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Autor Tema: La Biblia y el capitalismo  (Leído 1908 veces)

JORGET

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La Biblia y el capitalismo
« en: Abril 22, 2009, 11:32:06 am »
En el Colegio donde estudiíé, en Paterson, Nueva Jersey, nos tocó un profesor que ninguno de nosotros podrá olvidar jamás. Lucí­a el pintoresco apellido de "Bontekoe" ("vaca abigarrada", en holandíés) y era una mezcla de Don Quixote y Sí¶ren Kierkegaard con una fuerte dosis de Sócrates. "Bonty" fue el profesor que nos hizo pensar, y pensar crí­ticamente. Un dí­a nos asignó la desafiante tarea de buscar las bases bí­blicas del capitalismo. Esa pesquisa provocativa creó tempestades dentro de mi cerebro que me siguen inquietando hasta el dí­a de hoy.
¡Quíé tarea más difí­cil! Como buenos cristianos y cristianas (y calvinistas, por feria), sabí­amos que nuestra fe tení­a que ser integral y que nuestra íética tení­a que estar fundada en las sagradas escrituras. Pero nuestra búsqueda no fue nada fácil, y sabí­amos que tendrí­amos que defender nuestras propuestas ante el riguroso escrutinio del maestro. Algunos apelamos al octavo mandamiento, pero íél nos preguntó si no robaban los capitalistas (hoy dí­a, ¡quiíén lo puede dudar!). Otros apelaron a algunas parábolas de Jesús, pero el profesor cuestionó nuestra interpretación de esas parábolas y señaló que era precario sacar doctrinas de las parábolas, que tení­an otro propósito.

Tampoco es que la Biblia no hablara de la íética polí­tica o que no tuviera mucho que decirnos sobre la vida económica. Tiene mucho que decir, aunque por supuesto sus enseñanzas tienen que entenderse en su contexto antiguo y no deben tratarse como modelos a copiar mecánicamente hoy. Nuestra moderna economí­a de mercado internacional es muy distinta a la economí­a agraria de ellos. Pero creo que podemos encontrar en la Biblia unos principios fundamentales para nuestra orientación hacia temas económicos, y lejos de ser pro-capitalistas.

El primer polí­tico de la Biblia, en el sentido de ocupar un puesto en el gobierno de un paí­s, fue Josíé, quien fue tambiíén el primer "carismático" (Gíén 41:38). Despuíés de interpretar, con sus dones espirituales, los sueños del Faraón y el futuro de la economí­a egipcia, Josíé entró en el gobierno de Egipto al más alto nivel: Primer Ministro, Ministro de Agricultura y Economí­a, y Ministro de Planificación. Y según el relato de Gíénesis 47, Josíé reestructuró drásticamente todo el sistema económico de Egipto. Nacionalizó toda la agricultura y hasta la tierra en una economí­a centralizada y planificada, para salvar muchas vidas (Gíén 50:20). Implantó una economí­a para la vida y no para la ganancia de algunos y la miseria de otros.

No pretendo ahora afirmar una interpretación literal de este relato, pero de alguna forma debemos verlo como un mensaje sobre la íética teológica de la economí­a. Tampoco pienso que la gestión de Josíé fuera una solución económica para los problemas de hoy. Pero me parece claro que el relato tiene un significado anti-capitalista. No me explico cómo nuestros polí­ticos han logrado demonizar la nacionalización, como si estuviera opuesta a la fe y la Biblia, y santificar la "libre" competencia como el único modelo legí­timo para la vida económica.  ¡Quíé ironí­a hoy, que mientras algunos paí­ses latinoamericanos acaban de casarse con la privatización y los tratados de "libre" comercio, en los mismos Estados Unidos se comienza a hablar de nacionalizar la banca (por lo menos, en parte) y otros sectores de la economí­a estadounidense.

¿Quíé tipo de economí­a habrí­a promovido Josíé si hubiera sido un neo-liberal (pido disculpas por el anacronismo)? Durante los siete años de las vacas gordas, se hubiera vivido una borrachera de consumismo, como ha pasado al mundo capitalista en las últimas díécadas. No se hubiera planificado la economí­a para posibles tiempos de escasez; más bien, se hubiera desregularizado. Pero al llegar los años de las vacas flacas, con exceso de demanda y falta de oferta, los precios hubieran disparado hacia el cielo y una plaga de hambre y muerte hubiera cubierto toda la tierra. ¿Podrí­a eso ser la voluntad de Dios?


