Hace siete años, cuando Estados Unidos derrocó al presidente iraquí Saddam Hussein, el gobierno del entonces presidente George W. Bush vislumbró que un Irak liberado sería rico y estable, y constituiría un ejemplo para el resto de los países de la región.
Ahora, con el final de las operaciones de combate encabezadas por Estados Unidos en Irak, el gobierno del presidente Barack Obama predice más de lo mismo.
Ambos mandatarios basaban sus esperanzas en los vastos recursos petroleros de Irak, que no son debidamente explotados, y calculaban que la prosperidad generada por el crudo y alimentada por una ola de inversiones extranjeras daría a los iraquíes las herramientas y motivación para construir un estado moderno, orientado a Occidente. Pero esa meta sigue siendo remota.
La realidad es que hoy, Irak bombea menos petróleo del que suministraba durante el ríégimen de Saddam. Persiste el estancamiento para la formación de un nuevo gobierno, seis meses despuíés de las elecciones nacionales.
Las divisiones políticas del país, agravadas por la lucha para controlar el potencial petrolero de Irak, han llevado a temores de una guerra civil, un regreso a la dictadura o una secesión religiosa y íétnica del país. Obama, cuya oposición a la guerra marcó su campaña presidencial en el 2008, tiene previsto pronunciar el martes un discurso sobre Irak desde la Oficina Oval de la Casa Blanca.
El acto marcaría la transición de las labores estadounidenses, de una misión militar de combate a una cuyo objetivo es asesorar a las fuerzas armadas iraquíes. Todos los efectivos estadounidenses abandonarían Irak para el cierre del 2011.
En marzo del 2003, cuando el gobierno de Bush lanzó la invasión a Irak, contaba con que la riqueza petrolera del país apoyaría el renacimiento del país. Paul Wolfowitz, el subsecretario de la defensa en aquella íépoca, dijo a una comisión de la Cámara de Representantes, unos días despuíés del comienzo de la guerra, que la riqueza petrolera de Irak aliviaría a los contribuyentes estadounidenses la carga de reconstruir el país. ``Estamos hablando de un país que realmente puede financiar su propia reconstrucción y que puede hacerlo relativamente pronto'''', dijo el 27 de marzo del 2003. Pero las cosas no salieron así, en parte por la reacción de una fiera y tenaz insurgencia.
El resultado de la guerra sigue en duda, aunque el petróleo cobra relevancia en el razonamiento público del gobierno de Obama para seguir con los iraquíes incluso tras la campaña militar.
El secretario de la Defensa, Robert Gates, dijo que en 10 años, Irak podría figurar entre los mayores productores de petróleo del mundo, con lo que sería fabulosamente rico y, por ende, representaría una historia exitosa. ``Esto cambiará toda la ecuación en el Medio Oriente'''', dijo Gates, suponiendo que los líderes iraquíes puedan sostener su endeble democracia.
En declaraciones emitidas el 12 de agosto en San Francisco, California, Gates añadió: ``Ese es el escenario optimista. Hay todo tipo de escenarios pesimistas''''. Uno de esos últimos es muy evidente: Tras la partida de las fuerzas estadounidenses en el 2011 la violencia se agrava, el país vuelve a la guerra civil, el gobierno se paraliza y el caos cunde.
La pregunta en ese caso será si Estados Unidos debe intervenir con fuerzas de combate. Otra posibilidad peligrosa es que la institución más fuerte y desarrollada de Iraq, las fuerzas militares, se cansen de la falta de progreso político en Bagdad y derroquen al gobierno civil
El petróleo desempeñará un papel importante en el futuro de Irak, pero no necesariamente un papel positivo. Naciones con grandes riquezas petroleras y de recursos, como Rusia, Arabia Saudí y Venezuela, suelen tener problemas para desarrollar sistemas políticos democráticos.
No está claro por quíé ocurre esto, pero algunos consideran que los vastos recursos petroleros alientan a un control estatal centralizado por parte de dictadores u oligarcas.