Por... RAMIRO VELíSQUEZ Gí“MEZ
En un rincón de Colombia existe una comunidad afrodescendiente que orgullosa decidió llevarle la contraria al país arrasador y cortoplacista que tantos adeptos tiene porque da mucho billete.
El Consejo Comunitario Cocomasur acordó proteger 13.000 hectáreas de la selva que le pertenecen como territorio colectivo y que son fuente de vida para sus más de 1.000 pobladores distribuidos en varios caseríos pequeños.
No la tumbarán. Vivirán de ella. Y recibirán dinero por los bonos de carbono, que no son la panacea pero mejorarán su nivel de vida y, sobre todo, se convertirán en un símbolo de ese país que cree que conservar tambiíén genera riqueza.
Casi todo Colombia vive hoy en la zozobra de la explotación minera y maderera. Artesanal, legal o ilegal. No importa. Empresa que avanza silenciosa muchas veces con la complacencia estatal, que solo ‘reacciona’ cuando la opinión pública se entera y denuncia.
Santurbán es un ejemplo claro. El carbón arrojado por la Drummond al mar en Santa Marta, conocido muchos días despuíés de sucedido, es otro. La explotación maderera en Bahía Solano que pretendía realizar una firma canadiense y que ahora fue negada del todo por el Consejo de Estado, un tercer ejemplo.
La liebre salta por cualquier lado. Ningún territorio está libre de la amenaza.
El gobierno anterior propuso incluso, íél mismo, construir la insípida carretera Panamericana por el litoral atlántico chocoano, que ahora Cocomasur protege, sin importar un peso que en esa zona ocurre uno de los eventos naturales más llamativos de todo el planeta: decenas de tortugas caná que cada año, tras recorrer miles de kilómetros, llegan a las playas de La Playona (Acandí) y otras vecinas de Panamá a desovar para perpetuar la especie, en estado crítico de extinción.
Para funcionarios sentados en una cómoda oficina eso no tiene valor. Y así arrasar se convirtió en una moda.
La decisión del Consejo Comunitario de Comunidades Negras de la Cuenca del río Tolo y Zona Costera Sur (Cocomasur) parece extraña, así sea para proteger pinches 13.000 hectáreas, como dicen despectivamente los jóvenes hoy, pinches hectáreas de selva que son su vida y que si las conservan sin talar serán la vida de sus hijos y los hijos de estos.
Eso no lo ha entendido la burocracia. Ni la pública ni la privada. Menos, con tanto billete de por medio que nubla la razón.