Durante largos años he seguido buscando una respuesta a la pregunta de nuestro profesor, y creo haber encontrado el principio medular de un sistema económico conforme a la voluntad de Dios. Creo que ese principio es la igualdad. En todo momento, la perspectiva económica de la Biblia (y de la iglesia primitiva) se orientaba hacia la mayor igualdad humanamente posible. Al contrario, un sistema económico que favorece a los ya ricos, aun cuando no excluya del todo a los pobres, es anti-bí­blico. Creo que por eso la Biblia, y la iglesia durante siglos, prohibí­an la práctica de la usura. En el fondo, ¿es justo que los que ya tienen y les sobra saquen ganancias a expensas de los que no tienen? ¿Es justo que los que son dueños de varias casas se enriquezcan más cobrando altos alquileres a los que no han logrado ser dueños de una sola vivienda? ¿No debemos reconocer una injusticia fundamental en un sistema basado en el principio básico de la desigualdad? Nuestro actual sistema produce una desigualdad creciente, y peor en Amíérica Latina que es el continente más desigual, de mayor brecha entre ricos y pobres, de todo el planeta.

No estoy proponiendo que se cierren todos los bancos ni que dejen de cobrar intereses. Pero creo que, como cristianos, no debemos dar esas cuestionables ventajas por sentadas. Quizá pueden verse como un mal necesario o el mal menor. Pero si ese sistema, con sus injusticias, nos está favoreciendo, debemos reconocer que esas riquezas son en el fondo mal habidas ("riquezas injustas", Lc 16:11) y debemos intentar volver esa injusticia en justicia por hacer de nuestra vida entera un proyecto a favor de los que no han podido beneficiarse del mismo sistema y una constante lucha por cambiar el sistema.

El Antiguo Testamento tiene mucha legislación social y económica, casi todo en defensa de los pobres. Era prohibido cosechar las esquinas de la finca, o recoger espigas que caí­an de la carreta, porque esos eran para los pobres. El deuteronomista estipula que cada síéptimo año debí­a ser un "Año de remisión" o "Año sabático" (Deut 15:1-18) en el que debí­an cancelar toda deuda (y eso, que los príéstamos eran sin intereses) y levantar toda servidumbre, porque "entre ustedes no deberá haber pobres" (15:4 NVI). ¿Quíé pasarí­a con nuestro sistema bancario, y con "la deuda eterna" de los paí­ses del tercer mundo, si intentáramos seguir estos principios? Despuíés, según Lev 25, cada año cincuenta, , despuíés de un ciclo de siete años sabáticos, ha de declararse "año de la libertad" o "Ano de Jubileo". Lo esencial de este año, encima de las estipulaciones anteriores, consistí­a en una total reforma agraria, para que cada tribu y cada familia quedara con iguales recursos productivos. (Para más detalles, pueden consultar en este mismo sitio web los artí­culos #30 con fecha 12.18.07 y #39 y 40 fechados 4.8.08).

Algunos afirman, equivocadamente, que esta legislación nunca se cumplió en Israel, por lo que no tiene vigencia como paradigma hoy. Hay evidencias bí­blicas que sí­ se practicaban estas leyes igualitarias, por ejemplo cuando Israel tomó posesión de Canaán y cuando regresaron del exilio. Pero además, Jeremí­as 34 muestra que cuando los israelitas no cumplí­an el Jubileo, sabí­an que estaban desobedeciendo a Dios e incumpliendo las condiciones del pacto.

Hay una frase en Lev 25 que es especialmente importante: "La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra es mí­a y ustedes no son más que forasteros y huíéspedes" (Lv 25:23 NVI). El pensamiento hebreo tomaba con total seriedad el hecho de que todo sin excepción pertenece a Dios. "De Yahvíé es la tierra y todo cuanto hay en ella" (Sal 24:1), y nosotros no somos dueños sino mayordomos del Dueño que nos permite ser huíéspedes en su casa. Este concepto, profundamente bí­blico y muy radical, no deja lugar por la primací­a del concepto de propiedad privada que domina en el capitalismo. El derecho a la propiedad no es absoluto; más bien, bí­blicamente, no existe. La posesión no es derecho sino gracia.

