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Autor Tema: ¿Porquíé Nos Enfermamos?  (Leído 690 veces)

Scientia

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¿Porquíé Nos Enfermamos?
« en: Febrero 20, 2013, 07:09:46 pm »

¿Porquíé Nos Enfermamos?
  http://aixiespilar.wordpress.com/2013/02/15/porque-nos-enfermamos/   



La Digestión.
Por medio de la digestión, procesamos elementos materiales de este mundo. La digestión abarca:

1. Captación del mundo exterior en forma de elementos materiales.

2. Diferenciación entre lo asimilable y lo no asimilable.

3. Asimilación de las sustancias asimilables.

4. Expulsión de lo no digerible.

El que tiene hambre de cariño y no puede saciarla, manifiesta este afán en el aspecto corporal en forma de hambre de golosinas. El hambre de golosinas siempre expresa un hambre de cariño no saciada. Queda patente el doble significado que se atribuye a lo dulce: cuando vemos una chica guapa decimos que es un bombón y que está para comíérsela. El amor y lo dulce tienen una estrecha relación. El deseo de golosinas en los niños es claro indicio de que no se sienten lo bastante amados. Los padres suelen protestar de semejante imputación diciendo que ellos «harí­an cualquier cosa por su hijo». Pero «hacer cualquier cosa» no es forzosamente lo mismo que «amar». El que come caramelos anhela amor y seguridad. Es más fiable esta regla que la valoración de la propia capacidad de amar. Tambiíén hay padres que atiborran de golosinas a sus hijos, con lo que indican que no están dispuestos a ofrecer amor a sus hijos, por lo que tratan de compensarles de otro modo.

Las personas que realizan un trabajo intelectual y tienen que pensar mucho, muestran preferencia por los alimentos salados y los platos fuertes. Los muy conservadores, tienen predilección por los alimentos en conserva, especialmente los ahumados y el tíé cargado que beben sin azúcar (en general, son alimentos ricos en ácido tánico). Los que gustan de comidas picantes denotan deseo de nuevas emociones, son personas amantes de los desafí­os, a pesar de que pueden ser indigestos, diametralmente opuestas a las que sólo comen cosas suaves: nada de sal ni especias. Estas personas rehúyen todo lo que sea novedad. Se desentienden de los retos y temen todo enfrentamiento. Este temor puede acentuarse hasta hacerles adoptar un ríégimen a base de papillas, como el del enfermo del estómago.

Las papillas son comidas de bebíé, lo que indica claramente que el enfermo del estómago ha experimentado una regresión hasta la indiferenciación de la infancia, en la que no se puede elegir ni cortar y hay que renunciar hasta a morder y masticar (actividades estas en exceso agresivas) la comida. Este individuo evita tragar alimentos sólidos.

Un temor exagerado a las espinas simboliza el miedo a las agresiones. La preocupación por los huesos, miedo a los problemas, no se quiere llegar al meollo de la cuestión. Pero tambiíén existe el grupo contrario: los macrobióticos. Estas personas van en busca de problemas, prefieren alimentos para hincar el diente. Quieren desentrañar las cosas y prefieren los alimentos duros. Llegan hasta evitar los aspectos placenteros: a la hora del postre, eligen algo duro de roer.

Los macrobióticos denotan así­ cierto miedo al amor y la ternura y su incapacidad para aceptar el amor. Algunas personas llevan a tal extremo su afán de huir de los conflictos, que acaban teniendo que ser alimentadas por ví­a intravenosa en una unidad de cuidados intensivos. í‰sta es sin duda la forma más segura de vegetar sin tener que molestarse.

Los Dientes.
Los alimentos entran por la boca y en ella son triturados por los dientes. Con los dientes mordemos y masticamos. Morder es un acto muy agresivo, expresión de la capacidad de agarrar, sujetar y atacar. El perro enseña los dientes para demostrar su peligrosa agresividad; tambiíén nosotros decimos que vamos a «enseñar los dientes» a alguien cuando estamos decididos a defendernos. Una mala dentadura es indicio de que una persona tiene dificultad para manifestar su agresividad.

