INICIO FOROS ÍNDICES DIVISAS MATERIAS PRIMAS CALENDARIO ECONÓMICO

Autor Tema: Los origenes del poder, la prosperidad y la pobreza...  (Leído 176 veces)

OCIN

  • Moderador
  • Excelente participación
  • ***
  • Mensajes: 95.596
  • Karma: +8/-12
  • Sexo: Masculino
Los origenes del poder, la prosperidad y la pobreza...
« en: Septiembre 08, 2012, 09:28:23 am »
Por...    Daron Acemoglu


¿Quíé explica las enormes diferencias en ingreso per cápita que existen alrededor del mundo? La pregunta se ha hecho un sinnúmero de veces. Las brechas de prosperidad que presenciamos en la era moderna son mucho más amplias que aquellas que inspiraron a Adam Smith para escribir La riqueza de las naciones en 1776, que por supuesto fue donde inició la disciplina moderna de la economí­a.
 
Mientras que en ese entonces las naciones más ricas eran cuatro o cinco veces más ricas que las más pobres, la diferencia hoy serí­a de un factor de 40. ¿Por quíé ocurre, entonces, que ciertas naciones se distinguen de otras en tíérminos de riqueza y pobreza, salud y enfermedad, alimentación y hambrunas? Las teorí­as abundan. Si busca en la prensa popular —o incluso en algunas publicaciones acadíémicas respetables como Science and Nature— muy probablemente encontrará artí­culos que argumentan que los factores geográficos explican estas diferencias. El clima, la calidad de la tierra, las enfermedades, y el ambiente todos han sido presentados como elementos que determinan la prosperidad. Aún así­, cuando observamos la evidencia, los factores geográficos no parecen ser así­ de importantes. Los mismos paí­ses que son muy ricos hoy en dí­a alguna vez fueron más pobres que otros habiendo tenido la misma calidad de tierra, por ejemplo.
 
Una explicación todaví­a más popular es la importancia de factores culturales. Escuchará, por ejemplo, que es la diferencia entre los católicos y protestantes (como lo argumentaba Max Weber), o tal vez aquella entre los cristianos y los musulmanes y los judeo-cristianos lo que conduce a diferencias económicas. Otros se han enfocado en los valores asiáticos versus los valores no asiáticos, o en diferentes actitudes hacia el trabajo. La importancia de los factores culturales tambiíén es una explicación popular de las diferencias que existen entre EE.UU. y las culturas ibíéricas de Amíérica Latina.
 
La noción de que un “liderazgo ilustrado” es lo que importa es popular entre acadíémicos y periodistas —lo que implica que los lí­deres o sus asesores tienen las ideas correctas acerca de lo que conduce a la prosperidad. No es pura casualidad que esto agrade a los economistas, quienes, por supuesto, están en el negocio de desarrollar las mejores polí­ticas micro y macroeconómicas —aquellas que se cree que son tan crí­ticas para el eventual íéxito de una nación.
 
Sin embargo, una vez más, todos estos argumentos parecen tener poco poder explicativo. Recuerden que solamente hace cuatro díécadas muchos acadíémicos estaban hablando acerca de los efectos perjudiciales de los valores Confucianos —las mismas caracterí­sticas culturales que ahora son mostradas como el fundamento sobre el cual se ha erigido el crecimiento de la China. Mientras que abundan las polí­ticas económicas que condenan a las naciones a la pobreza, pronto será evidente que esas polí­ticas no son adoptadas por error. Son adoptadas intencionalmente. En otras palabras, no es en la ignorancia de sus lí­deres que deberí­amos buscar las causas de su pobreza, sino en sus incentivos. Permí­tanme explicarles.
 
