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Autor Tema: El Zorro en: ¡MAMMA MIA!  (Leído 2415 veces)

Zorro

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El Zorro en: ¡MAMMA MIA!
« en: Diciembre 04, 2007, 09:18:08 pm »
El Zorro en:  ¡MAMMA MIA!


                                                                                                                 Lunes, 10 de la mañana, hora de New York. El Zorro descansaba placida y confortablemente en su cama tamaño King Size, de su habitación en el Hotel Intercontinental The Barclay, de la calle 48. Estas camas ya las podrí­an copiar los hoteleros españoles, a los que contratas una habitación para dormir y en la mayorí­a te ponen una cama ridí­cula, en la que si te das la vuelta sin cuidado te caes.  El Zorro era consciente que le quedaba poco en New York, pero estaba decidido a disfrutar al máximo. Realizarí­a las últimas compras, y por la noche, asistirí­a a una función en Broadway, en el teatro Cadillac Winter Garden, en el 1634 de Broadway, a su cruce con la calle 50. Representaban MAMMA MIA!.,100 dólares una buena entrada, pero, que caray!, estaba en New York.

El Zorro salió del Hotel, no sin antes ojear el New York Times, y su cartera de acciones por internet. Bajó a Lexington, y caminó hasta la Central Station, donde hay un mercado en el que se pueden encontrar productos tan españoles como el queso de Arzúa (La Coruña), el queso de Cabrales (Asturias), y hasta ostras de Arcade (Pontevedra), lo cual hizo sonreí­r al Zorro. Pero lo que comprarí­a nuestro cánido era otra cosa: Chocolates y bombones en Godiva, los más famosos de New York, y quizá los más exquisitos. Compró barritas de chocolate negro con frambuesa, riquí­simas; bombones para regalar, y alguna que otra oferta. Total 92 dólares. El Zorro iba bien surtido de chocolates. Serian las 12 cuando abandonó la bonita estación, pero faltaban más compras. Esta vez en la librerí­a de Barnes & Noble, 601 de la 5ª avenida, libros de cocina americana, libros de Bolsa, y...el nuevo de Harry Potter!. Total 95 dólares.

Tanto shopping le abrió el apetito, y se dirigió al edificio de Donald Trump, en la misma calle, cerca de la calle 57, y a un paso de Central Park. Al cruzar la calle 52, sus bolsas tropezaron con las de otro peatón, y hala!, todo por el suelo!. La gente no cesaba de pasar, y los coches amenazaban con hacerlo. El Zorro, y el otro peatón, cogieron rápidamente las cosas, y se apartaron a un lado. Ya en la acera, el Zorro vio con nitidez el rostro de su oponente, una esplíéndida mulata con una minifalda tan corta, que uno no tiene más remedio que mirar. En este caso, unas piernas preciosas, perfectas. Los dos intercambiaron bolsas, y distintas cosas que se habí­an desparramado por el suelo. “I´m sorry!”, dijo la chica. El Zorro sonrió, la chica correspondió, y se fue como una bala.

El cánido buscó un sitio donde sentarse y así­ recuperarse del inconveniente. Una terraza estaba bien, se sentó, pidió un cafíé con hielo, y repasó sus compras. Todo estaba allí­, los bombones, los libros.... y algo más!, una cartera con 120 dólares, una tarjeta de críédito, un permiso de conducir a nombre de Nicole Steitman, unas tarjetas con el mismo nombre, el cargo de Corporate Finance, y la empresa JP MORGAN CHASE. La foto no daba lugar dudas, era la chica del choque en la calle 52. Entre toda la maraña de cosas por el suelo, se habrí­a colado en una de las bolsas. Bueno, pensaba el Zorro, la llamaríé y que venga buscarla al hotel. El hambre volvió a hacer acto de presencia, pagó, y decidió volver a la idea inicial de comer en el edificio Trump. Atravesó, la calle 54 sin ningún problema, la calle 55 tambiíén fue un placer cruzarla, llegó a la calle 56, esperó a que cambiara el semáforo, y comenzó a cruzar, de pronto apareció un Porsche rojo descapotable a más velocidad de la debida, una de las bolsas del Zorro saltó por los aires, y nuevamente algo se desparramó por el suelo. El cánido se llevó un susto de muerte, maldijo, y creyó ver en la conductora a la chica de la calle 52. ¡Otra vez tú!, ¿quíé está pasando?.

El Zorro no entendí­a los acontecimientos. ¿Se habí­a deshecho el embrujo? . ¿Acaso la ciudad ya no lo querí­a allí­?. ¿A dónde habí­a ido aquella magia neyorkina?. ¿Realmente la “big apple” le habí­a retirado sus favores?. Tantos pensamientos y adversidades, vencieron los ánimos del raposo, y decidió volver al hotel, dejando la comida en el Trump, para la próxima. En el Intercontinental The Barclay, el Zorro se tranquilizó, y repasó las compras. Todo estaba perfecto, pese a los golpes. Se duchó, y se tomó una pequeña siesta. A las19 horas, salió del hotel rumbo a Broadway, dio un par de vueltas por Times Square, y  un poquito antes de las 20 horas entró en el teatro.

