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Autor Tema: El Inconsciente Colectivo  (Leído 768 veces)

Scientia

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El Inconsciente Colectivo
« en: Julio 24, 2013, 05:50:08 pm »
El Inconsciente Colectivo
FUENTE http://alcione.cl


http://nuevodesordenmundial.blogspot.com.es/2013/07/el-inconsciente-colectivo.html?spref=fb

En la díécada del 30 del siglo pasado aparecen los experimentos de percepción extrasensorial (PES) de
J. B, Rhine y otros, quienes, a travíés de la adivinación de figuras dibujadas sobre naipes, obtuvieron resultados muy superiores a la probabilidad estadí­stica. Los experimentos se realizaron en condiciones diversas de tiempo: adivinación simultánea, o pasada o futura, de las cartas que saldrí­an. El espacio entre ambos participantes variaba desde la habitación vecina a cientos de kilómetros de distancia. Los resultados evidenciaron una relatividad psí­quica de ambos factores. Esto es, los sujetos obtení­an un porcentaje de respuestas acertadas superior a la probabilidad matemática, no mermado por el tiempo o el espacio. Lo único que hací­a disminuir el rendimiento era la falta de interíés, de entusiasmo o de expectativas de los participantes por los resultados, Según Jung: Los experimentos de Rhine demuestran que, en relación con la psique, el espacio y el tiempo son, por así­ decirlo, elásticos, por cuanto pueden, al parecer, reducirse a voluntad aproximadamente a cero. Vale decir, parece como si dependieran de condiciones psí­quicas y no existieran en ellos mismos, sino que fuesen sólo puestos por la consciencia.
Fue justamente este tipo de deducción la que hizo surgir detractores que adjudicaron los resultados a arreglos y arbitrarias interpretaciones inconscientes. Efectivamente, el substrato era el Inconsciente, pero exento de cualquier arreglo o interpretación que implicarí­a llevarlo a una categorí­a consciente y de tiempo lineal imposibles. Dice Jung: En sí­ mismos, espacio y tiempo consisten de nada. Son conceptos hipostasiados provenientes de la capacidad discriminatoria de la mente consciente y forman las coordenadas indispensables para la descripción de la conducta de los cuerpos en movimiento. Por lo tanto, son esencialmente de origen psí­quico, y ello parece haber sido la razón que movió a Kant a concebirlos como categorí­as a prior… Tal posibilidad (su relativización), empero, se presenta cuando la psique observa no cuerpos externos, sino a sí­ misma.
Las respuestas acertadas de los experimentos provendrí­an de lo que el psiquiatra suizo llamó el Inconsciente Colectivo, suerte de pozo común, idíéntico a sí­ mismo en todos los hombres, y del que no habrí­a posibilidad de percepción directa voluntaria. Su contenido serí­a todo lo sentido, imaginado o temido por la especie, organizado en arquetipos. Algo así­ como el ADN de la humanidad, Este contenido, al ser psí­quico, tendrí­a una carga afectiva. De ahí­ la proporcionalidad directa entre emoción del participante y número de aciertos. Imaginando el consciente y el inconsciente como opuestos en una balanza, al bajar un extremo, el otro tiende a subir facilitando el deslizamiento de contenidos de un lado al otro. Al focalizar la atención interesada en un punto pequeño, como el dibujo del naipe, la consciencia general disminuye, posibilitando que el inconsciente invada ese espacio. Se evidencia que en este inconsciente colectivo existe un saber a priori, como lo llamó Jung o, en otras palabras, allí­ se han fundido el pasado, presente y futuro en un presente continuo. A mayor intensidad del estado emocional, mayor disminución de la consciencia y mayor declive para el surgimiento del inconsciente colectivo, cuyo contenido implica necesariamente su preexistencia a la consciencia individual.
