Por... Ricardo Montero
Los goles cargan de felicidad a los aficionados, de ahí que sus anotadores, casi siempre delanteros, cuesten más que los jugadores que los impiden, generalmente los arqueros.
Cuando era niño la apuesta era inapelable: "hasta los 20 goles". Ese era el acuerdo de los que fungían como capitanes, que casi siempre eran los que podían pelear más. Y arrancábamos el partido, y cada gol lo gritábamos. Pero la noche nos alcanzaba y descubría nuestra incapacidad para anotar 20 goles. Entonces, los que fungían de capitanes dictaban una nueva sentencia: "El que mete gol gana". Y el partido ya no era amistoso, y los transeúntes detenían su caminar, y nuestras madres nos daban tregua, cesaban sus amenazas, bajaban las correas y esperaban que se anotara el gol. "El partido se ponía serio, porque no era cuestión de irse a dormir fracasado", dice el argentino Jorge Valdano al recordar el último gol del partido de infancia. El encuentro dejaba de ser amistoso, repito. Los gritos aumentaban, las blasfemas tambiíén, las patadas eran cada vez más fuertes; se trataba de evitar el gol, se trataba de anotar el gol. Y este llegaba, casi siempre cobijado por la penumbra, y el que lo anotaba corría, saltaba, blasfemaba; tras íél sus compañeros (tambiíén los perros) corrían, saltaban, blasfemaban.
Valdano, quien sabe de estas cosas porque en los 340 partidos que jugó en cuatro equipos anotó 118 goles, un tercio de ellos cuando fue delantero del Real Madrid, afirma que "el gol nos regresa instantáneamente a la infancia, de modo que no extraña ver a un hombre hecho y derecho subir al alambrado, hacer el avioncito o bailar con el banderín del córner al compás de una música alegre, que les sale delalma y solo escuchan ellos".
El brasileño Ronaldo, ahora retirado luego de haber hecho sufrir 484 veces a los arqueros y de haber sido declarado goleador histórico de las copas del mundo, ha revelado que cuando era niño no tenía ídolos, porque lo único que quería era jugar, anotar goles y celebrarlos.
Pero la celebración no siempre encierra tanta inocencia como la del niño colombiano que confesó que cuando anotaba un gol pensaba en su mamá, o tanto romanticismo como el del entrenador argentino Cíésar Luis Menotti, quien entiende que "el gol debe ser un pase a la red".
íngel Cappa, el argentino que hasta hace poco entrenó a la Universidad de San Martín, resulta mucho más práctico: "Los goles te dan de comer".
Puede tener razón, pues Lionel Messi y Cristiano Ronaldo son los más caros del mundo, justamente porque hacen goles. El argentino, estrella del Barcelona FC, que hasta ahora ha anotado 324, vale 250 millones de euros, unos 324 millones de dólares; y la cláusula de recesión de contrato del portuguíés, que ha anotado 338, ha sidofijada por el Real Madrid en 1,000 millones de euros, equivalentes a 1,300 millones de dólares.
Quizá eso explique porquíé los arqueros, que tienen la misión (y la visión) de evitar los goles, cuesten menos que un delantero. El pase más caro de un portero fue el del italiano Gianluiggi Buffon. La Juventus le pagó 48 millones de euros, unos 62 millones de dólares, al Parma. Luego, Manchester United pagó 20 millones de euros, casi 26 millones de dólares, por el español David da Gea en el 2011. Ahí paramos, porque ningún club estaría dispuesto a pagar 35 millones por el madrileño Iker Casilla, considerado como el mejor arquero del mundo.
Y en esta historia, en el extremo opuesto estamos los que siempre corrimos, desde niños, detrás de los que anotaban los goles, gastando energías celebrándolos. Pero ¿hay algo más bonito que celebrar un gol?, preguntó alguien por ahí. Tal vez la sonrisa de los niños.
Oswaldo "Cachito" Ramírez le anotó dos a Argentina. Fue el día de Santa Rosa de Lima de 1969 cuando Perú empató 2-2 y clasificó al mundial de Míéxico de 1970. La gente festejó y elevó a "Cachito", quien era un jugador mediocre, a la categoría de semidiós. El delantero falló muchos otros goles, pero el aficionado le perdonaba todo, al final de cuenta era el que le había permitido a Perú clasificar por primera vez a un mundial.
Y para cerrar este relato he de retornar a marzo de 1986. Tenía 23 años, cuatro años de haberme inaugurado como periodista, nueve meses de casado. En marzo de 1986, como ocurrió en los marzos anteriores y posteriores, el calor sofocaba a Lima, y yo, como no había ocurrido en los marzos anteriores, usaba terno.
Era un día 26 y era miíércoles. Yo, que andaba con el cuello apretado con una corbata muy delgada, sudaba copiosamente en la tribuna norte del antiguo Estadio Nacional. En elprimer tiempo, la mitad del estadio saltaba y cantaba, la otra mitad apreciaba en silencio la derrota de Universitario frente a Alianza Lima. Bustamante, Casanova y los otros "potrillos", que 21 meses despuíés murieron al estrellarse el avión en que viajaban, habían convertido dos goles.
Pero otros tres se convirtieron en el segundo tiempo, el último de Jaime Drago, a quien apodaban El Diablo, y que por eso convirtió al estadio en un infierno.
Al final del partido, la mitad del estadio, que había acabado en silencio el primer tiempo, hacía retumbar las graderías, como narraban los antiguos locutores de radio. Universitario había volteado el partido 3-2.
Yo, que sudaba copiosamente porque andaba con el cuello anudado, reí, festejíé, me abracíé adesconocidos y saltíé, tanto saltíé que rompí mi terno, el que compríé con mi primer sueldo de periodista.
Un gol me hizo feliz.