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Autor Tema: LOS EVANGELIO ESENIOS  (Leído 3000 veces)

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LOS EVANGELIO ESENIOS
« en: Octubre 18, 2008, 08:16:12 pm »
PRí“LOGO A LA EDICIí“N INGLESA DEL EVANGELIO DE LOS ESENIOS 1937 *

 

Casi dos mil años han pasado desde que el Hijo del Hombre enseñase el camino, la verdad y la vida a la humanidad. Llevó salud al enfermo, sabidurí­a al ignorante y felicidad a quienes se hallaban en la desgracia.

Sus palabras casi se olvidaron, y no se recogieron hasta algunas generaciones despuíés de que fueron pronunciadas. Han sido malentendidas, mal anotadas, cientos de veces reescritas y cientos de veces transformadas, pero aún así­ han sobrevivido casi dos mil años.

Y aunque sus palabras, como las tenemos hoy en dí­a en el Nuevo Testamento, han sido terriblemente mutiladas y deformadas, han conquistado media humanidad y la totalidad de la civilización occidental. Este hecho prueba la eterna vitalidad de las palabras del Maestro, y su valor supremo e incomparable.

Por esta razón hemos decidido publicar las palabras de Jesús, puras y originales, traducidas directamente de la lengua aramea hablada por Jesús y su amado discí­pulo Juan, quien, único entre los discí­pulos de Jesús, anotó con exactitud perfecta las enseñanzas personales de su Maestro.

Es una gran responsabilidad anunciar el Nuevo Testamento actual, que es la base de todas las Iglesias Cristianas, como deformado y falsificado, pero no hay más alta religión que la verdad.

Este libro contiene sólo un fragmento –alrededor de una octava parte– de los manuscritos completos que se conservan en arameo, en la Biblioteca del Vaticano, y en antiguo eslavo en la Biblioteca Real de los Habsburgo, actualmente propiedad del gobierno austriaco.

Debemos la existencia de ambas versiones a los monjes nestorianos, quienes, ante el avance de las hordas de Gengis Khan, se vieron forzados a huir del Este hacia el Oeste, trayendo consigo todas sus antiguas escrituras e iconos.

Los antiguos textos en arameo datan del primer siglo despuíés de Cristo, mientras que la versión en antiguo eslavo es una traducción literal de aquellos. La arqueologí­a aún no puede reconstruirnos exactamente cómo viajaron estos textos desde Palestina hacia el interior de Asia, llegando a manos de los monjes nestorianos.

Actualmente está en preparación una edición conteniendo el texto completo con todas las referencias y notas explicativas (arqueológicas, históricas y exegíéticas) necesarias (1). La parte publicada trata los trabajos sanadores de Jesús. Hemos emitido primero esta parte antes que el resto porque es de la que la humanidad sufriente tiene hoy más necesidad.

Nada tenemos que añadir a este texto. Habla por sí­ solo. El lector que estudie las páginas que siguen con concentración, sentirá la vitalidad eterna y la poderosa evidencia de estas verdades profundas que la humanidad necesita hoy más urgentemente que nunca.

 

"Y la verdad se demostrará por sí­ misma."

Edmond Szíékely

Londres, 1937



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DEL EVANGELIO DE LA PAZ
« Respuesta #1 en: Octubre 18, 2008, 09:03:14 pm »
DEL EVANGELIO DE LA PAZ

 

Y entonces muchos enfermos y tullidos fueron a Jesús, preguntándole: "Si todo lo sabes, dinos ¿por quíé sufrimos estas penosas plagas? ¿Por quíé no estamos enteros como los demás hombres? Maestro, cúranos, para que nos hagamos fuertes y no tengamos que vivir por más tiempo en nuestro sufrimiento. Sabemos que en tu poder está curar todo tipo de enfermedad. Lí­branos de Satán y de todos sus grandes males. Maestro, ten compasión de nosotros".

Y Jesús respondió: "Felices vosotros que teníéis hambre de la verdad, pues os satisfaríé con el pan de la sabidurí­a. Felices vosotros que llamáis, pues os abriríé la puerta de la vida. Felices vosotros que rechazáis el poder de Satán, pues os conduciríé al reino de los ángeles de nuestra Madre, donde el poder de Satán no puede penetrar.

Y ellos le preguntaron con desconcierto: "¿Quiíén es nuestra Madre y cuáles son sus ángeles? ¿Y dónde se halla su reino?"

"Vuestra Madre está en vosotros; y vosotros en ella. Ella os alumbró y ella os da vida. Fue ella quien dio vuestro cuerpo, y a ella se lo devolveríéis de nuevo algún dí­a. Felices vosotros cuando lleguíéis a conocerla, así­ como a su reino; si recibí­s a los ángeles de vuestra Madre y cumplí­s sus leyes. En verdad os digo que quien haga esto nunca conocerá la enfermedad. Pues el poder de nuestra Madre está por encima de todo. Y destruye a Satán y su reino, y tiene gobierno sobre todos vuestros cuerpos y sobre todas las cosas vivas.

"La sangre que en nosotros corre ha nacido de la sangre de nuestra Madre Terrenal. Su sangre cae de las nubes, brota del seno de la tierra, murmura en los arroyos de las montañas, fluye espaciosamente en los rí­os de las llanuras, duerme en los lagos y se enfurece poderosa en los mares tempestuosos.

"El aire que respiramos ha nacido del aliento de nuestra Madre Terrenal. Su respiración es azul celeste en las alturas de los cielos, silba en las cumbres de las montañas, susurra entre las hojas del bosque, ondea sobre los trigales, dormita en los valles profundos y abrasa en el desierto.

"La dureza de nuestros huesos ha nacido de los huesos de nuestra Madre Terrenal, de las rocas y de las piedras. Se yerguen desnudas a los cielos en lo alto de las montañas, son como gigantes que yacen dormidos en las faldas de las montañas, como í­dolos levantados en el desierto, y están ocultos en las profundidades de la tierra.

"La delicadeza de nuestra carne ha nacido de la carne de nuestra Madre Terrenal; carne que madura amarilla y roja en los frutos de los árboles, y nos alimenta en los surcos de los campos.

"Nuestros intestinos han nacido de los intestinos de nuestra Madre Terrenal, y están ocultos a nuestros ojos como las profundidades invisibles de la tierra.

"La luz de nuestros ojos y el oí­r de nuestros oí­dos nacen ambos de los colores y de los sonidos de nuestra Madre Terrenal, que nos envuelve como las olas del mar al pez, o como el aire arremolinado al ave.

"En verdad os digo que el Hombre es Hijo de la Madre Terrenal, y de ella recibió el Hijo del Hombre todo su cuerpo, del mismo modo que el cuerpo reciíén nacido nace del seno de su madre. En verdad os digo que sois uno con la Madre Terrenal; ella está en vosotros v vosotros en ella. De ella nacisteis, en ella viví­s y a ella de nuevo retornaríéis. Guardad por tanto Sus leves, pues nadie puede vivir mucho ni ser feliz sino aquel que honra a su Madre Terrenal y cumple Sus leyes. Pues vuestra respiración es Su respiración, vuestra sangre Su sangre, vuestros huesos Sus huesos; vuestra carne Su carne; vuestros intestinos Sus intestinos; vuestros ojos y vuestros oí­dos son Sus ojos y Sus oí­dos.

"En verdad os digo que si dejaseis de cumplir una sola de todas estas leyes, si dañaseis uno sólo de los miembros de todo vuestro cuerpo, os perderí­ais irremisiblemente en vuestra dolorosa enfermedad y serí­a el llorar y rechinar de dientes. Yo os digo que, a menos que sigáis las leyes de vuestra Madre, no podríéis de ningún modo escapar a la muerte. Y quien abraza a las leyes de su Madre, a íél abrazará su madre tambiíén. Ella curará todas sus plagas y íél nunca enfermará. Ella le dará larga vida y le protegerá de todo mal; del fuego, del agua, de la mordedura de las serpientes venenosas. Pues ya que vuestra madre os alumbró, conserva la vida en vosotros. Ella os ha dado Su cuerpo, y nadie sino Ella os cura. Feliz es quien ama a su Madre y yace sosegadamente en Su regazo. Porque vuestra Madre os ama, incluso cuando le dais la espalda. Y ¿cuánto más os amará si regresáis de nuevo a Ella? En verdad os digo que muy grande es Su amor, más grande que la mayor de las montañas y más profundo que el más hondo de los mares. Y aquellos quienes aman a su Madre, Ella nunca les abandona. Así­ como la gallina protege a sus polluelos, como la leona a sus cachorros, como la madre a su reciíén nacido, así­ protege la Madre Terrenal al Hijo del Hombre de todo peligro y de todo mal.

