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Autor Tema: El reino de Taifas de Andrew Hall  (Leído 508 veces)

Orpheo

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El reino de Taifas de Andrew Hall
« en: Agosto 01, 2009, 12:07:38 pm »
PABLO PARDO desde Washington26 de Julio de 2009.- Andrew Hall podrí­a ser un personaje de pelí­cula. El 'malo', por supuesto. Tiene un castillo del siglo XI en Alemania. Colecciona arte, incluyendo parafernalia nazi. í‰l es el jefe de Phibro, "una secretista operación, dirigida en lo que antes era una granja lechera del Estado de Connecticut", según explicaba el viernes en su primera página 'The Wall Street Journal'. Phibro es la antigua Phillipp Brothers, que llegó a ser el mayor 'trader' del mundo de materias primas, y que hoy es una de las principales fuentes de beneficios del que, hasta hace poco más de un año, era el mayor banco del mundo, Citigroup. Phibro, que apenas cuenta con 30 empleados, ganó en 2008 470 millones de euros, según el diario. Lo que no está nada mal, si se tiene en cuenta que el banco perdió en total 19.510 y quedó en quiebra virtual.

Asi que Hall tiene un reino de Taifas, en su granja lechera y en su castillo, aislado del mundo, y tambiíén de una crisis financiera de dimensiones colosales. Es un hombre que parece vivir en una realidad paralela.

El problema es que Hall cobra de Citigroup, una empresa que está en el mundo real, es decir, en la crisis. Y quiere que el banco el pague lo que le prometió: 100 millones de dólares (70 millones de euros) por su trabajo de 2008.

Y el problema es que Citigroup está nacionalizado en todo menos en el nombre. El Estado pronto tendrá el 34% de su capital. Y la Administración no quiere que el banco pague esos 'bonuses' descomunales. De hecho, el Tesoro tiene un abogado -que no cobra por su trabajo- llamado Kenneth Feinberg, para controlar la remuneración de los directivos de los bancos que han sido rescatados por el Estado. Hay que tener en cuenta que ese 'control' es, cuando menos, relativo: cinco altos directivos que han dejado Citigroup este año apenas se han llevado algo más de 50 millones de dólares (35 millones de euros) en lugar los 100 que les deberí­an haber correspondido.

Así­ que aquí­ están, Hall por un lado, Feinberg por el otro, peleando sobre los escombros de Citigroup. Una lucha apasionante por lo que significa:

1) Por un lado, Hall tiene todo el derecho a que Citigroup le pague a íél y a su equipo de traders lo que esta fijado en su contrato, que según 'The Wall Street Journal' es algo menos del 30% de los beneficios de Phibro. Lo contrario es violar la seguridad jurí­dica estadounidense. Porque los contratos están para cumplirlos.

2) Por otro, no es menos cierto que, si el Estado no hubiera comprometido 247.000 millones de euros en Citigroup (32.000 millones en inversión directa y 215.000 en garantí­as sobre sus activos), el banco estarí­a en quiebra. Y, en ese caso, a Hall le darí­a igual su contrato, porque no habrí­a dinero para pagarle (en el fondo, es una suerte que EEUU haya decidido regalarle a fondo perdido esos 247.000 millones a Citigroup: si el banco hubiera quebrado, probablemente yo no estarí­a escribiendo esto, ni usted, querido lector, estarí­a ahora leyendo en la pantalla del ordenador: los dos estarí­amos en la cola del paro).

Así­ pues, ¿quiíén tiene razón? En mi opinión, con la ley en la mano, Hall. Igual que la tení­an los directivos de AIG que pretendí­an cobrar sus bonuses despuíés de que esa aseguradora hubiera sido rescatada en una operación aún más cara que la de Citigroup. En el caso de AIG, al menos, habí­a un argumento íético: los que iban a cobrar el bonus eran los mismos que habí­an llevado a la quiebra la mayor aseguradora del mundo. En el caso de Phibro, sin embargo, es todo lo contrario. Sin esa unidad, Citigroup estarí­a ahora mucho peor.

Otra cosa es que deba regularse la escandalosa remuneración de estos operadores. Que es, curiosamente, algo de lo que nadie habla. Pero, aunque acaso la realidad polí­tica no sea favorable a Hall, lo cierto es que, a juzgar por lo que sabemos, íél deberí­a llevarse esos 70 millones de euros que, en realidad, no son del banco, sino de los que, como yo, pagamos impuestos en EEUU.


En individuos, la locura es rara; en grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla", Nietzsche.