Hay personas que hacen rechinar los dientes mientras duermen, algunas con tanta fuerza que hay que ponerles un aparato en la boca para que no se los desgasten de tanto rechinar. El simbolismo está claro. El rechinar de dientes es sinónimo reconocido de agresividad impotente. El que durante el dí­a no puede ceder al deseo de morder, tiene que rechinar los dientes por la noche hasta desgastarlos. Las encí­as son la base de los dientes, su lecho. Las encí­as representan tambiíén la base de la vitalidad y agresividad, confianza y seguridad en sí­ mismo. Pero las encí­as sensibles que sangran con facilidad no sirven para ello. La sangre es sí­mbolo de vida, y la encí­a sangrante nos indica cómo, a la menor contrariedad, se le va la vida a la confianza y a la seguridad en sí­ mismo.

Tragar
Una vez triturados los alimentos con los dientes, los ensalivamos y los tragamos. Con el acto de tragar integramos, admitimos: tragar es incorporar. Mientras tenemos algo en la boca podemos escupirlo. Una vez lo hemos tragado, el proceso es difí­cilmente reversible. Los trozos grandes son difí­ciles y hasta imposibles de tragar. A veces, en la vida uno tiene que tragar algo contra su voluntad, por ejemplo, un despido. Hay malas noticias que son difí­ciles de tragar. Precisamente en estos casos, un poco de lí­quido puede facilitar la operación, especialmente si se trata de un buen trago. Del alcohólico se dice que traga mucho. Por lo general, el trago alcohólico sirve para facilitar o incluso, sustituir otros tragos. Se traga alcohol porque en la vida hay otras cosas que uno no puede ni quiere tragar. Así­, el alcohólico sustituye la comida por la bebida (beber mucho provoca píérdida del apetito), sustituye el trago duro y sólido por el suave y lí­quido, el trago de la botella.

Hay numerosos trastornos de la deglución, por ejemplo, el nudo en la garganta, o unas anginas, que producen la sensación de no poder tragar. En estos casos, el afectado debe preguntarse: ¿Quíé hay actualmente en mi vida que yo no pueda o no quiera tragar? Entre estos trastornos figura el de la «aerofagia», afección que impulsa a tragar aire. Huelgan más explicaciones para descubrir lo que ocurre en estos casos. Hay algo que uno no quiere tragar, no quiere asimilar, pero disimula tragando aire. Esta resistencia encubierta contra la deglución se manifiesta despuíés con eructos y ventosidades.

Náuseas y Vómitos
Una vez hemos tragado el alimento, íéste puede resultar indigesto, como si tuviíéramos una piedra en el estómago. Ahora bien, la piedra, al igual que el hueso de la fruta, es sí­mbolo de problema. Todos sabemos cómo puede bloquearnos el estómago y quitarnos el apetito un problema. El apetito depende en gran medida de la situación psí­quica. Hay multitud de expresiones que señalan esta analogí­a entre los procesos psí­quicos y somáticos: Eso me ha quitado el apetito, o: Sólo de pensarlo me da mareo. O tambiíén: Nada más verlo se me revuelve el estómago. El mareo señala rechazo de algo que, por lo tanto, se nos sienta en la boca del estómago. Tambiíén comer desordenada y atropelladamente puede producir mareo. La náusea culmina en el vómito del alimento. El individuo se libra de las cosas e impresiones que rechaza, que no quiere asimilar. El vómito es una expresión categórica de defensa y repudio.

Vomitar es «no aceptar». Esta relación se expresa claramente en los vómitos del embarazo. Aquí­ se expresa el rechazo inconsciente de la criatura o del semen que la mujer no quiere «incorporar». Siguiendo el razonamiento, los vómitos del embarazo tambiíén pueden expresar un rechazo de la función femenina (la maternidad).

El Estómago
El lugar al que a continuación llega el alimento (no vomitado) es el estómago, cuya primera función es la de servir de recipiente. í‰l recibe todas las impresiones que vienen del exterior, lo que hay que digerir. La capacidad de recibir exige apertura, pasividad y capacidad de entrega. En virtud de estas propiedades, el estómago representa el polo femenino. Mientras que el principio masculino está caracterizado por la facultad de irradiar y por la actividad (elemento fuego), el principio femenino engloba la capacidad de aceptación, la abnegación, la sensibilidad y la facultad de recibir y guardar (elemento agua).

