Por... RAFAEL POCH
Berlín juega a la baja en las perspectivas de calificación de su deuda soberana, junto con Holanda y Luxemburgo, decidida por la agencia Moody’s: su triple A pasa de estable a negativa.
Se cumple así la profecía de que en una unión monetaria los desórdenes y turbulencias generados por toda la unión monetaria en su periferia se acaban manifestando tambiíén en el centro.
Alemania sigue siendo, no obstante, puerto seguro, valor, refugio y anclaje de la eurozona.
Los riesgos citados por Moody’s ni son nuevos, ni tienen en cuenta las “perspectivas de estabilidad a largo plazoâ€, respondió el ministerio de Finanzas alemán.
Pero el hecho es que la crisis está llamando a la puerta de Berlín.
El razonamiento de Moody’s es claro: la “creciente incertidumbre†ligada a una mayor posibilidad de salida griega del euro, los “impactos†que ello tendría en países como España e Italia, y la “vulnerabilidad del sistema bancario†a ese riesgo.
Alemania tiene 2,79 billones en críéditos contraídos con sus diecisíéis socios de la eurozona. De ellos, 777.000 millones en los países problemáticos (Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y España).
Más de un billón y medio corresponde a críéditos a empresas privadas y particulares.
El “shock de incertidumbre†creado por una ruptura de la moneda única ralentizaría un 5 por ciento la economía germana y daría paso a una caída de las exportaciones a largo plazo, consecuencia de la prevista revalorización del 30 por ciento del marco alemán, señala el último informe de los cinco sabios que asesoran al Gobierno alemán.
“Cuando se habla por doquier de una ruptura del euro, e incluso se amenaza con ello, no es posible que los planes de ajuste a largo plazo sean creíbles ni que se recupere la confianza de los mercadosâ€, dice el informe.
Por todo ello, los cinco sabios insisten en su propuesta de un “pacto de amortización de la deuda†basado en un fondo limitado en el tiempo (25 años) y en su volumen (la deuda que exceda del 60 por ciento del PIB), además del pacto fiscal y de la regulación de las insolvencias de Estados una vez el fondo de amortización reduzca sus deudas.
La economía alemana se ha enfriado en el segundo trimestre y conocerá un “desarrollo moderado del PIB†en el resto del año, señala vagamente el Ministerio de Economía en su último informe mensual.
Los medios de comunicación no dramatizan pero no hay día sin anuncio de cierre o despidos.
Entre enero y julio, más de 150.000 trabajadores afectados, el doble que el año pasado.
Insolvencias en la cadena de droguerías Schlecker, con 25.000 trabajadores, y en su homóloga Ihr Platz, en la empresa de venta por correspondencia Neckermann, con 2.400 empleados, reestructuraciones a la vista en el fabricante de camiones Iveco, en los supermercados Karstadt, en el coloso energíético RWE y en Deutsche Telekom.
Problemas pendientes en Opel, reducción de plantilla en el segundo canal de televisión, ZDF, incertidumbre en el sector del automóvil y hasta en el gigante del acero Thyssen Krupp.
Además de la recesión del sur, influye el frenado en China, Estados Unidos, Rusia, y la Europa del Este. Muchos de esos mercados compensaron hasta ahora la caída de las exportaciones a Europa.
Ahora ese recurso se tambalea. La crisis llama a la puerta. La consecuencia más clara es la de una creciente imprevisibilidad de la política europea, atrapada en la leyenda nacional del país virtuoso sin responsabilidad en la crisis.
Apearse de ese discurso, con las elecciones generales en septiembre de 2013, equivaldría al suicidio de Merkel.
La tentación de continuar tensando la cuerda mientras la periferia se desmorona será irresistible.