Instituciones: Inclusivas versus extractivas
 
Nuestra teorí­a se basa en la naturaleza de las instituciones —esto se refiere a las reglas, tanto formales y informales, que gobiernan nuestra vida económica y polí­tica. No deberí­a sorprender que hay ciertos grupos de instituciones económicas —los derechos de propiedad, el cumplimiento de los contratos, entre otras— que crean incentivos para las inversiones y la innovación. Esas instituciones, que crean una igualdad de oportunidades mediante las cuales una nación puede desplegar más efectivamente sus talentos, son denominadas como “instituciones económicas inclusivas”.
 
Las instituciones económicas inclusivas, sin embargo, son la excepción en lugar de ser la norma. Eso ha sido cierto a lo largo de la historia así­ como tambiíén hoy alrededor del mundo. En cambio, muchas naciones hoy en dí­a y en el pasado han operado bajo instituciones extractivas, que no crean derechos de propiedad, no generan un orden legal, no crean ambientes seguros para los contratos ni recompensan la innovación. Estas instituciones seguramente no crean una igualdad de oportunidades y por lo tanto, no promueven un crecimiento económico sostenido.
 
Como ya he dicho, sin embargo, estas instituciones extractivas no se desarrollan por error. Son diseñadas por los polí­ticamente poderosos para extraer recursos de la masa de la sociedad para el beneficio de unos pocos. Estas instituciones, a su vez, son mantenidas con instituciones polí­ticas extractivas, que concentran el poder en las manos de una íélite. Esta íélite, esencialmente, diseña, mantiene y se beneficia de estas instituciones extractivas.
 
Así­ que la pregunta es: ¿Por quíé estas instituciones extractivas florecen y persisten? Aquí­ es donde la polí­tica entra en la ecuación. Cuando las instituciones polí­ticas concentran el poder en las manos de unos pocos, esos grupos que monopolizan el poder polí­tico pueden mantener esas instituciones a pesar del hecho de que estas fracasen en crear los incentivos para el crecimiento económico. Permí­tame ofrecerles un ejemplo.
 
Estudio de caso: Sudamíérica
 
No hay mejor laboratorio que demuestre como las instituciones extractivas florecen y persisten que el Mundo Nuevo. El continente americano provee un ejemplo brillante para comprender cómo diferentes instituciones se forman, cómo llegan a ser respaldadas por diferentes marcos polí­ticos, y cómo eso, a su vez, conduce a enormes divergencias económicas.

Las instituciones económicas y polí­ticas del Mundo Nuevo han sido en gran medida influenciadas por su experiencia con la colonización que se inició a principios del siglo XVI. Mientras que las historias de Francisco Pizarro y de Hernán Cortíés son familiares, quisiera empezar con Juan Dí­az de Solí­s —un español que en 1516 inició la colonización del cono sur de Sudamíérica, en lo que hoy se conoce como Argentina y Uruguay. Bajo el liderazgo de de Solí­s, tres barcos y una tripulación de 70 hombres fundaron la ciudad de Buenos Aires. Argentina y Uruguay han sido tierras fíértiles, con un clima que posteriormente se convertirí­a, durante aproximadamente un siglo, en la base de un ingreso per cápita muy alto debido a la productividad en estas áreas.
 
La colonización de estas áreas, no obstante, fue un fracaso total —y la razón fue que los españoles llegaron con un modelo determinado de colonización. Este modelo era encontrar oro y plata y, tal vez más importante, capturar y esclavizar a los indios para que estos pudieran trabajar para ellos.

Desafortunadamente, desde el punto de vista de los colonizadores, las poblaciones nativas del área, conocidas como los Charrúas y los Querandí­, consistí­an de bandas pequeñas y móviles de cazadores-recolectores. Su población escasamente densa le dificultaba a los españoles su captura. Tampoco tení­an una jerarquí­a establecida, lo que hací­a difí­cil ejercer coerción sobre ellos para que trabajasen. En cambio, los indios se resistieron —capturando a de Solí­s y matándolo a golpes antes de que íél pudiera plasmarse en los libros de historia como uno de los conquistadores famosos. Para aquellos que permanecieron, no hubo suficientes indios que trabajaran como bestias de carga y, uno por uno, los españoles empezaron a morir conforme la inanición empezó a darse.
 