Lo que representa el elemento femenino en el terreno psí­quico es la sensibilidad, el mundo de la percepción. Si un individuo reprime en la mente la capacidad de sentir, esta función pasa al cuerpo, y el estómago, además de los alimentos, tiene que admitir y digerir los sentimientos. En este caso, no es que el amor pase por el estómago sino que sentimos un peso en el estómago que más tarde o más temprano se manifestará como adiposidad. Además de la facultad de recibir, en el estómago hallamos otra función, correspondiente íésta al polo masculino: producción de ácidos.

El estómago reacciona produciendo un ácido agresivo con el que pretende modificar y digerir unos sentimientos no materiales, empresa difí­cil y molesta que nos recuerda que no es conveniente tragarse el mal humor ni obligar al estómago a digerirlo. El ácido jugo gástrico aumenta porque quiere imponerse, pero esto acarrea problemas al enfermo del estómago, que carece de la capacidad de enfrentarse conscientemente con su mal humor y su agresividad, para resolver de modo responsable conflictos y problemas. El enfermo del estómago o no exterioriza su agresividad (se la traga) o demuestra una agresividad exagerada, pero ni un extremo ni el otro le ayudan a resolver el problema realmente, ya que carece de confianza y seguridad en sí­ mismo, sentimiento indispensable para que el individuo resuelva su problema, carencia a la que aludimos al tratar del tema Dientes–Encí­as.

El enfermo del estómago es una persona que rehúye conflictos. Inconscientemente, añora la plácida niñez. Su estómago pide papilla, se alimenta de cosas que han sido tamizadas por el pasapuríés y que, por lo tanto, han demostrado ser inofensivas, puede haber grumos o sea que sus problemas se han quedado en el tamiz. El enfermo del estómago no tolera los alimentos crudos, por bastos, primitivos y peligrosos. Antes de que íél se atreva con los alimentos, íéstos tienen que ser sometidos al agresivo proceso de la cocción. El pan integral es indigesto, porque aún contiene muchos problemas. Todos los alimentos sabrosos, el alcohol, el cafíé, la nicotina y los dulces representan un estí­mulo excesivo para el enfermo del estómago. La vida y la comida tienen que estar exentas de desafí­os. El ácido gástrico produce una sensación de opresión que impide registrar nuevas impresiones.

La ingestión de medicamentos antiácidos suele provocar eructos, con el consiguiente alivio, ya que eructar es una manifestación agresiva hacia el exterior. Con esto uno ha hecho disminuir un poco la presión. La terapia que suele aplicar la medicina acadíémica (por ejemplo, «Valium») refleja la misma relación: el medicamento interrumpe quí­micamente la unión entre la mente y el sistema vegetativo.

La actitud básica de proyectar los sentimientos y la agresividad no hacia fuera sino hacia dentro, contra uno mismo provoca finalmente la úlcera de estómago. La úlcera es una llaga que se forma en la pared del estómago. El enfermo de úlcera, en lugar de digerir las impresiones del exterior, digiere el propio estómago. El enfermo de estómago tiene que aprender a tomar conciencia de sus sentimientos, afrontar conscientemente los conflictos y digerir conscientemente las impresiones. Además, el paciente de úlcera debe admitir y reconocer sus deseos de dependencia infantil, de la protección materna y el afán de ser querido y mimado, incluso y precisamente cuando estos deseos estíén bien disimulados tras una fachada de independencia, autoridad y aplomo. Tambiíén aquí­ el estómago revela la verdad.

Los ácidos atacan, corroen, descomponen: son inequí­vocamente agresivos. Una persona que sufre un disgusto dirá: Estoy amargado. Si la persona no consigue vencer este furor conscientemente o transmutarlo en agresión y se traga el mal humor, o traga bilis, su agresividad y su amargura se somatizan en ácidos estomacales, en trastornos estomacales y digestivos serí­a relevante hacerse las preguntas siguientes:

1. ¿Quíé es lo que no puedo o no quiero tragar?

2. ¿Me consumo interiormente?

3. ¿Cómo llevo mis sentimientos?

4. ¿Quíé me amarga?

5. ¿Cómo llevo mi agresividad?

6. ¿En quíé medida huyo de los conflictos?

7. ¿Hay en mí­ una añoranza reprimida de un paraí­so infantil sin conflictos en el que se me querí­a y mimaba sin que yo tuviera que abrirme paso a mordiscos?