Buscó su localidad, se sentó, y respiró tranquilo. Buff!, menos mal que no pasó nada. A los cinco minutos, se apagaron las luces puntualmente, y comenzó la función. Pasados diez minutos, apareció el acomodador con una persona, el Zorro bufó un poco por la poca educación de la gente llegando tarde y molestando. Pero pronto se le pasó, el espectáculo era bueno, y nuestro cánido disfrutaba.

Los números musicales se iban desarrollando con muy buena interpretación, y estupenda musicalidad. Canciones como: DANCING QUEEN; CHIQUITITA; KNOWING ME, KNOWING YOU; GIME! GIMME!, GIMME!, provocaban el goce y la alegrí­a del público. Pasada la primera parte, las luces se encendieron , y el Zorro, miró hací­a su lado derecho para ver a la persona que habí­a llegado tarde. ¡Pero bueno...!, ¿quíé está pasando aquí­?. ¡La negra otra vez!. El Zorro no daba críédito a la información que le enviaban sus ojos. Esto no es posible!. ¡Vaya casualidad!. ¡No, si no hay dos sin tres!. La chica lo reconoció, y le pidió disculpas, una vez más. El Zorro sacó la cartera de Nicole del bolsillo, y se la dió. “Vaya, creí­ que la habí­a perdido”, comentó la chica. Y así­ era, le contestó el cánido.

Una empleada les interrumpió mientras hablaban, ofrecí­a el CD de la obra. El Zorro, en un primer momento le dijo que no, ya que tení­a el disco con las canciones originales de ABBA, pero luego lo pensó mejor, y le hizo una seña para que se volviera acercar. Compró un CD –10 dólares- y se lo regaló a Nicole. La chica lo agradeció muchí­simo. Los pocos minutos que quedaban del descanso, el Zorro los aprovechó intensamente, hablaron del choque en la calle 52, del segundo con el Porsche, y de el casual encuentro final... Las luces se apagaron y comenzó el espectáculo. La obra transcurrí­a con muy buena profesión, y las conocidas canciones de ABBA, le daban un toque de familiaridad y alegrí­a, que los presentes agradecí­an muy efusivamente. Y llegó la apoteosis final con WATERLOO. El público quedó muy satisfecho con la función. Los dos salieron juntos del teatro, se pararon en el escaparate de la Virgin de Times Square. Y decidieron ir a cenar algo, al reciíén inaugurado Hard Rock Cafe, en la acera de enfrente.

En el Hard Rock Cafe, el Zorro, experto cazador, desplegó sus armas de seducción. Utilizando una de sus favoritas: la de escuchar a la chica. El Zorro dejaba que ella hablará y hablará, íél asentí­a, y de vez en cuando le hací­a una pregunta inteligente. Sólo hubo una pequeña diferencia, ya que Nicole pensaba que la Bolsa subirí­a un 10 % en el 2006, y el Zorro, habló de más porcentaje, por lo menos hasta el verano. Pero vamos, sin importancia.

La chica estaba a gusto, se sentí­a comprendida, admirada y protegida. ¿Quíé más podrí­a pedir?. El Zorro notaba que ya la tení­a en el bote, y sonreí­a. Aunque al avanzar la noche, llegó un momento que el mismo se sintió la presa. En frente tení­a una experta y gran cazadora pantera negra. Tanta belleza –nada que envidiar a Tyra Banks- lo atraí­a, lo retaba, lo fascinaba. Aquellos ojazos marrones eran irresistibles!

Sobre las 3 de la madrugada decidieron dejar el Hard Rock Cafe. El Zorro pagó la cena, y juntos salieron como dos colegiales, cogiditos de la mano. Nicole le indicó la dirección de un parking cercano donde estaba su Porsche. Caminaron sin prisa, disfrutando del paseo. La noche y la ocasión lo aconsejaban.

Nicole abrió el coche, y el Zorro se acomodó en el interior. La chica conectó el equipo de sonido, y los rugidos del león de Belfast, Van Morrison, inundaron el reducido espacio interior, la canción se titulaba “BROWN EYED GIRL”  –Chica de ojos marrones-, su primer íéxito en USA. Quíé oportuno eres Van!, pensaba. Al Zorro, que tení­a algunos discos del cantante, le alegró el gusto de Nicole. Disfrutó de la canción, y cuando acabó, le dijo, con el pensamiento, al irlandíés: No rujas tanto Van, que esta chica es mí­a. El Porsche iba cogiendo velocidad, demasiada para el gusto del Zorro, y se perdí­a por las calles casi desiertas de Manhattan .

Al Zorro nadie le volvió a ver esa noche. Serí­an las 11 de la mañana del martes cuando apareció, con cara de sueño, en el Hotel Intercontinental The Barclay, hizo las maletas, entregó la llave/tarjeta, y se fuíé al aeropuerto. Ya en el avión, estaba absorto en sus pensamientos cuando una azafata japonesa le preguntó: ¿Pollo o ternera?. El cánido pidió, claro está, pollo. Una azafata japonesa en Iberia!, vivir para ver!, decí­a el Zorro. Se puso a comer el contenido de la bandeja, y para si pensaba: ¿Quiíén me creerá en el Bosque?. Vaya viaje a New York!. MAMMA MIA!.

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Estoy inmerso en la nueva fiebre del oro.