Por... Cira Rodríguez Cíésar
El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglíés), firmado entre 12 países de la Cuenca del Pacífico, excepto China, tiene ante sí un muro de oposición política en el Congreso de Estados Unidos.
Hasta hace poco parecía tener la aprobación garantizada en el legislativo estadounidense, pero recientemente el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, afirmó que el recinto no someterá este año a votación el TPP.
Sobre el tema respondió en una entrevista radial que 'ni siquiera tenemos los votos para hacerlo. No veo cómo habría de hacerse, porque el presidente Barack Obama tendría que cambiar el TPP en forma sustancial y no veo que eso vaya a suceder'.
El tratado fue impulsado por Obama, pero hoy su futuro es incierto despuíés de que tanto Donald Trump como Hillary Clinton, candidatos a la presidencia, están ahora en una línea contraria a ese tipo de pactos de libre comercio.
Los líderes parlamentarios reiteraron que no emitirían voto sobre el tratado hasta que pasen las elecciones de noviembre, pero las declaraciones de Ryan parecen descartar incluso esa posibilidad.
Para Obama se trata de no tirar la toalla mientras valora las ventajas de un sistema multilateral de acuerdos inventado por Estados Unidos despuíés de la II Guerra Mundial, por lo que prometió un último intento para ratificar el TPP en el periodo de sesiones del Congreso que acaba con su salida de la presidencia (el 20 de enero de 2017) .
'Somos parte de una economía global. No vamos a ir hacia atrás en eso', dijo Obama, quien tiene al TPP en la primera línea de su lista de tareas, con unos 30 actos planificados en el país para persuadir a los legisladores indecisos.
El experto en comercio en el Consejo de Relaciones Exteriores en Washington, Edward Alden, asegura que muchos ven este trance como parte de la 'teoría de la bicicleta' de acuerdos comerciales: el tren tiene que seguir hacia adelante o todo se vendrá abajo.
Sin embargo, señala que se trata más bien del reto alternativo planteado por China, que busca su propio acuerdo con los participantes del TPP si Estados Unidos no puede cumplir su promesa.
Alden plantea que 'a China le gustaría ver un conjunto de regulaciones comerciales muy diferentes. Si el TPP falla, el resto de países en Asia no tendrán más remedio que ir en la dirección en la que China se mueva. La ironía de todo esto es que oponerse al TPP probablemente favorezca más a China'.
De ahí que para la Casa Blanca, esta es la mayor razón de mantener la batalla a favor del TPP, para impedir que Beijing asuma el control del comercio en Asia, y por consiguiente el dominio político y de seguridad de la región, y con ello desplazar a Estados Unidos.
El fracaso, según los expertos, podría deteriorar la credibilidad del país en todos los frentes, desde el comercio hasta su compromiso con una zona cuya seguridad ha sido apuntalada por Washington desde mediados del siglo pasado.
'Por la sencilla razón de que Estados Unidos ha invertido tanto en íél, el acuerdo adquiere una especie de valor totalizador que va mucho más allá de sus míéritos económicos', dijo Euan Graham, exfuncionario de cancillería del Reino Unido que estudia la seguridad regional en el Instituto Lowy de Política Internacional, en Sídney.
Este analista está convencido que dejar a los socios asiáticos en el aire sería desastroso para el liderazgo estadounidense en la región, pero dicho argumento no está ayudando a ganar el voto del Congreso, donde la mayoría de los demócratas se opone al acuerdo y los legisladores republicanos que por años lo defendieron dejaron de hacerlo.
Tras casi siete años de conversaciones, el TPP concentrará a 12 economías (Estados Unidos, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Brunei, Canadá, Chile, Malasia, Míéxico, Perú, Singapur y Vietnam) y es considerado una señal de la importancia de la zona Asia-Pacífico, que cubre el 40 por ciento de la economía mundial.
El nuevo bloque comercial abarca 800 millones de personas y sus impulsores estiman que el acuerdo puede aumentar la actividad económica mundial en 200 mil millones de dólares anuales.
Dicha alianza establece un área de comercio que reducirá las trabas en los flujos económicos al liberar más de 18 mil impuestos con los que diversos países gravan los productos estadounidenses y representa el mayor acuerdo comercial de la historia cuya materialización podría remodelar las industrias e influir el precio de los alimentos de consumo, según los especialistas.
Actualmente el TPP es objeto de políémicas y protestas, además de no conferirle justeza al considerarse una consolidación del poder y un peligro para la economía global.
Si bien ya es calificado como el mayor tratado comercial del mundo en los últimos 20 años, varios grupos se oponen al acuerdo, entre ellos los sindicatos de algunos países pactantes y asociaciones medioambientales por el secretismo en que se concretaron sus cláusulas, y por la fragmentación de algunos aspectos y beneficios como los referentes a los monopolios en la industrias farmacíéutica y automotriz.
Sin embargo, durante las negociaciones los países firmantes trataron de eliminar las barreras al comercio, incluidas las leyes que garantizan la seguridad alimentaria, la protección de la agricultura y la privacidad de la información de los ciudadanos.
Frente a este escenario, China, que no forma parte del acuerdo, negocia un tratado por separado en Asia, mediante el cual podría otorgarse más príéstamos regionales a travíés de un nuevo banco y un fondo de 40 mil millones de dólares para la llamada Ruta de la Seda.
Sobre esa base, algunos especialistas afirman que Washington exagera al presentar al TPP como una cuestión de vida o muerte para saber cuál de las dos potencias será la que establezca las reglas del comercio mundial.
Al respecto, argumentan que la propuesta china no crea nuevos marcos comerciales y propicia un ejercicio convencional de reducción de aranceles, y es menos ambicioso y hegemónico que el TPP, por lo que advierten que no son mutuamente excluyentes pues las naciones asiáticas siempre tuvieron la intención de unirse a las dos variantes.
Pero la realidad de hoy es que dicho tratado está en terreno movedizo porque en su diseño prevalecen los elementos políticos por encima de los económicos, lo cual es considerado por muchos como una apuesta geopolítica del presidente Obama.