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Autor Tema: Competencia perfecta y producto bruto...  (Leído 142 veces)

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Competencia perfecta y producto bruto...
« en: Agosto 04, 2012, 09:36:27 am »
Por...   Alberto Benegas Lynch (h)
 

 

En la mayor parte de las Facultades de Economí­a desafortunadamente se sigue enseñando el llamado “modelo de competencia perfecta” y los esquemas del producto bruto nacional como si fueran el desiderátum y la piedra filosofal de la profesión.
 
Tal vez lo peor y más contradictorio sea lo primero aunque lo segundo prepara mentes para pensar en agregados con la espalda a las decisiones individuales.
 
Lo que sigue puede aparecer como algo tíécnico que excede lo que puede razonablemente digerirse en una nota periodí­stica, pero visto de cerca no lo es y reviste la mayor de las importancias ya que de estas nociones equivocadas parten los problemas del estatismo tan en boga. En este sentido, es de interíés consultar la autobiografí­a intelectual de Raul Prebisch (Capitalismo perifíérico), probablemente el economista que más ha influido en Amíérica latina, quien pone de relieve el salto lógico al intervencionismo desde esos esquemas aprendidos en sus estudios de economí­a en la Universidad de Buenos Aires.
 
Dejando de lado que nada al alcance de los mortales es perfecto, el modelo de marras se basa en concepciones decimonónicas y erradas de León Walras por el que no se estudia el proceso de competencia sino que se lo tipifica como algo estático y bajo varios supuestos uno de los cuales es que los actores tienen conocimiento completo de todos los factores relevantes, lo cual elimina de un plumazo la noción misma de competencia puesto que en ese caso no hay posibilidad alguna de arbitraje, es decir, se descarta la participación del empresario ya que este irrumpe debido a que conjetura (no sabe) que los costos estás subvaluados en tíérminos de los precios finales al efecto de obtener una ganancia.
 
Uno de los acadíémicos de mayor calado que explicaban y difundí­an la noción de “competencia perfecta” es Mark Blaug quien finalmente en su “Aterword” de su obra compilada con Neil de Marchi titulada Appraising Economic Theories escribe que “Los Austrí­acos [miembros de la Escuela Austrí­aca] modernos van más lejos y señalan que el enfoque walrasiano al problema del equilibrio en los mercados es un cul de sac: si queremos entender el proceso de la competencia más bien que el equilibrio final tenemos que comenzar por descartar aquellos razonamientos estáticos implí­citos en la teorí­a walrasiana. He llegado lentamente y a disgusto a la conclusión de que ellos están en lo correcto y que todos nosotros hemos estado equivocados”.
 
Efectivamente, el premio Nobel en Economí­a Friedrich Hayek en su ensayo “Competition As a Discovery Procedure” ("La competencia como un proceso de descubrimiento") apunta “el absurdo del procedimiento usual en el que se comienza el análisis con una situación en donde se supone que todos los hechos son conocidos. Curiosamente, la teorí­a económica llama a esto competencia perfecta. No deja espacio alguno para la actividad llamada competencia que, se presume, ya ha realizado su tarea”. Por su parte, Israel Kirzner escribe en The Meaning of the Market Force que “las decisiones de los participantes individuales en el mercado de ningún modo pueden tratarse como que surgen inexorablemente de circunstancias objetivas que prevalecen en el instante anterior a las respectivas decisiones”, y Murray Rothbard agrega en su tratado de economí­a que si fuera correcto el supuesto del “modelo de competencia perfecta” en cuanto al antes referido conocimiento perfecto, no habrí­an saldos de caja ya que no ocurrirí­an imprevistos, en cuyo caso la demanda de dinero caerí­a a cero, lo que, a su vez, harí­a desaparecer los precios y el consiguiente cálculo económico.
 
En resumen, se trata de un absurdo que muchos profesores siguen enseñando porque les cuesta salirse del libreto aprendido pero el daño es grande al trasmitir una visión tan desformada de lo que significa el proceso económico y el funcionamiento de los mercados.
 
Respecto al segundo desconcepto, ya lo hemos tratado en otras oportunidades por lo que transcribo lo dicho. Don Lavoie y Emily Chamlee-Wright en su libro Culture and Enterprise expresan serios reparos a que el significado de las mediciones de bienestar económico se traduzcan en tíérminos del producto bruto interno ya que consideran el progreso como algo enteramente subjetivo (incluso ejemplifican con el caso de las alarmas y cerraduras que se computan en las estadí­sticas del producto bruto pero pueden significar drásticas reducciones en la calidad de vida debido a incrementos en la inseguridad).
 