El resto de la tripulación se mudó hacia arriba, al territorio que hoy conocemos como Asunción, Paraguay. Allí­ los conquistadores encontraron otra banda de indios, quienes a primera vista parecí­an ser similares a los Charrúas y a los Querandí­. Los Guaraní­es, sin embargo, eran un poco distintos. Viví­an en territorios más densamente poblados y ya eran sedentarios. Tambiíén habí­an establecido una sociedad jerárquica con una clase íélite de prí­ncipes y princesas, mientras que el resto de la población trabajaba para el beneficio de la íélite.
 
Los conquistadores inmediatamente tomaron control de esta jerarquí­a, ubicándose así­ mismos como la íélite. Algunos de ellos se casaron con las princesas. Pusieron a los Guaraní­es a trabajar produciendo comida y, finalmente, lo que quedaba de la tripulación original de de Solí­s lideró un esfuerzo exitoso de colonización que sobrevivió durante los próximos siglos.

Las instituciones establecidas entre los Guaraní­es eran los mismos tipos de instituciones que fueron establecidas en otras partes de Amíérica Latina: Instituciones de trabajo forzado con concesiones de tierra para los españoles de la íélite. Los indios eran forzados a trabajar por cualquier salario que las íélites estuvieran dispuestas a pagar. Estaban constantemente bajo una presión coercitiva —forzados no solo a trabajar sino tambiíén a comprar lo que fuese que las elites vendiesen. No deberí­a sorprender que estas instituciones económicas no promovieran el crecimiento económico. Aún así­, tampoco deberí­a sorprender que las instituciones polí­ticas que sostení­an este sistema persistieran —estableciendo y recreando continuamente unas íélites gobernadoras que no promoví­an el desarrollo económico en Amíérica Latina.
 
Pero la pregunta sigue ahí­: ¿Podrí­a haber sido la geografí­a, la cultura o un liderazgo ilustrado —en vez de los factores institucionales— los que jugaron un papel crí­tico en los distintos destinos de las dos tripulaciones de exploradores?
 
Estudio de caso: EE.UU.
 
Alrededor de mil millas al norte, a principios del siglo XVII, el modelo de la Compañí­a de Virginia —compuesto de selectos capitanes y aristócratas que fueron enviados a Norteamíérica— de hecho era muy similar al modelo de los conquistadores. La Compañí­a de Virginia tambiíén querí­a oro. Tambiíén pensaba que podrí­a capturar a los indios y ponerlos a trabajar. Pero desafortunadamente para ellos, la situación que ellos encontraron era similar a lo que los conquistadores experimentaron en Argentina y Uruguay.

Las empresas de sociedad anónima encontraron una banda de indios muy móviles en una zona poco poblada que, una vez más, no estaban dispuestos a trabajar para proveer alimentos para los colonizadores. Los colonizadores entonces atravesaron un perí­odo de inanición. Sin embargo, mientras que los españoles tuvieron la opción de mudarse al norte, los capitanes de la Compañí­a de Virginia no tení­an esta opción. No existí­a una civilización más al norte.
 
Luego diseñaron una segunda estrategia. Sin la habilidad de esclavizar a los indios y ponerlos a trabajar, decidieron importar la clase más baja de su propia sociedad al Mundo Nuevo bajo un sistema de servidumbre contratada. Para explicar esto, díéjeme citar directamente las leyes de la colonia de Jamestown, promulgadas por el gobernador Thomas Gates y su segundo en comando Thomas Dale:
 

Ningún hombre o mujer escapará de la colonia hacia los indios sin sufrir el dolor de la muerte. Cualquiera que robe un jardí­n, público o privado o una viña o quien robe choclos será castigado con la muerte. Ningún miembro de la colonia venderá o dará cualquier producto de este territorio a un capitán, navegante, amo, o marinero para transportarlo fuera de la colonia o para su propio uso privado sin sufrir el dolor de la muerte.
 
