Por... Cristina López G.
Una de las realidades innegables que viene con la felicidad exultante de las fiestas de fin de año, en que recibimos al niño Dios y al año que está por estrenar, es que acompañamos nuestra alegría de delicias culinarias. Es así que muchos terminamos siendo víctimas de los excesos de las delicias culinarias, terminando con un par (o una docena) de libras en exceso. Y con el movimiento temible del indicador de la báscula en la dirección no deseada, vienen tambiíén los remordimientos y los consecuentes propósitos de perder el exceso de masa corporal.
Y de manera optimista (o resignada) emprendemos cualquier dieta, desintoxicación, o ríégimen de ejercicios, normalmente en las primeras semanas del nuevo año, pues innegablemente, un cuerpo con libras de más, no funciona de la manera más optima y eficiente. De la misma manera, un estado que ha crecido más allá de su tamaño óptimo, padece de las mismas limitaciones en cuanto a movimiento y funcionamiento se refiere.
El exceso de poder tiene el efecto, lo mismo que el exceso en las fiestas de fin de año al cuerpo, de hacer crecer al estado de manera exacerbada, si no se le limita o vigila con cuidado. Con cada “problema†que intenta solucionarse con el surgimiento optimista de secretarías, intendencias, agencias, se va aumentando la grasa burocrática, el gasto estatal y las plazas gubernamentales. Con cada ley pasada de manera inconsulta y a punta de madrugones, van surgiendo tambiíén procedimientos, trámites y tareas administrativas. Con cada favor político pagado en dádivas, se van agregando y despuíés enquistando, plazas inútiles e innecesarias.
Y es así como de repente, casi sin notarlo, terminamos con un estado obeso, con menos agilidad de movimiento para responder siquiera a los mínimos mandatos constitucionales y necesidades ciudadanas. Con un estado con libritas de más, se vuelve más difícil la labor de la ciudadanía auditora, de mantener a los funcionarios dentro de los límites del poder; el aumento de la burocracia que trae como consecuencia el crecimiento estatal crea tambiíén incentivos a la corrupción, y para financiar al estado obeso, se termina aumentando tambiíén la deuda pública y estancando las oportunidades de desarrollo económico, afectando a toda la ciudadanía y de manera desproporcionada, a aquellos que más oportunidades necesitan.
Abogar por reducir la gordura del estado no equivale a querer un estado de capacidades debilitadas: más bien, es querer un estado pequeño y eficiente, pues es saber que no se puede cumplir las necesidades básicas bien, ya que si pretende hacerse demasiado y de manera imposible de controlar, la lógica indica que terminará haciíéndose poco, y mal.
Es por eso que así como muchos encaramos el año nuevo con todo tipo de resoluciones optimistas para reducir los excesos de masa corporal, deberíamos, buscando los mismos beneficios, intentar reducir la grasa del estado. Una buena manera es desconfiando de aquellas propuestas electorales que prometiendo nuevas secretarías, agencias o comitíés y aumentando la deuda pública, en realidad solo engordarán el aparataje del estado, dejando nuestros problemas y necesidades ciudadanas en el mismo estado en el que los encontrarán.