Por… Axel Kaiser
Pocos parecen advertir la magnitud del desastre en que se encuentra sumida Europa y lo dramático que podría ser su desenlace. Partamos desde el principio. El euro fue el precio que Alemania se vió forzada a pagar por la reunificación luego de la caída del muro de Berlín. Franí§ois Mitterrand amenazó que no apoyaría el proyecto de integración europea si los alemanes no sacrificaban su Deutsche Mark, que el mismo Mitterrand describiría como la “bomba atómica†de los alemanes.
Helmut Kohl intentó imponer la unión política a cambio del desarme monetario: “la historia reciente nos enseña que la idea según la cual una unión monetaria y económica sin unión política puede sostenerse, es infundada†sostuvo Kohl en 1991. Pero los franceses no querían una unión política y Alemania tuvo que aceptar el sacrificio de su moneda a cambio de nada. Tal fue la derrota de la clase política alemana, que el mismo Mitterrand se jactaría de que para Francia el Tratado de Maastricht era un “Super-Versailles“.
Ingenuamente, los alemanes intentaron todavía evitar que los países fiscalmente irresponsables del sur de Europa ingresaran al euro mediante la imposición de límites al endeudamiento público en el Tratado de Maastricht. Según este criterio, para ingresar al euro se debía tener menos de un 60% de deuda pública sobre el PIB. Cuando se firmó el tratado en 1991, Italia tenía un 102% del PIB de deuda pública, Grecia un 92%, Bíélgica un 128%, Irlanda un 95% y Holanda un 79% de deuda sobre el PIB. En 1997 solo cuatro países en Europa satisfacían el criterio del 60% de endeudamiento. Pero los políticos europeos encontraron una fórmula para cuadrar el círculo. El mismo tratado abría vagamente la posibilidad de unirse al euro si el díéficit fiscal no superaba, salvo de manera excepcional, el 3% del PIB. De ahí todo fue posible.
El gobierno de Kohl, contra la advertencia por escrito de 155 economistas alemanes, cedió ante la presión de Francia y los países del sur dando origen al engendro monetario que hoy colapsa. Este colapso es inevitable. La consecuencia directa del euro —y causa de la crisis actual—, fue un proceso de convergencia en las tasas de interíés de los miembros de euro con las de Alemania. Así, las tasa de interíés del bono a 10 años griego bajó de alrededor de un 25% a menos de un 4%. La misma dinámica se dió en Italia, Portugal, Irlanda, España y los demás países hoy en crisis. Esto permitió a los países del sur endeudarse a niveles astronómicos. Y gran parte de ese capital venía de Alemania, de cuyos ahorros totales entre los años 2002 y 2007 un ríécord histórico de 58% fluyeron al extranjero, siendo la periferia europea uno de los principales destinos. Como resultado de esta fuga de capitales masiva, bajo el euro Alemania tuvo el crecimiento más bajo de toda Europa, la tasa de inversión neta más baja de los países de la OCDE, despuíés de Suiza y Japón, y una cesantía de 12%.
Mientras tanto, producto del boom creado por el euro, los países hoy en crisis se encarecían en promedio un 30% perdiendo toda competitividad. Hasta que llegó la debacle de 2008, los mercados entraron en pánico y la tasa de interíés se resituó a los niveles pre-euro. En otras palabras, luego de 2008 los inversionistas no prestaron más dinero para financiar el despilfarro de la periferia. Y ese es el problema hoy. No hay dinero para los llamados PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), que están quebrados al igual que el sistema bancario que los financió.
De ahí que el Banco Central Europeo, en cuyo consejo resolutivo Alemania tiene un solo voto igual que Malta o Chipre, comenzara ya en 2007 de manera secreta a travíés del sistema de target-credit a imprimir el dinero necesario para seguir financiando los díéficit de los países del sur. A ello se sumaría la compra de bonos e inyecciones astronómicas a un moribundo sistema bancario que busca desesperadamente transferirle los costos de sus malas decisiones a los contribuyentes del norte de Europa. Y así, entre impresión de dinero y paquetes de salvataje, se ha ganado tiempo en Europa. Pero no hay que engañarse: el problema de fondo, el de improductividad e insolvencia, no se ha resuelto. La tragedia del euro está lejos de terminar.
Suerte en sus inversiones…