Por... Leandro Albani
El Furgón – El jueves a la mañana un atentado suicida sacudió a la Franja de Gaza, esa frágil porción de territorio que todavía les pertenece a las palestinas y a los palestinos. Un joven que intentaba cruzar hacia Egipto se hizo estallar en un paso fronterizo, terminando con su vida y con la de un efectivo de seguridad del Movimiento de Resistencia Islámica Hamas, que gobierna la Franja desde 2007. El estallido también provocó cinco heridos. Según los medios de comunicación, el joven suicida podría tener vinculaciones con el Estado Islámico (ISIS o Daesh).
Hasta la tarde del jueves, cuando ocurrió el atentado en la ciudad de Barcelona, ningún canal de televisión ni alguno de los “importantes” gobernantes de este mundo dijeron algo sobre lo sucedido en Gaza. Es más, hasta ahora parece que nadie conmoverse por lo que sucede en la Franja. Tal vez porque en Gaza murió una sola persona. O, quizás, porque a los grandes medios y a los poderosos gobernantes del mundo no les importa qué sucede en Gaza, esos 360 kilómetros cuadrados sobre el mar Mediterráneo, una región bloqueada y castigada por el Estado de Israel; un territorio que apenas tiene algunas horas de electricidad por día, en el cual los hospitales no reciben insumos, donde la desocupación es del 60%; donde sus habitantes se despiertan para sobrevivir y con la esperanza de que la aviación israelí no los bombardee. Gaza, como alguna vez afirmó el intelectual y lingüista estadounidense Noam Chomsky, es la cárcel a cielo abierto más grande del mundo.
Quienes cometieron los atentados en España son, en muchos casos, consecuencia de lo que la propia Europa genera en Medio Oriente: muerte, hambre, pobreza, saqueos. La responsabilidad de la Unión Europea en la actual guerra de agresión contra Siria está por demás de probada: apoyaron a cientos de personas que viajaron a ese país para sumarse a las filas de grupos irregulares, el Estado Islámico inclusive; financiaron y armaron a los mercenarios que, delicadamente, todavía denominan como “oposición moderada” al gobierno de Bashar Al Assad; los servicios de inteligencia europeos fueron por demás de flexibles para que sus propios ciudadanos viajaran a combatir contra el Ejército sirio. Y esas personas, muchas de ellas jóvenes (musulmanes o no), comenzaron a volver a sus países en Europa. La desocupación que vive el viejo continente, la falta de esperanza de vida y de expectativas hacia el futuro, la pobreza y la derechización de la sociedad europea son el caldo de cultivo para entender los por qué de un atentado como el de Barcelona. A esto hay que sumarle que el Daesh se encuentra casi derrotado en Siria e Irak. Y, como lo dejó en claro el propio ISIS, ahora su campo de batalla es el mundo, teniendo a Europa como blanco principal.
Las razones de los últimos atentados en Europa se deben buscar en la historia de injerencia que los gobiernos de ese continente tienen en Medio Oriente. La invasión de Estados Unidos y sus aliados a Irak en 2003, justificada por las invisibles armas de destrucción masiva que tenía el gobierno de Sadam Husein, fue tal vez el punto más crítico, del cual derivaron decenas de grupos terroristas. Destruido el Estado, asesinadas miles de personas, profundizadas las diferencias sectarias, Estados Unidos dejó a Irak fragmentado y saqueado. En esa tierra arrasada, los grupos terroristas fueron, por un largo tiempo, la única opción para cientos de civiles que sufrían a diario la represión de las tropas norteamericanas y de sus aliados, donde Gran Bretaña y España tuvieron un rol estelar.
Tanto Daesh como Al Qaeda tienen un origen claro: Arabia Saudí. Desde la década de 1970, la monarquía de la familia Al Saud financia a grupos irregulares que, en los últimos años, tuvieron su esplendor en Siria e Irak. Formados en una ideología reaccionaria como el wahabismo, con millones de dólares a disposición, moviéndose con soltura entre las fronteras y apostando a un fuerte impacto mediático, los grupos armados por Arabia Saudí seguirán teniendo buena salud si la difusa “comunidad internacional” no ataca la raíz de esta problemática. Y esa raíz se hunde profundamente en el territorio saudí.
Después de 24 horas de atentados varios y mediáticos pienso en Gaza, en la gente que vive en la Franja, en los niños y las niñas de Palestina que están presos en cárceles israelíes y en el silencio de gobernantes, periodistas y analistas que dicen muchas cosas sin decir nada.
Las vidas inocentes que se perdieron en España duelen. Pero pensar que los atentados en Europa son hechos aislados, cometidos por personas desequilibradas y que no tienen una historia de fondo, es negar la realidad. El terrorismo se vive a diario en Siria e Irak, y son pocos los que se conmueven por las muertes en esos países.
La voracidad de Estados Unidos y las potencias europeas, golpeando a los pueblos de Medio Oriente desde hace décadas, genera desesperación, acorrala a muchas personas y las lleva a aferrarse a esperanzas mínimas, muchas de esas esperanzas representadas en grupos armados que profesan una ideología conservadora y retrógrada, criticada por la mayoría de la comunidad islámica del mundo. Esos grupos, que en la actualidad tienen a Daesh como la expresión más radical y cruel, son los mismos que Estados Unidos armó y apoyó para combatir al Ejército soviético en Afganistán. Y son los mismos que Arabia Saudí, principal aliado de Washington en Medio Oriente, financia todos los días. Cortar ese flujo de dinero y respaldo es fundamental para que atentados como los de Barcelona o Gaza no ocurran más.