Por... Axel Kaiser
Salvo en EE.UU. y tal vez Inglaterra, los ricos nunca han gozado de la admiración y aprecio de las mayorías. En parte esto se debe a que el íéxito ajeno despierta uno de los sentimientos más torcidos que sea capaz de experimentar el ser humano: la envidia. La envidia es el fundamento último del igualitarismo fáctico, esa preferencia obsesiva por la igualdad material incluso a expensas del bienestar general.
El socialista por ejemplo, de verse obligado a elegir entre una sociedad donde todos tengan mucho en cantidades muy desiguales y una donde todos tengan poco en cantidades muy iguales, tiende a optar por la segunda opción. Y es que el igualitarista fáctico no tolera las ventajas ajenas aun cuando estas conduzcan al beneficio general. Entre una sociedad sin ricos y una sin pobres, prefiere la primera. Para esta visión, solo terminando con las jerarquías y "estructuras de dominación" puede el ser humano ser realmente libre.
La libertad se entiende así a partir de la igualdad material, la que grantiza que nadie pueda abusar de otro. En el pasado, esta visión llevaría al secretario general del Partido Comunista de Chile, Luis Corvalán, a afirmar que "Lenin era el hombre que más ha hecho por las grandes transformaciones que han permitido a la humanidad liberarse de todas las formas de opresión".
Así, los igualitaristas de entonces, entre los que se encontraban intelectuales como Gabriel García Márquez, Bertold Brecht, Pablo Neruda y Jean Paul Sartre, sostenian que la Unión Soviíética de Stalin y Lenin era la tierra más libre del mundo. Neruda incluso escribiría su infame oda a Stalin, alabando la “contribución†del líder genocida a la humanidad. Y no es que Neruda y los demás hayan estado desconectados de la realidad. Lo que ocurre es que la Unión Soviíética es el inevitable resultado de la aplicación de una doctrina genuinamente igualitaria. Pues solo mediante un ríégimen totalitario puede intentar aniquilarse la diversidad de talentos y aptitudes que caracterizan a los seres humanos y que inevitablemente conducen a resultados desiguales. Y tambiíén solo eliminando la propiedad privada por la violencia puede intentar poníérsele fin a la supuesta "explotación" de unos sobre otros.
Así, bajo el pretexto de liberar a los hombres, en la práctica los igualitaristas los convierten en verdaderos esclavos. Pues la propiedad no desaprece, lo que cambia es su control, el que pasa de los muchos en el mercado a los pocos en el Estado. Los ricos entonces dejan de ser aquellos que han elegido democráticamente las mayorías con sus decisiones de consumo. Ahora los Fidel Castro, los Stalin y Kim Jung del mundo asumen esa posición.
El odio al rico convertido en ideología engendra así paradojalmente una nueva casta de ricos: una que ya no se mantiene en su posición producto de su capacidad para satisfacer necesidades ajenas de manera eficiente y a la cual cualquiera que cumpla esos criterios puede pertencer, sino una que se consolida inamoviblemente en la minúscula cima gracias a su poder para liquidar a quienes se le oponen.