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Autor Tema: Mitos acerca de los bancos centrales…  (Leído 230 veces)

OCIN

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Mitos acerca de los bancos centrales…
« en: Marzo 28, 2013, 09:16:54 pm »
Por… Gerald P. O’Driscoll Jr.




Los mitos acerca de la banca central moderna predominan. Como muchos mitos, estos contienen algo de verdad que ha sido distorsionada mediante la exageración y la mala aplicación. Este año se cumple el centenario de la Reserva Federal de EE.UU. —un momento apropiado para descartar algunos mitos.

 El primer mito es que los bancos centrales son inherentemente necesarios para las economí­as de mercado. La historia y la teorí­a contradicen esto.
 La Reserva Federal no fue fundada hasta 1913, y no tení­a rol monetario alguno. EE.UU. operaba bajo un patrón oro y no necesitaba de un banco central que controlara la oferta monetaria. Un patrón oro, o de cualquier comodidad, coloca un lí­mite natural a la creación de dinero, que es el costo en recursos de extraer el bien. Es solamente con el dinero fiduciario (de papel) que los bancos centrales son requeridos para controlar la oferta monetaria.
 El Banco de Canadá no fue fundado hasta 1935. El sistema bancario canadiense sobrevivió la Gran Depresión sin que haya habido alguna quiebra bancaria importante. En cambio, miles de bancos estadounidenses fracasaron, a pesar de la existencia de la Reserva Federal. Estas fallas a gran escala terminaron con el feriado bancario decretado por Franklin Delano Roosevelt (FDR), no mediante alguna contribución de la Fed a la estabilidad financiera.

 El segundo mito es que los bancos centrales se necesitan como prestamistas de última instancia —esto es, para proveer liquidez en momentos de dificultades financieras cuando los príéstamos a corto plazo se congelan. Los príéstamos de la Reserva Federal luego del colapso de Lehman Brothers en 2008 es el nuevo ejemplo común acerca de esta función. Pero este argumento coloca la causalidad exactamente al revíés.
 Walter Bagehot, el eminente periodista económico inglíés del siglo diecinueve, acuñó la frase “prestamista de última instancia” en su libro clásico, Lombard Street. í‰l reconoció que esta era una función esencial del Banco de Inglaterra.
 Sin embargo, el contexto muchas veces es olvidado. Bagehot sabí­a que un banco central inevitablemente resultaba en una concentración de reservas dentro de esa institución, haciendo que este se convierta en el prestamista de última instancia. Pero íél no creí­a que un banco central era inevitable o deseable.
 Para Bagehot, “el sistema natural” era uno que “hubiese surgido si el gobierno hubiese dejado a la banca sola”. Hubiesen habido “muchos bancos de tamaño igual o no muy distinto”. í‰l describí­a esto como “el sistema de muchas reservas” en el cual cada banco mantení­a reservas para si mismo, lo cual íél consideraba hubiese resultado en un sistema financiero más sólido. En lenguaje moderno, el celebrado “prestamista de última instancia” de Bagehot es la segunda mejor solución —despuíés de un mundo de bancos competitivos sin un banco central.

 En la era despuíés de la Guerra Civil de EE.UU., el sistema bancario no operó como el “sistema natural” de Bagehot. Las regulaciones estatales concentraron las reservas bancarias en las ciudades más importantes, con el resultado de que la economí­a estaba sujeta a pánicos y corridas bancarias (que eran raras en otros paí­ses), culminando en el Pánico de 1907. En lugar de arreglar los problemas del sistema bancario nacional, sin embargo, los legisladores liderados por el presidente progresista Woodrow Wilson, crearon un banco central, el sistema de la Reserva Federal.