En ciertas circunstancias, fragmentos del saber absoluto de este inconsciente pueden filtrarse y ser detectadas por un sujeto que percibe su paralelismo con un hecho externo. Este saber absoluto serí­a en alguna medida expresión de lo trascendente manifestado en todas las cosas. La Unidad es el flujo común del universo del que todos los elementos son cíélulas en recí­procas relaciones interdependientes. Debido a los contenidos extraí­dos de este inconsciente colectivo, a menudo con información imposible de obtener por el paciente. y a la evidencia de procesos psí­quicos en personas en estado inconsciente, Jung concluyó en la imposibilidad de una ligazón de aquíél con el cerebro fí­sico. Incluso propone que este inconsciente colectivo sea el responsable de la organización de la materia en las formas conocidas.
A partir de las primeras díécadas del pasado siglo, la fí­sica produjo el más espectacular de los vuelcos en toda la concepción de la materia y, por lo tanto, del universo. Cuando los cientí­ficos intentaron disecar el archiconocido modelo del átomo semejante a un mini-sistema solar, se sorprendieron con el hallazgo de
que las partí­culas atómicas y subatómicas no se comportaban en absoluto de acuerdo a las teorí­as formuladas. Más aún, las tales partí­culas fundamentales ni siquiera podí­an ser localizadas en un lugar preciso, ni menos con un comportamiento regular o predecible.
Hasta entonces, la ciencia habí­a representado un papel de cierta omnipotencia, provocando la confianza generalizada de que, lo que aún no podí­a cuantificarse, no se tardarí­a en hacerlo: sólo era cuestión de tiempo. Como Dios, o la causa primera, no serí­a posible demostrarla, la ciencia se alejaba de ella, ignorándola; pero la materia, su consecuencia última, podrí­a desmenuzarse hasta la última partí­cula. Y he aquí­ que de pronto se encuentra con que estas partí­culas no terminaban en los electrones o neutrones, y que habí­a un sinfí­n de otras subpartí­culas, de comportamiento aparentemente errático, imposibles de aislar en el espacio o el tiempo. No se podí­an medir, ni contar, ni establecerse leyes de su accionar, De ahí­ que fueran calificadas de quanto de energí­a en vez de partí­culas, ya que no tení­an existencia independiente, sino más bien eran relaciones energíéticas en una trama limitada cuyo comportamiento era sólo una probabilidad estadí­stica.
La ciencia se habí­a pasado siglos diferenciando el mundo vegetal del animal y del mineral, lo sólido de lo lí­quido y lo gaseoso, la onda de la partí­cula, la masa de la velocidad, la materia de la energí­a, etc., y de pronto sucede que a nivel fundamental no existe diferenciación alguna. Se comenzó a hablar del mundo real como un territorio sin lí­mites, del que los objetos y fenómenos como entidades separadas serí­an una idealización, siendo sus cimientos un indeterminismo fundamental y absoluto: el entretejido sin costuras del universo
Con esta falta de distinción fundamental entre energí­a y materia, el universo retorna de su concepción de gran maquinaria a la de gran organismo, semejante a la de los antiguos sabios, pero esta vez a travíés del intelecto y el razonamiento experimental. Se religa lo que se habí­a separado; se descubre nuevamente que todo causa a todo lo demás, que las cosas fluyen las unas en las otras formando patrones globales e inseparables, La supuesta objetividad cientí­fica se vuelve asimismo inexistente al desaparecer la distinción entre el cientí­fico, su experimento y sus conclusiones. El experimentador es su experimento y lo experimentado. 0 como dice Jung: nada hay fuera de la mente.
Los nuevos descubrimientos llevan a una concepción no rí­gida del universo en todos los planos. Los modelos fijos que otrora explicaran un segmento de la realidad habí­an funcionado bien, pero sus caracterí­sticas estáticas los hací­an perdurar incluso más allá de que hubieran sido invalidados por nuevos conceptos. Cada avance tení­a que luchar contra el antiguo modelo para imponerse, rompiendo una barrera establecida. La relativización de la relación entre la materia allá afuera y el analizador interno obligan ahora a formas de pensamiento mucho más dinámicas, flexibles y abstractas. Se abre una posibilidad infinita de descubrir estratos subatómicos que pudieran explicar cientí­ficamente fenómenos tan inasibles como por ejemplo la vitalidad, la psique, el intelecto, y quiíén sabe cuánto más. Lo importante es que esta vez no se ha corrido el lí­mite del conocimiento humano un poco más lejos, sino que íéste se ha derrumbado y se sabe ya que será muy difí­cil volver a instalarlo. No por azar se reúnen en este siglo este tipo de descubrimiento con el derrumbe de otras fronteras, con el desarrollo exponencial de redes transnacionales de comercio, cultura, información y comunicaciones; con los signos de creciente tolerancia polí­tica y religiosa, etc. En suma, con la disminución del perfil de las polaridades, de los extremos, en pro de posiciones en la zona más central del espectro, que las trascienden. No hay duda de que estos efectos no hacen sino confirmar la aseveración junguiana de la preexistencia de la mente, de la que posteriormente podemos percibir sus manifestaciones en su otro polo, la materia.
