La noticia de la detención por la Guardia Civil de Lluis Prenafeta y Maí§ia Alavedra me ha sido comunicada al salir de una cena oficial en Madrid por un antiguo diputado en el Parlamento de Cataluña con el que coincidí durante mis once años en aquella Cámara. Yo había pasado la mañana en Bruselas y aterrizado en España a las tres de la tarde por lo que no me había enterado del acontecimiento. Mi informador me ha puesto al corriente en un estado de franca excitación porque, al igual que yo, se había visto obligado a soportar la prepotencia de ambos personajes cuando estaban en el esplendor de su poder a la sombre del gran Ubú y verles caer -por fin- comprendo perfectamente que le haya causado la satisfacción que todo individuo honrado siente al ver que se hace justicia. Las acusaciones no son cualquier cosa: blanqueo de capitales, cohecho y tráfico de influencias. Lo sorprendente de esta actuación judicial es que se haya producido porque muchos catalanes nos habíamos resignado al hecho ominoso de la impunidad de determinados conciudadanos nuestros que habiendo pasado por importantes responsabilidades públicas dejando tras de sí un hálito de fundadas sospechas, se retiraron en su día a la esfera privada a disfrutar de su botín, convencidos de que nada ni nadie podría pedirles cuentas. Y hete aquí que de repente llaman a su puerta y no es precisamente el lechero el que les visita. La larguísima etapa pujolista se caracterizó, tal como Pasqual Maragall en un arranque de sinceridad incontrolada denunció en sede parlamentaria, por un saqueo sistemático de las arcas públicas y el cobro de comisiones a mansalva. Ahora el President por antonomasia va publicando sus memorias por entregas mientras los que fueron sus colaboradores desfilan entre tricornios. El nacionalismo identitario es políticamente letal, íéticamente condenable, psicológicamente patológico, culturalmente empobrecedor y económicamente suicida. Pero, además, como demuestran los Millet, Prenafetas y Alavedras de este mundo, es una farsa repugnante que sus explotadores utilizan para enriquecerse delictivamente a la par que se ríen de los infelices que les votan plenos de fervor tribal. Hace más de un siglo que los partidos nacionalistas catalanes toman el pelo a los sufridos habitantes del Principado con el único fin de chupar insaciables de la ubre presupuestaria a los sones de Els Segadors. Ojalá llegue el día en que los catalanes despierten de su ensueño particularista y propinen un puntapiíé en las posaderas a tanto mangante manipulador que de manera desaprensiva se ha forrado a costa de sus sentimientos.