"Pues en verdad os digo que males y peligros innumerables esperan a los Hijos de los Hombres. Belcebú, el prí­ncipe de todos los demonios, la fuente de todo mal, acecha en el cuerpo de todos los Hijos de los Hombres. í‰l es la muerte, el señor de toda plaga y, poniíéndose una vestimenta agradable, tienta y seduce a los Hijos de los Hombres. Promete riqueza y poder, y esplíéndidos palacios, y adornos de oro y plata, y numerosos sirvientes. Promete gloria y renombre, sensualidad y fornicación, borrachera y atracón, vida desenfrenada, holgazanerí­a y ocio. Y tienta a cada cual según aquello por lo que más se inclina su corazón. Y el dí­a en que los Hijos de los Hombres ya se han vuelto esclavos de todas estas vanidades y abominaciones, entonces íél, en pago de ello, les arrebata todas aquellas cosas que la Madre Terrenal tan abundantemente les dio. Les arrebata su respiración, su sangre, sus huesos, su carne, sus intestinos, sus ojos y sus oí­dos. Y la respiración del Hijo del Hombre se vuelve corta y sofocada, trabajosa y maloliente como la de las bestias inmundas. Y su sangre se vuelve espesa y fíétida, como el agua de las ciíénagas; se coagula y ennegrece como la noche de la muerte. Y sus huesos se vuelven duros y nudosos; se deshacen por dentro y por fuera se resquebrajan, como una piedra cayendo sobre una roca. Y su carne se vuelve grasienta y acuosa; se corrompe y se pudre con costras y forúnculos que son una abominación. Y sus intestinos se llenan de inmundicia detestable rezumando corrientes en putrefacción, y en ellos habitan numerosos gusanos abominables. Y sus ojos se enturbian, hasta que la noche oscura los envuelve; y sus oí­dos se tapan, como el silencio de la tumba. Y por último, el Hijo del Hombre perderá la vida. Pues no guardó las leyes de su Madre, sino que sumó un pecado a otro. Por ello le son arrebatados todos los dones de la Madre Terrenal: la respiración, la sangre, los huesos, la carne, los intestinos, los ojos y los oí­dos y, por último, la vida con la que coronó su cuerpo la Madre Terrenal.

"Pero si el pecador Hijo del Hombre se arrepiente de sus culpas y las repara, y regresa de nuevo a su Madre Terrenal; y si cumple las leyes de su Madre Terrenal y se libera de las garras de Satán resistiendo sus tentaciones, entonces la Madre Terrenal recibe de nuevo a su Hijo pecador con amor y le enví­a sus ángeles para que le sirvan. En verdad os digo que cuando el Hijo del Hombre resiste al Satán que habita en íél y no hace su voluntad, en esa misma hora se hallan ahí­ los ángeles de la Madre para servirle con todo su poder y liberarle por entero del poder de Satán.

"Pues ningún hombre puede servir a dos señores. Porque o bien sirve a Belcebú y sus demonios o sirve a nuestra Madre Terrenal y a sus ángeles. O sirve a la muerte o sirve a la vida. En verdad os digo quíé felices son aquellos que cumplen las leyes de la vida y no vagan por los caminos de la muerte."


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Re: LOS EVANGELIO ESENIOS
« Respuesta #2 en: Octubre 18, 2008, 09:04:58 pm »
Y cuantos le rodeaban escuchaban sus palabras con asombro, pues su palabra tení­a poder y enseñaba de manera bien distinta a la de los sacerdotes y escribas.

Y aunque el sol ya se habí­a puesto, no se fueron a sus casas. Se sentaron alrededor de Jesús y le preguntaron: "Maestro ¿cuáles son esas leyes de la vida? Quíédate con nosotros un rato más y ensíéñanos. Querernos escuchar tu enseñanza para que podamos curarnos y volvernos rectos".

Y el propio Jesús se sentó en medio de ellos y dijo: "En verdad os digo que nadie puede ser feliz, excepto quien cumple la Ley".

Y los demás respondieron: "Todos cumplimos las leyes de Moisíés, nuestro legislador, tal como están escritas en las sagradas escrituras"".

Y Jesús les respondió: "No busquíéis la Ley en vuestras escrituras, pues la Ley es la Vida, mientras que lo escrito está muerto. En verdad os digo que Moisíés no recibió de Dios sus leyes por escrito, sino a travíés de la palabra viva. La Ley es la Palabra Viva del Dios Vivo, dada a los profetas vivos para los hombres vivos. En dondequiera que haya vida está escrita la ley. Podíéis hallarla en la hierba, en el árbol, en el rí­o, en la montaña, en los pájaros del cielo, en los peces del mar; pero buscadla principalmente en vosotros mismos. Pues en verdad os digo que todas las cosas vivas se encuentran más cerca de Dios que la escritura que está desprovista de vida. Dios hizo la vida y todas las cosas vivas de tal modo que enseñasen al hombre, por medio de la palabra siempre viva, las leyes del Dios verdadero. Dios no escribió las leyes en las páginas de los libros, sino en vuestro corazón y en vuestro espí­ritu. Se encuentran en vuestra respiración, en vuestra sangre, en vuestros huesos, en vuestra carne, en vuestros intestinos, en vuestros ojos, en vuestros oí­dos y en cada pequeña parte de vuestro cuerpo. Están presentes en el aire, en el agua, en la tierra, en las plantas, en los rayos del sol, en las profundidades y en las alturas. Todas os hablan para que entendáis la lengua y la voluntad del Dios Vivo. Pero vosotros cerráis vuestros ojos para no ver, y tapáis vuestros oí­dos para no oí­r. En verdad os digo que la escritura es la obra del hombre, pero la Vida y todas sus huestes son la obra de nuestro Dios. ¿Por quíé no escucháis las palabras de Dios que están escritas en Sus obras? ¿Y por quíé estudiáis las escrituras muertas, que son la obra de las manos del hombre?"

"¿Cómo podemos leer las leyes de Dios en algún lugar, de no ser en las Escrituras? ¿Dónde se hallan escritas? Líéenoslas de ahí­ donde tú las ves, pues nosotros no conocemos más que las escrituras que hemos heredado de nuestros antepasados. Dinos las leyes de las que hablas, para que oyíéndolas seamos sanados y justificados."

Jesús dijo: "Vosotros no entendíéis las palabras de la Vida, porque estáis en la Muerte. La oscuridad oscurece vuestros ojos, y vuestros oí­dos están tapados por la sordera. Pues os digo que no os aprovecha en absoluto que estudiíéis las escrituras muertas si por vuestras obras negáis a quien os las ha dado. En verdad os digo que Dios y sus leyes no se encuentran en lo que vosotros hacíéis. No se hallan en la glotonerí­a ni en la borrachera, ni en una vida desenfrenada, ni en la lujuria, ni en la búsqueda de la riqueza, ni mucho menos en el odio a vuestros enemigos. Pues todas estas cosas están lejos del verdadero Dios y de sus ángeles. Todas estas cosas vienen del reino de la oscuridad y del señor de todos los males. Y todas estas cosas las lleváis en vosotros mismos; y por ello la palabra y el poder de Dios no entran en vosotros, pues en vuestro cuerpo y en vuestro espí­ritu habitan todo tipo de males y abominaciones. Si deseáis que la palabra y el poder del Dios Vivo penetren en vosotros, no profaníéis vuestro cuerpo ni vuestro espí­ritu; pues el cuerpo es el templo del espí­ritu, y el espí­ritu es el templo de Dios. Purificad, por tanto, el templo, para que el Señor del templo pueda habitar en íél y ocupar un lugar digno de íél.

"Y retiraos bajo la sombra del cielo de Dios, de todas las tentaciones de vuestro cuerpo y de vuestro espí­ritu, que vienen de Satán.

"Renovaos y ayunad. Pues en verdad os digo que Satán y sus plagas solamente pueden ser expulsados por medio del ayuno y la oración. Id por vuestra cuenta y ayunad en solitario, sin descubrir vuestro ayuno a hombre alguno. El Dios Vivo lo verá y grande será vuestra recompensa. Y ayunad hasta que Belcebú y todos sus demonios os abandonen y todos los ángeles de nuestra Madre Terrenal vengan a serviros. Pues en verdad os digo que a no ser que ayuníéis, nunca os libraríéis del poder de Satán ni de todas las enfermedades que de Satán vienen. Ayunad y orad fervientemente, buscando el poder del Dios vivo para vuestra curación. Mientras ayuníéis, evitad a los hijos de los hombres y buscad los ángeles de nuestra Madre Terrenal, pues quien busca hallará.

"Buscad el aire fresco del bosque y de los campos, y en medio de ellos hallaríéis el ángel del aire. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel del aire abrace vuestro cuerpo. Respirad entonces larga y profundamente, para que el ángel del aire penetre en vosotros, En verdad os digo que el ángel del aire expulsará de vuestro cuerpo toda inmundicia que lo profane por fuera y por dentro. Y así­ saldrá de vosotros toda cosa sucia y maloliente, igual que el humo del fuego asciende en forma de penacho y se pierde en el mar del aire. Pues en verdad os digo que sagrado es el ángel del aire, quien limpia cuanto está sucio y confiere a las cosas malolientes un olor agradable. Ningún hombre que no deje pasar el ángel del aire podrá acudir ante la faz de Dios. Verdaderamente, todo debe nacer de nuevo por el aire y por la verdad, pues vuestro cuerpo respira el aire de la Madre Terrenal, y vuestro espí­ritu respira la verdad del Padre Celestial.

 

 


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Re: LOS EVANGELIO ESENIOS
« Respuesta #3 en: Octubre 18, 2008, 09:08:38 pm »
"Pero no pensíéis que es suficiente que el ángel del agua os abrace sólo externamente. En verdad os digo que la inmundicia interna es, con mucho, mayor que la externa. Y quien se limpia por fuera permaneciendo sucio en su interior, es corno las tumbas bellamente pintadas por fuera, pero llenas por dentro de todo tipo de inmundicias y de abominaciones horribles. Por ello, en verdad os digo, que dejíéis que el ángel del agua os bautice tambiíén por dentro, para que os liberíéis de todos vuestros antiguos pecados, y para que asimismo internamente seáis tan puros como la espuma del rí­o jugueteando a la luz del sol.