Intestino Delgado e Intestino Grueso
En el intestino delgado se produce la digestión propiamente dicha, mediante división en componentes (análisis) y asimilación. Llama la atención el parecido existente entre el intestino delgado y el cerebro. Ambos tienen una misión similar: el cerebro digiere las impresiones en el plano mental y el intestino digiere las sustancias materiales. Las afecciones del intestino delgado suscitan la pregunta de si el individuo no estará analizando demasiado, ya que la función caracterí­stica del intestino delgado es el análisis, la división, el detalle.

Las personas con afecciones del intestino delgado suelen tender a un exceso de análisis y crí­tica, de todo tienen algo que decir. El intestino delgado es tambiíén un buen indicador de las angustias vitales; en el intestino delgado el alimento es valorado y «aprovechado». En el fondo de la preocupación por la valoración está la angustia vital, angustia de no recibir lo suficiente y morir de hambre. Más raramente, los problemas del intestino delgado pueden denotar tambiíén lo contrario: falta de capacidad de crí­tica. í‰ste es el caso de las llamadas [Fettstuhlen] de la insuficiencia pancreática.

Uno de los sí­ntomas que con más frecuencia se dan en la zona del intestino delgado es la diarrea. Nosotros decimos – í‰se de miedo se lo hace en los pantalones – Tener diarrea significa tener miedo. En la diarrea tenemos la indicación de una problemática de angustia. El que tiene miedo, no se entretiene en estudiar analí­ticamente a las emociones, sino que las suelta sin digerirlas. No hay más remedio. Uno se retira a un lugar tranquilo y solitario donde puede dejar que las cosas sigan su curso. Con ello se pierde mucho lí­quido, ese lí­quido sí­mbolo de la flexibilidad que serí­a necesaria para ampliar la angustiosa frontera del Yo y con ello vencer el miedo. El miedo siempre está asociado con lo estrecho y con el afán de aferrarse. La terapia del miedo consiste siempre en: soltarse y expandirse, adquirir flexibilidad, observar los acontecimientos: ¡dejarlo correr! El tratamiento de la diarrea suele limitarse a administrar al enfermo gran cantidad de lí­quidos. Con ello recibe simbólicamente esa fluidez que necesita para ampliar sus horizontes, en los que experimenta el miedo. La diarrea, ya sea crónica o aguda, nos indica siempre que tenemos miedo y que tratamos de aferrarnos y nos enseña a soltar y dejar correr. En el intestino grueso, la digestión ya ha terminado. Aquí­ lo único que se hace es extraer el agua del resto de los alimentos indigestibles. La afección más generalizada que se produce en esta zona es el estreñimiento, modelo genuino de resistencia: retención-tensión y obstinación-deseo de venganza.

Desde Groddeck, el psicoanálisis interpreta la defecación como un acto de dar y regalar. Para darnos cuenta de que simbólicamente la deposición tiene algo que ver con el dinero basta recordar una expresión común en Alemania de Geld–schieser (defeca–dinero) y el cuento del asno de oro que, en lugar de estiíércol, defecaba monedas de oro. Popularmente tambiíén se asocia el pisar deposiciones de perro con la perspectiva de recibir una suma de dinero. Estas indicaciones deben bastar para poner de manifiesto, sin recurrir a complicadas teorí­as, la relación simbólica existente entre excremento y dinero o entre defecar y dar.

Estreñimiento
Es expresión de la resistencia a dar, del afán e retener y está relacionado con la problemática de la avaricia. En nuestra íépoca el estreñimiento es un sí­ntoma muy extendido que padece la mayor parte de la gente. Indica claramente un exagerado afán de aferrarse a lo material (avaricia) y la incapacidad de ceder. Pero al intestino grueso corresponde otro importante significado simbólico. Si el intestino delgado se relaciona con el pensamiento analí­tico consciente, el intestino grueso corresponde al inconsciente, en el sentido literal, al «submundo». El inconsciente es, desde el punto de vista mitológico, el reino de los muertos. El intestino grueso es tambiíén un reino de los muertos, ya que en íél se encuentran las sustancias que no pueden ser convertidas en vida, es el lugar en el que puede producirse la fermentación. La fermentación es tambiíén un proceso de putrefacción y muerte. Si el intestino grueso simboliza el inconsciente, el lado nocturno del cuerpo, el excremento representa el contenido del inconsciente.