 Un tercer mito es el que trata acerca de la independencia del banco central. En EE.UU., la Reserva Federal es vista como una institución que ganó independencia como resultado del Acuerdo de 1951 con la Tesorerí­a de EE.UU. Despuíés del acuerdo, la Fed ya no tení­a la obligación de mantener los precios de los bonos del Estado y de esta manera fijar las tasas de interíés. Ese requisito, derivado de las necesidades fiscales de la Segunda Guerra Mundial, obstaculizaron los esfuerzos de la Fed para combatir la inflación al prevenirle elevar las tasas de interíés durante la Guerra de Corea.
 Desde 1951, no ha habido cambio relevante alguno en el estatus legal de la Fed. El banco ha actuado de manera independiente en ciertos momentos —pero en otros sus acciones han sido cualquier cosa menos independientes de las otras ramas del Estado.
 Durante la díécada de los cincuenta, bajo el gobernador de la Fed William McChesney Martin, la inflación se mantuvo baja. Aún así­ esto tuvo poco que ver con Martin. Para el presidente Eisenhower el control de la inflación era una prioridad y a lo largo de los 1950s los díéficits presupuestarios fueron bajos o inexistentes. Una vez que los presidentes Kennedy y Johnson practicaron el activismo fiscal keynesiano, los díéficits se elevaron. Martin era feliz de acomodar al gobierno con dinero fácil. í‰l no creí­a que la polí­tica monetaria podí­a —o debí­a— operar independientemente de la polí­tica fiscal. Lo que sucedió fue la primera inflación en tiempos de paz en la historia de EE.UU.

 La independencia de la Fed llegó a un nadir bajo el gobernador Arthur Burns. El diario que íél mantuvo durante los años de Nixon confirma que la polí­tica de la Fed se volvió subordinada a los objetivos de la administración y a la campaña de reelección del presidente. Como escribió en su diario, íél le dijo a Nixon que “yo me encargaba de la polí­tica monetaria y que no necesitaba preocuparse acerca de la posibilidad de que la Reserva Federal matarí­a de hambre a la economí­a”. La gran inflación de la díécada de los setenta fue el resultado.
 Paul Volcker, gobernador entre 1979 y 1987, restauró la reputación de control de inflación de la Fed, y el banco bajo su administración llegó a ser un ejemplo de independencia. Y es cierto que hubo muchos en el congreso, así­ como tambiíén fuera del gobierno, que se quejaban amargamente acerca de la polí­tica monetaria estricta, que últimamente controló la inflación y fomentó el crecimiento. Aún así­ el Sr. Volcker, como Martin antes que íél, tení­a un respaldo sólido de los dos presidentes que coincidieron con su posición en la Fed, Jimmy Carter y Ronald Reagan.

 Si nos adelantamos al presente, es difí­cil presentar a la Fed bajo el gobernador Ben Bernanke como un organismo que opera de manera independiente, al menos en cualquier sentido relevante. En 2011, la Fed compró la cantidad sin precedente de 77% de la deuda de la Tesorerí­a. Con este compromiso a largo plazo con tasas de interíés sumamente bajas, el Sr. Bernanke ha atado la polí­tica monetaria a la polí­tica fiscal de la administración Obama, apostando a inflar los precios de los activos. Esto es lo contrario de lo que se supone que deberí­a ser la independencia de un banco central —y coloca a la Fed más cerca de la administración presidencial de lo que ha estado desde los dí­as de Burns y Nixon.

 La lección de esta historia es lo que yo denomino “la banca central sin romanticismos”, en honor a un famoso artí­culo escrito por el Premio Nobel de Economí­a James M. Buchanan, “La polí­tica sin romanticismos”. Un banco central es necesario, siempre y cuando una economí­a sea anclada a una moneda fiduciaria. Y puede que en algunos momentos actúe de manera independiente —pero no cuando se enfrenta a grandes díéficits presupuestarios, como es el caso hoy.
 La búsqueda de la estabilidad de los precios es un objetivo acerca del cual prácticamente todos coincidimos que es una responsabilidad del banco central. Aún así­ este es el único objetivo en el que la Fed y otros bancos centrales han fracasado miserablemente. Desde que la Fed se fundó en 1913, los precios al consumidor han aumentado por un factor de 23 veces. Si EE.UU. logra alejarse de sus díéficits fiscales, la estabilidad de precios serí­a un objetivo posible para los bancos centrales. De lo contrario, la banca central no es nada más que mitologí­a.


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