"Buscad, por tanto, una gran calabaza con el cuello de la longitud de un hombre; extraed su interior y llenadla con agua del rí­o caldeada por el sol. Colgadla de la rama de un árbol, arrodillaos en el suelo ante el ángel del agua y haced que el extremo del tallo de la calabaza penetre vuestras partes ocultas, para que el agua fluya a travíés de todos vuestros intestinos. Luego, descansad arrodillándoos en el suelo ante el ángel del agua y orad al Dios vivo para que os perdone todos vuestros antiguos pecados; y orad tambiíén al ángel del agua para que libere vuestro cuerpo de toda inmundicia y enfermedad, Dejad entonces que el agua salga de vuestro cuerpo, para que se lleve de su interior todas las cosas sucias y fíétidas de Satán. Y veríéis con vuestros ojos y oleríéis con vuestra nariz todas las abominaciones e inmundicias que mancillaban el templo de vuestro cuerpo; igual que todos los pecados que residí­an en vuestro cuerpo, atormentándoos con todo tipo de dolores, En verdad os digo que el bautismo con agua os libera de todo esto. Renovad vuestro bautismo con agua todos los dí­as durante vuestro ayuno, hasta el dí­a en que veáis que el agua que expulsáis es tan pura como la espuma del rí­o. Entregad entonces vuestro cuerpo a la corriente del rí­o y, una vez en los brazos del ángel del agua, dad gracias al Dios vivo por haberos librado de vuestros pecados. Y este bautismo sagrado por el ángel del agua es el renacimiento a la nueva vida. Pues vuestros ojos verán a partir de entonces y vuestros oí­dos oirán. No pequíéis más, por tanto, despuíés de vuestro bautismo, para que los ángeles del aire y del agua habiten eternamente en vosotros y os sirvan para siempre.

"Y si queda despuíés dentro de vosotros alguno de vuestros antiguos pecados e inmundicias, buscad al ángel de la luz del sol. Quitaos vuestro calzado y vuestras ropas y dejad que el ángel de la luz del sol abrace todo vuestro cuerpo. Respirad entonces larga y profundamente para que el ángel de la luz del sol os penetre. Y el ángel de la luz del sol expulsará de vuestro cuerpo toda cosa fíétida y sucia que lo mancille por fuera y por dentro. Y así­ saldrá de vosotros toda cosa sucia y fíétida, del mismo modo que la oscuridad de la noche se disipa ante la luminosidad del sol naciente. Pues en verdad os digo que sagrado es el ángel de la luz del sol, quien limpia toda inmundicia y confiere a lo maloliente un olor agradable. Nadie a quien no deje pasar el ángel de la luz del sol podrá acudir ante la faz de Dios. En verdad que todo debe nacer de nuevo del sol y de la verdad, pues vuestro cuerpo se baña en la luz del sol de la Madre Terrenal, y vuestro espí­ritu se baña en la luz del sol de la verdad del Padre Celestial.

"Los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol son hermanos. Les fueron entregados al Hijo del Hombre para que le sirviesen y para que íél pudiera ir siempre de uno a otro.

"Sagrado es, asimismo, su abrazo. Son hijos indivisibles de la Madre Terrenal, así­ que no separíéis vosotros a aquellos a quienes la tierra y el cielo han unido. Dejad que estos tres ángeles hermanos os envuelvan cada dí­a y habiten en vosotros durante todo vuestro ayuno.

"Pues en verdad os digo que el poder de los demonios, todos los pecados e inmundicias, huirán con presteza de aquel cuerpo que sea abrazado por estos tres ángeles. Del mismo modo que los ladrones huyen de una casa abandonada al llegar el dueño de íésta, uno por la puerta, otro por la ventana y un tercero por el tejado, cada uno donde se encuentra y por donde puede, asimismo huirán de vuestros cuerpos todos los demonios del mal, todos vuestros antiguos pecados y todas las inmundicias y enfermedades que profanaban el templo de vuestros cuerpos. Cuando los ángeles de la Madre Terrenal entren en vuestros cuerpos, de modo que los señores del templo lo posean nuevamente, entonces huirán con presteza todos los malos olores a travíés de vuestra respiración y de vuestra piel, y las aguas corrompidas por vuestra boca y vuestra piel y por vuestras partes ocultas y secretas. Y todas estas cosas las veríéis con vuestros propios ojos, las oleríéis con vuestra nariz y las tocaríéis con vuestras manos. Y cuando todos los pecados e inmundicias hayan abandonado vuestro cuerpo, vuestra sangre se volverá tan pura como la sangre de nuestra Madre Terrenal y como la espuma del rí­o jugueteando a la luz del sol. Y vuestro aliento se volverá tan puro como el aliento de las flores perfumadas; vuestra carne tan pura como la carne de los frutos que enrojecen sobre las ramas de los árboles; la luz de vuestro ojo tan clara y luminosa como el brillo del sol que resplandece en el ciclo azul. Y entonces os servirán todos los ángeles de la Madre Terrenal. Y vuestra respiración, vuestra sangre y vuestra carne serán una con la respiración, la sangre y la carne de la Madre Terrenal, para que vuestro espí­ritu se haga tambiíén uno con el espí­ritu del Padre Celestial. Pues en verdad nadie puede llegar al Padre Celestial sino a travíés de la Madre Terrenal. Del mismo modo que un niño reciíén nacido no puede entender la enseñanza de su padre mientras su madre no te haya primero amamantado, bañado, cuidado, dormido y alimentado. Mientras el niño es pequeño, su lugar está junto a su madre y a ella debe obedecer. Cuando el niño ya ha crecido, su padre le lleva a trabajar al campo a su lado, y el niño regresa junto a su madre solamente cuando llega la hora de la comida y de la cena. Y entonces el padre le enseña para que se adiestre en los trabajos de su padre. Y cuando el padre ve que su hijo entiende su enseñanza y hace bien su trabajo, le da todas las posesiones para que íéstas pertenezcan a su amado hijo y para que íéste continúe la obra de su padre. En verdad os digo que feliz es el hijo que acepta el consejo de su madre y lo sigue. Y cien veces más feliz es el hijo que acepta y sigue tambiíén el consejo de su padre, pues ya se os dijo: "Honra a tu padre y a tu madre". Pero yo os digo, Hijos del Hombre: Honrad a vuestra Madre Terrenal y guardad todas Sus leyes, para que sean largos vuestros dí­as en esta tierra, y honrad a vuestro Padre Celestial para que sea vuestra en los cielos la vida eterna. Pues el Padre Celestial es un centenar de veces más grande que todos los padres por sangre y descendencia. Y mayor es la Madre Terrenal que todas las madres por el cuerpo. Y más querido es el Hijo del Hombre a los ojos de su Padre Celestial y de su Madre Terrenal que lo son los niños a los ojos de sus padres por sangre y por descendencia y de sus madres por el cuerpo. Y más sabias son la Palabra y la Ley de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal que las palabras y la voluntad de todos los padres por sangre y por descendencia, y de todas las madres por el cuerpo. Y tambiíén de más valor es la herencia de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal, el reino eterno de la vida eterna y celestial, que todas las herencias de vuestros padres por sangre y por descendencia, y de vuestras madres por el cuerpo.

"Y vuestros verdaderos hermanos son todos aquellos que hacen la voluntad de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal, y no vuestros hermanos de sangre. En verdad os digo que vuestros verdaderos hermanos en la voluntad del Padre Celestial y de la Madre Terrenal os amarán un millar de veces más que vuestros hermanos de sangre. Pues desde los dí­as de Caí­n y Abel, cuando los hermanos de sangre transgredieron la voluntad de Dios, no existe una verdadera fraternidad por la sangre, Y los hermanos actúan entre sí­ como extraños, Por ello os digo, amad a vuestros verdaderos hermanos en la voluntad de Dios un millar de veces más que a vuestros hermanos de sangre.

 

Pues vuestro Padre Celestial es amor.

Pues vuestra Madre Terrenal es amor.

Pues el Hijo del Hombre es amor


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DEL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 2
« Respuesta #4 en: Octubre 18, 2008, 09:17:07 pm »
Por el amor el Padre Celestial y la Madre Terrenal y el Hijo del Hombre se hacen uno. Pues el espí­ritu del Hijo del Hombre fue creado del espí­ritu del Padre Celestial, y su cuerpo del cuerpo de la Madre Terrenal. Haceos, por tanto, perfectos como perfectos son el espí­ritu de vuestro Padre Celestial y el cuerpo de vuestra Madre Terrenal. Y amad así­ a vuestro Padre Celestial, igual que í‰l ama vuestro espí­ritu. Y amad así­ a vuestra Madre Terrenal, igual que Ella ama vuestro cuerpo. Y amad así­ a vuestros verdaderos hermanos, igual que vuestro Padre Celestial y vuestra, Madre Terrenal les aman. Y entonces os dará vuestro Padre Celestial su santo espí­ritu, y vuestra Madre Terrenal os dará su cuerpo santo. Y entonces los Hijos de los Hombres se darán amor unos a otros como verdaderos hermanos, el amor que recibieron de su Padre Celestial y de su Madre Terrenal; y todos se convertirán en consoladores unos de otros. Y desaparecerá entonces de la tierra todo mal y toda tristeza, y habrá amor y alegrí­a sobre la tierra. Y será entonces la tierra como los cielos, y vendrá el reino de Dios, Y entonces vendrá el Hijo del Hombre en toda su gloria, para heredar el reino de Dios. Y entonces los Hijos de los Hombres dividirán su divina herencia, el reino de Dios. Pues los Hijos del Hombre viven en el Padre Celestial y en la Madre Terrenal, y el Padre Celestial y la Madre Terrenal viven en ellos. Y entonces con el reino de Dios llegará el fin de los tiempos, Pues el amor del Padre celestial da vida eterna a todo lo que está en el reino de Dios. Pues el Amor es eterno. El Amor es más fuerte que la Muerte.