Dos cosas se vuelven inmediatamente aparentes al leer estas leyes. En primer lugar, contrario a la imagen que las colonias inglesas algunas veces invocan, la colonia de Jamestown que se le asignó a la Compañí­a de Virginia establecer no era un lugar feliz y fundamentado en consensos. Prácticamente cualquier cosa que los colonizadores podí­an hacer era castigable con la muerte. En segundo lugar, la compañí­a se topó con verdaderos problemas que eran motivo de preocupación —particularmente, que era extraordinariamente difí­cil prevenir que los colonizadores que ellos importaron para conformar la clase más baja se escaparan o se involucraran en el comercio exterior. La Compañí­a de Virginia, por lo tanto, luchó para hacer cumplir este sistema durante algunos años más, pero al final decidieron que no habí­a manera práctica de inyectar esta clase más baja en su sociedad.

Finalmente, se les ocurrió una tercera estrategia —una muy radical y en la que la única opción que les quedaba era ofrecerle incentivos económicos a los colonizadores. Esto derivó en lo que se conoce como el sistema de reparto de tierras por cabeza (headright system), que fue establecido en Jamestown en 1618. Esencialmente, cada colonizador recibió un tí­tulo legal sobre un terreno, por el cual tení­an que trabajar para asegurar los derechos de propiedad sobre ese terreno. Pero todaví­a habí­a un problema. ¿Cómo podí­an estar seguros los colonizadores de que tení­an derechos asegurados sobre esa propiedad, particularmente en un ambiente en el que un choclo robado era castigable con la muerte?
 
El año inmediatamente despuíés, para que estos incentivos económicos fuesen creí­bles, la Asamblea General ofreció a los colonizadores derechos polí­ticos tambiíén. Esto, en efecto, les permitió avanzar más allá de la clase más baja de la sociedad, hacia un aposición desde la cual ellos estarí­an tomando sus propias decisiones mediante instituciones polí­ticas más inclusivas.
 
Lecciones
 
Estos ejemplos históricos ilustran algunas lecciones importantes. La primera es que hay una retroalimentación clara y positiva entre las instituciones económicas y polí­ticas que son inclusivas. Las instituciones económicas inclusivas no solamente conducen más al crecimiento económico que las extractivas. Tambiíén están respaldas por, y respaldan a, instituciones polí­ticas inclusivas, que distribuyen el poder polí­tico ampliamente, mientras que todaví­a logran algo de centralización polí­tica como para poder establecer un orden legal, los fundamentos de unos derechos de propiedad seguros y una economí­a de mercado inclusiva.
 
En segundo lugar, este ejemplo ilustra que ninguna de las teorí­as alternativas tiene mucho poder explicativo. Las grandes disparidades en la prosperidad que existen alrededor nuestro hoy en dí­a se gestaron en gran medida a principios de los siglos XIX y XX. Pero, ¿Por quíé se formaron? Los ejemplos que hemos considerado nos dan algunas pistas.
 
No fue la geografí­a lo que causó la diferencia entre el Sur y el Norte de Amíérica. Incluso, gran parte de Sudamíérica tení­a una mayor productividad agrí­cola, respaldando una mayor densidad poblacional al momento de la colonización. Pero Sudamíérica resultó siendo más pobre que Norteamíérica. Esta inversión no puede ser explicada por el impacto de los factores geográficos. Tampoco fue algo cultural. De hecho, es notable quíé tan similares eran los objetivos y los míétodos escogidos por los colonizadores españoles e ingleses. Aún si su religión y cultura eran distintas, perseguí­an lo mismo y tení­an los mismos míétodos para obtenerlo. Pero las condiciones en el contexto local implicaron que los españoles pudieron lograr sus objetivos y los ingleses no. Y la divergencia no estaba relacionada con un liderazgo ilustrado. De hecho, los lí­deres españoles fueron más exitosos porque lograron lo que pretendí­an. La Compañí­a de Virginia, Thomas Dale y Thomas Gates no lo lograron.
 