El Pentecostíés, fiel a esta tradición, fue un nuevo Jubileo ahora en el Espí­ritu de Yahvíé (cf. Isa 61:1-3; Lc 4:18-19). El proyecto socio-económico del final de Hechos 2 no fue accidental ni un mero apíéndice al relato del derramamiento del Espí­ritu. Una señal del don pentecostal tuvo que ser "buenas nuevas para los pobres, liberación a los cautivos" (Isa 61:1-2), y lo cumplió la nueva comunidad (Hech 2:42-47). La pentecostalidad hoy nos exige tambiíén esta práctica de justicia (no es mera filantropí­a, sino justicia), porque sin Jubileo no hay Pentecostíés. ¡El Pentecostíés es tambiíén un proyecto de igualdad económica!

Las descripciones de esta comunidad cristiana original están repletas de conceptos de tipo socialista, difí­cilmente compatibles con el capitalismo: los fieles "tení­an todo en común (¡comun-ismo!); vendí­an sus propiedades y posesiones, y compartí­an sus bienes entre sí­ según la necesidad de cada uno" (Hech 2:44-45). Más adelante nos informa que "nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartí­an" de modo que "no habí­a ningún necesitado entre ellos" (Hech 4:32,34), porque los ricos hasta vendí­an sus posesiones "para que se distribuyera a cada uno según su necesidad" (4:35). Así­ debe ser tambiíén hoy, conforme a nuestro contexto, la práctica pentecostal entre nosotros.

Este proyecto no fue pasajero; los creyentes siguieron compartiendo con los pobres (Gál 2:10). Lo más impresionante es que Pablo dedicó el clí­max de su ministerio a un proyecto de ayuda económica para los y las pobres de Jerusalíén, llevando consigo los creyentes "primogíénitos" y las monedas de las provincias evangelizadas por íél (Rom 15:25-31; 1 Cor 16:1-4; 2 Cor 8-9; Hch 20:1-6,22-25; 21:10-14). Pablo hizo este peregrinaje a Jerusalíén con dos objetivos: ayuda económica a los pobres, y un gran gesto de unidad en Cristo, hacia los de Jerusalíén que le habí­an hecho mucha guerra. A pesar de profecí­as que le advertí­an de los peligros de su viaje, Pablo fue fiel al proyecto, llegó hasta Jerusalíén y de ahí­ fue a Roma en cadenas.

En 2 Corintios 8-9 Pablo está solicitando fondos para este proyecto, pero lo hace con una bella teologí­a de la gracia de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a otros (2 Cor 8:9), quien tambiíén es poderoso para hacer que abunde en ellas la gracia de compartir con los pobres (9:8-11). El compartir es una acción eucarí­stica, de gratitud (eujaristia) a Dios por su gracia (jaris). En  medio de esta solicitud de ofrendas, Pablo recurre dos veces al principio central y fundamental de la íética económica bí­blica: la igualdad. "Es más bien cuestión de igualdad. En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan... Así­ habrá igualdad" (2 Cor 8:13-14).

El comentario de Juan Calvino sobre este texto es elocuente: "Dios quiere que haya tal analogí­a e igualdad entre nosotros, que cada cual ha de suministrar a los que tienen menos, según estíé a su alcance, a fin de que algunos no tengan en demasí­a, y otros estíén en aprietos”. (Agradezco al hermano Sergio Arce por esta cita de Calvino).
Sigue mi peregrinaje. En mi búsqueda de bases bí­blicas del capitalismo, inspirada por mi viejo profesor, voy encontrando algo que se parece mucho más al socialismo. No comencíé esta aventura con la menor sospecha de ese descubrimiento. ¿Habrá algo que no estoy viendo o que estoy viendo mal? Quizá algún lector amable podrí­a aclarar mejor este tema y ayudarnos a encontrar una convincente base bí­blica para el capitalismo. Invitamos participaciones...
« Última modificación: Abril 22, 2009, 04:10:28 pm por JORGET »


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Re: La Biblia y el capitalismo
« Respuesta #1 en: Abril 22, 2009, 09:13:28 pm »
En el Colegio donde estudiíé, en Paterson, Nueva Jersey, nos tocó un profesor que ninguno de nosotros podrá olvidar jamás. Lucí­a el pintoresco apellido de "Bontekoe" ("vaca abigarrada", en holandíés) y era una mezcla de Don Quixote y Sí¶ren Kierkegaard con una fuerte dosis de Sócrates. "Bonty" fue el profesor que nos hizo pensar, y pensar crí­ticamente. Un dí­a nos asignó la desafiante tarea de buscar las bases bí­blicas del capitalismo. Esa pesquisa provocativa creó tempestades dentro de mi cerebro que me siguen inquietando hasta el dí­a de hoy.
¡Quíé tarea más difí­cil! Como buenos cristianos y cristianas (y calvinistas, por feria), sabí­amos que nuestra fe tení­a que ser integral y que nuestra íética tení­a que estar fundada en las sagradas escrituras. Pero nuestra búsqueda no fue nada fácil, y sabí­amos que tendrí­amos que defender nuestras propuestas ante el riguroso escrutinio del maestro. Algunos apelamos al octavo mandamiento, pero íél nos preguntó si no robaban los capitalistas (hoy dí­a, ¡quiíén lo puede dudar!). Otros apelaron a algunas parábolas de Jesús, pero el profesor cuestionó nuestra interpretación de esas parábolas y señaló que era precario sacar doctrinas de las parábolas, que tení­an otro propósito.