"Aunque yo hable con las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, mis palabras son como el sonido del latón o como el tintineo de un platillo. Aunque diga lo que ha de venir y conozca todos los secretos y toda la sabidurí­a; y aunque tenga una fe tan fuerte como la tormenta que mueve las montañas de su sitio, si no tengo amor no soy nada. Y aunque díé todos mis bienes para alimentar al pobre y le ofrezca todo el fuego que he recibido de mi Padre, si no tengo amor no hallaríé en ello provecho alguno, El amor es paciente y el amor es amable, El amor no es envidioso, no hace el mal, no conoce el orgullo; no es rudo ni egoí­sta. Es ecuánime, no cree en la malicia; no se regocija en la injusticia, sino que se deleita en la justicia. El amor lo defiende todo, el amor lo cree todo, el amor lo espera todo, y el amor lo soporta todo; nunca se agota; pero en cuanto a las lenguas, cesarán, y en cuanto al conocimiento, se desvanecerá. Pues poseemos en parte la verdad y en parte el error, mas cuando venga la plenitud de la perfección, lo parcial será aniquilado. Cuando el hombre era niño hablaba como un niño, entendí­a como un niño, pensaba como un niño; pero cuando se hizo hombre abandonó las cosas de los niños. Porque nosotros vemos ahora a travíés de un cristal y a travíés de dichos oscuros. Ahora conocemos parcialmente, mas cuando hayamos acudido ante el rostro de Dios, ya no conoceremos en parte, pues nosotros mismos seremos enseñados por íél. Y ahora nos quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de ellas es el amor.

"Y ahora os hablo en la lengua viva del Dios Vivo, por medio del santo espí­ritu de nuestro Padre Celestial. No hay aún ninguno de entre vosotros que pueda entender todo cuanto os digo. Quien os comenta las escrituras os habla en una lengua muerta de hombres muertos, a travíés de su cuerpo enfermo y mortal. Por lo tanto a íél le pueden entender todos los hombres, pues todos los hombres están enfermos y todos están en la muerte. Nadie ve la luz de la vida El ciego guí­a a los ciegos en el oscuro sendero de los pecados, las enfermedades y los sufrimientos, y al final se precipitan todos en la fosa de la muerte.

"Yo os he sido enviado por el Padre para que haga brillar la luz de la vida entre vosotros. La luz se ilumina a sí­ misma y a la oscuridad, mas la oscuridad se conoce sólo a sí­ misma y no conoce la luz. Aún tengo que deciros muchas cosas, mas aun no podíéis comprenderlas. Pues vuestros ojos están acostumbrados a la oscuridad, y la plena Luz del Padre Celestial os cegarí­a. Por eso no podíéis entender aún cuanto os hablo acerca del Padre Celestial, quien me envió a vosotros. Seguid pues primero sólo las leyes de vuestra Madre Terrenal, de quien ya os he contado. Y cuando sus ángeles hayan lavado y renovado vuestros cuerpos y fortalecido vuestros ojos, seríéis capaces de soportar la luz de nuestro Padre Celestial. Cuando seáis capaces de contemplar el brillo del sol del mediodí­a con los ojos fijos, podríéis entonces mirar la luz cegadora de vuestro Padre Celestial, la cual es un millar de veces más brillante que el brillo de un millar de soles. Mas ¿cómo mirarí­ais la luz cegadora de vuestro Padre Celestial, si no podíéis soportar siquiera la luz del sol radiante? Creedme, el sol es como la llama de una vela comparado con el sol de la verdad del Padre Celestial. No tengáis, por tanto, sino fe y esperanza y amor. En verdad os digo que no descaríéis vuestra recompensa, Si creíéis en mis palabras creíéis n quien me envió, que es el señor de todos y para quien todas las cosas son posibles. Pues lo que resulta imposible con los hombres, es posible con Dios. Si creíéis en los ángeles de la Madre Terrenal y cumplí­s sus leyes, vuestra fe os sostendrá y nunca conoceríéis la enfermedad. Tened esperanza tambiíén en el amor de vuestro padre celestial, pues quien confí­a en íél no será nunca defraudado ni tampoco conocerá a la muerte.

"Amaos los unos a los otros, pues Dios es amor, y así­ sabrán los ángeles que vais por sus caminos Y entonces acudirán todos los ángeles ante vuestro rostro y os servirán. Y Satán partirá de vuestro cuerpo con todos sus pecados, enfermedades e inmundicias. Id, renunciad a vuestros pecados; arrepentios vosotros mismos; y bautizaos vosotros mismos; para que nazcáis de nuevo y no pequíéis más.."

Entonces Jesús se levantó. Pero todos los demás permanecieron sentados, pues cada hombre sentí­a el poder de sus palabras. Y entonces apareció la luna llena entre las nubes desgarradas y envolvió a Jesús en su resplandor. De su cabello ascendí­an destellos, y permaneció erguido entre ellos en la luz de la luna, como si flotase en el aire. Y nadie se movió, ni tampoco se oyó la voz de nadie. Y nadie supo cuánto tiempo habí­a pasado, pues el tiempo parecí­a parado.

Entonces Jesús tendió sus manos hacia ellos y dijo: "La paz sea con vosotros". Y de este modo, partió como la brisa que mece las hojas de los árboles.

Y aún durante un buen rato permaneció la compañí­a sentada sin moverse, y luego fueron saliendo del silencio, uno tras otro, como tras un largo sueño. Pero nadie deseaba irse, como si las palabras de quien les habí­a dejado aún sonasen en sus oí­dos. Y permanecieron sentados como si escuchasen alguna música maravillosa.

Pero al fin uno dijo, como si estuviera algo atemorizado: "¡Quíé bien se está aquí­!" Otro dijo: "¡Ojalá esta noche no acabara nunca!" Y otros: "¡Ojalá pudiera estar entre nosotros para siempre!" "De verdad que es el mensajero de Dios, pues puso la esperanza en nuestros corazones". Y nadie deseaba irse a su casa, diciendo: "Yo no voy a casa, donde todo es oscuro y triste. ¿Por quíé hemos de ir a casa" donde nadie nos quiere?"

Y de este modo hablaron, pues casi todos ellos eran pobres, cojos, ciegos, lisiados, vagabundos, gentes sin hogar despreciadas en su desdicha, que sólo habí­an nacido para ser motivo de lástima en las casas donde durante apenas unos dí­as encontrasen refugio incluso algunos que tení­an tanto casa como familia dijeron: "Tambiíén nosotros nos quedaremos con vosotros"". Pues todos sentí­an que las palabras de Quien se habí­a ido uní­an a la pequeña compañí­a con hilos invisibles. Y todos sentí­an que habí­an nacido de nuevo. Veí­an ante sí­ un mundo luminoso, incluso cuando la luna se ocultó en las nubes. Y en los corazones de todos se abrieron flores maravillosas, de una belleza maravillosa: las flores de la alegrí­a.

Y cuando los brillantes rayos del sol aparecieron sobre el horizonte, todos sintieron que aquel era el sol del reino de Dios que vení­a. Y con semblantes alegres se adelantaron a encontrar a los ángeles de Dios.

Y muchos sucios y enfermos siguieron las palabras de Jesús y buscaron las orillas de las corrientes murmurantes. Se descalzaron y desvistieron, ayunaron y entregaron sus cuerpos a los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol. Y los ángeles de la Madre Terrenal les abrazaron y poseyeron sus cuerpos por dentro y por fuera. Y todos ellos vieron cómo todos los males, pecados e inmundicias les abandonaban rápidamente.

Y el aliento de algunos se volvió tan fíétido como el olor que sueltan los intestinos, y a algunos les fluí­an babas y de sus partes internas surgió un vómito maloliente y sucio. Todas estas inmundicias salieron por sus bocas. En algunos por la nariz, y en otros por los ojos y los oí­dos. Y a muchos les vino por todo su cuerpo un sudor apestoso y abominable por toda su piel. Y en muchos de sus miembros se abrieron forúnculos grandes y calientes, de los que salí­an inmundicias malolientes, y de sus cuerpos fluí­a orina en abundancia; y en muchos su orina no estaba sino seca y se volví­a tan espesa corno la miel de las abejas; la de los otros era casi roja y dura casi como la arena de los rí­os. Muchos lanzaban fíétidos pedos de sus intestinos, semejantes al aliento de los demonios. Y su hedor se hizo tan grande que nadie podí­a soportarlo.

