La rebaja de Moody's no es más que la primera de muchas. En primer lugar, el díéficit presupuestario británico no da muestras de poderse controlar. En 2012, el díéficit estatal sumó un total del 7,7 por ciento del PIB según los datos recopilados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Es más que en Grecia en plena crisis, donde el díéficit era del 7,4 por ciento, y que en España, con un 6,7 por ciento. En esos países se han realizado importantes recortes del gasto público, pero en el Reino Unido el gasto sigue creciendo deprisa. En enero de este año era un 4,1 por ciento mayor que en enero de 2012. De hecho, el díéficit es casi lo único de la economía que sigue creciendo. Lejos de abordar el amplio margen entre lo que gasta el Gobierno al año y lo que recauda en impuestos, lo mejor que puede decirse sobre el díéficit británico es que empeora a un ritmo algo menor que antes.
En segundo lugar, el Reino Unido sufre una crisis de deuda privada y corporativa, además de la estatal. Algunos países presentan amplias deudas del sector privado (como Irlanda o España), otros tienen deudas estatales tremendas (como Grecia o Italia). El Reino Unido es especial por sus enormes deudas privadas, corporativas y estatales. El total de las deudas supera el 500 por ciento del PIB según McKinsey, combinando las tres categorías. Y en eso sólo le adelanta Japón, aunque por supuesto Japón es una economía que no ha crecido en dos díécadas y ha visto rebajar su calificación una y otra vez.
En tercer lugar, el próximo Gobierno hará que el díéficit aumente todavía más. A la coalición liderada por David Cameron le está costando seguir en el poder. El partido laborista en la oposición lleva la delantera en las encuestas con un 10 por ciento. Si Cameron no ganó la mayoría en 2010 sería descabalado que lo consiguiese en 2015, pero los laboristas hacen que Paul Krugman parezca Friedrich Hayek en su adicción al despilfarro. No hay ningún problema para el que pedir prestado no sea la respuesta. Su estrategia será pedir más para dar un empujón a la economía, con la suposición de que un crecimiento mayor les permitirá pagar la deuda. Que tengan suerte. Sea cual sea nuestra postura sobre lo acertado de esa clase de estímulo keynesiano, el riesgo es obvio. Si el gasto no genera el aumento del crecimiento esperado, la deuda empeorará mucho más.
En cuarto lugar, los impuestos no van a generar más ingresos. Muchos países con altos díéficits pueden subir los impuestos para taponar los díéficits. Algunos, como en el caso de EEUU o Irlanda, empiezan con impuestos relativamente bajos en porcentaje del PIB. EEUU recauda el 26 por ciento del PIB en impuestos según la Fundación Heritage. Otros, como Grecia o Italia, cuentan con sistemas de recaudación de impuestos notoriamente díébiles. Mucha gente no paga impuestos. En cualquier caso, la cantidad de impuestos recaudados de la economía puede aumentarse con bastante brusquedad si es necesario. Es una medida impopular, pero ataja el díéficit. El Reino Unido, sin embargo, ya recauda el 39 por ciento del PIB en impuestos y hay muy poca evasión fiscal. Los británicos, en general, son una población honesta que se queja de los impuestos pero los paga. Parece improbable que pueda obtenerse más de la economía. Además, ahora resulta que cuando se suben los impuestos, bajan los ingresos. El tipo máximo del impuesto sobre la renta subió al 50 por ciento, pero tuvo que reducirse al 45 por ciento porque no se recaudó ningún ingreso extra. Lo mismo ocurre incluso con impuestos que no parecen fáciles de evitar. El impuesto sobre el combustible, por ejemplo, recaudará sólo 26.000 millones de libras este año, frente a las previsiones de 30.000 millones (el combustible cuesta tanto que la gente conduce menos).
Por último, el crecimiento se ha detenido en seco. Cada vez hay más pruebas que sugieren que cuando pasa de cierto punto, la deuda ralentiza la economía. Y el Reino Unido parece decidido a dar pruebas fehacientes de ello. Mientras la economía estadounidense empieza a crecer otra vez, la británica sigue anclada en el crecimiento cero. Si una economía no puede crecer, la deuda no hace más que empeorar.
El único gran país en el mismo estado de negación sobre el díéficit es Francia, aunque sin los mismos niveles de deuda total. Las agencias de calificación suelen ir con retraso, pero cuando se pongan a estudiar las cifras dentro de un año, se portarán peor. A España la han rebajado hasta BBB-, a un escalón del bono basura, pero sus deudas son menores que las del Reino Unido.
Más rebajas de la calificación son inevitables. A los inversores del índice FTSE 100 británico puede que no les importe mucho, porque más de la mitad de las empresas ganan la mayoría de sus beneficios en el extranjero. Pero sí importa a cualquiera que tenga bonos británicos o libras esterlinas. Cuando los mercados se den cuenta, los inversores empezarán a salirse de la moneda mucho más deprisa que esta semana. Se han vuelto indiferentes a las rebajas a doble A, pero no a BBB.