Tampoco es que la Biblia no hablara de la íética polí­tica o que no tuviera mucho que decirnos sobre la vida económica. Tiene mucho que decir, aunque por supuesto sus enseñanzas tienen que entenderse en su contexto antiguo y no deben tratarse como modelos a copiar mecánicamente hoy. Nuestra moderna economí­a de mercado internacional es muy distinta a la economí­a agraria de ellos. Pero creo que podemos encontrar en la Biblia unos principios fundamentales para nuestra orientación hacia temas económicos, y lejos de ser pro-capitalistas.

El primer polí­tico de la Biblia, en el sentido de ocupar un puesto en el gobierno de un paí­s, fue Josíé, quien fue tambiíén el primer "carismático" (Gíén 41:38). Despuíés de interpretar, con sus dones espirituales, los sueños del Faraón y el futuro de la economí­a egipcia, Josíé entró en el gobierno de Egipto al más alto nivel: Primer Ministro, Ministro de Agricultura y Economí­a, y Ministro de Planificación. Y según el relato de Gíénesis 47, Josíé reestructuró drásticamente todo el sistema económico de Egipto. Nacionalizó toda la agricultura y hasta la tierra en una economí­a centralizada y planificada, para salvar muchas vidas (Gíén 50:20). Implantó una economí­a para la vida y no para la ganancia de algunos y la miseria de otros.

No pretendo ahora afirmar una interpretación literal de este relato, pero de alguna forma debemos verlo como un mensaje sobre la íética teológica de la economí­a. Tampoco pienso que la gestión de Josíé fuera una solución económica para los problemas de hoy. Pero me parece claro que el relato tiene un significado anti-capitalista. No me explico cómo nuestros polí­ticos han logrado demonizar la nacionalización, como si estuviera opuesta a la fe y la Biblia, y santificar la "libre" competencia como el único modelo legí­timo para la vida económica.  ¡Quíé ironí­a hoy, que mientras algunos paí­ses latinoamericanos acaban de casarse con la privatización y los tratados de "libre" comercio, en los mismos Estados Unidos se comienza a hablar de nacionalizar la banca (por lo menos, en parte) y otros sectores de la economí­a estadounidense.

¿Quíé tipo de economí­a habrí­a promovido Josíé si hubiera sido un neo-liberal (pido disculpas por el anacronismo)? Durante los siete años de las vacas gordas, se hubiera vivido una borrachera de consumismo, como ha pasado al mundo capitalista en las últimas díécadas. No se hubiera planificado la economí­a para posibles tiempos de escasez; más bien, se hubiera desregularizado. Pero al llegar los años de las vacas flacas, con exceso de demanda y falta de oferta, los precios hubieran disparado hacia el cielo y una plaga de hambre y muerte hubiera cubierto toda la tierra. ¿Podrí­a eso ser la voluntad de Dios?


Durante largos años he seguido buscando una respuesta a la pregunta de nuestro profesor, y creo haber encontrado el principio medular de un sistema económico conforme a la voluntad de Dios. Creo que ese principio es la igualdad. En todo momento, la perspectiva económica de la Biblia (y de la iglesia primitiva) se orientaba hacia la mayor igualdad humanamente posible. Al contrario, un sistema económico que favorece a los ya ricos, aun cuando no excluya del todo a los pobres, es anti-bí­blico. Creo que por eso la Biblia, y la iglesia durante siglos, prohibí­an la práctica de la usura. En el fondo, ¿es justo que los que ya tienen y les sobra saquen ganancias a expensas de los que no tienen? ¿Es justo que los que son dueños de varias casas se enriquezcan más cobrando altos alquileres a los que no han logrado ser dueños de una sola vivienda? ¿No debemos reconocer una injusticia fundamental en un sistema basado en el principio básico de la desigualdad? Nuestro actual sistema produce una desigualdad creciente, y peor en Amíérica Latina que es el continente más desigual, de mayor brecha entre ricos y pobres, de todo el planeta.