Y cuando se bautizaron a sí­ mismos, el ángel del agua penetró en sus cuerpos, y de ellos salieron todas las abominaciones e inmundicias de sus antiguos pecados, y semejante a un rí­o que descendiese de una montaña, salieron a borbotones de sus cuerpos gran cantidad de abominaciones duras y blandas. Y la tierra donde cayeron sus aguas quedó contaminada, y tan grande era el hedor que nadie podí­a permanecer en aquel lugar. Y los demonios abandonaron sus intestinos en forma de numerosos gusanos que se retorcí­an en el lodo de sus inmundicias internas. Y despuíés que el ángel del agua les hubo expulsado de los intestinos de los Hijos de los Hombres, se retorcieron en el suelo con ira impotente. Y entonces descendió sobre ellos el poder del ángel de la luz del sol, y allí­ perecieron en sus desesperadas convulsiones, pisoteados bajo los pies del ángel de la luz del sol. Y todos se estremecieron aterrorizados al mirar todas aquellas abominaciones de Satán, de quienes les habí­an salvado los ángeles. Y dieron gracias a Dios por haberles enviado sus ángeles para liberarles.

Y habí­a algunos atormentados por grandes dolores que no parecí­an querer abandonarles; y no sabiendo quíé hacer, decidieron enviar alguno de ellos a Jesús, pues deseaban mucho tenerle entre ellos.

Y cuando dos hubieron ido en su busca, vieron al mismo Jesús acercándose por la orilla del rí­o. Y sus corazones se llenaron de esperanza y de alegrí­a cuando oyeron su saludo: "La paz sea con vosotros". Y muchas eran las preguntas que deseaban hacerle, mas en su sorpresa no podí­an empezar, pues nada acudí­a a sus mentes. Les dijo entonces Jesús: "He venido porque me necesitáis". Y uno gritó: "Maestro, te necesitamos de verdad. Ven y lí­branos de nuestros sufrimientos".



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DEL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 2
« Respuesta #5 en: Octubre 18, 2008, 09:18:22 pm »
Y Jesús les habló en parábolas: "Sois como el hijo pródigo, quien durante muchos años comió y bebió, y pasó sus dí­as con sus amigos en el desenfreno y la lascivia. Y cada semana, sin que su padre lo supiese, contraí­a nuevas deudas, malgastando cuanto tení­a en pocos dí­as. Y los prestamistas siempre le prestaban, pues su padre poseí­a grandes riquezas y siempre pagaba pacientemente las deudas de su hijo. Y en vano amonestaba a su hijo con buenas palabras, porque nunca escuchaba las advertencias de su padre, quien le suplicaba en vano que renunciase a sus vicios sin fin, y que fuera a sus campos a vigilar el trabajo de sus sirvientes. Y el hijo le prometí­a siempre todo si pagaba sus antiguas deudas, mas al dí­a siguiente empezaba de nuevo. Y durante más de siete años el hijo continuó en su vida licenciosa. Pero, al fin, su padre perdió la paciencia y no pagó más a los prestamistas las deudas de su hijo. "Si sigo pagándolas siempre –dijo– no acabarán los pecados de mi hijo". Entonces, los prestamistas, que se vieron engañados, en su cólera se llevaron al hijo corno esclavo, para que con su trabajo diario les pagase el dinero que habí­an tornado prestado. Y entonces se acabó el comer, el beber y todos los excesos diarios. De la mañana a la noche mojaba los campos con el sudor de su frente, y con el trabajo desacostumbrado todos sus miembros le dolí­an. Y viví­a de pan seco, no teniendo más que sus propias lágrimas para humedecerlo. Al tercer dí­a habí­a sufrido tanto por el calor y el cansancio, que le dijo a su dueño: "No puedo trabajar más porque me duelen todos mis miembros. ¿Por cuánto tiempo más me atormentarás?" "Hasta el dí­a en que por el trabajo de tus manos me hayas pagado todas tus deudas, y cuando hayan pasado siete años, serás libre". Y el hijo desesperado respondió llorando: "¡Pero si no puedo soportarlo ni siquiera durante siete dí­as! Apiadaos de mí­, pues todos mis miembros me duelen y me abrasan". Y el malvado acreedor le gritó: "¡Sigue con tu trabajo! Si pudiste dedicar tus dí­as y tus noches al desenfreno durante siete años, tendrás que trabajar ahora durante siete años. No te perdonaríé hasta que me hayas pagado todas tus deudas hasta el último dracma". Y el hijo regresó desesperado a los campos, con sus miembros atormentados por el dolor, para seguir con su trabajo. Ya difí­cilmente podí­a tenerse en pie debido al cansancio y a los dolores, cuando llegó el síéptimo dí­a, el dí­a del Sabath, en el cual nadie trabaja en el campo. Reunió el hijo entonces el resto de sus fuerzas y se arrastró hasta la casa de su padre. Y echándose a los pies de su padre, le dijo: "Padre, críéeme por última vez y perdóname todas mis ofensas contra ti. Te juro que nunca más volveríé a vivir desenfrenadamente y te obedeceríé en todo. Libíérame de las manos de mi opresor. Padre, mí­rame y contempla mis miembros enfermos y no endurezcas tu corazón". Entonces brotaron lágrimas de los ojos del padre, que tomando a su hijo en brazos dijo: "Alegríémonos, porque hoy se me ha dado una gran alegrí­a, pues he recuperado a mi amado hijo que estaba perdido". Le vistió con sus mejores ropas, y durante todo el dí­a hicieron fiesta. Y a la mañana siguiente dio a su hijo una bolsa de plata para que pagase a sus acreedores cuanto les debí­a. Y cuando su hijo regresó, le dijo: "Ya ves, hijo mí­o, lo fácil que es con una vida desenfrenada contraer deudas por siete años, pero es difí­cil pagarlas con el trabajo de siete años". "Padre, es verdaderamente duro pagarlas incluso durante sólo siete dí­as". Y el padre le advirtió, diciíéndole: "Sólo por esta vez se te ha permitido pagar tus deudas en siete dí­as en lugar de en siete años, el resto te está perdonado. Pero cuida de no contraer más deudas en el tiempo venidero. Pues en verdad te digo que nadie más que tu padre perdona tus deudas por ser su hijo. Porque de haber sido con cualquier otro, habrí­as tenido que trabajar duramente durante siete años, como está ordenado en nuestras leyes". "Padre, a partir de ahora seríé tu hijo amante y obediente, y nunca más contraeríé deudas, pues síé que pagarlas es duro.

"Y fue al campo de su padre y todos los dí­as vigilaba el trabajo de los labradores de su padre. Y nunca les hizo trabajar demasiado duro, pues recordaba su propio trabajo pesado. Y pasaron los años y las posesiones de su padre aumentaron más y más bajo su mano, pues su tarea contaba con la bendición de su padre. Y lentamente devolvió a su padre diez veces más de cuanto habí­a derrochado durante aquellos siete años. Y cuando el padre vio que el hijo trataba bien a sus sirvientes y todas sus posesiones, le dijo: "Hijo mí­o, veo que mis posesiones están en buenas manos. Te doy todo mi ganado, mi casa, mis tierras y mis tesoros. Que todo esto sea tu herencia; continúa aumentándola para que goce en ti". Y cuando el hijo hubo recibido la herencia de su padre, perdonó las deudas a todos sus deudores que no podí­an pagarle; pues no olvidó que su deuda habí­a sido tambiíén perdonada cuando no podí­a pagarla. Y Dios le bendijo con una vida larga, con muchos hijos y con muchas riquezas, pues era amable con todos sus sirvientes y con todo su ganado."
« Última modificación: Octubre 18, 2008, 10:20:47 pm por Scientia »

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DEL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3
« Respuesta #6 en: Octubre 18, 2008, 10:02:58 pm »
 DEL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3

 

Y un gran silencio se hizo tras sus palabras. Y quienes se sentí­an desanimados obtuvieron nueva fuerza de sus palabras, y continuaron ayunando y orando. Y quien habí­a hablado primero exclamó: "Perseveraríé hasta el síéptimo dí­a". Y el segundo igualmente dijo: "Yo tambiíén perseveraríé durante siete veces el síéptimo dí­a".

Jesús les respondió: "Felices son aquellos que perseveran hasta el fin, pues heredarán la tierra".

Y habí­a entre ellos muchos enfermos atormentados por fuertes dolores, y se arrastraron con dificultad hasta los pies de Jesús. Pues no podí­an ya caminar sobre sus pies. Dijeron: "Maestro, el dolor nos atormenta intensamente; dinos quíé haremos"". Y mostraron a Jesús sus pies, cuyos huesos estaban retorcidos y nudosos y dijeron: "Ni el ángel del aire ni el del agua, ni el de la luz del sol han disminuido nuestros dolores, a pesar de habernos bautizado nosotros mismos y de haber ayunado y orado y seguido tus palabras en todo".

"En verdad os digo que vuestros huesos sanarán. No desesperíéis, pero no busquíéis vuestra curación sino en el sanador de los huesos, el ángel de la tierra. Pues de ella salieron vuestros huesos, y a ella retornarán.

Y señaló con su mano donde la corriente de agua y el calor del sol habí­an ablandado la tierra dando un barro arcilloso, en el borde del agua. "Hundid vuestros pies en el fango, para que el abrazo del ángel de la tierra extraiga de vuestros huesos toda inmundicia y toda enfermedad. Y veríéis cómo Satán y vuestros dolores huyen del abrazo del ángel de la tierra. Así­ desaparecerán las nudosidades de vuestros huesos, y se enderezarán, y todos vuestros dolores desaparecerán".