En esta lí­nea argumental personalmente agrego que aquellas estadí­sticas deben verse con espí­ritu crí­tico en varios planos. Primero, es incorrecto decir que el producto bruto mide el bienestar puesto que mucho de lo más preciado no es susceptible de cuantificarse. Segundo, si se sostiene que solo pretende medir el bienestar material debe hacerse la importante salvedad de que no resulta de esa manera en la media en que intervenga el aparato estatal puesto que lo que decida producir el gobierno (excepto seguridad y justicia en la versión convencional) necesariamente será en un sentido distinto de lo que hubiera decidido la gente si hubiera podido elegir: nada ganamos con aumentar la producción de pirámides cuando la gente prefiere leche.

Tercero, una vez eliminada la parte gubernamental, el remanente se destinará a lo que prefiera la gente con lo que cualquier resultado es óptimo aunque sin duda el estatismo hará retroceder las condiciones de vida debido a la injustificada succión de recursos y la consiguiente alteración de los precios relativos, lo cual conduce al desperdicio de los siempre escasos bienes disponibles. Cuarto, el manejo de agregados como los del producto y la renta nacional tiende a desdibujar el proceso económico en dos sentidos: hace aparecer como que producción y distribución son fenómenos independientes uno del otro y trasmite el espejismo que hay un “bulto” llamado producción que el ente gubernamental debe distribuir por la fuerza (o más bien redistribuir ya que la distribución original se realizó pací­ficamente en el seno del mercado).

Quinto, las estadí­sticas del producto bruto tarde o temprano conducen a que se construyan ratios con otras variables como, por ejemplo, el gasto público, con lo que aparece la ficción de que crecimientos en el producto justifican crecimientos en el gasto público. Y, por último, en sexto lugar, la conclusión sobre el producto es que no es para nada pertinente que los gobiernos lleven estas estadí­sticas ya que surge la tentación de planificarlas y proyectarlas como si se tratara de una empresa cuyo gerente es el gobernante. Esto no permite ver que cuando gobernantes estiman tasas de crecimiento del producto no es que se opongan a que sen más elevadas y si resultan menores es porque así­ lo resolvió la gente. Si prevalece un clima de libertad y de respeto recí­proco los resultados serán los que deban ser. En este sentido, James M. Buchanan ha puntualizado en “Rights, Efficency and the Irrelevance of Transction Costs” que “mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras no exista fuerza y fraude, entonces los acuerdos logrados son, por definición, aquellos que se clasifican como eficientes”.
 
Si por alguna razón el sector privado considera útil compilar las estadí­sticas del producto bruto procederá en consecuencia pero es impropio que esa tarea estíé a cargo del gobierno. Por los mismos motivos de que los gobiernos se tienten a intervenir en el comercio internacional, Jacques Rueff en The Balance of Payments mantiene que “El deber de los gobiernos es permanecer ciegos frente a las estadí­sticas del comercio exterior […] si tuviera que decidirlo no dudarí­a en recomendar la eliminación de las estadí­sticas del comercio exterior debido al daño que han hecho en el pasado, el daño que siguen haciendo y, temo, que continuarán haciendo en el futuro”.
 
Cuando un gobernante actual se pavonea porque durante su gestión mejoraron las estadí­sticas de la producción de, por ejemplo, trigo es menester inquirir que hizo en tal sentido y si la respuesta se dirige a puntualizar las medidas que favorecieron al bien en cuestión debe destacarse que inexorablemente las llevó a cabo a expensas de otro u otros bienes. No hay alquimias posibles, en esta instancia del proceso de evolución cultural, lo único que un gobierno puede hacer para favorecerle progreso de la gente es respetar marcos institucionales civilizados que aseguren los derechos a la vida, la propiedad y la libertad.
 
En otras palabras, la llamada “competencia perfecta” es en verdad ausencia de competencia, modelo que desfigura y oscurece por completo el proceso de mercado e induce a los estudiantes a conclusiones a todas luces desacertadas y, por su parte, el producto bruto, en gran medida, termina siendo un producto para brutos. Por otra parte, concentrar la atención solo en lo material hace perder de vista la razón espiritual del hombre…como escribió el decimonónico Leslie Stephen “es más fácil construir iglesias que pensar en que es lo que se va a enseñar dentro de ellas”.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...