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Autor Tema: Que es la gente toxica y como se comporta?  (Leído 804 veces)

lauramsagra

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Que es la gente toxica y como se comporta?
« en: Febrero 19, 2014, 08:09:15 pm »

Están ahí­. A su alrededor. En su oficina, en su grupo de amigos, incluso en su familia. Difí­ciles de identificar al inicio, se ganan nuestra confianza con gran argucia y, una vez en relación directa con nosotros, empiezan a soltar gradualmente sus dosis de odio, celos, envidias, arrogancia, chantaje emocional... Son hombres y mujeres que parecen normales, pero que pueden arruinarnos la vida. La psicóloga estadounidense Lillian Glass los define como «gente tóxica», un concepto que ha vertido en varios libros convertidos ya en superventas, y los ha clasificado en diez categorí­as. En esta íépoca de crisis y zozobra laboral son aún más perniciosos. Le ayudamos a identificarlos... y a combatirlos.




  ¡Alarma! Gente tóxica 1. El sociópata

Si lo reconoce a tiempo, huya. Sin dudarlo. Es el más peligroso de los seres tóxicos. De entrada cae excelentemente, regalándonos el oí­do, pero miente sin pestañear para conseguir lo que quiere. Carece de escrúpulos, es incapaz de asumir responsabilidades, y los sentimientos y derechos de los demás no le interesan lo más mí­nimo. Ni el sentido común: si le conviene, no duda en contradecirse. Su palabra favorita es 'yo'; es engreí­do y se jacta de todo. ¿El mejor modo de reconocerlo? Mire bien su rostro; no mueve un músculo, no expresa emociones. Y es que no las siente en absoluto. Por eso, su mejor defensa no se lo piense dos veces es una huida inmediata.

2. El mediocre

La desidia y el pasotismo son muy contagiosos. De ahí­ la importancia de mantener la guardia en alto ante esta categorí­a de individuos tóxicos. Pese a que no suelen hacer daño más que a ellos mismos, los mediocres pueden envenenar tambiíén a las personas más abiertas y vitales si logran convencerlas para ver la vida desde su punto de vista. Su toxicidad puede lograr incluso que uno acabe yendo a trabajar cada vez más desmotivado, en una burbuja de depresión. ¿La solución? Recordar siempre que la elección de nuestros compañeros de ruta depende solo de nosotros.

3. El arrogante presuntuoso

Soberbios, vanidosos y pedantes, los tóxicos de esta especie están convencidos de estar siempre en lo cierto y de tomar, sin margen de error, las mejores decisiones. Si no ganan, empatan. ¿Perder? Jamás. Siempre tienen preparada una respuesta, sobre cualquier tema, hasta el punto de memorizar grandes frases para soltarlas en el momento adecuado y parecer mejores que los demás. Desde luego, reciben las opiniones ajenas con suficiencia. «¿Estás realmente seguro?» es su frase tí­pica. Díéspotas intelectuales, aman pontificar, y cualquier medio es bueno para mantener viva la atención de los otros, porque que nadie lo dude solo sus opiniones importan. Si les toca escuchar, suspiran, hacen gestos, muecas, expresando que tambiíén sobre eso tienen una opinión; y, desde luego, mejor. En el trabajo intentan convencer a todos de que son indispensables, pero el creerse perfectos los hace equivocarse con frecuencia. Alentados por su errada autopercepción, se hacen daño ellos solos: un buen grado de autoestima es indispensable, pero tener más de la cuenta los vuelve ciegos ante sus errores. Hasta que un dí­a 'ven', aunque no lo confiesen. Pero suele ser demasiado tarde.

4. El victimista

Convencido de que el mundo un lugar terrible está en su contra, rezuma negatividad por cada poro, regodeándose con su mala suerte pero sin hacer nada para cambiar las cosas ni su propia situación. Su resentimiento contra todo es tan intenso que contagia con su pesimismo a quien lo escucha. Aunque lo peor de sus dotes es una enorme habilidad para que los demás nos sintamos culpables de su situación desesperada.

5. El humillador

Es uno de los tóxicos más odiosos y temibles.Goza rebajando a sus ví­ctimas hasta desequilibrarlas emocionalmente. Encuentra autíéntico placer en ello. Finge ser nuestro amigo y querer ayudarnos, pero en verdad solo recaba datos sobre nuestros defectos para dejarnos mal a los ojos de los demás. Jamás se quita la máscara, a menos que alcance una posición de ventaja sobre nosotros. Entonces sí­, no duda en llegar incluso al insulto explí­cito y la humillación directa. A un tóxico de este calibre hay que vigilarlo con atención: sus continuos 'recaditos' pueden crearnos un sentido de inferioridad que nos pondrí­a aún más en sus manos; si logra condicionar nuestra vida con sus actitudes, podrí­amos llegar incluso a convencernos de que lo hace por nuestro bien.