En cambio, la causa de raí­z de la divergencia entre el Sur y el Norte de Amíérica está en las distintas instituciones económicas y polí­ticas que se desarrollaron en esos territorios. Como los españoles fueron exitosos en establecer instituciones extractivas para enriquecerse así­ mismos y al rey, el desarrollo económico a largo plazo de gran parte de su imperio fue obstaculizado. Como los ingleses fracasaron en establecer instituciones extractivas similares —y en cambio se empezaron a desarrollar allí­ instituciones inclusivas en su lugar— EE.UU. estarí­a mejor ubicado para aprovechar las nuevas tecnologí­as y oportunidades económicas que vendrí­an en el siglo XIX.
 
La historia del continente americano es ilustrativa porque muestra cómo la trayectoria de las instituciones y del desarrollo económico depende de si las íélites dispuestas a establecer instituciones extractivas triunfan o fracasan. Pero las Amíéricas no son completamente representativas del resto del mundo. En muchas otras partes del mundo, las instituciones extractivas no son tan impuestas desde afuera, sino que son creadas por íélites domíésticas. La parte crucial de la historia, por lo tanto —que mi libro Why Nations Fail (Por quíé las naciones fracasan)— es el proceso de cambio institucional.
 
Conclusión
 
Una lección clave del marco que presentamos hoy en Why Nations Fail es la importancia de la polí­tica. Por supuesto, son las instituciones económicas las que determinan los incentivos económicos y la resultante asignación de los recursos, las inversiones y la innovación. Pero es la polí­tica la que determina cómo las instituciones económicas funcionan y cómo estas han evolucionado. La mayorí­a de las sociedades que padecen bajo instituciones económicas extractivas están así­ porque el poder polí­tico está concentrado en las manos de una íélite gobernando bajo instituciones polí­ticas extractivas.
 
Los sucesos recientes en Oriente Medio en el Norte de ífrica tambiíén resaltan el papel de la polí­tica. La Primavera írabe no solo ha agitado a Túnez, donde se inició, sino tambiíén a Egipto, Libia, Yemen, Bahríéin, y Siria, incluso si los gobiernos en los dos últimos paí­ses todaví­a se agarran al poder. Las raí­ces del descontento en estos paí­ses son económicas y sociales, pero estas, a su vez, están influenciadas por factores polí­ticos. La población en general ha sido reprimida y excluida del poder polí­tico durante generaciones. Los manifestantes en la plaza de Tahrir en Egipto comprendí­an esto y por esta razón demandaban no solamente subsidios o concesiones del ríégimen existente, sino un cambio polí­tico fundamental.
 
Todo esto implica una conclusión simple pero crí­tica: No se puede tener íéxito económico si no se tiene la polí­tica adecuada. Y aquí­ es donde yace la dificultad, porque no hay una fórmula para obtener la polí­tica adecuada. Esto es ilustrado, por ejemplo, por los retos a los que se enfrenta Oriente Medio y el Norte de ífrica —en particular, Egipto y Túnez. ¿Esperamos que triunfe la democracia o el extremismo en Egipto? ¿Acaso los eventos de Tahrir han cambiado la naturaleza de la polí­tica irrevocablemente o reemergerá una estructura económica y polí­tica similar bajo un disfraz distinto? ¿Le han abierto el camino a un nuevo ríégimen autoritario bajo el auspicio de la Hermandad Musulmana? Aunque estas preguntas son claves para comprender la trayectoria económica de la región, las respuestas inequí­vocas no son posibles. Solamente los detalles de la polí­tica y de cómo el camino contingente de la historia se desenvolverá son lo que determinará quíé tan exitosas polí­tica y económicamente serán estas naciones.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...