Los enfermos siguieron sus palabras, pues sabí­an que se curarí­an.
« Última modificación: Octubre 18, 2008, 10:22:22 pm por Scientia »

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DEL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3
« Respuesta #7 en: Octubre 18, 2008, 10:04:12 pm »
DEL  EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3

Y habí­a tambiíén otros enfermos que sufrí­an mucho con sus dolores, a pesar de lo cual persistí­an en su ayuno. Y sus fuerzas se agotaban, y un calor extremo les atormentaba. Y cuando se levantaban de su lecho para ir donde Jesús, les empezaba a dar vueltas la cabeza, como si un viento racheado les azotase, y tantas veces como trataban de ponerse en pie caí­an nuevamente al suelo. Entonces, Jesús acudió a ellos y les dijo: "Sufrí­s porque Satán y sus enfermedades atormentan vuestros cuerpos. Más no temáis, pues su poder sobre vosotros terminará pronto. Porque Satán es como un vecino colíérico que penetró en la casa de su vecino mientras íéste estaba ausente, pretendiendo llevarse sus bienes a su propia casa. Pero alguien avisó al otro que su enemigo estaba saqueando su casa, y regresó a íésta corriendo. Y cuando el malvado vecino, tras haber reunido cuanto le habí­a apetecido, vio de lejos al dueño de la casa que regresaba a toda prisa, se encolerizó por no poder llevarse todo y se puso a romper y estropear cuanto allí­ habí­a, para destruirlo todo. Así­, aunque aquellas cosas no pudieran ser suyas, tampoco las tendrí­a el otro. Pero el dueño de la casa llegó inmediatamente y, antes de que el malvado vecino consiguiese su propósito, le asió y le echó de la casa. En verdad os digo que de igual modo penetró Satán en vuestros cuerpos, que son la morada de Dios. Y tomó en su poder cuanto deseó robar: vuestra respiración, vuestra sangre, vuestros huesos, vuestra carne, vuestros intestinos, vuestros ojos y vuestros oí­dos. Mas por medio de vuestro ayuno y de vuestra oración habíéis llamado de nuevo al señor de vuestro cuerpo y a sus ángeles. Y ahora Satán ve que el verdadero señor de vuestro cuerpo vuelve y que es el fin de su poder. Por ello, en su cólera, reúne una vez más sus fuerzas para destruir vuestros cuerpos antes de la llegada del señor. Por eso Satán os atormenta con tanto dolor, pues siente que su fin ha llegado. Mas no dejíéis que vuestros corazones se estremezcan, pues pronto aparecerán los ángeles de Dios para ocupar nuevamente sus lugares y volver a consagrarlos como templos de Dios. Y asirán a Satán y le expulsarán de vuestros cuerpos, junto con todas sus enfermedades y todas sus inmundicias. Felices seríéis, pues recibiríéis la recompensa de vuestra constancia, y nunca más conoceríéis enfermedad".

« Última modificación: Octubre 18, 2008, 10:24:17 pm por Scientia »

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DEL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3
« Respuesta #8 en: Octubre 18, 2008, 10:05:48 pm »
DEL  EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3


Y habí­a entre los enfermos uno a quien Satán atormentaba más que a ningún otro. Su cuerpo estaba enjuto como un esqueleto y su piel amarilla como una hoja seca. Estaba ya tan díébil que ni siquiera a gatas podí­a arrastrarse hasta Jesús, y sólo de lejos pudo gritarle: "Maestro, apiádate de mí­, pues nunca ha sufrido ningún hombre, ni siquiera desde el principio del mundo, como yo sufro. Síé que has sido en verdad enviado por Dios, y síé que si lo deseas, puedes expulsar inmediatamente a Satán de mi cuerpo. ¿No obedecen los ángeles de Dios al mensajero de Dios? Ven, Maestro, y expulsa ahora a Satán de mí­, pues se enfurece colíérico en mi interior y doloroso es su tormento".

Y Jesús le respondió: "Satán te atormenta tanto porque ya has ayunado muchos dí­as y no pagas su tributo. No le alimentas con todas las abominaciones con las que hasta ahora profanabas el templo de tu espí­ritu. Atormentas a Satán con el hambre, y por eso en su cólera te atormenta íél a ti a su vez. No temas, pues te digo que Satán será destruido antes de que tu cuerpo sea destruido; pues mientras ayunas y oras, los ángeles de Dios protegen tu cuerpo para que el poder de Satán no te destruya. Y la ira de Satán es impotente contra los ángeles de Dios".

Entonces acudieron todos juntos a Jesús, y con grandes voces le suplicaron diciendo: "Maestro, compadíécete de íél, pues sufre más que todos nosotros, y si no expulsas enseguida a Satán de su cuerpo tememos que no sobrevivirá hasta mañana".

Y Jesús les replicó: "Grande es vuestra fe. Sea según vuestra fe, y pronto veríéis, cara a cara, el horrible semblante de Satán y el poder del Hijo del Hombre. Pues expulsaríé de ti al poderoso Satán por medio de la fortaleza del inocente cordero de Dios, la criatura más díébil del Señor. Porque el espí­ritu santo de Dios hace más poderoso al más díébil que al más fuerte".

Y Jesús ordeñó a una oveja que estaba pastando la hierba. Y puso la leche sobre la arena caldeada por el sol, diciendo: "He aquí­ que el poder del íngel del agua ha penetrado en esta leche. Y ahora penetrará tambiíén en ella el poder del ángel de la luz del sol".

Y la leche se calentó con la fuerza del sol.

"Y ahora los ángeles del agua y del sol se unirán al ángel del aire."

Y he aquí­ que el vapor de la leche caliente empezó a elevarse lentamente por el aire.

"Ven y aspira por la boca la fuerza de los ángeles del agua, de la luz del sol y del aire, para que íésta penetre en tu cuerpo y expulse de íél a Satán.

Y el enfermo a quien Satán tanto atormentaba aspiró a su interior profundamente aquel vapor blanquecino que ascendí­a.

"Satán abandonará inmediatamente tu cuerpo, ya que lleva tres dí­as sin comer y no halla alimento alguno dentro de ti. Saldrá de ti para satisfacer su hambre con la leche caliente y humeante, pues este alimento es de su agrado. Olerá su aroma y no será capaz de resistir el hambre que lleva atormentándole desde hace tres dí­as. Pero el Hijo del Hombre destruirá su cuerpo para que no atormente a nadie más."

Entonces el cuerpo del hombre se estremeció con una convulsión y pareció como si fuese a vomitar, pero no podí­a. El hombre abrí­a la boca en busca de aire, pues se le cortaba la respiración. Y se desmayó en el regazo de Jesús.

"Ahora Satán abandona su cuerpo. Vedle". Y Jesús señaló la boca abierta del hombre enfermo.

Y entonces vieron todos con asombro y terror cómo surgí­a Satán de su boca en forma de un gusano abominable, en busca de la leche humeante. Entonces Jesús tomó dos piedras angulosas con sus manos y aplastó la cabeza de Satán y extrajo del cuerpo del enfermo todo el cuerpo del monstruo, que era casi tan largo como el hombre. Una vez que hubo salido aquel abominable gusano de la garganta del enfermo, íéste recuperó de inmediato el aliento, y entonces cesaron todos sus dolores. Y los demás miraban con terror el abominable cuerpo de Satán.

"Mira quíé bestia abominable has llevado y alimentado en tu propio cuerpo durante tantos años. La he expulsado de ti y matado para que nunca más te atormente. Da gracias a Dios por haberte liberado sus ángeles, y no peques más, no vaya a retornar otra vez Satán a tu cuerpo. Que tu cuerpo sea en adelante un templo dedicado a tu Dios".

Y todos permanecí­an asombrados por sus palabras y su poder. Y dijeron: "Maestro, verdaderamente eres el mensajero de Dios, y conoces todos los secretos".

"Y vosotros –les replicó Jesús– sed verdaderos Hijos de Dios para participar tambiíén de su poder y del conocimiento de todos los secretos. Pues la sabidurí­a y el poder solamente pueden provenir del amor a Dios. Amad, pues, a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal con todo vuestro corazón y con todo vuestro espí­ritu. Y servidles para que Sus ángeles os sirvan tambiíén a vosotros. Sacrificad todos vuestros actos a Dios, Y no alimentíéis a Satán, pues la retribución del pecado es la muerte. Mientras que en Dios se halla la recompensa del bien, su amor, el cual es el conocimiento y el poder de la vida eterna".

Y todos se arrodillaron para dar gracias a Dios por su amor.

Y Jesús partió, diciendo: "Vendríé de nuevo junto a quienes persistan en la oración y el ayuno hasta el síéptimo dí­a. La paz sea con vosotros".

Y el hombre enfermo de quien habí­a expulsado Jesús a Satán se puso en pie, pues la fuerza de la vida habí­a regresado a íél. Respiró profundamente y sus ojos se esclarecieron, pues todo dolor le habí­a abandonado. Y arrojándose al suelo donde Jesús habí­a estado, besó la huella de sus pies y lloró.