6. El envidioso

No le cabe en la cabeza que los demás triunfen por haberse sacrificado o haber trabajado con tesón y talento, y está siempre rumiando sobre lo que los otros tienen y íél no. Siembra cizaña en forma de cotilleos llenos de malicia, rumores y crí­ticas infundadas. En su versión más radical, busca directamente destruir a quienes envidia maltratándolos verbalmente y rebajando todos sus logros ante quienes los valoran. Para íél, quien se mantiene en forma yendo al gimnasio no es más que un narcisista con la cabeza hueca; quien asciende, un pelota de los jefes o una ligera de cascos, y así­ sucesivamente. En el fondo, sin embargo, quien más sufre es precisamente íél, que desea ante todo lo que nunca tiene. Y conseguirlo no resuelve su conflicto.

7. El agresivo verbal

Su primer objetivo es hacernos sentir díébiles e ineptos. Ofensivo e intimidatorio, incluso su cara, cuando se enciende, resulta belicosa, igual que su tono de voz, siempre atronador. Su violencia psí­quica puede dejarnos una huella no menor que la de un maltrato fí­sico. Intentar razonar con ellos es perder el tiempo: aunque un dí­a exaltasen nuestra inteligencia, al dí­a siguiente cuando más tranquilos nos encontremos podrí­an lanzarnos la pulla más brutal. ¿Consuelo? Estos seres tóxicos no saben entablar relaciones duraderas y terminan solas, abandonadas por todos quienes habí­an entrado en relación con ellos.

8. El jefe autoritario

En tíérminos laborales, todo jefe tiene el derecho a decirnos quíé espera de nosotros y a criticar incluso nuestro desempeño. Pero, claro... ¿quíé ocurre cuando, como sucede en no pocos casos, nuestro superior se vuelve un díéspota que goza imponiendo su voluntad y necesita constantemente sentirse legitimado a base de humillar a quienes trabajan para íél? En ese momento se convierte, sin escalas, en un ser tóxico. Este tipo de personajes autoritarios mantienen el control atemorizando e insultando incluso al personal, hasta el punto de convertir en una insoportable carga lo que habrí­a podido ser un proyecto interesante en el que implicarse. A menudo, estas personas autoritarias no se revelan como tales hasta que, por fin, obtienen el ansiado cargo directivo; un momento antes su toxicidad era insospechable. En los casos más extremos odian a quienes consideran inferiores y boicotean a los que destacan: nunca soportarí­an ser superados por un subordinado. Su afán de control es tal que llegan a inmiscuirse en el tiempo libre de sus empleados. ¿La mejor defensa? La ley, que ya reconoce el delito de 'mobbing'.

9. el cotilla maldicente

Es un especialista en crear mal rollo en el trabajo sin ningún remordimiento. Sus indiscreciones pueden compro-meter a sus colegas más competentes, y todo sin el menor provecho para íél, que se realiza solo con ser escuchado y ver que sus versiones cuelan. Nada ambiciona más que saberlo todo de todos, y si no lo sabe, exagera lo que cree saber o se lo inventa directamente, en lo que es un autíéntico talento. ¿Su secreto? Hacer creí­bles sus fábulas a partir de una enorme cantidad de detalles conocidos o, en todo caso, coherentes. Nuestra única defensa ante íél es mantenernos a distancia y no contarle jamás nada. § En cualquier caso, cabe recordar que casi todos participamos alguna vez en la propagación de cotilleos, siquiera para comentarlos. Es útil un poco de autocrí­tica para no volvernos tóxicos a nuestra vez.í¼

10. El neurótico

A muchos tóxicos podrí­a calificárselos de 'malos', pero no a los neuróticos, que perjudican tanto a los demás como a sí­ mismos. Y, aunque pueden causar mal, no suelen tener maldad. Viven poniíéndose metas inalcanzables y, si somos sus socios, esperarán lo mismo de nosotros. Su perfeccionismo se convierte casi siempre en maní­a y quieren controlarlo todo, incluyíéndonos, desde luego, hasta el punto de recurrir las veces que hagan falta al chantaje emocional.Pero no son malos; al contrario, quisieran gustar a todo el mundo de un modo casi infantil. Fantasiosos y autosuficientes, no escuchan consejos, pero están más que dispuestos a prodigar su ayuda 'a todos'. Entre ellos, los peores son los supertóxicos castradores, los que nos ayudan solo para poder decirnos alguna vez: «Con todo lo que he hecho por ti, ¿y me lo pagas así­?».



Si de todo aprendo, no hay paso equivocado.😉