Y ahora reconocemos claramente el otro significado del estreñimiento: es el miedo a dejar salir a la luz el contenido del inconsciente. Es la tentativa de retener fondos reprimidos. Las impresiones espirituales se acumulan y uno no consigue distanciarse de ellas. El paciente estreñido, literalmente, no puede dejar nada tras sí­.

El estreñimiento nos indica que tenemos dificultades para dar y soltar, que queremos retener tanto las cosas materiales como el contenido del inconsciente y no queremos que nada, salga a la luz. Se llama colitis ulcerosa a una inflamación del intestino grueso que se manifiesta en forma aguda y tiende a hacerse crónica y produce dolores y frecuentes deposiciones de mucosidades sanguinolentas. Tambiíén aquí­ la voz popular demuestra sus grandes conocimientos psicosomáticos: en alemán se llama vulgarmente Schleimscheisser o Schleimer, es decir, «defecación con moco», al individuo hipócrita, obsequioso y adulador capaz de todo por congraciarse, incluso de sacrificar su personalidad, de renunciar a su vida propia a fin de vivir la vida de otro en una especie de unidad simbiótica. La sangre y la mucosidad son sustancias vitales, sí­mbolos de la vida. (Los mitos de numerosos pueblos primitivos cuentan que la vida surgió del lodo o del murciíélago.) Sangre y moco pierde el que teme asumir su propia vida y su propia personalidad. Vivir la propia vida, empero, exige distanciarse del otro, lo cual provoca cierta soledad (píérdida de la simbiosis). De esto tiene miedo el que padece colitis. De miedo suda sangre y agua por el intestino. Por el intestino (= el inconsciente) ofrece en sacrificio los sí­mbolos de su propia vida: sangre y moco. Sólo puede ayudarle reconocer que cada cual ha de vivir su propia vida de forma responsable, porque, si no, la pierde.

El Páncreas
El páncreas forma parte del aparato digestivo y tiene dos funciones principales: la exocrina, que consiste en la producción de los jugos gástricos esenciales, de carácter eminentemente agresivo, y la endocrina. Mediante la función endocrina, el páncreas produce la insulina. El díéficit de producción de estas cíélulas da lugar a una afección muy frecuente: la diabetes (azúcar en la sangre).

El Diabíético
Por falta de insulina, no puede asimilar el azúcar contenido en los alimentos; el azúcar escapa de su cuerpo con la orina. Sólo sustituyendo la palabra azúcar por la palabra amor habremos expuesto con claridad el problema del diabíético. Las cosas dulces no son sino sucedáneo de otras dulzuras. Detrás del deseo del diabíético de saborear cosas dulces y su incapacidad para asimilar el azúcar y almacenarlo en las propias cíélulas está el afán no reconocido de la realización amorosa, unido a la incapacidad de aceptar el amor, de abrirse a íél. El diabíético —y esto es significativo— tiene que alimentarse de «sucedáneos»: sucedáneos para satisfacer unos deseos autíénticos. La diabetes produce la hiperacidulación o avinagra-miento de todo el cuerpo y puede provocar incluso un coma. Ya conocemos estos ácidos, sí­mbolo de la agresividad.

Una y otra vez, nos encontramos con esta polaridad de amor y agresividad, de azúcar y ácido (en mitologí­a: Venus y Marte). El cuerpo nos enseña, EL QUE NO AMA SE AGRIA… o formulado más claramente… EL QUE NO SABE DISFRUTAR SE HACE INSOPORTABLE… SOLO PUEDE RECIBIR AMOR EL QUE ES CAPAZ DE DARLO... El diabíético da amor sólo en forma de azúcar en la orina. El que no se deja impregnar no retiene el azúcar. El diabíético quiere amor (cosas dulces), pero no se atreve a buscarlo activamente «A mí­ lo dulce no me conviene». Pero lo desea «Quíé más quisiera, pero no puedo». No puede recibir, puesto que no aprendió a dar, y por lo tanto no retiene el amor en el cuerpo: no asimila el azúcar y tiene que expulsarlo. ¡¡Cualquiera se amarga!! ¿No es cierto?

Extracto del libro: “La Enfermedad como Camino” de Thorwald Dethlefen y Rudiger Dahlke.

fuente:http://larutadelailuminacion.blogspot.com.es/2013/02/porque-nos-enfermamos.html?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed:+HablandoDeConciencia+%28Hablando+de+Conciencia%29&utm_content=Yahoo!+Mail