La nueva fí­sica ha borrado el lí­mite entre la Mente y la Materia. En la materia se descubre un substrato semiincognoscible cuya existencia sólo se detecta por el impacto producido en el nivel inmediatamente más tosco. De igual modo, la mente colectiva inconsciente es inaccesible en condiciones normales, infiriíéndose su existencia de sus rastros intangibles surgidos en sueños, en el arte, en los grandes mitos, en la sincronicidad.
Para la fí­sica actual, la existencia de un objeto o partí­cula individualizable es producto de un fenómeno
local dentro de un campo cuántico fundamental que la sostiene. La partí­cula explí­cita, o desplegada del campo global, contiene la información de todo el campo, como íéste de ella, pudiendo plegarse nuevamente
y dejar de existir como partí­cula. Asimismo, esta partí­cula transmite y recibe información hacia y desde el campo fundamental, en una acción cooperativa de conjunto capaz de hacer surgir formas radicalmente nuevas en determinados puntos crí­ticos. Esto explicarí­a, por ejemplo, la complejí­sima transformación de ciertos vegetales y animales cuyo ambiente se alteró drásticamente en un momento dado, y que en la práctica se convirtieron en otra especie. La teorí­a de sobrevivencia de mutaciones al azar, más adaptadas
a las nuevas condiciones, no alcanzaba a explicar los cambios producidos simultáneamente sobre muchas estructuras y/o funciones de un organismo. El dicho popular que hací­a reí­r a los cientí­ficos de hace unas díécadas, la necesidad crea el órgano, estarí­a mucho más cerca de la realidad desde esta perspectiva.
La naturaleza se concibe ahora como un orden colectivo en el que cada elemento es a la vez interior y exterior a los demás, esto es, constituye parte del patrón global siendo al mismo tiempo un fenómeno local, Cada uno contiene, plegado en su interior, al universo entero, Se estima además que este campo cuántico fundamental tendrí­a varios niveles, habiíéndose detectado manifestaciones de al menos un segundo nivel, a travíés del cual se transferirí­a información a travíés de la partí­cula explicitada hacia el primer nivel. Lo interesante es el efecto generador de nuevas formas y relaciones del sistema, en una constante actividad creadora. Cada nueva forma creada genera un campo de memoria simultáneo que guí­a activamente el proceso y que facilita su reproducción, siguiendo la ruta de mayor economí­a y fluidez propia de la naturaleza. Podemos imaginar aproximadamente con este pequeño bosquejo, la complejidad de relaciones
e intercambio de información que puede ocurrir instantáneamente en el estrato fundamental, haciendo imposible su análisis en forma compartimentalizada.
Volviendo á la psique, podemos reconocer cómo Jung describió estos mismos procesos con un paralelismo asombroso, pero a travíés de la intuición reflexiva y la observación práctica. El mundo de los objetos encuentra su correspondencia en la partí­cula desplegada, la mente individual en el primer orden fundamental, el inconsciente colectivo en el segundo orden. La comunicación entre el mundo objetivo y el segundo orden parece funcionar fluí­da y permanentemente a travíés del intercambio continuo de información que ejerce transformaciones en ambos estamentos. Lo que sucede sólo en forma eventual es la comunicación entre el segundo orden y el primero, entre el inconsciente colectivo y la mente individual, donde el flujo encuentra una frontera. Cuando este bloqueo disminuye o desaparece por un instante, es posible recibir contenidos del plano objetivo de la mente, que en su carácter colectivo está impregnando todo el momentum. Al darnos cuenta, y con ello percibir el significado, el efecto será una comprensión nueva y ampliada, además del cese, aunque sólo sea por un instante, del sentimiento de separación que
nos limita con el entorno.
