Por... DAVID E. SANTOS Gí“MEZ
Se dice por los corrillos de Bruselas, corazón del europeísmo, que la petulancia inglesa acaba de soltar la bomba atómica sobre la Unión. David Cameron, primer ministro británico, salió por fin al paso de meses de especulaciones y declaró que de ser reelecto en 2015, le preguntará en referendo a sus ciudadanos si quieren o no seguir haciendo parte de la Unión Europea.
Y esto es una bomba. Una bomba contra la integración que ahora, en la peor crisis económica, social y política de la zona, cae como una amenaza de muerte.
Que los ingleses nunca se hayan sentido cómodos con la idea de pertenecer a la bolsa de países no es una sorpresa. Su renuencia a firmar el Acuerdo Schengen de tránsito libre e incluso su defensa de la Libra Esterlina por encima del Euro, dieron serias y contundentes puntadas sobre las dudas de la isla de unificarse con el continente.
Incluso, en íépocas de logros de la Unión, los escíépticos británicos consideraron que el organismo era una cadena demasiado riesgosa que podría lastrarlos al fondo del mar en momentos de crisis de países menos responsables financieramente.
Además, consideran que se ceden demasiados poderes a la Unión en perjuicio de la independencia nacional. Ahora, cuando países como Grecia, España o Portugal piden ayuda a gritos por su cercanía con el abismo, los ingleses cobran por ventanilla su euroescepticismo.
Aunque la propuesta de mantenerse o no dentro de la Unión mediante un referendo, además dependiente de su reelección, tiene inocultables tintes populistas en manos del conservador Cameron, la verdad es que en Inglaterra la idea es acogida con mucho entusiasmo.
El asunto es a otro precio en Alemania y Francia, donde la idea de una posible Unión Europea sin la fortaleza inglesa les cae como un baldado de agua fría, luego del intenso esfuerzo por mantener el continente aglutinado. Y tienen razón. Si la propuesta de Cameron pasa los escollos (que aún son muchos) y logra llegar a las urnas, es muy posible que la UE quede herida de muerte. Sin Londres, el bloque perderá fuerza para negociar en temas económicos, sociales y militares. Un gigante tuerto.
Además, los nacionalismos exacerbados que han pululado tras las crisis económicas recientes, encontrarían un eco mayor con la partida de Londres, y la idea de la separación correría como pólvora por otros países que desde ya han planteado la idea de abandonar el barco cuando parece hundirse.
Angela Merkel y Francois Hollande piden cautela. Dicen que lo peor de la tormenta pasó y aseguran que los beneficios de la Unión, que fueron tan generosos y aplaudidos en los primeros años, están por volver. Pero este es un asunto de política y de egos y, entre potencias, el ego inglíés considera que ya ha sido bueno de tanta mezcolanza.