« Última modificación: Octubre 18, 2008, 10:25:40 pm por Scientia »

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EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3
« Respuesta #9 en: Octubre 18, 2008, 10:15:30 pm »
EL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3

Y era en el lecho de un rí­o donde muchos enfermos ayunaban y oraban con los ángeles de Dios durante siete dí­as y siete noches. Y grande fue su recompensa, pues seguí­an las palabras de Jesús. Y al acabar el síéptimo dí­a todos sus dolores les abandonaron. Y cuando el sol se levantó sobre el horizonte de la tierra, vieron que Jesús vení­a hacia ellos desde la montaña, con el resplandor del sol naciente alrededor de su cabeza.

"La paz sea con vosotros".

Y ellos no dijeron una palabra, sino que sólo se postraron ante íél y tocaron el borde de su vestidura en agradecimiento por su curación.

"No me deis las gracias a mí­, sino a vuestra Madre Terrenal, la cual os envió a sus ángeles sanadores. Id y no pequíéis más, para que nunca volváis a conocer la enfermedad. Y dejad que los ángeles sanadores sean vuestros guardianes"".

Pero ellos le contestaron: "¿Adónde iremos, Maestro? Pues en ti están las palabras de la vida eterna. Dinos cuáles son los pecados que debemos evitar, para que nunca más conozcamos la enfermedad"".

Jesús respondió: "Así­ sea según vuestra fe", y se sentó entre ellos diciendo:

"Fue dicho a aquellos de los antiguos tiempos: "Honra a tu Padre Celestial y a tu Madre Terrenal y cumple sus mandamientos, para que tus dí­as sean cuantiosos sobre la tierra". Y luego se les dio el siguiente mandamiento: "No matarás", pues Dios da a todos la vida, y lo que Dios ha dado no debe el hombre arrebatarlo. Pues en verdad os digo que de una misma Madre procede cuanto vive sobre la tierra. Por tanto quien mata, mata a su hermano. Y de íél se alejará la Madre Terrenal y le retirará sus pechos vivificadores. Y se apartarán de íél sus ángeles y Satán tendrá su morada en su cuerpo. Y la carne de los animales muertos en su cuerpo se convertirá en su propia tumba. Pues en verdad os digo que quien mata se mata a sí­ mismo, y quien come la carne de animales muertos come del cuerpo de la muerte. Pues cada gota de su sangre se mezcla con la suya y la envenena; su respiración es un hedor; su carne se llena de forúnculos; sus huesos se convierten en yeso; sus intestinos se llenan de descomposición; sus ojos se llenan de costras; y sus oí­dos de ceras. Y su muerte será la suya propia. Pues solamente en el servicio de vuestro Padre Celestial son vuestras deudas de siete años perdonadas en siete dí­as. Mientras que Satán no os perdona nada y debíéis pagarle todo. Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, vida por vida, muerte por muerte. Pues el coste del pecado es la muerte. No matíéis, ni comáis la carne de vuestra inocente presa, no sea que os convirtáis en esclavos de Satán. Pues íése es el camino de los sufrimientos y conduce a la muerte. Sino haced la voluntad de Dios, de modo que sus ángeles os sirvan en el camino de la vida. Obedeced, por tanto, las palabras de Dios: "Mirad, os he dado toda hierba que lleva semilla sobre la faz de toda la tierra, y todo árbol, en el que se halla el fruto de una semilla que dará el árbol. Este será vuestro alimento. Y a todo animal de la tierra, y a toda ave del cielo, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, donde se halle el aliento de la vida, doy toda hierba verde como alimento. Tambiíén la leche de todo lo que se mueve y que vive sobre la tierra será vuestro alimento. Al igual que a ellos les he dado toda hierba verde, así­ os doy a vosotros su leche. Pero no comeríéis la carne, ni la sangre que la aviva. Y en verdad demandaríé vuestra sangre que brota con fuerza, y vuestra sangre en la que se halla vuestra alma. Demandaríé todos los animales asesinados y las almas de todos los hombres asesinados. Pues yo el Señor tu Dios soy un Dios fuerte y celoso, castigando la iniquidad de los padres sobre sus hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos quienes me odian, y mostrando misericordia hacia los millares de aquellos que me aman y cumplen mis mandamientos. Ama al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; íéste es el primer y más grande mandamiento. Y el segundo es según íéste: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento más grande que íéstos".

Y tras estas palabras todos permanecieron en silencio, excepto uno que voceó: "¿Quíé debo hacer, Maestro, si veo que una bestia salvaje ataca a mi hermano en el bosque? ¿Debo dejar perecer a mi hermano o matar a la bestia salvaje? ¿No transgredirí­a así­ la ley?"

Y Jesús le respondió: "Fue dicho a aquellos de los antiguos tiempos: "Todos los animales que se mueven sobre la tierra, todos los peces del mar y todas las aves del cielo, han sido puestos bajo vuestro poder". En verdad os digo que de todas las criaturas que viven sobre la tierra, sólo el hombre creó Dios a su imagen" Por ello, los animales son para el hombre, y no el hombre para los animales. No transgredirás, por tanto, la ley si matas al animal salvaje para salvar a tu hermano. Pues en verdad te digo que el hombre es más que el animal. Pero quien mata al animal sin causa alguna, sin que íéste le ataque, por el deseo de matar, o por su carne, o porque se oculta, o incluso por sus colmillos, malvada es la acción que comete, pues íél mismo se convierte en bestia salvaje. Y Por tanto su fin ha de ser tambiíén como el fin de los animales salvajes".

Y otro dijo entonces: "Moisíés, el más grande de Israel, consintió a nuestros antepasados comer la carne de animales limpios, y sólo prohibió la carne de los animales impuros. ¿Por quíé, entonces, nos prohí­bes la carne de todos los animales? ¿Quíé ley viene de Dios, la de Moisíés o la tuya?"

Y Jesús respondió: "Dios dio, a travíés de Moisíés, diez mandamientos a vuestros antepasados. "Estos mandamientos son duros", dijeron vuestros antepasados y no pudieron cumplirlos. Cuando Moisíés vio esto, tuvo compasión de sus gentes y no quiso que se perdiesen. Y les dio entonces diez veces diez mandamientos, menos duros, para que los siguiesen. En verdad os digo que si vuestros antepasados hubiesen sido capaces de seguir los diez mandamientos de Dios, Moisíés no habrí­a tenido nunca necesidad de sus diez veces diez mandamientos. Pues aquel cuyos pies son fuertes como la montaña de Sión, no necesita muletas; mientras que aquel cuyos miembros flaquean, llega más lejos con muletas que sin ellas. Y Moisíés dijo al Señor: "Mi corazón está lleno de tristeza, pues mi pueblo se perderá. Porque no tienen conocimiento, ni son capaces de comprender tus mandamientos. Son como niños pequeños que no pueden entender aún las palabras de su padre. Consiente, Señor, que les díé otras leyes, para que no se pierdan. Si ellos no pueden estar contigo, Señor, que al menos no estíén contra ti; que puedan mantenerse a sí­ mismos, y cuando haya llegado el momento y estíén maduros para tus palabras, revíélales tus leyes". Por eso rompió Moisíés las dos tablas de piedra donde estaban escritos los diez mandamientos, y les dio en su lugar diez veces diez. Y de estas diez veces diez, los escribas y los fariseos han hecho cien veces diez mandamientos. Y han puesto insoportables cargas sobre vuestros hombros, que ni ellos mismos sobrellevan. Pues cuanto más cercanos a Dios están los mandamientos, menos necesitamos, y cuanto más lejanos se hallan de Dios, más necesitamos entonces. Por eso innumerables son las leves de los fariseos y de los escribas, siete las leyes del Hijo del Hombre, tres las de los ángeles; y una la de Dios.

"Por eso yo solamente os enseño las leyes que podíéis comprender, para que os convirtáis en hombres y sigáis las siete leyes del Hijo del Hombre. Entonces os revelarán tambiíén los ángeles sus leyes, para que el espí­ritu santo de Dios descienda sobre vosotros y os guí­e hacia su ley".

Y todos estaban asombrados de su sabidurí­a, y le pedí­an: "Continúa, Maestro, y ensíéñanos todas las leyes que podemos recibir".

Y Jesús continuó: "Dios ordenó a vuestros antepasados: "No matarás". Pero su corazón estaba endurecido y mataron. Entonces, Moisíés deseó que por lo menos no matasen hombres, y les permitió matar a los animales. Y entonces el corazón de vuestros antepasados se endureció más aún, y mataron a hombres y animales por igual. Mas yo os digo: No matíéis ni a hombres ni a animales, ni siquiera el alimento que llevíéis a vuestra boca. Pues si comíéis alimento vivo, íél mismo os vivificará; pero si matáis vuestro alimento, la comida muerta os matará tambiíén. Pues la vida viene sólo de la vida, y de la muerte viene siempre la muerte. Porque todo cuanto mata vuestros alimentos, mata tambiíén a vuestros cuerpos. Y todo cuanto mata vuestros cuerpos tambiíén mata vuestras almas. Y vuestros cuerpos se convierten en lo que son vuestros alimentos, igual que vuestros espí­ritus se convierten en lo que son vuestros pensamientos. Por tanto, no comáis nada que el fuego, el hielo o el agua haya destruido. Pues los alimentos quemados, helados o descompuestos quemarán, helarán y corromperán tambiíén vuestro cuerpo. No seáis corno el loco agricultor que sembró en su campo semillas cocinadas, heladas y descompuestas y llegó el otoño y sus campos no dieron nada. Y grande fue su aflicción. Sino sed como aquel agricultor que sembró en su campo semilla viva, y cuyo campo dio espigas vivas de trigo, pagándole el cíéntuplo por las semillas que plantó. Pues en verdad os digo, vivid sólo del fuego de la vida, y no preparíéis vuestros alimentos con el fuego de la muerte, que mata vuestros alimentos, vuestros cuerpos y tambiíén vuestras almas." "Maestro ¿dónde se halla el fuego de la vida?", preguntaron algunos de ellos.