El inconsciente colectivo, como campo formativo cuyas partí­culas explicitadas serí­an los arquetipos, siempre está ahí­, siempre es posible extraer contenidos de efecto generativo que amplí­en nuestra consciencia y disminuyan nuestra fragmentación. Y hablamos del inconsciente como el segundo orden fundamental, pero está abierta la posibilidad de pesquisar otros niveles acaso mucho más sutiles y profundos a los cuales pudiíéramos acceder, como, por ejemplo, aquíél denominado por Jung como Supraconsciente.
Paralelamente, esta realidad indivisible que despliega tanto a la mente como a la materia y que conlleva una nueva comprensión, un saber indemostrable pero irrefutable, es la que han tratado de hacernos comprender los sabios mí­sticos desde los más remotos tiempos. Pocos los han escuchado hasta que lo dijeron los cientí­ficos. Expresiones como en tí­ está tu propio cielo, conócete a tí­ mismo y conocerás a Dios; el concepto de unidad del Conocimiento, el Conocedor y lo Conocido expresado en el antiguo Bhagavad Guita; imágenes como la red de Indra budista, plagada de joyas, en cada una de las cuales está el reflejo de todas las demás; las sentencias del Tao Te King, las parábolas de Jesucristo… Miles podrí­an ser los ejemplos de esta sabidurí­a sintíética, incluyente, de genuina intuición, a la que los cientí­ficos y terapeutas comienzan a acceder en occidente. Quíé serí­an las llamadas experiencias-cumbre de los mí­sticos sino el acceso a un orden exquisitamente sutil, profundo y penetrante? No es de extrañar, por lo tanto, el giro que ha tenido la relación del hombre con lo trascendente, en la que asume una posición mucho más activa y cocreadora de sí­ mismo y su entorno. Ni tampoco la gran cantidad de nuevos mí­sticos entre los cientí­ficos modernos. Y es que no es posible establecer aquí­ con claridad las diferencias cuando las causas primeras y últimas se entrelazan.
La percepción de la unidad esencial que subyace a la aparente dualidad mente-materia, en la que todos parecen estar ahora de acuerdo, aparece como una de las perspectivas más enriquecedoras y transformadoras que jamás haya conocido el hombre occidental. La captación objetiva y subjetiva consciente de un momento dado permite asir el reflejo del macrocosmos en una generación de energí­a creativa capaz de ampliar todas las posibilidades futuras. Por el contrario, si la mente individual pone atención sólo en las formas desplegadas de la realidad, tanto esa mente como su realidad circundante se volverán estáticas, estrechándose cada vez más en meros recuerdos y hábitos. La energí­a renovadora y creativa de los estratos fundamentales es limitada, pues, como vimos, se enriquece permanentemente, además de trascender a toda polaridad, que sólo existe -como el tiempo- en la mente individual.
Y es allí­ donde los antiguos sabios, al señalar la interdependencia fundamental del universo, tambiíén señalaron el modo de acceder a esta mente universal. Una de las etapas fundamentales es la del dominio
de la mente, de esta pequeña mente individual nuestra. Sólo minimizando el ego, disminuyendo el yo personal que creemos tan importante, creamos el vací­o, o el declive, en palabras de Jung, suficiente como para que algo trascendente pueda deslizarse hasta nuestra consciencia y darnos ese sentido profundo de identidad del que estamos tan carentes, disolviendo el tiempo, la división mente-cuerpo, sujeto-objeto. Acaso cabrí­a especular si la sentencia “Y seríéis como dioses”, se refiera al logro de una unicidad permanente.
Pablo Cáceres
Extractado de
C. G. Jung.- Arquetipos e Inconsciente Colectivo.- Paidós
C. G. Jung.- Formaciones de lo Inconsciente.- Paidós
Más Información:
David Bohm.- La Totalidad y el Orden Implicado.- Kairós
C. G. Jung.- Psicologí­a y Simbólica del Arquetipo.- Paidós
Publicado por el sendero del mago