dinero para pagar los AVES, hospitales, universidades y aeropuertos que son mejores que los que ellos tienen? ¿Que ellos, que no gastarían ni locos más de 50 euros en un regalo de boda, que los consideramos tacaños porque siempre van de vacaciones por el mundo de camping (seguro que habíéis visto las caravanas), a base de 20 euros al día, deben cubrir nuestro excesivo endeudamiento, un país entero endeudado hasta arriba?
Yo, sinceramente, no he sabido decírselo. Me he sentido como un jeta, el típico cara que se va de juerga, y vive del cuento, se gasta lo que no tiene, y luego vuelve a sus amigos, esos de los que se reía por empollones, a darles un sablazo.
Y de repente, tengo que reconocerlo, he entendido a Angela Merkel.
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