"En vosotros, en vuestra sangre y en vuestros cuerpos".

"¿Y el fuego de la muerte", preguntaron otros.

"Es el fuego que arde fuera de vuestro cuerpo, que es más caliente que vuestra sangre. Con ese fuego de muerte cocináis vuestro alimento en vuestros hogares y en vuestros campos. En verdad os digo que el mismo fuego destruye vuestro alimento y vuestros cuerpos como el fuego de la maldad que destroza vuestros pensamientos y destroza vuestros espí­ritus. Pues vuestro cuerpo es lo que comíéis, y vuestro espí­ritu es lo que pensáis. No comáis nada, por tanto, que haya matado un fuego más fuerte que el fuego de la vida. Preparad, pues, y comed todas las frutas de los árboles, todas las hierbas de los campos y toda leche de los animales buena para comer. Pues todas estas cosas las ha nutrido y madurado el fuego de la vida, todas son dones de los ángeles de nuestra Madre Terrenal. Mas no comáis nada a lo que sólo el fuego de la muerte haya dado sabor, pues tal es de Satán."

"¿Cómo deberí­amos cocer sin fuego el pan nuestro de cada dí­a, Maestro?", preguntaron algunos con desconcierto.

"Dejad que los ángeles de Dios preparen vuestro pan. Humedeced vuestro trigo para que el ángel del agua lo penetre. Ponedlo entonces al aire, para que el ángel del aire lo abrace tambiíén. Y dejadlo de la mañana a la tarde bajo el sol, para que el ángel de la luz del sol descienda sobre íél. Y la bendición de los tres ángeles hará pronto que el germen de la vida brote en vuestro trigo. Moled entonces vuestro grano y haced finas obleas, como hicieron vuestros antepasados cuando partieron de Egipto, la morada de la esclavitud. Ponedlas de nuevo bajo el sol en cuanto aparezca y, cuando se halle en lo más alto de los cielos, dadles la vuelta para que el ángel de la luz del sol las abrace tambiíén por el otro lado, y dejadlas así­ hasta que el sol se ponga. Pues los ángeles del agua, del aire y de la luz del sol alimentaron y maduraron el trigo en el campo, y ellos deben igualmente preparar tambiíén vuestro pan. Y el mismo sol que, con el fuego de la vida, hizo que el trigo creciese y madurase, debe cocer vuestro pan con el mismo fuego. Pues el fuego del sol da vida al trigo, al pan y al cuerpo. Pero el fuego de la muerte mata el trigo, y el pan y el cuerpo. Y los ángeles vivos del Dios Vivo solamente sirven a los hombres vivos. Pues dios es el Dios de lo vivo y no el Dios de lo muerto.

"Comed, pues, siempre de la mesa de Dios: los frutos de los árboles, el grano y las hierbas del campo, la leche de los animales, y la miel de las abejas. Pues todo más allá de esto es de Satán y por los caminos del pecado y la enfermedad conduce hacia la muerte. Mientras que los alimentos que comíéis de la abundante mesa de Dios dan fortaleza y juventud a vuestro cuerpo, y nunca conoceríéis la enfermedad. Pues la mesa de Dios alimentó a Matusalíén, el viejo, y en verdad os digo que si viví­s igual como íél vivió, tambiíén el Dios de lo vivo os dará una larga vida sobre la tierra como la suya.


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EL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3
« Respuesta #10 en: Octubre 18, 2008, 10:17:24 pm »
EL  EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3


"Pues en verdad os digo que el Dios de lo vivo es más rico que todos los ricos de la tierra, y su abundante mesa es más rica que la más rica de las mesas de festí­n de todos los ricos de la Tierra. Comed, pues, durante toda vuestra vida en la mesa de nuestra Madre Terrenal, y nunca conoceríéis la necesidad. Y cuando comáis en su mesa, comedlo todo tal como se halle en la mesa de la Madre Terrenal. No cociníéis ni mezclíéis todas las cosas unas con otras, o vuestros intestinos se convertirán en ciíénagas humeantes. Pues en verdad os digo que esto es abominable a los ojos del Señor.

"Y no seáis como el sirviente avaricioso que comí­a siempre de la mesa de su señor la ración de otros. Y todo lo devoraba y lo mezclaba en su glotonerí­a. Y viendo aquello, su señor se encolerizó con íél y le expulsó de la mesa. Y cuando todos acabaron su comida, mezcló cuanto quedó en la mesa y llamó al glotón sirviente, y le dijo: "Toma y come esto junto a los cerdos, pues tu lugar está entre ellos, y no en mi mesa".

"Tenedlo en cuenta por tanto, y no profaníéis con todo tipo de abominaciones el templo de vuestros cuerpos. Contentaos con dos o tres tipos de alimento, que siempre hallaríéis en la mesa de nuestra Madre Terrenal. Y no deseíéis devorar todo cuanto veáis en derredor vuestro. Pues en verdad os digo que si mezcláis en vuestro cuerpo todo tipo de alimentos, entonces cesará la paz en vuestro cuerpo y se desatará en vosotros una guerra interminable. Y se aniquilará vuestro cuerpo como los hogares y los reinos que, divididos entre sí­, aseguran su propia destrucción. Pues vuestro Dios es el Dios de la paz, y nunca ayuda a la división. No levantíéis, pues, contra vosotros la cólera de Dios, para que no vaya a expulsaros de su mesa y os veáis obligados a ir a la mesa de Satán, donde el fuego de los pecados, de las enfermedades y de la muerte corromperá vuestros cuerpos.

"Y cuando comáis, no comáis hasta no poder más. Huid de las tentaciones de Satán y escuchad la voz de los ángeles de Dios. Pues Satán y su poder os tentarán siempre a que comáis más y más. Pero vivid por el espí­ritu y resistid los deseos del cuerpo. Y que vuestro ayuno complazca siempre a los ángeles de Dios. Así­ que tomad cuenta de cuanto hayáis comido cuando os sintáis saciados y comed siempre menos de una tercera parte de ello.

"Que el peso de vuestro alimento diario no sea menos de una mina* , pero vigilad que no exceda de dos. Entonces os servirán siempre los ángeles de Dios, y nunca caeríéis en la esclavitud de Satán y de sus enfermedades. No obstaculicíéis la obra de los ángeles en vuestro cuerpo comiendo demasiado a menudo. Pues en verdad os digo que quien come más de dos veces diarias hace en íél la obra de Satán. Y los ángeles de Dios abandonan su cuerpo y pronto toma Satán posesión de íél. Comed tan sólo cuando el sol estíé en lo más alto de los cielos, y de nuevo cuando se ponga. Y nunca conoceríéis enfermedad, pues ello halla aprobación a los ojos del Señor. Y si deseáis que los ángeles se complazcan en vuestro cuerpo y que Satán os evite de lejos, sentaos entonces sólo una vez al dí­a a la mesa de Dios. Y entonces serán numerosos vuestros dí­as sobre la tierra, pues esto es grato a ojos del Señor. Comed siempre cuando sea servida ante vosotros la mesa de Dios, y comed siempre de aquello que hallíéis sobre la mesa de Dios. Pues en verdad os digo que Dios sabe bien lo que vuestro cuerpo necesita y cuándo lo necesita.

"Con la llegada del mes de Iyar comed cebada; con el mes de Sivan comed trigo, la más perfecta de las hierbas que dan semilla. Y que vuestro pan de cada dí­a sea hecho de trigo, para que el Señor cuide vuestros cuerpos. Con el mes de Tammuz comed la uva ácida, para que vuestro cuerpo adelgace y Satán lo abandone. En el mes de Elul, recoged la uva para que su jugo os sirva de bebida. En el mes de Marcheshvan recoged la uva dulce, endulzada y seca por el ángel de la luz del sol, para que aumente vuestros cuerpos y que los ángeles del Señor moren en ellos. Debíéis comer los higos jugosos en los meses de Ab y de Shebat, y los que sobren que el ángel de la luz de] sol os los guarde. Comedios con las almendras durante todos los meses en que los árboles no dan frutos. Y las hierbas que brotan despuíés de la lluvia, comedlas durante el mes de Thebet, para purificar vuestra sangre de todos vuestros pecados. Y en el mismo mes empezad a beber tambiíén la leche de vuestros animales, pues para ello dio el señor las hierbas de los campos a todos los animales que producen leche, para que ellos alimentasen al hombre con su leche. Pues en verdad os digo que felices son aquellos que comen sólo en la mesa de Dios, y renuncian a todas las abominaciones de Satán. No comáis alimentos impuros traí­dos de paí­ses lejanos, sino comed siempre cuanto produzcan vuestros árboles. Pues vuestro Dios sabe bien lo que os es necesario, y dónde y cuándo. Y í‰l da a todos los pueblos de todos los reinos los alimentos mejores para cada uno de ellos. No comáis como los paganos, que se atiborran con prisa, profanando sus cuerpos con todo tipo de abominaciones.