No estoy proponiendo que se cierren todos los bancos ni que dejen de cobrar intereses. Pero creo que, como cristianos, no debemos dar esas cuestionables ventajas por sentadas. Quizá pueden verse como un mal necesario o el mal menor. Pero si ese sistema, con sus injusticias, nos está favoreciendo, debemos reconocer que esas riquezas son en el fondo mal habidas ("riquezas injustas", Lc 16:11) y debemos intentar volver esa injusticia en justicia por hacer de nuestra vida entera un proyecto a favor de los que no han podido beneficiarse del mismo sistema y una constante lucha por cambiar el sistema.

El Antiguo Testamento tiene mucha legislación social y económica, casi todo en defensa de los pobres. Era prohibido cosechar las esquinas de la finca, o recoger espigas que caí­an de la carreta, porque esos eran para los pobres. El deuteronomista estipula que cada síéptimo año debí­a ser un "Año de remisión" o "Año sabático" (Deut 15:1-18) en el que debí­an cancelar toda deuda (y eso, que los príéstamos eran sin intereses) y levantar toda servidumbre, porque "entre ustedes no deberá haber pobres" (15:4 NVI). ¿Quíé pasarí­a con nuestro sistema bancario, y con "la deuda eterna" de los paí­ses del tercer mundo, si intentáramos seguir estos principios? Despuíés, según Lev 25, cada año cincuenta, , despuíés de un ciclo de siete años sabáticos, ha de declararse "año de la libertad" o "Ano de Jubileo". Lo esencial de este año, encima de las estipulaciones anteriores, consistí­a en una total reforma agraria, para que cada tribu y cada familia quedara con iguales recursos productivos. (Para más detalles, pueden consultar en este mismo sitio web los artí­culos #30 con fecha 12.18.07 y #39 y 40 fechados 4.8.08).

Algunos afirman, equivocadamente, que esta legislación nunca se cumplió en Israel, por lo que no tiene vigencia como paradigma hoy. Hay evidencias bí­blicas que sí­ se practicaban estas leyes igualitarias, por ejemplo cuando Israel tomó posesión de Canaán y cuando regresaron del exilio. Pero además, Jeremí­as 34 muestra que cuando los israelitas no cumplí­an el Jubileo, sabí­an que estaban desobedeciendo a Dios e incumpliendo las condiciones del pacto.

Hay una frase en Lev 25 que es especialmente importante: "La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra es mí­a y ustedes no son más que forasteros y huíéspedes" (Lv 25:23 NVI). El pensamiento hebreo tomaba con total seriedad el hecho de que todo sin excepción pertenece a Dios. "De Yahvíé es la tierra y todo cuanto hay en ella" (Sal 24:1), y nosotros no somos dueños sino mayordomos del Dueño que nos permite ser huíéspedes en su casa. Este concepto, profundamente bí­blico y muy radical, no deja lugar por la primací­a del concepto de propiedad privada que domina en el capitalismo. El derecho a la propiedad no es absoluto; más bien, bí­blicamente, no existe. La posesión no es derecho sino gracia.El Pentecostíés, fiel a esta tradición, fue un nuevo Jubileo ahora en el Espí­ritu de Yahvíé (cf. Isa 61:1-3; Lc 4:18-19). El proyecto socio-económico del final de Hechos 2 no fue accidental ni un mero apíéndice al relato del derramamiento del Espí­ritu. Una señal del don pentecostal tuvo que ser "buenas nuevas para los pobres, liberación a los cautivos" (Isa 61:1-2), y lo cumplió la nueva comunidad (Hech 2:42-47). La pentecostalidad hoy nos exige tambiíén esta práctica de justicia (no es mera filantropí­a, sino justicia), porque sin Jubileo no hay Pentecostíés. ¡El Pentecostíés es tambiíén un proyecto de igualdad económica!

Las descripciones de esta comunidad cristiana original están repletas de conceptos de tipo socialista, difí­cilmente compatibles con el capitalismo: los fieles "tení­an todo en común (¡comun-ismo!); vendí­an sus propiedades y posesiones, y compartí­an sus bienes entre sí­ según la necesidad de cada uno" (Hech 2:44-45). Más adelante nos informa que "nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartí­an" de modo que "no habí­a ningún necesitado entre ellos" (Hech 4:32,34), porque los ricos hasta vendí­an sus posesiones "para que se distribuyera a cada uno según su necesidad" (4:35). Así­ debe ser tambiíén hoy, conforme a nuestro contexto, la práctica pentecostal entre nosotros.

Este proyecto no fue pasajero; los creyentes siguieron compartiendo con los pobres (Gál 2:10). Lo más impresionante es que Pablo dedicó el clí­max de su ministerio a un proyecto de ayuda económica para los y las pobres de Jerusalíén, llevando consigo los creyentes "primogíénitos" y las monedas de las provincias evangelizadas por íél (Rom 15:25-31; 1 Cor 16:1-4; 2 Cor 8-9; Hch 20:1-6,22-25; 21:10-14). Pablo hizo este peregrinaje a Jerusalíén con dos objetivos: ayuda económica a los pobres, y un gran gesto de unidad en Cristo, hacia los de Jerusalíén que le habí­an hecho mucha guerra. A pesar de profecí­as que le advertí­an de los peligros de su viaje, Pablo fue fiel al proyecto, llegó hasta Jerusalíén y de ahí­ fue a Roma en cadenas.

En 2 Corintios 8-9 Pablo está solicitando fondos para este proyecto, pero lo hace con una bella teologí­a de la gracia de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecer a otros (2 Cor 8:9), quien tambiíén es poderoso para hacer que abunde en ellas la gracia de compartir con los pobres (9:8-11). El compartir es una acción eucarí­stica, de gratitud (eujaristia) a Dios por su gracia (jaris). En  medio de esta solicitud de ofrendas, Pablo recurre dos veces al principio central y fundamental de la íética económica bí­blica: la igualdad. "Es más bien cuestión de igualdad. En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan... Así­ habrá igualdad" (2 Cor 8:13-14).

El comentario de Juan Calvino sobre este texto es elocuente: "Dios quiere que haya tal analogí­a e igualdad entre nosotros, que cada cual ha de suministrar a los que tienen menos, según estíé a su alcance, a fin de que algunos no tengan en demasí­a, y otros estíén en aprietos”. (Agradezco al hermano Sergio Arce por esta cita de Calvino).
Sigue mi peregrinaje. En mi búsqueda de bases bí­blicas del capitalismo, inspirada por mi viejo profesor, voy encontrando algo que se parece mucho más al socialismo. No comencíé esta aventura con la menor sospecha de ese descubrimiento. ¿Habrá algo que no estoy viendo o que estoy viendo mal? Quizá algún lector amable podrí­a aclarar mejor este tema y ayudarnos a encontrar una convincente base bí­blica para el capitalismo. Invitamos participaciones...

Hola Jorget, acabo de leer tu mensaje y me han llamado la atención algunas frases. Si me permites te voy a dar mi punto  de vista en alguna de ellas:
Tu dices:
y debemos intentar volver esa injusticia en justicia por hacer de nuestra vida entera un proyecto a favor de los que no han podido beneficiarse del mismo sistema y una constante lucha por cambiar el sistema

Y yo digo:
y PODEMOS intentar volver esa injusticia en justicia por hacer de nuestra vida entera un proyecto a favor de los que (haciendo uso de su libre albedrí­o) no han QUERIDO beneficiarse del mismo sistema. y una constante lucha por MEJORAR el sistema




Tu, dices:
Las descripciones de esta comunidad cristiana original están repletas de conceptos de tipo socialista, difí­cilmente compatibles con el capitalismo: los fieles "tení­an todo en común (¡comun-ismo!);

Yo digo:
“AL CESAR LO QUE ES DEL CESAR Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS” Palabro de Jesucristo. En esta frase deja claro que no deben de mezclarse los asuntos del Espí­ritu con la basura de la polí­tica. 



Tu, dices:
"Dios quiere que haya tal analogí­a e igualdad


Yo digo:
Dios quiere que cada ser humano haga uso de su “libre albedrí­o”que le permita vivir igual, parecido o diferente de los demás.

Por último, hablas mucho de ayudar a los pobres. ¿No crees que serí­a mejor un mundo donde hubiera trabajo y todos pudiíéramos ganarnos la vida sin depender de las “ayudas o limosnas” de otros mas afortunados?

Saludos cordiales.


JORGET

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Re: La Biblia y el capitalismo
« Respuesta #2 en: Abril 23, 2009, 09:12:25 am »
Es un escrito que he leido en un foro, no es mio.

No comparto todo, simplemente es un punto de vista diferente e interesante para un debate o hacernos reflexionar un poco.

Saludos Scintia siempre es un placer leerte

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